lunes, 31 de enero de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo




Se detuvieron a descansar cuando Dhan consideró que ya estaban fuera de peligro. Ya había amanecido, pero la luz era gris y apagada, cómo su ánimo. A ratos tenía la sensación de llevar media vida huyendo, aunque era consciente de que apenas hacia un mes. Cuando Jaron eleigió un tronco caído para sentarse, Mireah se dejó caer junto a él, agotada u derrotada. No se sentía fuera de peligro en absoluto ni creía que quedara un sólo lugar en el mundo entero donde fueran a estarlo jamás.

Miró a Jaron (su amigo, su tío-abuelo), sentado junto a ella, con la cara hundida entre las manos, silencioso y abatido, tan cansado como ella, o tal vez más. Le pasó una mano por los hombros e intentó pensar en unas palabras de ánimo que decirle, pero no se le ocurrían más que mentiras y estas se le atragantaron antes de nacer.

A su alrededor fue creciendo el silencio y la tensión mientras recuperaban el aliento. Layla, la esposa de Dhan, los miraba recelosa y la princesa no sabía si le incomodaba que ella fuera humana o que el muchacho no fuera del todo elfo. Supuso que ambos. O tal vez simplemente les culpaba de su situación actual. Haze le habñia dicho que no era una mujer fácil.

-¿Y ahora qué? -Dijo finalmente Dhan, sentado en una roca a unos metros de ellos, mientras rascaba distraidamente la corteza de un árbol.

-¿Ahora donde nos escondemos? -Jaron levantó el rostro de entre las manos. Mireah pudo advertir en su tono de voz que la conversación podía ir por derroteros desagradable-. Podemos no escondernos e ir a Leahpenn a luchar.

-Por supesto -el pelirrojo enrojeció mientras fruncia el ceño-. Ese es un gran plan, sobretodo si queremos morir de forma absurda y no servir de nada a nadie.

-Claro, porque ahora estamos siendo de gran utilidad.

-Jaron... -la humana trató de apaciguarlo poniendo una mano sobre su brazo, pero el joven se apartó.

-¡Estoy harto de correr y esconderme y correr y esconderme y correr un poco más! ¿O es que no os importan las vidas que se van a perder hoy?

-¿Que si no me importan, medioelfo? -El rostro de Layla era una máscara sombría-. Conozco a las gentes que van a morir hoy. Son mis vecinos y amigos, la gente que han visto crecer a mi niñita, los que me ayudaron a huir del Qiam sin preguntar. Esas vidas no pueden importarte la mitad siquiera de lo que me importan a mí, pero si nosotros morimos junto a ellos no quedará nadie para detener al maldito Qiam. Nadie para vengarlos.

Jaron apartó la mirada, avergonzado y furioso a partes iguales.

-¡Pero habrá algo que podamos hacer!

-Lo habrá -dijo Haze, entrando en la conversación. Era el único que no se había sentado y había estado escuchando ausente hasta el momento, pero por lo visto estaba más presente de lo que aparentaba-, pero para ello hemos de sobrevivir a la primera embestida. Por desgracia, me temo que habrá tiempo de sobras para luchar y muy pocas opciones de evitarlo.

-¿Y qué propones?

-Que Dhan os lleve con alguno de los amigos de mi hermano.

El pelirrojo chasqueó la lengua, pero no dijo nada. Fue Layla de nuevo la que tomó la iniciativa.

-No es tan fácil.

-Lo imagino, si fuera fácil Dhan nos habría llevado con ellos al empezar todo esto. Pero ya no hay tiempo para remilgos. Vamos a tener pocos aliados, más nos vale empezar a reunirlos a todos.

-No se refiere a eso, Yahir. Los amigos de Jaron eran todos nobles. Están en el Castillo Real, preparandose para el funeral y la coronación.

Mireah vio la sonrisa aflorar en los labios de Haze. Tal vez no fue la única en verla, pero sí la única en entenderla. El Castillo... Pensaba que esa locura se le había olvidado, pero era obvio que no.

-¿De qué habláis? ¿Qué amigos? -Quiso saber Jaron.

-Durante el año en que tu madre vivió con nosotros, Jaron y un grupo de allegados solían reunirse para crear un nuevo orden que trajera al amistad de las dos razas -le explicó su tío-. Sarai solía decir que tú les traías esperanza.

-Ya -el chico dio muestras de sentirse incómodo y cruzó los brazos sobre el pecho-. Pero si esa gente está en el Castillo Real, seguimos como al principio.

-¿Por qué?

La pregunta de Haze en su habitual tono calmo tomó por sorpresa a todos menos a Mireah.

-Ahora dirás que hemos de ir al Castillo Real -Dhan alzó una ceja, expectante.

-¡Pero si es donde está el Kiam!

-Lo sé. Pero es también donde está Alania y donde están las únicas personas que podrían ayudarnos. ¿No estabas harto de correr y esconderte?

“Y tu hermano” pensó Mireah. “Tu maldito hermano que no fue capaz de tener una palabra amable para ti. ¿Por qué no lo nombras? ¿Por qué no les dices que en realidad quieres llevarnos a la muerte por salvarle a él?”

Pero no dijo nada. Se limitó a arrugar más el dobladillo de la capa que hacía rato que estrujaba entre los dedos. Temía parecer desinteresada, pero sentía que si abría la boca iba a desencadenar un huracán.

-¿La fiebre te ha reblandecido los sesos? -El pelirrojo se rascó la cabeza. Parecía no saber muy bien si Haze hablaba en serio o no-. Puesto a suicidarnos prefiero machacar humanos en Leahpenn.

-¡Vamos! No estoy proponiendo entrar por la puerta principal, anunciando nuestra llegada y pidiendo una audiencia con el Qiam. ¿Sabes cuanta gente habrá acudido al funeral de nuestro fallecido monarca? Sólo propongo que nos acerquemos y evaluemos la situación. No hemos siquiera de llegar al castillo si no nos gusta lo que encontramos.

Dhan chasqueó otra vez la lengua, pero la princesa supo que ya le había convencido. Y donde fuera Dhan iría Layla. Eso también se lo había dicho Haze. Sólo quedaba Jaron. Ella, como Layla, también tenía claro que, equivocado o no, si tenían los días contados iba a pasarlos todos junto a Haze.

-¿No decías que cuanto más lejos de Zealor mejor? -dijo finalmente el chico, mirando a su tío a los ojos por primera vez desde que había regresado.

Haze sonrió sin humor.

-Supongo que ante la prespectiva de morir a manos de un ejercito invasor, prefiero malo conocido.

El chico volvió a guardar silencio, pero ya estaba todo decidido. Lo supo en el momento que Dhan se puso en pie y ayudó luego a su señora.

-Acabemos con esta locura cuanto antes mejor -masculló.

Y eso fue todo cuanto necesitaron para ponerse en marcha otra vez.

martes, 25 de enero de 2011

Paciencia

Iba a escribir otro capítulo con prisas, pero entonces me he dado cuenta que tengo una seman de vacaciones en un periodo en que no puedo hacer mucho por ahí (ni dinero, ni clima, ni nada), así que voy a tomarme esta semana para escribir unos cuantos capítulos a mi manera tradicional (primero a mano, luego revisados, luego PC) a ver si qeudo más satisfecha con lso resultados finales.

Este domingo veremos el fruto de este esfuerzo.

Por favor, sed pacientes unos días más, y con un poco de suerte será el último retraso al menos en un mes.

Gracias por vuestra comprensión. Ahora, ¡¡a buscar una libreta!!

lunes, 17 de enero de 2011

tercera parte, capítulo vigésimo noveno







Cuando llegaron al final del pasillo Nawar se sintió aliviado. No se le daba muy calcular el tiempo, pero estaba convencido de que había pasado al menos una hora recorriendo ese túnel en la más absoluta oscuridad.

El humano había intentado entablar conversación un par de veces, sin duda tan agobiado por la falta de luz como él, pero Nawar no estaba de humor para conversaciones triviales con tipos a los que apenas conocía y sus respuestas bruscas parecían haber acabado definitivamente con sus ganas de charlar. Sin embargo, a medida que pasaban los minutos después del último desaire, el que parecía haber sido el definitivo, el elfo se había arrepentido. El resto del trayecto en completo silencio fue definitivamente peor.

Pero al girar el último recodo habían notado por fin una corriente de aire y las formas de una puerta se recortaban a escasos metros, enmarcada por un fino rectángulo de luz. Por fin había llegado a los aposentos de Faris.

Se detuvo e indicó con un gesto al humano para que hiciera lo mismo. No fue hasta que este chocó con él que recordó que Miekel tampoco veía nada. Se volvió hacia el joven, molesto por su propia estupidez. Sus ojos empezaron a acostumbrarse a la penumbra y pudo insinuar su tupido ceño fruncido.

-¿No es esa puerta?

-Sí –susurró, aunque en realidad no podía estar seguro de ello hasta que no la abrieran. Y tal vez ni así. Sólo había estado en los aposentos de Faris una vez y de eso hacía bastantes años-. Pero será mejor que nos acerquemos con cautela.

El humano asintió, moviendo afirmativamente su rostro peludo en silencio, y esperó a que Nawar se acercara al rectángulo de luz. Era apenas un resquicio de luz mortecina la que se filtraba por la apertura, pero a Nawar se le antojó maravillosa. Puso la oreja contra la pared y se sorprendió al sentir madera y no piedra. Cerró los ojos, tratando de oír algún ruido que le indicara si la habitación estaba ocupada. Esperando oír la voz de su señor, de hecho, algo que confirmara que el nudo que tenía en el estómago desde que había visto los soldados del Qiam en el patio era infundado. Ningún sonido le llegó desde el otro lado.

Intentó ver algo por una de las rendijas, pero fue tan infructuoso como el intento anterior.

-Parece que no hay nadie –admitió en un susurro.

-¿Entonces es seguro entrar?

Por toda respuesta Nawar empezó a tantear la puerta en busca del resorte para abrirla. No tardó en dar con él. Supuso que no tenía mucho sentido esconder el resorte de las puertas en un pasadizo que, se suponía, sólo quienes lo conocían podían recorrer.

La puerta se abrió hacia adentro sin un chirrido. Hizo tan poco ruido que elfo y humano no hubieran sabido si de veras se había abierto si el pasillo no se hubiera visto inundado de luz. La luz pagada de un amanecer nublado, pero luz al fin y al cabo después de minutos de oscuridad y silencio.

Nawar fue el primero en sacar la cabeza. Era definitivamente la habitación de su Alteza. Reconoció los muebles y los escudos decorando las paredes, pero no le gustó comprobar que la cama no sólo estaba vacía si no que no estaba desecha. Era demasiado pronto por la mañana para que ningún criado hubiera subido a hacerla aún.

Le indicó al humano que le siguiera, convencido ahora de que la habitación estaba vacía. Miekel miró alrededor con una mueca, dándose cuenta él también de que el lugar estaba vacio.

-¿Y ahora? -el humano seguía susurrando y se agachó un poco, como para hablarle al oído.

-No sé -confesó susurrando a su vez. A pesar del vacío de la estancia se sentía como si estuviera invadiendo la intimidad de su señor, como si hablar en voz alta en aquel lugar que no les correspondía fuera una falta de respeto-. Esperaba que Su Alteza estuvierqa aquí aún.

-Tal vez Jaron y la Princesa han llegado antes.

Nawar negó con la cabeza, señalando la cama hecha y la mesa, donde reposaba la cena fría e intacta. ¡Demonios! Le dolía tanto la cabeza...

-Su Alteza no ha dormido aquí -caminó hasta el escritorio, por si encontraba alguna pista, algún indicio de donde podía haberse metido su señor-. Tal vez...

No pudo acabar la frase. Apenas había andado tres pasos cuando la puerta del armario se abrió y un muchacho saltó sobre él, derribándolo. Nawar se cubrió la cabeza con las manos, temiendo el golpe definitivo que acabaría con los pocos sesos que conservaba, pero Miekel se adelantó, agarrando al chico por la solapa y levantándolo en el aire.

El muchacho soltó un exabrupto nada decoroso al reparar en el rostro peludo del humano, apenas tres palabras cortas y mal sonantes, pero fueron suficientes para que Nawar reconociera la voz.

-¡Dejáme ir, monstruo! -Chilló el muchacho que no era un muchacho, tratando de golpear a Miekel.

Nawar se incorporó, más humillaod que magullado, y puso una mano en el brazo del humano, pidiendole que pusiera a la mocosa en el suelo y permitiendo que esta reparar en él.

-¡Nawar! -Alania corrió hacia él y le abrazó. Luego pareció reparar en lo que había hecho y se apartó de él, llevándose las manos a la boca-. ¡Oh! ¡Cuanto lo siento! Pensé que érais hombres del Qiam. No pretendía hacerte daño.

El rubio sonrió a su pesar.

-No me has hecho daño -le revolvió el pelo pelirrojo, tan corto como el de un muchacho. Vestía ropas negras de luto, ropas de varón y Nawar reparó en que tenía algunos cortes en las manos-. ¿Qué haces tú aquí?

-Estaba esperando a que Faris volviera. Quiero decir, esperando a que Su Alteza volviera. Dijo que volvería al amanecer y ha amanecido hace ya un rato.

-Vas a tener que ir un poco más atrás para que entienda algo de lo que estás diciendo.

La muchacha le explicó cómo se había escapado de casa de sus padres y como, al saber que el Qiam había quemado Fasqaid, decidió ir a buscarles al Castillo Real, convencida de que era para el Rey para quien él trabajaba.

-Pero no era el rey, era Faris... bueno, Su Alteza. Aunque la verdad es que me acerqué mucho. Eso tienes que concedermelo.

Faris la encontró, pero la muerte del Rey impidió que el príncipe pudiera irse del Castillo esa misma noche para llevarla a un lugar seguro, así que la hizo pasar por su paje, Taren. Pero esa noche el príncipe se había ido mientras ella dormía.

-Pero eso no es lo peor, ni mucho menos -prosiguió la elfa.

Miekel se había sentado en el escritorio de su señor y Nawar se había apoyado en una columna, pero entre el humano y él dieron buena cuenta de la cena fría de su señor mientras la niña hablaba. Nawar empezó a recordar porqué le irritaba tanto y se arrepintió de haberle pedido más datos, pero ya era tarde.

-¿Y qué es lo peor? -Quiso saber el humano, a quien Alania aún miraba con cierto temor.

-Los hombres del Qiam vinieron a buscar a Faris a media noche, de muy malos modos, pero él ya no estaba y no pude evitar que me llevaran con el Qiam. Me reconoció, así que ya sabe que Faris me estaba ocultando.

-¡Mierda!

-Me escapé de ellos y por eso estaba esperando a Faris, para advertirle, pero por si entraban hombres del Qiam buscándome me escondí en el armario.

-¿Y hubieras atacado a cualquiera que hubiera pasado por aquí?

La muchacha asintió con gesto orgulloso.

-¿Y si hubiera sido Su Alteza?

Esto hizo enrojecer a la elfa, cuyo rostro podría haberse confundido con su cabello.

-No seas tonto. A él le hubiera reconocido.

-¿A él sí y a mi no?

-¡A ti no te esperaba!

-Creo que hay cosa más importantes de qué preocuparse en estos momentos -dijo Miekel, cortando la absurda conversación que a Nawar ya se le estaba yendo de las manos-. ¿Por qué mandaría el Qiam a buscar a vuestro príncipe en medio de la noche?

-¿Qué estás pensando?

-Que Jaron y la Princesa llegaron antes que nosotros.

-Imposible, ¿cómo iban a saber donde buscar?

-Bueno, reconozco que Jaron es un poco tozolón, pero a poco que la Princesa tenga dos dedos de frente habrá deducido que si el rey había muerto el príncipe estaría cumpliendo con su obligación -fue su respuesta, dando un sonoro mordisco a una zanahoria para subrayar su conclusión.

Nawar reconoció que tenía razón. Además, él le había hablado a la princesa de las obligaciones del Luto. Podía muy bien habersele ocurrido ir directamente al Castillo Real. ¿Era posible que hubieran dado con el camino? ¿Por qué si no iba a verse obligado el Qiam a despertar a Faris a media noche? ¿Por qué si no iba a preparar a sus hombres para la marcha incluso antes de que los humanos atacaran?

-Pero Su Alteza no estaba -dijo finalmente, dejando las patatas que estaba comiendo. De repente ya no tenía hambre-. Sólo el Qiam.

-¿Jaron está aquí? -La muchacha miró ora a uno, ora al otro, buscando no sabía muy bien qué-. Pero se había ido a su casa, con... -su mirada se detuvo en Miekel.

-¿Con los humanos? -Finalizó el joven con una sonrisa pesarosa-. Me temo que nos encontró.

-Y el Qiam le tiene... -se llevó una mano a la boca mientras los azulísimos ojos se le llenaban de angustia y lágimas. Y eso que ella no había visto lo que el Qiam le había hecho a Haze.

-Es sólo una suposición.

-Hay que rescatarlos -se secó las lágrimas con un gesto rápido antes de que llegaran a salir-. Eso es. Les rescataremos y luego iremos a buscar a Faris, sea donde sea que se haya metido.

-Estará en Segaoiln'ear -dijo Nawar mientras deseaba tener la mitad de confianza en su éxito que tenía la muchacha. Si su señor se escondía allí estaba perdido. Era el primer lugar donde buscaría el Qiam. Tal vez incluso el primer lugar que el Qiam quemaría si descubría que Haze estaba allí también -Malditos Yahir -masculló para sí.

-Bueno, donde sea. Primero habrá que rescatar a Jaron y a Mireah.

-Primero habrá que averiguar donde están prisioneros, digo yo.

La muchacha sonrió confiada, cogiendo uan gorra que estaba arrugada en un rincón del diván. Se la caló hasta las orejas y luego se atusó un poco el pelo de la nuca.

-Éso dejaselo a Taren. ¿Sabías que las criadas le han cogido mucho cariño al nuevo escudero de Su Alteza Real?


lunes, 10 de enero de 2011

tercera parte, capítulo vigésimo octavo





Aunque el cielo estaba encapotado y gris, Faris sabía que el sol hacía rato que había salido. Los humanos habrían entrado en Leahpenn. Ya habrían entrado en la Nación. En su Nación, la que como Rey se suponía que tenía que proteger.

¡Maldito Zealor! ¿Cómo podía vender al pueblo que había jurado servir a los humanos? Siempre había tenido la certeza de que había algo oscuro en el alma del Qiam, pero... ¿una guerra con los humanos? Siempre creyó que su intentción seria manipularle, reinar en lugar del rey. Estaba preparado para afrontar eso. Sin embargo, si el medioelfo y la humana no mentían, las intenciones de Zealor iban mucho más allá. Superaba con creces sus peores temores.

Cabalgó intentando pensar en qué haría cuando llegara a Leahpenn y por fin viera al ejército humano, qué podría hacer para impedir que su pueblo fuera masacrado bajo las temibles armas de metal. ¿Era cierto que eran de metal? Debió de haberlo preguntado a la princesa. Tal vez sólo era una leyenda. ¿Y si no lo era? Si no lo era todas las almas se perderían, para siempre. Su propia alma se perdería para siempre si moría.

¿Habrían matado a Nawar los humanos con un arma de metal? ¿Le había enviado a morir así?

Apartó de sí esos funestos pensamientos que no ayudaban en nada. Debía pensar un plan. Debería haber ido a avisar a sus hombres. Ir a Leahpenn era un estupidez.

“Una soberana estúpidez”, pensó con una sonrisa torcida, lamentando que el que posiblemente fuera a ser su último chiste se perdiera sin que nadie pudiera oirlo.

Pero si no se presentaba en Leahpenn y sí lo hacía el Qiam iba a perder credibilidad delante de su pueblo y eso era precisamente el tipo de victoria que no iba a ofrecerle a Zealor Yahir.

A pocos Kilometros del pueblo vio a la lejos un grupo a caballo y azuzó su montura. Reconoció los uniformes de los hombres del Qiam, así como al jinete que iba a la cabeza. Era uno de los oficiales de mayor rango de Zealor y uno de sus hombres de confianza. No vio ningún miembro de la guardia real con ellos y eso le escamó.

-¡Alto en nombre del Rey! -les gritó, esperando que se detuvieran.

El capitán volvió la cabeza hacia él y alzó una mano, deteniendo a su tropa. Al menos parecía que le había reconocido.

-El Rey ha muerto -dijo sin embargo cuando el joven estuvo suficientemente cerca para escucharle.

-Lo sé perfectamente, Capitán -A Faris no le gustó la desfachatez del soldado ni su mirada condescendiente-. Y si no me equivoco eso me convierte en rey a mí.

-No hasta que el Qiam os haya coronado, “Alteza” -el Capitán fingió una inclinación mientras casi escupía el título-. De todos modos, estáis muy lejos de Palacio. Os vais a perder el Funeral Real.

El funeral real... Casi lo había olvidado. Pero Faris sospechaba que el funeral por su padre no iba a celebrarse nunca y ese soldado lo sabía. Sabía de los planes de su señor y por eso había dejado de fingir respetarle.

Faris decidió no dejarse amedrentar. Aparecer en Leahpenn con los soldados del Qiam podría reafirmar su figura frente a la de su Excelencia.

-¿Os dirigís a Leahpenn? -Preguntó, ignorando la provocación. El soldado frunció el ceño -¿Bien? Os he hecho una pregunta, Capitán. Tal vez no sea rey, pero soy vuestro Príncipe Heredero y más os vale responderla. ¿Os dirigís a Leahpenn?


-Así es, Alteza. Alguien dio la voz de alarma en la población y Su Excelencia nos ha enviado a investigar que hay de cierto.

Por supuesto.

-Os acompaño.

Faris esperaba una negativa, así que se sorprendió cuando, tras un silencio, el Capitan simplemente asintió.

-Como deseéis, Alteza. Pero cabalgaréis entre mis hombres. Estaréis más seguro.

Dos elfos se colocaron en cada uno de sus flancos. El capitán se situó en la vanguardia y el resto cerraron la retaguardia. De repente el príncipe se sintió poco cómodo con aquella situación, pero por el momento no podía hacer otra cosa que aceptar. Np había mucho tiempo que perder y no quería levantar más sospechas de las que ya habría despertado en una sola noche.

Así que cuando el Capitán se dio por satisfecho hizo un gesto con su mano y partieron al galope, cubriendo la poca distancia que los separaba de su objetivo.

Vieron las columnas de humo mucho antes de ver el pueblo. También oyeron los gritos y los cascos de caballo. Leahpenn ardía entre risotadas y bravuconadas humanas.

El Capitán dio la orden de detenerse para evaluar la situación y el príncipe se situó junto a él, olvidado el resquemor ante el horror que se abría frente a ellos. Era cierto que había recibido entrenamiento militar, pero nunca le interesó demasiado. Ellos eran apenas una docena y parecía haber al menos medio centenar de humanos cablagando por los restos de Leahpenn. Sus armas de metal refulgían a la luz de las llamas.

-Son demasiados.

-Eso parece -fue la calmada respuesta del militar.

-Deberíamos enviar a por refuerzos. Si nos enfrentamos a ellos será una masacre.

-No creo que nadie tenga que morir hoy.

Faris apartó la vista de las llamas y se volvió hacia el Capitán de la Guardia del Qiam. Hubiera querido preguntarle a qué se refería, pero de repente sintió un dolor lacerante en el costado y para cuando su mente le avisó, el puñal que le habían clavado ya había salido.

-Bueno, nadie excepto vos.

Y el elfo golpeó con la parte plana de su espada los cuartos traseros de la montura del Príncipe.

-¡Larga vida al rey! -gritó mientras el caballo, encabritado, empezaba a correr.

Faris apenas tuvo tiempo de agarrar las riendas mientras sentía como la sangre empapaba su jubón y su montura, agotada y enloquecida por el golpe y el fuego que se abría ante ellos, se negaba a obedecer.