jueves, 28 de agosto de 2008

Capítulo Undécimo




Jaron empezaba a arrepentirse de haber seguido el consejo de Alania. No sólo estaba harto de hacer todo lo que ella decía sino que además tenía la sensación de que se habían perdido. Hacía dos días que habían dejado la casa de Dhan Hund para ir a buscar a aquel hombre de las manos quemadas y aún no habían llegado a ningún sitio. Pero la vez que se le había ocurrido comentarlo la muchacha se había ofendido tanto que no le había hablado en medio día, así que prefería seguirla en silencio. Por el momento Alania era la única persona que le quedaba después de la marcha de Myreah.

Cuanto más pensaba en ello, más traicionado se sentía.

¿Por qué no había podido quedarse a su lado? ¿Qué tenía de malo su gente? Alania le había dicho que no tenía derecho a recriminarle nada a Myreah, que si se había enfadado con ella había sido más por celos que por otra cosa y que era un crío. ¿Un crío? ¿Y ella que sabía? Él no estaba celoso de nadie, y menos de su tío. Era sólo que... que él la había conocido primero. Además, él era su pariente, ¿no? Podía perfectamente haberse quedado con él y ayudarlo. Pero no, tenía que volver con los suyos. Pues que volviera, a él le importaba un comino lo que hiciera de ahora en adelante.
Alania, deteniéndose de repente, lo sacó de su ensimismamiento.
-Mira, es ahí –dijo, señalando con un dedo una especie de cabaña no muy bien camuflada entre la maleza.

Jaron tragó saliva. Ahí podía estar su padre, Jaron Yahir. Sintió como el corazón se le aceleraba sin poder hacer nada para evitarlo. Su padre... Cuántas veces lo había imaginado en esos sesenta y siete años... ¿Se parecería a él o más bien a su tío? ¿Tendría la sonrisa amable que él siempre había imaginado y la mirada tan llena de fuerza y valor como él había creído siempre que sería? De repente tuvo miedo. ¿Y si Alania se equivocaba? ¿Y si no era su padre quien vivía ahí? Sus pasos se detuvieron y se sintió incapaz de dar un paso más. Fue Alania quién, tomándolo del brazo, lo obligó a avanzar hasta la puerta de la cabaña.

-¡Vamos! ¿A qué esperas?

Jaron tomó aire varias veces antes de atreverse a llamar. Hubo unos terribles segundos de silencio antes de que la puerta se abriera. Una figura encapuchada abrió, sus manos aparecían quemadas a través de sus mangas.

-¿Quién sois? –Preguntó. Su tono indicó al muchacho que, quienquiera que fuera, no estaba muy acostumbrado a recibir visitas y le gustaba que fuera así.

Jaron abrió la boca para hablar, pero ningún sonido salió de ella. Se dio cuenta de que temblaba y pensó en lo estúpido que debía parecer, allí plantado, con la boca abierta y temblando como un bobo. Pero no podía hacer nada para solucionarlo, temblaba sin poderlo evitar. De nuevo, tuvo que ser Alania quien tomara la iniciativa.

-Esa misma pregunta es la que nosotros venimos a hacerle, señor.



-¿Cómo que no estaban?

-Pues eso, Yahir, que el chaval se había largado y ese tal Hund no sabía dónde podía estar.

Haze miró a Nawar preguntándose si realmente le era tan indiferente como parecía. Y ese Jaron... Tendría que haber supuesto que iba a hacer algo así, parecía suficientemente cabezota. Por no decir estúpido.

-¿Y Myreah?

-¿Te refieres a la humana? Hund dijo que se había ido antes, por su cuenta, que quería regresar entre los suyos o algo así. El mismo día en que él regresó.

-Por su cuenta... Y eso que le dije que cuidara de ellos. ¡Maldito Dhan Hund! Nunca debía haberlos dejado solos.

-Vamos, Yahir, ¿te vas a culpar por lo que hayan hecho en tu ausencia?

-¿Y de quién es la culpa, si no?

-¿De Hund? Recuerda que los dejó para ir a ve-a-saber-dónde.

-Los dejó... Cierto. ¿Dónde iría?

-¿Crees que tiene importancia?

-Puede ser. Tal vez ya tenía planeado ese viaje antes de mi llegada, o tal vez... ¿por qué salir precipitadamente justo después de saber que aún sigo vivo?

-¿Insinúas que fue a ver a alguien a quien podía interesar esa información? Pero, ¿a quién? –Nawar se puso en pie y, tras ajustarse bien la capa y lanzarle a Haze la suya, dijo-. Propongo que vayamos a Leahpenn y lo averigüemos.

-¿A Leahpenn?

-Sí, Yahir, a Leahpenn. Y no pongas esa cara de “no quiero meterte en problemas” porque no puedes enmendar lo que ya está hecho. Ya estoy en problemas.

Haze no replicó, se limitó a ceñirse la capa y a seguir al joven Ceorl. En el fondo era agradable saber que no estaba solo en medio de ese berenjenal.



Si alguien le hubiese dicho a Dhan Hund que iba a alegrarse de ver a Haze Yahir probablemente les hubiese partido la cara ahí mismo. Pero se alegraba. No enormemente, puesto que su hija había desaparecido probablemente por culpa suya, pero se alegraba al fin y al cabo. Cuando el elfo y su joven compañero llegaron a su casa esa noche, les invitó a pasar. Iba a ser más fácil dar con el medioelfo si eran tres.

-No voy a preguntarte como fue porque dudo que lo sepas –fue lo primero que dijo Yahir al tomar asiento.

-Tienes razón, no lo sé. Sólo sé que fui a llevar a la humana a algún camino seguro y que, cuando regresé, tu maldito sobrino y mi hija ya no estaban.

Haze Yahir se tomó un tiempo antes de continuar.

-Dice Nawar que no sabes a dónde fueron.

-¡Claro que no lo sé! ¿Crees que estaría aquí de brazos cruzados si lo supiera?

-Por supuesto que no, Hund. ¿Tampoco sabes qué ha sido de Myreah?

-Si ha seguido mis consejos debe de estar a salvo en algún lugar, entre su gente.

De nuevo Yahir hizo silencio. Por un momento, Dhan creyó que el joven iba a reprenderle o algo así, pero cuando continuó hablando su tono seguía siendo el de siempre.

-Hay algo que necesito saber, Hund, ¿y tú? ¿Adónde fuiste tú?

-¿Yo?

-Sí, tú. Te conozco poco, pero sé suficiente de ti como para saber que no hubieses dejado solo a aquel par si no hubiese sido por algo importante. ¿Qué?

-No es de tu incumbencia.

-Claro que lo es. Se trata de mi hermano, ¿verdad? Fuiste a verle a él.

Dhan Hund iba a defenderse cuando el joven que se había presentado como Nawar Ceorl se le adelantó, tomándolo por el cuello de la camisa.

-¿Le denunciaste al Qiam?

-Tranquilo, Nawar –Haze obligó al joven a apartarse, lo que en el fondo le salvó de la ira de Dhan, que iba acumulándose poco a poco-, no es de ese hermano del que hablo.

-Entonces... ¿Insinuas que Jaron Yahir...?

-Sandeces –Dhan se arregló la camisa con un gesto nervioso. No se le ocurría qué más decir, nunca había sido muy imaginativo. Era por eso que su hija siempre decía que no sabía mentir.

-Fuiste a ver a Jaron... Por supuesto, ¿a quién, si no? –Una sonrisa se dibujó en el rostro del joven Yahir, una sonrisa mezcla de sorpresa y alivio- Mi hermano está vivo. ¿Lo sabe Zealor? No, claro que no. Menuda estupidez –Haze parecía no salir de su asombro-. Vivo... ¡Vivo! ¿Do... Dónde ha estado todo este tiempo? ¿Oculto?

Hund gruñó como respuesta. Le hubiese gustado poder decir algo como: “Estas como una cabra, Yahir”, pero temía abrir la boca y decir algo indebido. Así que optó por callar. Haze Yahir seguía demasiado anonadado como para notar su incomodidad, pero no Nawar Ceorl. El joven, al cual la sorpresa inicial parecía haber abandonado ya, sonrió de un modo extraño y dijo:

-Esto cada vez es más interesante. Y bien, Hund, ¿cuándo vas a llevarnos hasta él?

-¿Hasta él? ¿Estas tan loco como Yahir? Jaron murió hace sesenta y siete años.

-Sí, hombre, sí. ¿Ya has pensado en que, si nosotros hemos sabido atar cabos, tu hija y su sobrino pueden haberlo hecho también?

-Imposible.

-¿Seguro? Si yo, que no te conozco en absoluto, puedo darme cuenta de que mientes, imagina tu hija.

Hund vio a dónde quería llegar el joven, pero era tan absurdo... Aunque su hija hubiese imaginado que mentía... ¿cómo iba a saber dónde buscar? A no ser... A no ser que le hubiese seguido. Pero... si el muchacho se presentaba en aquella cabaña solo...

-De acuerdo, os llevaré hasta allí. Pero sólo porque quiero dar con mi hija.

La sonrisa triunfal de Ceorl no gustó a Dhan. Ese joven parecía demasiado interesado en dar con Jaron. De todos modos ya había dicho que lo haría, así que se puso en pie. Ceorl iba a secundarle cuando Haze Yahir habló:

-Yo no voy.

-¿Qué? –Ceorl se volvió hacia él.

-Que no voy. Mi hermano no debe querer saber nada de mí. Además, alguien ha de buscar a Myreah.

-¿A la Humana? ¿Para qué?

-¿Cómo que para qué? Para que no la maten. Tanto si el Qiam da con ella como si lo hace su padre, no va a ser un trago agradable. Y me gustaría evitárselo.

-¿Y el chico?

-Confío en ti, Nawar. ¿Querías ayudarme? Pues ya tienes el modo. Tal vez cuando haya dado con Myreah, me reúna con vosotros.

-¿Quieres entonces que te diga como llegar, Yahir?

-Si te fías de este traidor...

Y Dhan Hund se sorprendió a sí mismo confiando en Haze Yahir como su hermano lo había hecho sesenta y siete años atrás. Sólo esperaba que esta vez el resultado fuese distinto.




La tarde moría para cuando Jaron dejó de caminar. El medioelfo se detuvo de repente, tan de repente que Alania casi choca contra él. Y ahí se quedó. La muchacha esperaba que se sentara, que se volviera, o hablara, o llorara... que hiciera algo. Pero no. Sólo se quedó ahí, de pie, mirando a la nada oculta entre los árboles. Debía de haber sido un golpe muy duro. Había andado sin rumbo todo el día. La elfa estiró el brazo para tocar su hombro. Tal vez ahora sí se dejara confortar.

Jaron se apartó al instante.

-Jaron...

-¿Por qué no vuelves a tu casa? –Su voz estaba tan cargada de amargura...

-No volveré sin ti.

El medioelfo se volvió, pero no la miró a los ojos.

-¿Qué más te da lo que yo haga? ¿Qué le importa a nadie?

-No digas eso, medioelfo. A mí me importa.

Jaron gruñó algo, pero no dijo nada más, nada inteligible al menos. Se limitó a dejarse caer al suelo, hundiendo la cabeza entre las manos. Alania se sentó junto a él en silencio. Le hubiese gustado decirle tantas cosas... Pero no sabía cómo. Sólo sabía que no le importaba cuanta gente le diese la espalda, ella siempre iba a estar a su lado. Pero ¿cómo hacérselo entender?

-Alania –susurró Jaron-, olvida lo que he dicho, por favor. No quiero quedarme solo. Tengo tanto miedo...

-No te preocupes, no sé qué es lo que has dicho antes.

-¿Crees que...? ¿Crees que es verdad todo lo que me dijo?

-No seas ridículo.

-Pero...

-Mira, medioelfo, si tu no hubieses nacido yo no te habría conocido, ¿no? Y no se me ocurre nada peor en estos momentos que no haberte conocido nunca.

Alania se dio cuenta, demasiado tarde, de lo que había dicho. Ella y su maldita manía de hablar sin pensar. Quiso morirse cuando Jaron levantó la mirada, sorprendido, y la clavó en sus ojos azules. Ahora se iba a reír de ella, seguro.

-¿Sabes, Alania? Creo que eso es lo más bonito que nadie me ha dicho nunca.

-Yo... Mira, Jaron...

Y antes de que pudiese decir nada más, el medioelfo se abrazó a su cintura, ocultando su cabeza en el regazo de la muchacha.

Y mientras Jaron se desahogaba sobre su regazo, Alania no pudo más que pensar en lo afortunada que se sentía al poderlo tener así y se preguntó si eso que le inundaba el pecho debía ser lo que llamaban “enamorarse”.



Nawar no dejaba de repetirse que eso era lo que él y su señor habían estado esperando durante tanto tiempo, pero eso no era suficiente para dejar de pensar en lo mucho que estaba caminando últimamente. De la capital a Leahpenn y de Leahpenn a la capital, sólo para estar de vuelta a las pocas horas, y ahora eso. Ese Hund lo estaba llevando hacia Dios-sabía-dónde a un paso realmente acelerado.

No se detuvieron hasta bien entrada la noche. Sólo la débil luz que se escapaba a través de una raída cortina indicaba que en aquel lugar había alguien, alguien que por lo visto tenía cosas mejores que hacer que dormir. ¿Así que ahí estaba Jaron Yahir? Pues vaya un lugar dónde esconderse. Iba a tener que convencerle de algún modo de que saliera de ahí, no se imaginaba a su señor recorriendo todo ese camino para entrar en un cuchitril como ése.

Dhan Hund no se molestó en llamar antes de entrar. El elfo abrió la puerta y se introdujo en su interior seguido de Nawar, que no pensaba quedarse fuera con el frío endemoniado que hacía.

El elfo que había sentado a la mesa no tardó en ponerse en pie, volviéndose hacia sus visitantes. Nawar sintió un escalofrío al reconocer en las partes no quemadas de su rostro al otrora apuesto Yahir. Sus ojos violeta se posaron con nerviosismo en él para luego dirigirse hacia Hund.

-¿Quién es?

-Un amigo –se apresuró a decir el pelirrojo elfo-. Puedes confiar en él.

-Sabes que ya no confío en nadie. ¿Y se puede saber qué haces aquí a estas horas?

-¿No lo sabes, Yahir? –Nawar tomó asiento sin que nadie le diese permiso, estaba exhausto y no pensaba quedarse de pie por más tiempo.

Jaron le miró con el ceño fruncido y luego se sentó él también. No respondió a su pregunta.

-¿Han estado aquí? –Probó Dhan.

-¿Quiénes?

-Claro que han estado aquí, Hund. Yahir no hubiese estado despierto de no haber recibido hoy una visita tan inquietante –Nawar se recostó en la silla a la vez que se arrebujaba en su capa-. La pregunta es, Yahir, ¿por qué ya no están aquí?

-Se largaron por dónde nunca deberían haber venido –Yahir volvió el rostro para no tener que mirar a Hund-. Sí, Dhan, estuvieron aquí. Pero ya no están.

-Pero, ¿por qué?

-Porque eché a patadas a ese maldito muchacho –los ojos de Yahir brillaron un momento.

-¡Mierda! ¿A santo de qué? –Nawar casi se cae de la silla a causa de la sorpresa.

-Pretendía llamarme padre, ¡a mí! ¿Entiendes lo que he sentido al ver en su cuello el colgante que le regalé a Sarai? –Jaron Yahir se llevó las manos a la cara-. Siempre me escudé en la esperanza de que el hijo de Sarai fuese mi hijo. Ha sido como ver la peor de mis pesadillas hecha realidad.

-Jaron, que se le parezca no quiere decir que...

-¿No quiere decir qué? ¿Acaso puedes entender cómo me siento? Tu le has visto, ¡demonios! ¿Crees que es fácil para mí? Si fuese de cualquier otro sería distinto, lo aceptaría. Pero no puedo aceptar como si nada al hijo de mi hermano. Es demasiado.

-Un momento, un momento, un momento –Nawar se puso en pie mientras gesticulaba y hablaba mucho más aprisa de lo que lo había hecho nunca-. ¿El hijo de tu...? ¿De qué demonios hablas?

Jaron Yahir clavó en Nawar sus ojos violeta.

-No tienes muy bien informado a tu amigo, Dhan –dijo, mirando al elfo de reojo.

-No, no estoy nada informado. Y no soy su amigo, sólo estoy aquí por mis tíos.

“Y por mi señor”, pensó. Pero eso era algo que no podían saber, al menos de momento.

-¿Por tus tíos? Alguien debería explicarme qué demonios pasa aquí –Jaron se puso en pie y se acercó al fuego, dónde hacía rato que hervía un poco de agua-, ¿no creéis?

-Eso digo yo –le secundó Nawar-. ¿Vas a hacer té o ese agua es para tu colada? Con el frío que hace me vendría muy bien un té.

Yahir se volvió esbozando una mueca que bien podía ser una sonrisa o un mohín de reprobación.

-¡Demonios! Aún no sé tu nombre y ya me caes gordo.

El indescifrable gesto de su malogrado rostro no ayudó a Nawar a saber si Jaron bromeaba o no.

jueves, 21 de agosto de 2008

Capítulo décimo



Aquel lugar no era agradable, lo sabía. Más de una vez había tenido que sacar de ahí a algún amigo después de una pelea nocturna. Pero tener que ir a por sus tíos... Nawar Ceorl apenas podía creerlo. Aún tenía la esperanza de que todos aquellos vecinos de su tío se hubiesen equivocado. ¿Quién iba a querer encarcelar a unos ancianos?

El joven llegó hasta el guardia de la puerta, que le miró tan sombrío como sólo un carcelero sabía. El hombre esbozó un mohín de desagrado cuando Nawar le preguntó por Salman Ceorl.

-Sí, está aquí, en una de las celdas.

-¡Eso es imposible! ¡No ha hecho nada! ¿De qué se le acusa?

-De alta traición.

-¿Traición? ¡Eso es una estupidez!

-Si el Qiam dice que son traidores, lo son. Y opinar lo contrario es traición.

Nawar se mordió el labio, conteniéndose. ¡El Qiam...! ¡Pero si sus tíos habían cuidado de los Yahir toda su vida! ¿Cómo podía ese Zealor hacerles eso?

-Debo verles.

-Imposible.

-¡Por los dioses! ¡Son unos ancianos! Déjame al menos que les haga saber que me preocupo por ellos.

-¿Son tus abuelos?

-Tíos.

El hombre gruñó entre dientes, pero le dejó pasar, guiándolo hasta la celda de su tío.

-La mujer está en otra prisión –dijo, y en su voz había algo parecido a una disculpa-. Tienes cinco minutos, muchacho, no más.

Nawar asintió, mascullando un “gracias”, más por cortesía que por sentimiento. Luego se volvió hacia la celda. Su tío lo miraba entre apenado y avergonzado, sin rastro alguno de esperanza en su anciano rostro.

-Nawar, muchacho, ¿qué haces aquí?

-¿Que qué hago? ¿Qué haces tú? ¿Qué es eso de que el Qiam os ha acusado de traición a ti y a tía Noain?

-No tiene sentido discutir eso ahora. El Qiam ha hablado y su palabra es ley. Ya lo sabes.

-Su palabra... ¡Ese Zealor Yahir es una rata!

-No, Nawar. Estoy seguro de que incluso las ratas cuidan de los suyos.

El joven no entendía adónde quería llegar su tío, ni veía la importancia de matizar qué tipo de animal rastrero era Zealor. Nunca le habían gustado los Yahir, y mucho menos ése en concreto.

-Tengo que sacaros de aquí.

-No, eso es imposible. Lo sabes tan bien como yo.

-Pero... Debe haber algo que yo pueda hacer. ¿Crees que mi abuelo me perdonaría que no ayudara a su hermano en un momento así? ¿Qué tipo de Ceorl sería?

Su tío sonrió, tomando sus manos por entre los barrotes.

-Si tantas ganas tienes, sí hay algo que puedes hacer por mí. No creo que sirva para sacarnos de aquí, pero sí tranquilizará a mi querida Noain.

-Lo que sea.

-Busca a Haze Yahir y ayúdalo.

Nawar soltó las manos de su tío.

-¿Haze Yahir? ¿El mismo Haze Yahir que era catorce años mayor que yo? ¿El mismo que cuando cumplió los cuarenta ya no quería jugar conmigo porque era demasiado mayor? ¿El mismo por el que mi tía se desvivía? ¿El Haze Yahir que murió hace casi setenta años?

-Sí, ése Haze Yahir.

-Pero...

-Me temo que no puedo aclararte las dudas, mi querido Nawar.

-¿Por qué debería ayudarle?

-Dijiste que lo que fuera.

-Sé lo que dije, ¡demonios! Es sólo que... Sabes que no le soportaba.

-Por favor, el Qiam le persigue y temo por su vida.

-¿El Qiam? ¿Quieres decir que si ayudo a Haze fastidiaré a Zealor? –Una sonrisa se dibujo en los labios del joven. Haze Yahir podía haber sido un mocoso engreído e insoportable, pero por mal que le cayese nunca podría revolverle tanto como su hermano mayor-. Haberlo dicho antes.

-Entonces... ¿lo harás?

-Por mi tío, lo que sea.



El bullicio del mercado hacía que Haze Yahir se sintiera bien. Todo ese ir y venir de gente... casi lo había olvidado. Pero allí, en medio de aquella muchedumbre, estaba seguro, no era nadie, sólo un elfo más curioseando entre los mercaderes y los agricultores. Por más que le buscara, Zealor no iba a encontrarle ahí. Lástima que el mercado fuera sólo un día a la semana.

Haze tocó la bolsa que colgaba de su cintura. Había conseguido algo de dinero a cambio de un par de joyas, patrimonio de los Yahir desde hacía generaciones. No le había gustado tener que hacerlo, pero su hermano las recuperaría, en cuanto, siguiendo sus pasos, lo descubriese.

O no.

Su hermano era suficientemente retorcido como para dejarle con eso pesando sobre su persona para siempre.

El elfo suspiró y soltó la bolsa. Se le habían quitado las ganas de comer tortas, no podía gastarse el precio de su honor en eso.

Chocó contra alguien, un elfo de más o menos su edad que le miró fijamente antes de sacudir su cabeza y seguir su camino. Parecía haberlo mirado como si lo conociese. El joven se asustó, pero luego cayó en la cuenta de que podía tratarse de alguno de sus compañeros de juegos. ¿Por qué no? Que su cara le sonase no quería decir que tuviese que acordarse de su nombre o de qué lo conocía siquiera. Pero Haze se sentía ya intranquilo, así que se alejó del mercado y del bullicio para entrar en una taberna. Comería algo y luego... Luego, ¿qué?

Tenía que reconocerlo, no tenía ni idea de qué iba a hacer. Lo único que tenía claro era que iba a permanecer entre los elfos mientras pudiese, el miedo no iba a apartarlo de todo eso ahora que lo había recuperado. Podía... ¿Qué? ¿Regresar junto a su sobrino y la princesa? ¿Iban ellos a quererle a su lado ahora que sabían la verdad? No, claro que no. Pero es que estaba tan seguro de que Zealor iba a buscar también al muchacho... ¡Ojalá estuvieran bien!

Tuvo que desviar su atención de sus propios pensamientos cuando el tabernero se acercó a preguntar qué quería. Pidió algo, lo que fuera mientras fuera acompañado de una jarra de hidromiel, y siguió cavilando acerca de qué hacer. Ocultarse y seguir ocultándose era lo único sensato que se le ocurría, pero eso no iba a poder hacerlo eternamente.

Entonces nuevamente algo interrumpió su hilo de pensamiento. Una mano se posó en su hombro. Un sudor frío recorrió a Haze mientras se volvía hacia el mismo desconocido con el que había chocado en el mercado.

-¿Quién...?

-Sabía que eras tú, Yahir. Así que es cierto que estás vivo –el joven se sentó frente a él.

-No sé de quién me hablas –mintió Haze, desviando la mirada.

-Mentiroso. Sigues teniendo la misma nariz de siempre. Yo te la partí, ¿recuerdas? Jugando a la guerra.

Haze empezó a creer que realmente le conocía, pero no podía recordarle. ¿Que él le había roto la nariz? ¿No la había tenido rota siempre? Además, le daba mala espina. ¿Qué era eso de “así que es cierto que estás vivo”? ¿Quién se lo había dicho? ¿Qué quería de él?

-No me recuerdas, ¿verdad? ¡Maldita sea! ¿Cómo...? Te juro que como no me recuerdes no te ayudaré, diga lo que diga mi tío. Después de todo, nunca me gustaste.

¿Debía recordarle? ¡Por los dioses! Cabello rubio y rizado, ojos del color de la miel... Y había nombrado a su tío...

-¿Nawar? ¿Nawar Ceorl? –El joven sonrió, satisfecho-. ¿Tú me rompiste la nariz? ¿Y qué es eso de que nunca te gusté?

-¿Ya me recuerdas?

-S-sí... ¡Dioses! ¡Has crecido mucho!

-Bueno, Yahir, te lo dije una vez, ¿recuerdas? Yo sería más alto que tú.

Haze le observó de nuevo con incredulidad. Nawar Ceorl... Y parecía haberlo estado buscando... No hacía ni cuatro días que había visitado a Salman y ahora...

-¿Te envía tu tío?

-Sí, Yahir. Quiere que te ayude.

-¿Ayudarme? No, no debes. Tus tíos ya me han ayudado todo cuanto necesitaba. No quiero meteros en problemas.

-Creo que ya lo has hecho, Yahir.

-¿Qué?

-No sé a santo de qué, pero mis tíos han sido encarcelados por el Qiam.

Haze se llevó las manos a la cara. ¡No, eso no! Noain y Salman ¿en la cárcel? ¿Cómo podía Zealor? ¿Es que su odio no tenía fin?

-¡Dioses! Yo no quería... Si lo hubiese sabido...

-¿Por qué, Yahir? ¿Qué le has hecho a tu hermano para que castigue así a mis tíos por tu culpa?

-Nada, Nawar, aparte de saber más cosas sobre él de las que nadie sabe.

-Pues yo también quiero saberlas.

-No, no te conviene. Mi hermano ahora tiene casi tanto poder como el mismo rey. La verdad es lo que él dice, sea lo que sea lo que sepan los demás.

-Mira, Yahir, si es cierto que debo ayudarte, y lo voy a hacer digas lo que digas, quiero saber lo mismo que tú sabes.



Nawar revolvió sus propios cabellos con expresión de desconcierto.

-¿Pretendes hacerme creer que los humanos existen? –Dijo al fin.

-No pretendo nada, tú querías la verdad y yo te la he dado.

El joven resopló. ¿Humanos? Tenía ciento seis años, ya no creía en esas cosas. Pero... podía tener sentido. Si él hubiese sido Qiam y mantuviese relaciones cordiales con humanos, también desearía acabar con todo aquel que lo supiese. Eso sin duda podía acabar con la buena imagen de cualquiera.

-De acuerdo, pongamos que te creo... Resumiendo... que corretea por ahí un muchacho que es hijo de una humana y un elfo, ¿no? Y que crees que el Qiam tiene muy poco interés en que se sepa de su existencia, prueba más que fehaciente de que existen los humanos y de que no son tan monstruosos.

-Más o menos.

-Y mi tío quiere que te ayude...

Yahir esbozó una sonrisa, a lo que Nawar estuvo a punto de responder con otro bufido. El elfo había cambiado mucho en todos esos años, posiblemente debido al encierro que decía haber sufrido, pero seguía poseyendo aquello que siempre, siempre había provocado su antipatía: el cariño de sus tíos.

-Pues bien, Yahir, te ayudaré, pero no pienso ser yo quien piense el cómo.

-No es necesario, creo que ya sé como me vas a ayudar –el elfo levantó los ojos violeta del contenido de su jarra-. Hay cierto lugar al que no me puedo acercar sin temor a recibir un puñetazo. ¿Comprobarías por mí si aquellos a los que dejé están bien?



Nawar Ceorl llegó esa noche a su casa con la cabeza hecha un lío. Su madre enseguida le llenó de preguntas acerca del estado de su tío. El joven rehuyó las respuestas más directas, le dijo que su tío estaba bien, que no sabía de qué lo acusaban y un montón de mentiras más que su madre hizo ver que creía. Luego le sirvió la cena, pero Nawar no tenía nada de apetito.

-Mañana voy a Leahpenn, ¿quieres que te traiga algo?

Su madre le miró, seria.

-¿Y qué se te ha perdido allí?

-Algo que podría sacar a tío Salman de la cárcel.

Ella fue a replicar algo, pero alguien llamó a la puerta, interrumpiéndola. Nawar se puso en pie. Era mejor que fuera a abrir él, por si al loco de Yahir se le ocurría presentarse en su casa. Pero no, no era Haze.

-¿Nawar Ceorl? –Preguntó uno de los soldados del otro lado de la puerta-. El Qiam reclama tu presencia.

El joven elfo tragó saliva. ¿El Qiam? No había tenido tiempo aún de ayudar a Yahir y su hermano mayor ya lo reclamaba. ¡Maldita familia! Los odiaba, a todos. Aún así, no le quedaba otro remedio que seguir a aquel guardia y descubrir que era lo que ese Zealor Yahir quería de él ahora.

-Voy a por mi capa –dijo, pero el guardia lo tomó del brazo.

-La noche no es tan fría, Ceorl.

Y se lo llevaron. Podía haber puesto mucha más resistencia, patalear e incluso insultarlos, pero eso sólo hubiese servido para recibir una paliza y poner más nerviosa a su madre.



Cuando las puertas de su despacho se abrieron, dando paso a Nawar Ceorl, el Qiam, Zealor Yahir, ni siquiera se movió. Esperó a que los soldados salieran, dejándolos a solas. Entonces se puso en pie, indicando con un gesto a su invitado que podía tomar asiento mientras él servía un par de copas de hidromiel.

-Prefiero quedarme en pie, si no os importa, Qiam –el tono rebelde del joven Ceorl hizo sonreir a Zealor. Siempre le había parecido un mocoso impertinente, y los años parecían no haberlo cambiado en absoluto.

-Como gustes, no eres mi prisionero, si es eso lo que te preocupa.

-¿Ah, no?

-No, eres mi invitado –y Zealor le tendió una copa que, como era de suponer, el joven rechazó.

-Pues tiene vuestra excelencia un modo muy extraño de enviar invitaciones.

Zealor rió. Hacía mucho tiempo que nadie se atrevía a decirle esas cosas.

-Cierto que no es una invitación de cortesía, Nawar, pero no por eso deja de ser una invitación.

-Si no es mucha molestia, excelencia, ¿os importaría dejaros de rodeos e ir al grano? Mi madre parecía preocupada cuando vuestros soldados se me han llevado a la fuerza y me gustaría regresar cuanto antes junto a ella.

-De acuerdo, Nawar. Sé que esta mañana has hablado con tu tío y quiero saber sobre qué.

-¿Qué de qué hablamos? ¿A vos qué os parece? Quería saber qué podía haber hecho mi tío para merecer el encierro. Por cierto, él no supo responder. ¿Lo sabéis vos?

-Eso, querido Nawar, es secreto.

El joven sonrió. Parecía querer replicar algo, pero se contuvo. Al fin y al cabo era más inteligente de lo que cabía suponer a su actitud.

-¿Y bien? Aún no has respondido a mi pregunta, ¿qué te dijo tu tío?

-Mi tío me reprendió por insinuar que vos erais una rata por encerrar a aquellos que habían cuidado de vuestra familia durante tanto tiempo.

Zealor detuvo unos segundos su ademán de sentarse al oír esto. Fue involuntario, por supuesto, la sorpresa era un símbolo de debilidad que no le gustaba mostrar. O ese tipo estaba loco o era el elfo más estúpido y simple que jamás había conocido.

-No os ofendáis, excelencia, sólo trato de no ocultaros nada.

-Está bien, está bien –Zealor le disculpó con un gesto de su mano-. Comprendo que estabas ofuscado en ese momento, todos somos de carne y hueso, al fin y al cabo.

-Aunque algunos lo parezcamos más que otros. En efecto, excelencia, todos lo somos.

Ojalá hubiese habido algún rastro de burla en su voz, ojalá una sonrisa hubiese cruzado su cara, algo, alguna excusa para hacerlo encerrar. Aquel niñato se estaba burlando de él en su propia cara. Pero le necesitaba, necesitaba saber todo lo que él sabía, si es que sabía algo.

Zealor carraspeó.

-Bien, Nawar, ¿y qué sabes de mi hermano?

-¿Vuestro hermano? Jaron murió hace casi setenta años, ¿porqué preguntáis ahora por él?

¿Jaron? ¿Quién había preguntado por él? Ese Ceorl estaba acabando con su paciencia. Si actuaba, estaba haciéndolo francamente bien.

-No, cielos, no es por Jaron por quien pregunto.

-Ah, preguntáis por el otro, por... ¿Haze? También está... en fin, muerto, excelencia.

-Sí, ya sé, muerto –Zealor alzó sus ojos y los clavó en Nawar-. Sabes que está prohibido mentirle al Qiam, ¿verdad?

-Por supuesto que lo sé, señoría. ¿Qué clase de estúpido no sabría que no se puede mentir al Qiam?

Sí, claro, ¿qué clase de estúpido no lo sabría? Eso no quería decir nada, por supuesto. Saberlo no era lo mismo que ejercerlo, él lo sabía muy bien. Pero ese Ceorl parecía sincero. Bajo ese aspecto desdeñoso y altivo parecía haber más sensatez de la que uno creía poder suponer. Además, no podía arriesgarse a decirle más cosas de las que tal vez sabía. No, era mejor que se fuese por donde había venido. Si sabía algo o no ya lo descubriría a su manera. Sus hombres eran buenos espías.



Nawar volvió a su casa junto a su madre y durmió allí. Fue hacia el mediodía cuando partió en dirección a Leahpenn, besando a su madre en la mejilla y prometiéndole que estaría de vuelta a la mañana siguiente. Los hombres del Qiam le siguieron tal y como su señor les había ordenado, aunque empezaran a pensar que se había equivocado de hombre. ¿Cómo iban a encontrar algún rastro de traición en un joven como ese?

Por eso les sorprendió que a medio camino dejara el sendero y se introdujera en el bosque. Tal vez conocía un atajo, o tal vez no iba a Leahpenn después de todo. Aún así continuaron, siguiéndole de cerca sin ser vistos. Aunque no por mucho tiempo. De repente Nawar Ceorl se detuvo y se volvió, clavando sus ojos color de miel en la dirección en la que ellos se habían ocultado.

-¿Creéis que ya estamos suficientemente lejos de las miradas indiscretas? –Preguntó mientras desenfundaba la espada que pendía de su cinturón-. Sé lo que hacéis, seguirme por orden del Qiam, intentando averiguar si soy un peligro para él. Os confesaré un secreto: lo soy. Lástima que no vayáis a podérselo comunicar por el momento.



-Llegas tarde –le recriminó su señor al verlo llegar.

Nawar se encogió de hombros.

-Lo siento, mi señor, tuve que atender un par de asuntos primero.

-He oído que el Qiam te requirió anoche, ¿qué quería?

-Tranquilo, no me asoció con vos –Nawar se apoyó en un árbol, aún le dolía el brazo a causa del golpe propinado por aquel guardia-. Tiene más que ver con el hecho que mi tío haya sido encarcelado.

-Oh, eso. ¿Conoces la razón?

-Sí, mi señor, y creo que podrá sernos útil para nuestra causa. Incluso el Qiam tendría que dar explicaciones ante algo así.

-Sí, ¿Qué? ¿Qué sabes? –El joven elfo captó la excitación en la voz de su señor y no pudo reprimir una sonrisa.

-Lo siento, mi señor, pero antes prefiero comprobar que no me han tomado el pelo.

Su señor resopló.

-¿Entonces, me has hecho venir hasta aquí para nada?

-No, mi señor, en realidad quería pediros algo. Quería pediros que intercedierais a favor de mi tío. Sé que no podéis cambiar la acusación del Qiam, pero...

Otro bufido escapó de debajo de la capucha de su señor, pero este era casi un suspiro de resignación.

-Puedes estar tranquilo, Nawar, haré lo que pueda por él. Pero tú cuídate del Qiam, por favor. Si descubriese lo que pretendemos...

-Vos correríais más peligro que yo.

-Tal vez –su señor sacó una mano desde las profundidades de su capa y Nawar se arrodilló ante él, besando su anillo-. Ve pues, y tráeme buenas noticias cuando vuelvas.

-No temáis, mi señor, lo serán.


viernes, 15 de agosto de 2008

Capítulo noveno



Si la muchacha elfa no hubiese entrado a traerle la comida, Jaron estaba seguro de que hubiese podido seguir durmiendo. Y pensar que al principio se había resistido... Claro que, teniendo en cuenta cómo había pasado las tres últimas noches, no le extrañaba que el tener un colchón bajo su cuerpo le hubiese hecho caer dormido de ese modo.

Agradeció la comida y comió en silencio, esperando que de ese modo la muchacha se fuera. No es que le fuese antipática, pero aún estaba resentido con ella por haberse puesto de parte de Haze. Pero ella no se fue. Se limitó a sentarse junto a la cama, observándolo mientras comía con sus azulísimos ojos. Finalmente, algo incómodo, Jaron carraspeó.

-¿No está tu padre? –El muchacho se esforzó en encontrar un tema del que hablar.

-No, salió muy temprano esta mañana. No creo que regrese en tres o cuatro días.

-¿Y Myreah?

-¿La humana? Duerme. O lo finge muy bien –la elfa hizo un mohín-. Fuiste muy injusto con ella esta mañana, medioelfo, ¿sabes?

Jaron gruñó. Lo sabía, no necesitaba que ninguna muchachita elfa se lo recordara. Además, no le gustaba que lo llamara medioelfo.

-¿Por qué no la despiertas también a ella?

-Después. Hay algo que quiero hablar contigo antes de hacerlo.

-¿Conmigo?

La muchacha se puso en pie y cerró bien la puerta. Cuando habló su voz no era más que un susurro.

-Creo que mi padre te ha mentido. Creo que Jaron Yahir aún vive.

-¿Qué? Imposible. ¿Por qué iba a mentirme?

-¡Y yo que sé! Conozco a mi padre desde hace cincuenta y nueve años y medio, medioelfo –de nuevo esa palabra, esa palabra tan descriptiva y acertada-, y sé que te mintió. Lo vi en sus ojos. Además...

-¿Además?

-Verás, desde que tengo recuerdos (y no es por nada, pero tengo muy buena memoria), mi padre sale una vez al mes durante tres o cuatro días. Una vez le seguí, aprovechando que mi madre había bajado a la capital, y nunca entendí lo que descubrí. No hasta hoy.

-¿Qué? ¿Qué era?

-Después de un día casi entero de caminar, llegó a una cabaña. Y allí había alguien, no sé si elfo o humano, que le abrió la puerta y le dejó pasar. No vi su rostro, pues lo cubría una capucha, pero sí su mano, una mano de piel maltratada por el fuego.

-¿Quieres decir que...?

-Que tal vez sí hubo un incendio, pero que Jaron Yahir no murió en él.

El muchacho se quedó mirando la seria cara de la elfa, en busca de algún indicio de burla, pero no lo había. Alania hablaba muy en serio. Podía equivocarse, pero si estaba en lo cierto... ¿Su padre vivía? Una sonrisa involuntaria se dibujó en su rostro.

-¡Mi padre vive! –Y luego, como si acabara de darse cuenta de ello, añadió- ¡Y tú sabes dónde está! –Jaron tomó las manos de la muchacha entre las suyas-. ¿Me llevarás?

El mohín de la elfa le reprendió por hacer preguntas obvias.

-¡Por supuesto que sí! ¿Crees que te lo he contando todo para hacerte rabiar?

-¿Cuándo?

-Cuando mi padre regrese.

Jaron soltó las manos de Alania y resopló.

-¿Por qué tan tarde?

-¿Quieres averiguar quién es ese hombre de las manos quemadas? Pues hemos de ir cuando nadie sospeche de nosotros. Papá no sabe que le seguí, así que no podrá imaginar siquiera adónde te llevo.

Jaron suspiró. Parecía lógico. Tan lógico que no pudo rebatirlo. Tendría que esperar durante tres días, tal vez más. Pero él no estaba hecho para esperar.

-Pero no voy a poder aguantar tantos días aquí encerrado sabiendo que mi padre puede estar vivo en algún lugar del bosque.

-¿Tantos días? ¡Tenemos todo el tiempo del mundo! Sólo los ratones se preocupan del pasar de los días.

-¿Qué?

Alania resopló, haciendo volar su flequillo de un modo encantador que Jaron no había visto nunca antes.

-Es una frase hecha, burro. Quiere decir que tenemos demasiada vida por delante como para preocuparnos de un día más o menos. No hay prisa alguna.

-Oh.

Pero Jaron seguía sintiendo prisa.


Lo primero que vio Myreah al despertar fue el sonriente rostro de Alania, que le traía algo de comer. La joven lo agradeció entre bostezos y luego empezó a devorar la comida. Realmente tenía hambre. Alania se quedó con ella un rato, el suficiente para que nadie pudiese hablar mal de su hospitalidad y cortesía, y luego se fue dejándola sola de nuevo.

La humana suspiró al quedarse sola en la habitación. Tenía que empezar a pensar seriamente en cual iba a ser su próximo paso. No podía quedarse con los elfos eternamente y mucho menos volver a casa. Ojalá Haze se hubiese quedado con ellos, seguro que el elfo hubiese sabido qué hacer.

Myreah volvió a suspirar, fija su mirada en el vacío plato de sopa. No hacía ni medio día que se había marchado y ya lo echaba de menos.



Haze acabó de calzarse las botas que Salman le había dado y alzó los ojos hacia el anciano. Éste le ayudó a ceñirse a la cintura el puñal que le había traído de la casa de los Yahir en silencio. Noain miraba la escena compungida. El joven elfo se sintió culpable por tener que partir de un modo tan precipitado, pero sabía que si se quedaba sólo iba a meterles en problemas.

Cuando estuvo listo, carraspeó.

-No tienes que decir nada si no quieres, muchacho –le disculpó Salman-, lo comprendemos.

Haze sonrió. Sabía que era mentira, que no entendían nada de nada, pero el gesto los honraba. El joven los abrazó contra sí y, sin decir nada más, se fue por dónde había venido.

No pudo evitar recordar las palabras de Salman al regresar de la casa de los Yahir.

-¿Qué tiene Zealor contra ti, Haze? ¿Por qué no quieres que tu hermano sepa de tu regreso?

-Es mejor que no lo sepas, Salman.

-Estás tan distinto... Y no sólo porque sesenta y siete años son muchos, sino algo más profundo. Antes eras mucho más hablador.

-Sí, hablar más de la cuenta fue siempre mi problema.

Salman no había tratado de insistir, sólo le había dicho:

-Prométeme que te cuidarás. No es bueno meterse en líos con el Qiam.

¿Que no era bueno meterse en líos con el Qiam? Como si él no lo supiese, y probablemente de mejor tinta que cualquier otro. Además, él no estaba metido en líos, él era el lío. Estaba seguro de que Zealor había enloquecido de rabia al saberle libre. Pues que enloqueciera, no pensaba dejarse pillar nunca más.

Haze alzó los ojos al sol y calculó la hora. Si se apresuraba podría llegar a la capital antes de que el sol se pusiese. En una ciudad tan grande y llena de gente su hermano iba a tenerlo muy difícil para encontrarlo.


Aquella misma noche, Salman Ceorl recibió otra visita inesperada. Zealor Yahir, el Qiam, se presentó en su casa con la mejor de sus sonrisas. Salman envió a su esposa a la cocina, temeroso de que se fuera de la lengua, e invitó al Qiam a entrar en su humilde hogar. Salman intuía a qué se debía tan inesperada visita, pero Haze había estado muy esquivo en sus respuestas, así que el anciano no sabía a qué atenerse. Lo único que sabía era que iba a tratar de defender a Haze lo mejor que supiera.

Zealor tomó asiento y agradeció la taza de té que la anciana señora Ceorl le ofrecía. Luego, cuando Noain los dejó a solas de nuevo, habló:

-Ha estado aquí, ¿verdad?

Salman tragó saliva, evitando la mirada del Qiam.

-¿Quién?

-Oh, vamos, anciano, sabes a quién me refiero. Siempre supe que éste sería el primer sitio al que vendría.

-Sigo sin saber de qué hablas.

-Salman Ceorl –los ojos de Zealor se clavaron en los del anciano, estremeciéndolo-, sabes cuan grave es el delito de mentirle al Qiam, ¿verdad? No vengo a por Haze como hermano mayor, sino como Qiam de la nación élfica.

El anciano suspiró, si Zealor se escudaba tras su título no había nada que hacer.

-¿Quieres decir que todo este tiempo has sabido que tu hermano no había muerto?

-Es más, querido Salman, sabía dónde estaba.

-¿Y por qué nos hiciste creer que había muerto? Sabes cuánto le quería mi esposa.

-Porque creí preferible que conservaseis el recuerdo del pequeño Haze tal y como siempre habíais imaginado que era. ¿Crees que tu anciana esposa hubiese soportado saber que vuestro pequeño Haze era un traidor al pueblo elfo, sin honor alguno?

-Pero es tu hermano menor, ¿no tienes siquiera una pizca de compasión para él?

-Como hermano mayor me duele terriblemente saber que el menor de mis hermanos es un traidor. Como Qiam... Como Qiam debo acabar con él o encerrarlo de por vida. Mi deber es hacer lo mejor para los elfos, y por el momento mi hermano es una amenaza.

Si hubiese sido cualquier otro, Salman le hubiese creído. Pero no a Zealor. El mediano de los Yahir le había parecido siempre una persona fría y calculadora, pendiente solo de aquello que era mejor para él. Si había ayudado a la nación era sólo porque eso le beneficiaba, le permitía seguir en su cargo. A pesar de haberse encargado de él tanto como de Haze cuando era sólo un niño, Zealor no le había despertado nunca ningún sentimiento de ternura.

-Sí, Qiam, Haze Yahir estuvo aquí. Pero os juro por mi esposa que no sé a dónde fue.

-Pero sí sabrás la dirección que tomó.

-Tomó la dirección de la capital.

-Bien por mi hermanito. Debí haber supuesto que su curiosidad iba a poder más que su sentido común.



Hacía dos días que Dhan Hund había salido y su hija empezaba ya a contagiarse de la impaciencia del medioelfo. Se suponía que su padre no iba a regresar como mínimo hasta el día siguiente, pero a Alania las paredes empezaban a caérsele encima. Quería salir. Pero era tan poco hospitalario salir dejando solos a sus invitados... Si su madre no hubiese estado en la capital visitando a unos parientes... Claro que... No veía problema alguno en mostrarle a Jaron el lugar, pasaba perfectamente por un elfo de verdad. Seguro que no había visto nunca una aldea elfa. Había tantas cosas que podía enseñarle... Y a la humana no iba a importarle quedarse sola unas horitas.

Así que la muchacha se decidió. Esa misma tarde, ella y Jaron salieron con la excusa de ir a comprar un par de cosas. El medioelfo protestó al principio porque dejaban sola a la humana, pero pronto se le pasó, cuando empezó a pasear entre otros elfos. Estaba tan mono cuando miraba a su alrededor de ese modo...

-Alania –Jaron se volvió hacia ella con sus increíbles ojos, medio verdes, medio violetas–, ¿me lo enseñarás todo?

La muchacha sonrió. Ese medioelfo tenía cada pregunta... Seguidamente se colgó de su brazo y empezó a hablar de todo y de nada. No sabía exactamente qué entendía Jaron por “todo”, así que intentó no olvidarse de mencionar nada, por si al muchacho le parecía importante. El medioelfo se dejó guiar sin poner demasiada resistencia, lo cual no dejó de alegrar a Alania.

Al caer la noche aún estaban en la calle, sentados en la fuente de la plaza central, comiendo bollos. Y Jaron, para deleite de la muchacha, no había dejado de escucharla en toda la tarde.

-Es increíble –murmuró al fin-, quiero decir que... en realidad elfos y humanos son muy parecidos.

-¿De veras?

-Bueno, hay pequeñas diferencias, pero son mínimas.

-¿Ah, sí? Tal vez te parecen mínimas a ti, medioelfo. Dime alguna de ellas.

-Los humanos viven menos tiempo.

-¿Y eso te parece una diferencia mínima? ¡Sería horrible vivir menos tiempo! ¿Cómo de menos?

-Veamos... Un humano de mi edad es un anciano.

-¡Dioses! ¡Eso es terrible! –Entonces Alania cayó en la cuenta de algo- ¿Qué edad tiene la humana entonces?

-¿Dieci... diecinueve años? –Probó Jaron- No estoy muy seguro.

-¡Diecinueve! ¡Ja! Y cualquiera hubiera dicho que era mayor que yo. ¿No me estarás mintiendo, verdad?

-En absoluto, ¿por qué debería hacerlo?

Alania se encogió de hombros. A los chicos del pueblo les gustaba tomarle el pelo, desde siempre, y sin razón aparente. No veía porqué Jaron iba a ser distinto, a parte de porque era medio humano.

La muchacha suspiró, poniéndose en pie.

-¡Vamos! –Dijo a Jaron.

-¿Adónde?

-¿Cómo que adónde? A casa –la muchacha empezó a caminar por delante de Jaron, que no tardó en ponerse a su altura-. No debí dejar a alguien tan joven solo tantas horas. A saber qué podría pasarle.

Oyó a Jaron reír.

-¿Qué es tan gracioso?

-Que no has entendido nada.

Alania resopló. ¿Que no había entendido? ¿Y él qué sabía?



Jaron y Alania regresaron muy tarde de su paseo. La elfa se disculpó una y mil veces por haberla dejado sola tanto tiempo y prometió no volverlo a hacer nunca. Jaron le explicó que la elfa no había acabado de asimilar muy bien eso de que ella fuese bastante más joven. Myreah se ahorró el comentario, pero a ella también le costaba creer que ellos fuesen mayores que ella. Luego Jaron se puso a hablar y a hablar sobre los elfos, que si había visto esto, que si había hecho lo otro... ¿Tantas cosas se podían hacer en una sola tarde?

-¿Sabes que creo que es la primera vez desde que te conozco que te veo sonreír de ese modo? –Le comentó al elfo cuando este acabó de hablar.

-¿Que quieres decir?

-Bueno, ya sabes quienes fueron tus padres, ¿no? Ya has encontrado lo que buscabas. Y estás entre tu gente, en un lugar donde nadie va a envejecer más aprisa que tú. Estás en tu lugar, Jaron, y eso te hace feliz.

El muchacho elfo la miró con seriedad.

-Pero tú no lo eres, eso es lo que tratas de decirme, ¿verdad?

-Supongo –Myreah apartó la mirada-. Yo no pertenezco a este lugar, ni siquiera pertenezco a esta raza. No puedo permanecer oculta hasta que me muera, ¿no crees?

-Así que piensas irte –Jaron no lo preguntó.

-No me mires así, Jaron. Tú mejor que nadie deberías entenderme.

-Tal vez. O tal vez no quiera entenderlo. Porque tal vez sé que si mi tío se hubiese quedado pensarías diferente. Tal vez es que no sonríes desde que él se fue.

-¿Y qué si tienes razón? ¿Cambiará algo el que me lo eches en cara?

Jaron gruñó, pero no dijo nada más. Se limitó a quedarse sentado junto al fuego, mordiéndose las uñas. Alania carraspeó y se puso en pie.

-Voy a... a hacer la cena.

-Te echaré una mano.

Y la princesa siguió a la elfa a la cocina.

viernes, 8 de agosto de 2008

Capítulo Octavo



Mientras Salman iba a la casa de los Yahir en busca de todo lo que Haze le había pedido, el joven se dejaba cortar el pelo por Noain. La mujer había insistido tanto en hacerlo que Haze no había sabido cómo decirle que no. Además, su cabello lo necesitaba. El elfo dejó que su mente vagara mientras los tijeretazos de Noain lo hipnotizaban.

-Haze, cariño, ¿qué ocurrió hace sesenta y siete años?

¿Qué ocurrió? ¿Importaba acaso? ¿Por qué la gente se emperraba en que lo recordase constantemente?


Jaron y Sarai se conocieron y se enamoraron.

El año que siguió a la escena fue el peor año en la vida de Haze Yahir, peor que cualquiera de los sesenta y siete años de encierro que iban a seguirle.

Sarai realmente huyó de casa tras una fuerte discusión con sus padres y, a los pocos días, ya estaba casada con Jaron. Su hermano aún no se atrevía a presentar a su esposa en sociedad, pues era humana, así que buscó un lugar apartado en el que vivir junto a ella, dejando a Haze en manos de Zealor, su hermano mediano, y de los Ceorl. Al principio sólo Haze sabía de la existencia de Sarai, pero pronto Jaron empezó un movimiento para acabar con las diferencias entre humanos y elfos, intentando entre él y la bella humana erradicar las absurdas leyendas que corrían en uno y otro lado. No hubo amigo de su hermano que no estuviese de su lado tras conocer a la encantadora Sarai.

Fue al cabo de tres meses que Zealor lo buscó en plena noche.

-Te necesito, necesito tu ayuda esta noche –le dijo sin más.

Si fue con él fue por pura curiosidad, curiosidad que se vio de sobras satisfecha al ver con quien se reunía su hermano: dos humanos, montados en sendos caballos, se encontraron con él cerca de la linde del bosque y los condujeron hasta uno de esos castillos que tanto gustaban a los humanos.

Haze no sabía entonces que ahí vivía el príncipe de Meanley y que los dos humanos que los guiaban eran su hijo y el que debería haber sido su yerno.

Los llevaron a una gran sala dónde ardía un fuego en el hogar. Un gran cuadro adornaba la pared y la sorpresa del muchacho fue mayúscula al descubrir que el retrato era de Sarai. Costaba creer que en el retrato pareciese aún más hermosa que de costumbre. Haze se dio cuenta de que no podía apartar la vista de ella.

-Hermosa, ¿eh, elfo? –El amigo del hijo del príncipe se acercó al muchacho-. Cuando su padre la encuentre, será mi esposa.

Desde entonces, Haze supo que odiaba profundamente a ese tipo. No pudo reprimir una cínica sonrisa al preguntar:

-¿Si la encuentra? ¿Acaso ha huido de vos?

El humano lo miró extrañado, al igual que Zealor. Pero si el humano no entendió a qué venía aquello, sí lo hizo Zealor. Haze lo sabría más tarde, pero entonces Zealor tenía otros asuntos que atender, asuntos que Haze apenas vislumbraría hasta años después, hasta que toda su actividad se redujera a pensar en la soledad de su mazmorra.

Si hubiese sido mayor o hubiese estado menos abstraído mirando el gran retrato de la bella Sarai, tal vez hubiese entendido lo que pretendía su hermano. Sólo vio un intercambio de libros, un apretón de manos y el extraño brillo de los ojos glaucos de Zealor.

-Y de todo lo que has visto esta noche, ¡chitón! ¿De acuerdo? –Le dijo al dejar a los humanos.

Semanas después cruentas leyendas acerca de los humanos empezaron a recorrer el reino, pero Haze tenía demasiado en qué pensar como para darles importancia.

Haze visitaba a Jaron una vez por semana. No lo hacía por su hermano, sino por Sarai. Aquel día, además, se moría de ganas de explicarle que había visto un gran retrato suyo en el castillo de su padre y que entendía perfectamente que no hubiese querido casarse con el tipo aquel.

Jaron no estaba ese día, lo cual alegró al muchacho enormemente. Así podría pasar una tarde a solas con Sarai. La joven se sorprendió al oírlo hablar del retrato y le pidió que se lo explicara todo. Haze habló y habló, sin acordarse de Zealor ni de su advertencia hasta que éste dijo:

-Vaya con el bocazas del mocoso, ¿no te dije que chitón?

-¡Zealor! –Haze se volvió hacia su hermano con un respingo. ¿Qué hacía ahí?

-Tú eres el otro hermano de Jaron –Sarai retrocedió un paso al sentir la mirada de Zealor clavarse en su persona-. ¿Qué hacías en el castillo de mi padre?

-Nada que deba saberse aún entre los elfos. Si me llevé a éste fue porque tu papaíto quería que fuese solo -Zealor sonrió señalando a Haze-. Ir con el bobo este fue lo más parecido a ir solo que se me ocurrió.

El muchacho se encogió con un escalofrío cuando su hermano avanzó hacia ellos.

-Así que aquí es dónde se esconde la bella Sarai... –Zealor tomó a la humana de la barbilla, obligándola a mirarse en sus ojos-. ¿Sabes las veces que he mirado tu retrato pensando en la suerte que debe de tener aquel hombre que te posea?

En aquellos momentos, los ojos de su hermano eran lo más terrorífico que había visto nunca. El muchacho quiso interponerse entre su hermano y la esposa de Jaron, pero Zealor le golpeó, tumbándolo. Aturdido y asustado, se puso en pie, dispuesto a defender a Sarai, que había reculado y buscaba con qué defenderse.

-No la toques -dijo.

Zealor sonrió.

-Que mono.

Volvió a golpearle, más fuerte esta vez. Haze volió a levantarse mientras Sarai les pedía que se detuvieran. Zealor la miró con fastidió y se volvió de nuevo hacia Haze.

-Debiste quedarte en el suelo.

El muchacho trató de defenderse, de devolverse, pero Zealor no sólo era mayor y más fuerte, sino que había recibido entrenamiento y tras unos golpes más Haze perdió el conocimiento.

Como en un sueño, creyó ver a Sarai medio desnuda, llorando, sentada en la cama, mientras Zealor se vestía. Luego la inconsciencia volvió a apoderarse de él. Cuando despertó, Jaron cuidaba de sus heridas. Haze tardó en recordar qué había sucedido.

-¿Dónde está Sarai? –Haze trató de incorporarse, pero le dolía demasiado todo. Se dio cuenta de que llevaba el brazo en cabestrillo, entre otras cosas.

-Aquí, cariño –la joven se sentó junto a él y acarició su cabello. Haze no pudo dejar de notar el moratón de su barbilla-. Fuiste tan valiente al defenderme de esos bandidos.

“¿Bandidos?”, quiso preguntar, pero una mirada de Sarai le previno de hacerlo.

-Debiste recordar que mi esposa podía con ellos solita –su hermano revolvió su flequillo y se puso en pie-. Bueno, iré a por algo de comer para nuestro valiente guerrero.

En cuanto se quedó a solas con Sarai, Haze habló.

-¿Qué bandidos? ¡Pero si fue Zealor!

-¡Shtt! ¿No crees que es mejor que Jaron no lo sepa?

-¿Cómo que no lo sepa? Zealor te... te... –Haze calló, incapaz de continuar la frase. Su hermano había forzado a Sarai por culpa de su descuido.

-No quiero que Jaron lo sepa, por favor. Si eres mi amigo, no le dirás nada a Jaron.

-Fue mi culpa, lo siento, lo siento... –el muchacho rompió a llorar sin poder olvidar el horror de sentir los golpes propinados por su propio hermano.

Entonces entró Jaron y ambos callaron. Haze se secó las lágrimas, pero su hermano ya las había visto y las malinterpretó.

-Eh, vamos, hermanito. Aún eres joven para ser fuerte –Jaron lo ayudó a incorporarse-. Te llevaré a casa con Zealor. ebe de estar preocupado por ti.

La sola idea de volver junto a Zealor le hizo sentir terror, pero ¿cómo negarse a regresar sin levantar las sospechas de Jaron? Así que el muchacho se dejó llevar hasta su casa sin rechistar.

Al contrario de lo que había temido, Zealor no levantó un dedo contra él. De hecho, esa fue la primera y única vez en toda su vida que lo hizo. Aún así, su sola presencia le incomodaba y enfermaba. Al día siguiente, Zealor lo fue a despertar llevándole el desayuno a la cama. Pero su hermano no pretendía hacerse perdonar, sino ahondar aún más en la herida.

-Así que Jaron no sabe nada, ¿eh? ¿Y eso?

-Sarai lo quiso así –Haze sintió que su estómago se revolvía por el odio.

-Oh, ella. ¡Qué mujer más maravillosa! Jaron es un tipo cruel. Mira que casarse con la mujer que ama su hermano pequeño...

Fue la última vez que mencionó el tema, al menos directamente. Pero no dejó de hacer comentarios al respecto de lo afortunado que era Jaron al tener a Sarai por esposa en los meses siguientes.

Y pasaron tantas cosas en esos meses...

Jaron cambió de escondite a petición de Sarai. Haze nunca supo la excusa dada por la humana, pero resultó. Mientras, las reuniones nocturnas de Zealor se multiplicaron. Era en esas noches en las que Haze se atrevía a visitar a Sarai, cuyo embarazo fue más que evidente a los cuatro meses.

Fue en una de esas visitas que todo se vino abajo, en aquel invierno tan frío de hacía sesenta y siete años.

Si hubiese sido mayor... Pero no era más que un chiquillo de cincuenta y tres años que no tenía ni idea de nada. Y esa noche en concreto el miedo nublaba su razón. Zealor iba a presentarse a los exámenes para ser Qiam, y si conseguía ese título iba a ser intocable. Necesitaba hablar con alguien de ello y ese alguien fue Sarai.

-De acuerdo –la joven tomó sus manos entre las suyas-, no está bien que tengas que sufrir tú por mi cobardía. Hablaré con Jaron y se lo contaré todo.

Dijo que lo haría ella, que así sería ella quien sufriría el enfado de su marido. Pero se equivocó. Jaron hubiese sido incapaz de levantarle la voz una sola vez. Por el contrario, fue a verle al cabo de dos noches en la que fue la penúltima vez que vio a su hermano mayor.

Nunca olvidaría la dureza de las palabras de Jaron, que se clavaron en su corazón como un frío puñal de hielo. Su hermano le echó en cara que no hubiese sabido defender a Sarai y que no le hubiese hablado de algo tan importante como las visitas de Zealor a los humanos. Le dijo que era un estúpido, un cobarde, y un montón de cosas más que el muchacho apenas podía creer que mereciera. Finalmente, le prohibió que volviera a visitarlos nunca más.

-Mi esposa va a tener un hijo en poco más de un mes y no voy a permitir que tu estupidez lo eche todo a perder.

Cuando se quedó solo, Haze se dedicó a destrozar todo cuanto se ponía a su alcance hasta que rompió a llorar. El muchacho se acurrucó en un rincón y lloró y lloró hasta que ya no le quedó nada de dolor en su interior. Ni siquiera odiaba a Jaron, sólo estaba vacío. No se preocupó de incorporarse cuando Zealor regresó. Se quedó allí, en su rincón, mirando a la nada, hasta que su hermano se acuclilló junto a él. Por primera vez en los últimos meses, no sintió nauseas a causa del miedo al sentir los glaucos ojos de Zealor clavarse en él. Si su hermano hubiese decidido apalizarle esa noche no le hubiese importado. Pero no fue una paliza lo que recibió, no al menos una física.

-¿Qué pasa, muchacho? –Había cierto deje de preocupación auténtica en su voz cuando puso una mano en su hombro.

Haze se revolvió, apartándose, pero no dijo nada.

-Oh, vamos. Sé que me he portado mal contigo, pero ¿no va siendo hora de que te olvides de eso?

-¿Por qué? ¿Porque somos hermanos? ¿Porque se supone que los hermanos han de quererse pase lo que pase y perdonárselo todo?

-¡Vaya! Ha sido Jaron, ¿verdad? Has discutido con él. Ese cerdo... No sólo se queda a la mujer que amas sino que encima te hace llorar. Si yo supiera dónde se encuentra, te juro que le haría pagar por lo que te ha hecho.

Haze le miró.

Sabía que a Zealor le importaba un comino lo que Jaron le hubiera hecho o dejado de hacer, pero era tan fácil fingir que le creía... Estaba harto de ser el único en sentir dolor. Jaron jamás habría conocido a Sarai de no ser por él, pero nunca se lo había agradecido. Además, seguro que ni siquiera quería a Sarai como ella merecía.

-Pero prométeme que no matarás a ninguno de los dos.


A los pocos minutos de haber dado a Zealor la localización del nuevo hogar de Jaron, se arrepintió de ello. Su hermano se había largado tan aprisa que sólo podía querer decir una cosa: problemas. El muchacho se puso en pie y corrió hasta la casa de Jaron tan rápido como sus piernas se lo permitieron.

A medio camino oyó a los caballos.

Se acercó a mirar y vio a Zealor hablar con unos humanos. Diez por lo menos.

-Buscad al elfo llamado Jaron Yahir y prendedlo. No lo matéis, prometí que no lo haría.

-¿Y la mujer?

-Llevadla junto a su padre, él sabrá que hacer con ella.

Los hombres asintieron y el muchacho no esperó más. Corrió y corrió por lugares que sólo un muchacho delgado como él podía practicar y llegó a la casa en pocos minutos, sin aliento. Eso no le detuvo. Irrumpió en la sala y buscó a su hermano con la mirada.

Allí estaba, sentado a al mesa junto otros elfos amigos suyos que Haze ya conocía. Jaron se puso en pie al verlo y, frunciendo el ceño, llegó hasta él.

-¿Qué haces aquí? Te dije que no volvieras.

-¡Viene Zealor! –Haze, ignorando la helada punzada en su corazón, tomó a su hermano por los hombros-. ¡Se me escapó! Sabe que estáis aquí y ha enviado a unos humanos a por vosotros. ¡Tenéis que huir!

-¡Maldita rata traidora! –Jaron lo alzó por el cuello de la camisa-. ¡Le has dicho dónde encontrarnos!

-¡Jaron! –Sarai tomó a su marido del brazo, obligándolo a soltar a Haze, que cayó al suelo-. ¡Es sólo un niño!

Su hermano lo miró, pero no le volvió a dirigir la palabra. Fue Sarai quien lo ayudó a incorporarse y le dijo:

-Tranquilo, Zealor no nos cogerá. Sabemos por dónde huir sin ser vistos.

Y por allí se fueron. Jaron no consintió que Sarai le dijera dónde encontrarlos. Haze supo que era mejor así, de ese modo Zealor no podría sonsacarlo de nuevo.


Cuando oyó los caballos decidió que no se escondería. Buscó a su alrededor y lo más parecido a un arma que encontró fue el atizador del hogar. Lo tomó, aunque sabía que si Zealor iba con los humanos no iba a servirle de nada, su hermano le daba demasiado miedo.

Pero, para bien o para mal, Zealor no estaba.

Salió al exterior y encaró a los jinetes humanos con menos temor del que había esperado. Éstos se miraron entre sí y luego todas las miradas confluyeron en uno de ellos, probablemente el líder.

-¿Eres tú Jaron Yahir?

El muchacho sonrió. Aún iba a poder enmendar su falta.

-Sí, lo soy.

-¿Y la mujer?

-¿Qué mujer?

Haze levantó el atizador, intentando parecer amenazante, provocando la risa de los humanos.

No tardaron en reducirle. Tal y como Zealor había pedido no lo mataron. Lo llevaron atado de pies y manos en la grupa de uno de los caballos hasta lo que parecía ser su campamento. Una gran hoguera lo presidía y, junto a ella, finalmente, Zealor.

El corazón de Haze casi se detuvo al verlo. Luego latió con tal violencia que el muchacho temió que se le fuera a salir del pecho.

Cuando lo dejaron en el suelo, de rodillas, frente a su hermano, Haze quiso morir. Zealor esbozó una sonrisa, fría como la nada, y Haze sintió más miedo del que jamás volvería a sentir.

-¿Así que este es Jaron Yahir? ¡Vaya con el mocoso! –Su hermano lo tomó por la barbilla-. Nunca pensé que este molesto agitador no fuese más que un chiquillo –Haze levantó sus ojos violetas y los clavó en su hermano. ¿Pensaba encubrir a Jaron o era sólo que quería darle una lección? –Debería haber habido más gente con él, ¿no?

Los hombres le relataron lo ocurrido y Zealor esbozó una sonrisa.

-Debí haber esperado algo así. Bueno, les buscaremos, no deben de andar muy lejos. Y en cuanto a Jaron Yahir... Encerradle en el castillo del príncipe –y luego, al oído de Haze, añadió-, que sufra sin saber el destino de aquellos a los que ha traicionado.

El muchacho se estremeció, pero no rehuyó la divertida mirada de su hermano ni su gélido tacto.

-¿Sabes que eres, chaval? –Zealor siguió hablando, en voz alta, para que todos pudiesen oírle- Un traidor, la vergüenza de la casa Yahir –su hermano rasgó su camisa, dejando su pecho al descubierto. Luego, volviéndose hacia los humanos, dijo-: Dadme una daga.

-¿Y la que llevas al cinto, elfo?

-¿Esta? No, está hecha de hueso. Quiero una de esas vuestras de metal, de esas que consumen el alma.

Los humanos no lo entendieron, pero le dieron una daga. Cuando su hermano acercó el cuchillo a su pecho, Haze contuvo la respiración, pero no cerró los ojos.

-Pensé que habías prometido no matarlo –oyó que comentaba el líder de los humanos.

-Oh, es cierto. Prometí que Jaron no moriría, ¿verdad?

Los ojos de su hermano, tan pálidos que no eran verdes, le sonrieron con sorna. Él no era Jaron, era Haze. Su vida no estaba protegida por promesa alguna.

La daga rasgó su carne, cortándole, pero no se hundió. Su hermano se limitó a mover la daga por su pecho, lacerándolo, dibujando una forma que Haze conocía bien. Era la primera letra de la palabra “deshonra”, la letra en élfico antiguo. Era la marca que todos aquellos que habían perdido el honor debían llevar. Su hermano acababa de marcarlo de por vida, pues sólo la muerte podía limpiar el honor perdido.

Cuando Zealor dejó a los humanos, Haze hundió la cabeza entre los hombros. Había sido derrotado, pero no por Zealor ni por los humanos, sino por sí mismo. Y lo peor era saber que había arrastrado a su amada Sarai y a su hermano con él. El muchacho hubiese llorado de haberle quedado lágrimas. Pero la noche le había traído más dolor del que jamás hubiese creído posible poder aguantar, y él era sólo un niño. Así qué acabó por dormirse junto al fuego, maniatado, sabiendo que nunca más volvería a ver a Sarai ni probablemente la luz del sol.


-¿Que qué ocurrió, Noain? Ocurrió que deshonré a los Yahir y que aún no he podido enmendar mi falta –Haze sonrió al espejo que tenía frente a sus narices, sonriendo de ese modo al preocupado rostro de la anciana-. Pero créeme que estoy en ello.