jueves, 25 de septiembre de 2008

Capítulo decimoquinto



Nunca en toda su vida se había sentido Myreah más incómoda.
Haze se había sentado frente a su hermano y, le había explicado que cuando los humanos habían llegado, poco después de que ellos huyeran, le habían capturado y encerrado en la torre de Meanley. No se extendió ni en su captura ni en su cautiverio, pero sí le dijo que durante esos setenta y siete años Zealor había bajado dos veces a las mazmorras junto con el actual príncipe.
-La primera vez, hace casi quince años.
La última, hacía apenas dos, auqnue en esa ocasión sólo le oyera a través de los barrotes.
Habían hablado poco en su presencia, pero lo poco que había oído le indicaba que, fuera lo que fuera lo que Zealor preparaba, estaba llegando al punto álgido de su gestación.
-Creo que Zealor busca el modo de hacerse con el control de toda la Nación –había opinado- y que los humanos son el vehículo elegido para lograrlo.
Había hablado de un intercambio de libros que presenció cuando era más joven y del poder que Zealor parecía ejercer incluso entre humanos. Y finalmente había expresado su temor a que éste se saliera con la suya.
Jaron, el hermano mayor de Haze, había escuchado a éste lo justo para cumplir lo prometido a Hund, ni una palabra más. Había mirado a la hoguera durante todo el soliloquio de su hermano y, cuando hubo acabado, había dicho:
-Ya te he escuchado, ¿contento? Ahora no vuelvas a dirigirte a mí.
Y no había vuelto a mirarle a los ojos, a reprenderle siquiera algo de lo ocurrido. No le había dedicado ni un segundo más. No le perdonaba, a pesar de sus explicaciones, a pesar de los años pasados, a pesar de su encierro... Haze estaba notablemente abatido y ella no sabía qué podía hacer por su amor.
Habían pasado ya unos días y la situación no había cambiado. Sólo que... ambos hermanos se habían levantado nerviosos, cada cual a su manera.
-Hoy llegará Jaron –había afirmado Haze durante el desayuno.
Y Myreah no sabía si era eso lo que les ponía nerviosos. Supuso que sí. Lo que no entendía era cómo lo sabían. Tal vez había hecho cálculos al respecto o tal vez... ¿podía ser que lo presintieran? Poco importaba. Lo importante era que llegaba ese mismo día y eso había empeorado el humor del mayor de los Yahir ostensiblemente. Cuando había oído el comentario de Haze había gruñido y había mascullado:
-Estupendo. Pues cuando llegue, lo coges y te largas de una maldita vez.
Haze había evitado el interior durante el resto del día, así como su hermano el exterior. Se esquivaban. Haze esquivaba el dolor que su hermano le provocaba, y Jaron... a saber qué esquivaba Jaron.
La cuestión era que se esquivaban y, de paso, esquivaban a los demás. Y allí estaba ella, una humana entre elfos, sentada junto a Dhan Hund, intentando dar con algo de qué hablar mientras esperaba a que el muchacho llegara de veras y pudieran, como decía Jaron, largarse de allí de una maldita vez. Pero no llegaba.
Haze entró, dejando caer un fajo de leña junto al fuego. Su hermano le miró, preguntándose tal vez por qué se molestaba en recoger leña para un hogar junto al que no iba a pasar la noche.
-Pronto estará aquí.
Haze no esperaba respuesta alguna y todos lo sabían. Por eso a nadie le extrañó el silencio. Lo que sí que les extrañó fue que, pasados unos minutos, alguien lo rompiera.
-Ese maldito engendro hijo de Zealor –masculló, casi escupiéndolo, Jaron.
-Eso no puedes saberlo –fue la respuesta de Haze, triste. No parecía querer discutir con su hermano, pero daba la sensación de que aferrarse a la duda era muy importante para él-. ¿Sólo porque se le parece? Puede que sólo se parezca a su abuelo.
Jaron clavó en él una mirada entre sorprendida y molesta.
-¿A su abuelo?
-Sí –Haze se volvió hacia Hund-, todos lo dijeron, siempre, que Zealor era la viva imagen de papá, un calco. Jaron y yo salimos a mamá, pero no él. El chico bien puede parecerse a su abuelo, ¿no?
-Tonterías –Jaron volvió de nuevo el rostro.
-No, no lo son. Sabes que es posible. ¿Por qué torturarte entonces? ¿Por qué no aceptar al muchacho como tu hijo, como necesita? Busca un lugar después de vivir entre humanos toda su vida. Te necesita. Necesita a su padre.
-Pues se tú su padre –respondió Jaron con un mohín.
Myreah buscó la mano de Haze, para reconfortarlo frente al cabezota de su hermano, pero el elfo la rehuyó. Golpeó la mesa con el puño cerrado, sorprendiéndolos a todos, y acercó el rostro al de su hermano, obligándolo a mirarlo a los ojos.
-Pues eso haré, ¿me oyes? El chico es un Yahir, sea quien sea su padre. Y si tú no quieres ver feliz al hijo de Sarai... pues yo sí. Tiene derecho a todo lo que fue nuestro, a nuestro apellido, y lo tendrá. Te guste o no te guste, le guste a él o no. Yo seré su padre si nadie más quiere serlo.
La cabaña quedó en silencio mientras todas las miradas convergían en Jaron, a la espera de su, muy probablemente, furibunda respuesta. Haze no se había dejado amedrentar esta vez, y en su rostro podía leerse que no le había gustado en absoluto. El elfo abrió la boca para hablar, pero antes de que dijera una sola palabra lo oyeron: dos voces pedían auxilio, las voces de Jaron y de Alania.
Antes siquiera de que Myreah se hubiese puesto en pie, Haze ya había salido corriendo en busca de su sobrino.


Cuando vio la cabaña a lo lejos, Jaron apretó el paso. No sabía aún si se alegraría de ver a sus ocupantes, pero Nawar necesitaba ayuda y allí iban a poder brindársela. Empezó a gritar, pidiendo ayuda, y pronto fue secundado por Alania, que llamaba a su padre a gritos. Entonces la puerta se abrió, saliendo Haze a la carrera. Sin importarle que fuera su tío, Jaron corrió hacia él, tomándolo del brazo.
-Jaron... ¿qué ocurre?
El muchacho iba a hablar y se dio cuenta de que no le quedaba aire.
-Nawar... el Qiam... –dijo Alania por él.
Haze se volvió hacia el resto, que estaban saliendo de la cabaña en esos momentos, alarmado.
-Hund, ven conmigo –luego tomó al muchacho por los hombros-. Quédate aquí, ¿de acuerdo?
Jaron asintió, casi por reflejo, y observó como su tío salía corriendo en la dirección que Alania había señalado, seguido de Dhan Hund. Le pareció ver que su tío se llevaba la mano al cinto, hacia un pequeño puñal que no llevaba la primera vez que se habían visto, y de repente se le ocurrió que Haze estaba loco. ¿Pretendía pelear contra esos hombres, él, que se había pasado sesenta y siete años encerrado? Quien fuera que estuviera reteniendo a Nawar debían de ser elfos entrenados y él...
-Haze, espera –le llamó, y hubiera salido corriendo tras él de no retenerlo alguien.
El muchacho se volvió hacia Myreah, pues era ella quien lo cogía del brazo.
-No podemos dejar que vaya –le recordó, tratando de zafarse. La chica era realmente más fuerte de lo que parecía-. Le van a matar.
La humana tomó aire, mirando al punto por donde se habían perdido los elfos y negó con la cabeza.
-Dijo que te quedaras. ¿De qué servirá que trate de protegerte si tu te arriesgas tontamente? –La princesa hablaba sin apartar los ojos del bosque.
-Pero...
-Sin peros, vamos.
Myreah lo soltó finalmente, pero Jaron ya no salió corriendo. Se quedó mirando a la princesa, que se introducía en la cabaña. Por primera vez se dio cuenta de que en su seriedad se ocultaba un miedo como nunca había visto, miedo por lo que pudiera sucederle a Haze.
-¿Ella y Haze...?
Alania se encogió de hombros, pero se apresuró a seguir a la princesa al interior. Eso le dejó a solas con Jaron Yahir. El elfo le dedicó una mirada que el muchacho no supo interpretar.
-Y encima eres tonto... –murmuró, y Jaron casi hubiera jurado que lo decía divertido.


Haze corría en la dirección que la muchacha había indicado haciendo caso omiso de la voz en su cabeza que le pedía a gritos que fuera en cualquier otra dirección. El Qiam... ¿los había encontrado tan pronto? Debió haber supuesto que eso iba a suceder. Zealor era demasiado listo para cualquiera de ellos, y le tocaba enfrentarlo de una vez si no quería que más muertes pesaran sobre él.
Oyó el ruido de lucha y aceleró el paso. Tal vez la sensatez le dictara que se ocultara y pensara antes de actuar, pero era posible que Nawar no tuviera tiempo para eso. No sabía qué había hecho Nawar durante todos estos años. Bien podía ser que hubiese seguido su sueño de cuando niño, el de ser soldado, o bien... ¿Y si no era capaz de defenderse? Así que tomó aire, aceleró y exhaló en forma de grito, para llamar la atención sobre su persona.
Tres tipos vestidos de negro que tenían a Ceorl acorralado se volvieron con sorpresa hacia él, que reparó en que su puñal no era ni la mitad de largo que las espadas que ellos llevaban. Por suerte, contaba con Hund. El enorme elfo se había hecho con una rama que, Haze estaba seguro, él no hubiera podido ni levantar. Uno de los elfos de negro cayó al primer golpe de Hund y tenía todo el aspecto de que iba a tardar en levantarse. Haze aprovechó la confusión para hacerse con la espada de uno de los elfos que yacían en el suelo. Nawar había acabado con tres de ellos antes de ser acorralado y ahora, más equilibrada la balanza, el joven y Hund acabaron con celeridad con el resto, haciendo que Haze se sintiera como un florero en un estante.
-¿El chico y Alania...? –Preguntó Nawar, tratando de recuperar el aliento cuando ya no había peligro.
-Bien, con Jaron –le dijo Hund.
-Yo no diría que eso es estar bien –replicó el joven mientras se levantaba la camisa para examinar una herida en su torso con profesionalidad-. ¿Y la humana?
-Con ellos.
-Así que la encontraste, ¿eh, Yahir? –Nawar pareció decidir que la herida no era nada y se volvió hacia Haze, arqueando una ceja-. ¿Qué demonios haces con eso? No te imaginas la pinta que tienes. Si ni siquiera sabes sujetar una espada...
Haze miró el arma que llevaba en la mano un poco avergonzado. Él sólo había tratado de ayudar...
-Bueno, volvamos, deben de estar preocupados –dijo Hund después de hacerse con todas las armas de aquellos elfos, y los dos elfos más jóvenes estuvieron de acuerdo con él.