viernes, 29 de mayo de 2009

Segunda parte, Capítulo cuarto




Un gran mapa había sido desplegado en la mesa central de la sala del trono y el Rey no podía apartar sus ojos del pequeño punto occidental que representaba Meanley, allá donde casi acababan sus dominios y comenzaba la tierra incógnita que, si debían creer aJacob, iba a dejar de ser incógnita en breve.

El Rey y sus consejeros escucharon al príncipe de Meanley en silencio mientras éste les daba la información obtenida del elfo. Todos sabían cómo se había conseguido esa información y tal vez era eso lo que los mantenían en ese tenso silencio. Ninguno de ellos era inocente a estas alturas y sabían que para combatir a los enemigos un hombre a veces ha de traicionar incluso los pilares en los que se sustenta su misma civilización, y aún así... Ninguno de ellos podía sacarse de la cabeza la antinatural belleza de la criatura, su aparente humanidad... Pero ese era su poder, Meanley lo había dicho y estaba en lo cierto. Se presentaban hermosos, casi humanos, y de ese modo atraían a sus víctimas, de ese modo raptaban doncellas y niños...

Así que no importaba qué medios se utilizaran mientras consiguieran lo que necesitaban. Y lo que necesitaban era una localización.

Pero la localización que les estaba dando Meanley era simplemente imposible. ¿Siempre habían estado tan cerca?

-¿Y como es que nunca antes hemos visto ninguno? -quiso saber uno de los consejeros más ancianos poniendo voz a los pensamientos de su Rey sin saberlo.

-¿Cómo va a ser? Magia negra. El elfo ha confesado ser conocedor de muchos hechizos.

Ningún murmullo se alzó en la mesa. La docena de hombres de confianza del rey no eran conocidos por ser impresionables, pero todo aquello empezaba a superarles.

Magia negra, por supuesto. ¿Y cómo se suponía que iban a luchar contra una raza entera de magos negros?

-¿Qué más ha confesado el elfo? -Quiso saber el Abad Rodwel, que se había mantenido, como el resto de los abades, en un discreto segundo plano. El anciano avanzó hacia la mesa apoyándose en su bastón-. ¿Comen nonatos las noches de luna llena? No sois ningunos niños. Sabéis de sobras que esa pobre criatura ha sido torturada. ¿Qué no confesaría el más valiente de los hombres después de tres días de tortura?

-Con todos los respetos, Padre Abad, pero esa criatura no es un hombre -Intervino Jacob con tono condescendiente.

-Eso no nos pertoca a nosotros decidirlo, Meanley, si no a Dios.

Esta vez sí se alzaron murmullos.

-¡No son criaturas de Dios si no del Diablo! -el príncipe alzó las manos con exasperación y se volvió a su rey, ignorando al anciano-. Majestad, debéis escucharme. La magia negra de esas criaturas afecta especialmente a los seres más inocentes. Es evidente que el Abad...

Un golpe de bastón sobre la mesa interrumpió a Meanley.

-¿Le has contado al Rey que el elfo habla nuestro idioma? -Quiso saber el anciano.

-Es evidente que el elfo habla nuestro idioma o no hubiésemos podido averiguar nada.

-¿Y nadie se ha preguntado cómo es eso? ¿Tan arrogantes somos? ¿Tan ignorantes? -El Abad estaba rojo de indignación.

-¿Y os habéis preguntado vos, Padre, si no lo han aprendido de los niños y las doncellas que han secuestrado a lo largo de los siglos? Mi propia tía,Sarai , una princesa, fue arrebatada a sus padres con apenas dieciocho años. Tal vez lo aprendieron de ella. ¿O es que sesenta y ocho años no os parecen suficientes para aprender un idioma?

El Abad, que había iniciado el ademán de levantar otra vez su bastón para dar su réplica bajó los brazos de nuevo y pareció desinflarse de repente.

-¿Vuestra tía fue robada por los elfos? -Se interesó.

Meanley, cuyo airado ceño había hecho temer al rey que intentara atacar al anciano si este seguía con la discusión, se relajó también. Como siempre que utilizaba esa baza, la mención de su desaparecida tía-abuela había logrado poner al auditorio de su parte de nuevo.

-Así es, Padre.

El anciano asintió, grave, pero no se movió de donde estaba. El rey se dio cuenta que, acabado el conflicto, todas las miradas estaban de vuelta sobre su persona, incluida las deJacob y Rodwell.

-Continúa -dijo al Príncipe.

Y mientras Meanley trazaba en el mapa el contorno de lo que, según su prisionero, debía abarcar lo que llamaba la Nación Élfica, el Rey no apartó su mirada del abad. Debería hablar con él a solas a la que la reunión terminara. La teoría de Meanley de la magia negra no sonaba del todo sólida y tal vez el abad y su sentido crítico tuvieran una explicación más convincente.