domingo, 25 de julio de 2010

tercera parte, capítulo décimocuarto






-Así que éste era su plan todo este tiempo.

Decir que su hermano era ambicioso era quedarse corto.

De modo que el plan de Zealor siempre había sido esperar a que el rey enfermara y muriera para dar la señal a los humanos de atacar. A Jaron Yahir no le sorprendió tanto como sabía que debería. Posiblemente planera salvar lo que quedara de la Nación y dejar de ser el Qiam para convertirse en Rey. O en cualquier otro título que deseara inventar. Y Meanley creía que le iba a dar poder sobre los humanos... Si conocía a su hermano mediano este contaba con que el príncipe querría deshacerse de él desde antes incluso de que naciera.

El medioelfo y la humana le miraban, esperando una reacción. Y una negativa, sin lugar a dudas.
La verdad era que si existía un sólo momento para huir de todo aquello y olvidarse de todos para siempre era ese. Pero, ¿le apetecía seguir huyendo?

-Ya no quedan muchas piedras en su camino -se limitó a decirles.

El chico frunció el ceño, pero pareció entenderle. De todos modos, fue la princesa quien habló.

-Sólo Faris. Y mi padre.

-Deberíamos dejar que ese par se enfrentara y se mataran mutuamente -opinó apoyándose en la pared-. Sería el único asesinato de Zealor que no lamentaría.

-Ése y el de Haze -la humana le lanzó una dura mirada y Jaron tuvo que reconocer que la joven tenía valor. Valor y sentido comun, pues a pesar de haberle hecho saber lo que opinaba de él con esas cinco palabras no se entretuvo en su odio-. Pero por tentadora que se a tu idea, mucha gente inocente moriría antes de que eso ocurriera y está en nuestras manos evitarlo.

-¿Y cómo pensábais hacerlo? ¿Dejándoos atrapar por los espías del Qiam?

El chico enrojeció, posiblemente de verguenza e ira.

-Íbamos a avisar al príncipe -se defendió.

-Podemos llegar a Segaoiln'ear antes del amanecer -prosiguió la humana al ver su sonrisa divertida-. Faris sabrá que hacer.

-Aunque eso sea cierto, que lo dudo, ¿de qué iba a serviros? -Jaron no podía creerse que el futuro de la Nación estuviera en las manos de ese par ahora mismo. No por primera vez desde que empezara la conversación pensó que lo mejor era dar media vuelta e irse, pero no lo hizo. No aún-. ¡El Rey ha muerto, idiotas! El príncipe no va a estar llorándole en su residencia privada. Estará en Palacio, rodeado de consejeros y soldados, siguiendo el protocolo del Luto Real que el Qiam quiera imponer. Y aunque estuviera allí, para cuando pueda reaccionar los soldados de tu padre ya habrán asolado Leahpenn.

-¿Y qué propones? ¿Que nos rindamos y nos escondamos en el bosque mientras los demás luchan y mueren? -El medioelfo dio un paso hacia él, resentido-. Total, no sería la primera vez en tu vida. Ni la segunda.

-¿Que insinuas?

-¿No lo sabes, cobarde? ¿Dónde estabas mientras Zealor torturaba a tu hermano? ¿Dónde, mientras mi madre moría en tierras humanas?

-No tengo que darte explicaciones. A ti menos que a nadie, engendro -Jaron Yahir apretó los puños.

-¡Jaron! -La princesa se interpuso entre ellos-. ¡Los dos Jarons! ¡Por Dios! No tenemos tiempo para vuestras rencillas -miraba a su amigo, dándole la espalda a él. El muchacho le sostuvo la mirada un momento para luego mirar a la humana-. No es momento de dejar que la basura que te contó Zealor te envenene. Y tú -se volvió hacia él con un dedo acusador alzado-, vuelve a llamar engendro a tu hijo y yo misma me encargaré de decirle a Zealor donde encontrarte.

-No es mi hijo -masculló testarudo.

-No es mi padre -escupió el muchacho.

-¡Me importa un bledo! ¿Tenéis alguno de los dos una idea mejor que correr como el viento hasta Segaoiln'ear con la esperanza de que Faris esté allí? ¿Sí o no?

La muchacha humana se alzó orgullosa en toda su estatura, que no era poca, mirando ora uno, ora al otro, con el ceño fruncido y el gesto resuelto. Llevaba el cabello recogido en un moño como era su costumbre, pero algunas hebras de negros rizos se habían escapado aquí y allí, enmarcando su rostro algo alargado. Por primera vez desde que la conociera pensó Jaron que podía llegar a ser hermosa y entendió qué creía ver Haze en sus ojos oscuros. En otras ocasiones el pensamiento le había llenado de rabia pero esta vez sólo le dejó una sensación de vacío en la boca del estómago.

-Sí tengo una idea mejor -le dijo a la humana.

La chica suspiró, aliviada y le regaló una media sonrisa como muestra de paz. El medioelfo se limitó a cruzar los brazos sobre el pecho y mirarle con odio.

-¿Cual? -Quiso saber.

-Quedáos aquí y os lo enseñaré -respondió sin mirar al hijo de Sarai.

Por lo que había dicho la princesa parecía que Zealor le había contado algo y él había decidido creerle. La idea no contribuyó a llenar la nausea y el vacío. Al contrario. Y sin embargo el vacío parecía liberar un peso que no había sabido que cargaba.

-Eso sí -en lugar de al chico miró a los ojos negros y redondos de la humana-, más os vale que no os entretengais. En Segaoiln'ear estaréis a salvo por un tiempo al menos.

-¿Qué vas a hacer?

-Asegurarme que el aviso llega al príncipe a tiempo.

Ambos entendieron lo que quería decir, pues el gesto de la humana se suavizó y el chico descruzó los brazos mientras su ceño mostraba su confusión.

-Haze siempre dice que no eres la persona que muestras -le dijo la joven a modo de disculpa, aceptando su plan sin saber todos los detalles.

-Haze se equivoca, como siempre, Princesa. Y ahora más te vale coger al mocoso y salir de aquí.

-El mocoso tiene un nombre -protestó el medioelfo.

-Decidle a Dhan que siento haber sido una carga todos estos años -continuó, ignorando al engendro que llevaba su nombre y que jamás debería de haber nacido-. Y a Haze... -dudó. Las palabras que había pensado se le atragantaron antes de llegar a formarse y años de rencor vencieron en el último momento. No podía pensar en nada que decirle a su hermano pequeño-. A Haze decidle que es él quien debería haber ardido.

El ceño de la humana, que se había relajado hasta el punto de mostrarse amistoso, volvió a fruncirse. El chico dio un paso hacia él con los uños crispados, pero Mireah le detuvo.

-Y tú quien debería haberse pasado sesenta y siete años en una mazmorra -dijo la princesa con calma-. Y ahora vé. Los soldados de mi padre no tardarán en llegar.

Y sin decir nada más se tapó la cabeza con la capucha de su capa y tirando del brazo del medioelfo, dio media vuelta. El chico tampoco dijo nada antes de seguir a su amiga, pero le miró un momento. El también parecía debatirse con las palabras y finalmente tampoco encontró nada para él como él no lo había encontrado para Haze.

Jaron esperó a que los dos doblaran la esquina para ponerse la capucha a su vez y partir hacia la plaza principal de la ciudad.

Llevaba sesenta y siete años huyendo, escondido. Dhan creía que el odio era lo que le mantenía con vida y en cierto modo era verdad. Siempre pensó que si vivia lo suficiente podría devolverle el golpe a Zealor de algún modo y recuperar lo que había perdido. El paso d elso años había convertido esa convicción en una costumbre, como tomar el té a media tarde o enceder el fuego al caer la noche. El odio le había llegado tan hondo que había llegado a pensar que algún día iba a suceder. Que iba a vengarse de veras y ser de nuevo quien un día fue.

Idiota.

Ahora sabía que no había nada que recuperar. El vacío había substituido por fin al odio tras todos esos años y se había dado cuenta de su estupidez. La muerte de Zealor no iba a devolverle nada porque ya no quedaba nada. Nunca iba a recuperar su rostro ni su casa ni a su esposa ni a su hijo.

Pero aún podía vengarse. No matando a Zealor, por su puesto. Eso quedaba muy lejos de sus posibilidades. Siempre lo había estado a pesar de su obsesión. No. No matandole, pero sí podía darle la sorpresa de su vida. Zealor le había arrebatado todo, sus padres, su futuro, su esperanza... Ya era hora de que él le pagara con la misma moneda.

Llegó a la plaza, desierta a esa hora de la noche y caminó con calma hasta la campana de alarma. Y pensó mientras la hacía sonar y la plaza se llenaba de elfos y elfas alarmados y curiosos por igual que la cara de su calculador hermano mediano bien iba a valer la pena.


jueves, 15 de julio de 2010

tercera parte, capítulo décimotercero

Jaron Yahir se había acercado a Leahpenn movido por su consciencia a pesar de que incluso él mismo había llegado a creer que esta ya no existía.

Tras dejar a Layla en un lugar seguro había emprendido su camino sin saber muy bien a dónde ir ni cómo iba a mantenerse oculto sin ayuda esta vez cuando se había dado cuenta de que muy pposiblemente la hija de Dhan ya habría tenido tiempo de llegar a Fasqaid y ver que no había nadie allí. Lo lógico en un caso como ese hubiera sido regresar a casa, donde descubriría que su madre también se había fugado.

Furioso con Layla por haber sido tan incosnciente como para dejar a semejante mocosa sola, y con Dhan por haber sido tan idiota como para arriesgarlo todo por Haze, Jaron se descubrió a sí mismo camino a Leahpenn. La niña le odiaba y el sentimiento era mutuo, pero era la hija de Dhan y Dhan era el único amigo de verdad que jamás había tenido. Además, no podía permitir que Zealor diera con ella.

Las campanadas indicando la muerte del rey le había pillado de camino, pero no se había detenido a llorar al viejo monarca como sin duda estaba haciendo la Nación entera. En realidad era una casualidad favorable por una vez. Con la Nación abstraída por el Luto la búsqueda de los traidores quedaría paralizada por un día o dos.

Hacía años que no pisaba el lugar, pero no tuvo ninguna dificultad para orientarse a la ténue luz de la mañana que nacía. Se había echado la capucha sobre la cabeza a pesar de no tener miedo a ser reconocido. ¿Quién iba a hacerlo? Pero alguien como él podía llamar la atención y levantar suspicacias y cuanto menos gente pudiera recordar su paso por la ciudad, tanto mejor.

Pero no había rastro de Alania. O bien la mocosa era más lista de lo que parecía a simple vista o los hombres del Qiam ya habían dado con ella. Al fin y al cabo, no habían tenido reparos en allanar el caserío de su amigo y destruir su propiedad. Que Alania fuera una niña no iba a detenerles. Pero pronto se dio cuenta de que no debían de haberla capturado todavía, pues vio ir y venir a un par de elfos que a pesar de no ir vestidos con las ropas de la guardia del Qiam era más que evidente que mantenían la casa vigilada. O Zealor se estaba volviendo torpe con los años o era demasiado engreido como para temer a ningún enemigo.

Desde su escondite estuvo vigilando la casa y sus alrededores sin más variaciones que un sutil cambio de guardia por parte de los sabuesos de su hermano hasta que la tarde murió. Fue entonces cuando los vio llegar y apenas podía creerse que fueran tan idiotas como para acercarse de ese modo a la casa.

El engendro y la princesa humana se detuvieron en un callejón a discutir. Jaron les escuchó hablar con creciente interés mientras nombraban a su Alteza el príncipe Faris y hablaban de un ejercito humano que estaba en camino.

¿En qué se habían metido? ¿Podía ser ese el motivo de la dejadez de Zealor?

Así que para salir de dudas y para evitar que el mocoso hiciese la énesima estúpidez del mes, salió de su escondite y les hizo saber que estaba allí.

-¿Qué haces aquí? -El tono del medioelfo era acusador lo cual le hizo una cierta gracia. Como si el muchacho esperara algo de él...

-¿Yo? ¿Que hacéis vosotros, par de idiotas, aquí y que es eso de que los humanos van a atacar Leahpenn?

domingo, 11 de julio de 2010

tercera parte, capítulo décimosegundo





Cuando por fin pudieron llegar junto a la casa de los Hund sus ánimos se vinieron abajo. Era más que evidente que estaba vacía. Y no sólo eso. Desde donde estaban escondidos podían ver que la puerta parecía forzada y algunas ventanas estaban rotas. Parecía que había sido saqueada.

-No lo entiendo -Jaron frunció el ceño confuso y, al parecer de Mireah, dolido-. Prometió dejarles en paz.

No hizo falta que dijera de quien hablaba. La humana le entendió perfectamente. Se refería a la promesa del Qian. A la princesa no le gustó el tono de su amigo, quien parecía seguir buscando desesperadamente algo de decencia en Zealor Yahir. En eso le recordaba a Haze y francamente, era una de las cosas que más la enervaban de él.

-Y tu tío dijo que siempre cumplía sus promesas -añadió-, pero parece que ha decidido empezar a no hacerlo.

-Pero... No lo entiendo -Repitió Jaron-. ¿Crees que estarán con algún pariente?

-Esperemos.

Y no añadió nada más, porque vio en el rostro del medioelfo que pensaba aferrarse a esa idea.

Agotados física y psicológicamente, se apoyaron en la pared. Mireah no necesitaba esa nueva preocupación sobre sus espaldas ni mucho menos la necesitaba Jaron. Pero no podían quedarse allí a lamentar la suerte de su amiga o pronto iban a tener que lamentar la suerte de toda la Nación.

-Vamos, hemos de llegar hasta Faris -Mireah tomó al muchacho del brazo.

-Podría estar aún aquí -Jaron ni siquiera la había escuchado.

Mireah suspiró.

-No te hagas esto, Jaron. Si la tiene Zealor estará a salvo de los humanos cuando estos lleguen a Leahpenn y estoy segura que cuando Faris sea Rey podrá hacer algo por ella.

El chico hizo un mohín, pero no apartó los ojos de la casa.

-En cinco minutos pordría haber entrado y salido y nadie me habría visto.

Mireah iba a decirle que eso le parecía lo más estúpido que jamças había oçido en su vida, pero no hizo falta. Alguien habló en su lugar.

-Si yo os he visto, ¿que te hace pensar que los guardias de incógnito que el Qiam tiene apostados por todo el pueblo no van a verte?

Se volvieron los dos hacia Jaron Yahir con un respingo. El elfo llevaba la cabeza tapada con una capucha, pero su tono y sus manos quemadas le delataban. Era él sin lugar a dudas.

-¡Maldita sea! -Dijo, bajándose la capucha y mirándoles con una cierta sorna-. El mundo no es tan pequeño. ¿No voy a poder librarme nunca de vosotros?

-¿Qué haces aquí? -El tono del medioelfo era acusador. “¿Por qué no ayudaste a Alania?” decía sin necesidad de formularlo.

-¿Yo? ¿Que hacéis vosotros, par de idiotas, aquí y que es eso de que los humanos van a atacar Leahpenn?

lunes, 5 de julio de 2010

tercera parte, capítulo décimoprimero





La noche acababa apenas de caer pero un airecillo refrescante entraba por la ventana entreabierta cuando Faris regresó a sus aposentos tras asegurarse que la capilla ardiente de su padre había sido dispuesta correctamente. Era lo único útil que había hecho en todo el día.

Con un suspiro desabotonó el cuello de su casaca mientras se dejaba caer en una silla junto a su escritorio, contemplando con desgana los papeles que había estado leyendo ese mediodía y que se suponía que debía terminar de leer para el día siguiente. O eso decía el Qiam que requería la tradición.

La verdad era que Faris lo dudaba. Tenía la sensación de que Zealor Yahir estaba complicando los rituales del luto por algún motivo. Y aunque estaba seguro de que en parte era para reafirmar su autoridad delante del consejo, algo le decía que había más detrás de las horas de reuniones innecesarias a las que estaba sometiendoles. El no poder siquiera imaginar qué ganaba con todo eso le enervaba, y ya estaba bastante nervioso como para añadir más tensión.

Miró con envidia a Alania, que dormía como un tronco en su sofá. Ése era otro tema peliagudo. Iba a tener que hacer algo con ella tarde o temprano. A pesar de no haber mentido al afirmar que nadie iba a fijarse en un paje más de dos minutos lo cierto era que alguien podía reconocerla en cualquier momento y las preguntas que se generarían no serían fáciles de responder.

Pasó una mano por su corto cabello rubio, intentando aclarar la mente y despejar las ideas. Era complicado. Estaba muerto de sueño. Llevaba casi dos días en pie y no había nada más tentador que echarse en la cama y esperar a que el gallo le despertara al salir el sol. Pero tenía tanto que hacer...

Se masajeó las sienes, preparando una lista mental de cosas pendientes. El luto, la coronación, Alania, el Qiam, los traidores a la Nación a los que había dado cobijo en su residencia particular...

-Nada de dormir, Faris -se dijo, poniendose en pie y yendo hasta su armario para cambiarse las pesadas ropas ceremoniales por algo más cómodo y adecuado para sus planes.

Tenía que ir a Segaolin'ear y cuanto antes partiera antes podría estar de vuelta. Con un poco de suerte tal vez podría permitirse una hora de sueño o dos a su vuelta.

Pensó en la posibilidad de llevarse a la muchacha consigo, pero no era el momento. Iba a ser mucho más fácil salir furtivamente si sólo era uno. Así que en su lugar le dejó una nota, por si se despertaba antes de que él hubiera regresado, y abrió el pasadizo secreto que partía de una esquina de su habitación y que daba al patio.

De ahí a los establos era fácil llegar sin ser visto y durante la más de media hora de cabalgar que le esperaba tendría tiempo de pensar qué hacer con Haze Yahir. Lo que estaba claro era que no podía seguir oculto en su casa.

-Pan comido -murmuró con acritud antes de escabullirse por la apertura de la pared, que se cerró tras él como si nunca hubiera estado allí.

Sólo esperaba no atragantarse con ningún mendrugo.