jueves, 2 de octubre de 2008

Capítulo decimosexto



Hacía más de un cuarto de hora que habían entrado en la cabaña y al menos diez minutos que nadie decía nada.
Jaron, sentado junto a Mireah, su mano en la de la princesa, se cansó de observar la punta de sus botas y alzó los ojos, buscando a Alania. La muchacha, refugiada en el regazo de su padre, rodeada por sus fuertes brazos, estaba inusualmente callada. Su cabeza reposaba en el hombro de Dhan y sus ojos estaban fijos en la escena que se desarrollaba a escasos pasos de ellos.
Haze había insistido en atender la herida de Nawar y él y su pa… y Jaron Yahir trataban de lavarla y vendarla con lo que tenían a mano. No hablaban ni se miraban. Sólo trabajaban. Y Nawar les dejaba hacer, pensativo.
Jaron reparó al fijarse mejor en que su tío (porque, fuera de quien fuera hijo, Haze era su tío, ¿verdad?) estorbaba más que ayudaba, pero cuando Nawar hizo gesto de vendarse él mismo Haze insistió en hacerlo, deseoso de ser útil.
¿Cuántas cosas debía de haberse perdido? Si de veras tenía 53 años cuando lo encerraron… En fin, se había pasado más años encerrado que libre. ¿Cuántas cosas estaba haciendo por primera vez?
Nawar poniéndose en pie y mirando el vendaje con ojo crítico le distrajo de esos pensamientos.
-Deberíamos irnos de aquí –dijo-. Vuestro hermanito no tardará en venirnos a buscar.
Se hizo el silencio durante unos instantes en que todos parecieron muy interesados en las manchas del techo y de la pared hasta que finalmente Haze suspiró, levantándose a su vez y llevando la palangana hasta la pica.
-Nawar tiene razón. No podemos quedarnos aquí.
-¿Ah sí, listillo? –Ladró de repente su hermano mayor-. ¿Y donde propones que vayamos? Porque no he sido yo quien, para variar, le he mostrado a Zealor el camino a mi escondite.
Haze se mordió el labio. Por lo visto no iba a responderle.
Jaron se puso en pie a pesar de los intentos de la princesa de impedirlo.
-No ha sido su culpa.
El otro Jaron volvió hacia él su rostro quemado y el muchacho reprimió un escalofrío.
-Cierto. Es culpa tuya, mocoso del demonio. Pero fue él quien os llevó hasta Dhan. Él quien, sabiendo lo que eres, te trajo a estas tierras.
-¿Lo que soy? ¿Y qué soy?
-¡Basta! –Haze se interpuso entre ellos, cortando la discusión antes de que el adulto pudiera responder-. Esto es absurdo. Da igual de quien es la culpa. Ya tendremos tiempo para eso. Ahora hemos de salir de aquí –se volvió hacia Nawar-. ¿Qué hay de La Casa Secreta?
Nawar frunció el ceño, lo cual quería decir que estaba pensando en ello.
-¿La Casa Secreta? ¿Crees que cabríamos todos?
-Justos, pero sí. Y será temporal.
-Mmm...… -Nawar cruzó los brazos-. Y desde allí tendríamos una cierta movilidad. Aunque habría que conseguir comida. Y armas que pudieras usar –añadió con una sonrisa burlona.
-¿De qué habláis? –Pidió Dhan-. ¿Qué Casa Secreta?
Los dos jóvenes pusieron cara de recordar en ese momento que no estaban solos.
-Bueno, cuando éramos críos Nawar y yo jugábamos a menudo a escaparnos de casa.
-Nah. Tú te escapabas. Yo sólo te hacía compañía. A mí si me querían en casa.
Haze sonrió.
-Lo que sea. La cuestión es que teníamos una cueva a la que yo llamaba La Casa Secreta porque ni Zealor ni Jaron sabían donde estaba. Allí ganaremos tiempo.
Jaron Yahir miró a su hermano largamente, como dándose cuenta de algo por primera vez, pero no dijo nada.
Jaron también miró a su tío. Empezaba a pensar que tal vez la cosa no fuera como Dhan les había explicado. Al fin y al cabo, Alania tenía razón. Se había arriesgado al llevarlos hasta Dhan Hund y a pesar del miedo que tenía a su hermano (a sus hermanos, le corrigió una voz interior) estaba allí, echando una mano, sin reprochar nada a nadie.
-A mí me parece buena idea –dijo el muchacho finalmente.
Y cuando su tío le sonrió agradecido se sintió mejor de lo que había sentido en varios días.


Finalmente se habían dividido. Dhan y Nawar iban a por provisiones y agua mientras Haze conducía al resto a la cueva que él llamaba La Casa Secreta. Jaron Yahir caminaba en silencio detrás de la humana y de la hija de Dhan y de vez en cuando sus ojos se desviaban hacia su hermano menor, convertido ahora en un adulto.
Una parte de sí mismo insistía en recordarle que debería alegrarse de saberle vivo, pero era tan débil y pequeña como las partes de su cuerpo no quemadas por el fuego y era fácil de ignorar. No pensaba olvidar que era él quien le había traicionado, arrebatándole todo cuanto tenía. Su vida, su amor, su esperanza…
“En mi casa sí me querían” había dicho Ceorl.
Y recordó que era cierto. Haze siempre estaba escapándose de casa, de clase… de todas partes. Pero no era cierto que no le quisieran. No entonces. Al menos él sí le había querido cuando no era más que un niño, antes que le vendiera a Zealor y a los humanos. Pero ya hacía demasiado de ello.
“La humana dijo que era prisionero de Meanley en tu nombre”, recordó.
La humana…
Intentaba ignorarla, aunque no le salía muy bien. Una descendiente de la familia de Sarai... No se parecía en nada a su esposa y sin embargo… algo en su gesto y en sus ojos negros… Fruncía el ceño del mismo modo y las pocas veces que había sonreído al muchacho mientras este le relataba sus aventuras había podido comprobar cómo se iluminaba su rostro.
Por eso evitaba mirarla. Porque no era ella y sin embargo no podía dejar de recordarla al mirarla.
¿Y qué le quedaba si ignoraba a su hermano y a la humana? La niña y el maldito medioelfo.
Por lo que Haze le había dicho, secundado por Dhan y la humana, éste no quería saber nada de su tío. Y sin embargo ahora caminaba junto a él, en silencio, con algo parecido a la confianza en la mirada.
Niñato veleta.
Jaron desvió la vista de nuevo hacia el paisaje esperando que fuera menos doloroso, pero en realidad no era así. Estaba andando por caminos que hacía más de sesenta años que no practicaba, por bosques y paisajes otrora familiares y acogedores y que ahora le hacían sentir un extraño.
Estaban cerca de Suth Blaslead cuando Haze les indicó con un gesto que le siguieran en silencio.
Les llevó hasta un promontorio desde donde se podía ver todo el pueblo, No era un pueblo excesivamente grande, pero Jaron sintió una punzada de nostalgia como ya no creía poder sentir. No había pisado su pueblo natal desde… Desde el día en que había muerto a ojos de todos.
Y allí estaba, la plaza en la que se montaba el mercado los jueves, y la fuente y el abrevadero y, dominándolo todo, la casa de los Yahir, tan antigua, tan señorial e imponente…
-Mira, Jaron –dijo Haze de repente y él tardó en darse cuenta de que se dirigía al medioelfo-. Esa de ahí es la casa de los Yahir.
El muchacho abrió los ojos con sorpresa.
-Es enorme. ¡Parece la casa de un noble!
Haze sonrió, pero fue Alania quien respondió.
-Claro, zote, sólo un noble puede llegar a ser Qiam.
-¿Sois nobles?
-Somos –Haze puso una mano en el hombro del muchacho-. Recuerda que tú también eres un Yahir.
Jaron gruñó ante esto, pero prefirió ignorar la evidente provocación de su hermano.
-Quería que conocieras tu hogar antes de seguir –continuó hablando Haze al muchacho- ¿Vamos? –Y, con la mano aún en su hombro, empezó a guiarlos otra vez.
El chico, sonrojado, continuó tras su tío, dedicando una última mirada a la casa y, de reojo, a él mismo. Jaron le ignoró, pero no pudo evitar mirar él también hacia la casa Yahir. Tan vacía, tan sola…
“Quería que conocieras tu hogar antes de seguir”
La rabia volvió a sus entrañas.
Eso sí que no. El engendro de Zealor no iba a vivir en esa casa nunca. No si él podía evitarlo.