jueves, 23 de julio de 2009

Segunda parte, capítulo duodécimo



Los hombres del Qiam rodearon el derruido caserón sin que nadie les saliera al paso. Nadie opuso resistencia ni trató de salir huyendo. Alguien creyó intuir movimiento a lo lejos, pero cuando llegaron a la verja de entrada nada ni nadie se movía en el abandonado jardín.

¿Podía ser que se hubiera equivocado y Haze no se escondiera en Fasqaid?

No. Zealor estaba seguro de que tenía razón. El jardín presentaba ramas rotas y pisadas, la puerta de entrada estaba entreabierta. Estaban allí. O por lo menos lo habían estado. Dio una vuelta al caserón sin bajar del caballo, esperando ver algún movimiento en las ventanas que confirmara su intuición, pero no vio nada.

Chasqueó la lengua con fastidio plantándose de nuevo frente a la entrada principal. Recordaba haber estado en esa misma posición hacía sesenta y siete años. Entonces no llevó tantos hombres y su búsqueda no era oficial, pero la sensación era la misma. La certeza de que allí se ocultaba Jaron a pesar de la absoluta falta de pruebas. Entonces llamó a su hermano, le conminó a entregarse, y quemó la casa para hacerle salir de su ratonera. No salió exactamente como lo había planeado, pero se acercó bastante. Los gritos de dolor de Jaron le indicaron que estaba en lo cierto, pero el techo derrumbándose impidió que saliera al exterior y fuera capturado. No era matarle lo que pretendía, aunque una vez hecho no le importó. Pero había prometido que él no le mataría y le molestaba no cumplir sus promesas.

Claro que si estaba en lo cierto no iba a tener que preocuparse más por esa promesa aparentemente rota. Y, de igual modo, si estaba en lo cierto no podía permitirse cometer de nuevo el mismo error.

-Registrad la casa -ordenó, y varios de sus hombres bajaron de sus caballos para proceder.

Esperaron unos minutos hasta que éstos salieron indicando que no habían encontrado a nadie.

-¿Habéis mirado en los pisos superiores? -Quiso saber.

-La mayor parte de la segunda planta carece de suelo, Señoría. Nadie podría ocultarse allí.

Ya, claro. Nadie.

Y sin embargo, o se equivocaba o estaba escondidos en algún lugar.

-Capitán -dijo, llamando al elfo que estaba al mando-, estas ruinas son un peligro público. Cualquiera podría entrar y morir aplastado por un cascote.

-¿Queréis que aseguremos el lugar?

-Quiero que lo queméis. Quiero que arda hasta que todas y cada una de sus vigas, todas y cada una de sus paredes, se colapsen y cedan. Que no quede nada en pie -alejó un poco su caballo mientras daba las órdenes-, y quiero que una vez terminado registréis las cenizas.

El elfo asintió y procedió a dar órdenes a su vez.

Zealor se apartó a una distancia prudencial y observó como las primeras antorchas eran encendidas y lanzadas al interior de la casa. El fuego se lo tomó con calma, pues poco había aparte de rastrojos que quemar allí, pero a los pocos minutos ya crepitaba con fuerza y un humo denso y negro empezó a asomar por las ventanas.

El Qiam se permitió una sonrisa y se preparó para disfrutar del espectáculo. Con un poco de suerte los gritos de dolor le indicarían de nuevo que había dado en el clavo. Y si no... Bueno, una ruina menos de la que preocuparse. Al fin y al cabo, la casa era suya, podía hacer con ella lo que le viniera en gana. Además, nunca le había gustado ese empalagoso lugar.