lunes, 31 de mayo de 2010

tercera parte, capítulo séptimo






Alania luchaba contra el sueño lo mejor que podía, pero es que la reunión a la que asistía el Príncipe era tan tediosa...

La muchacha se encontraba en un rincón de la sala junto a los demás pajes y criados. Todos observaban en silencio como sus señores discutían importantes asuntos de estado en la mesa central. No por interés si no porque en ese momento eran más mobiliario que personas.

La muchacha era consciente de que debería estar interesada. Estaba siendo testigo directo del cambio más importante en la Nación en los últimos doscientos años. Pero la verdad era que se estaba aburriendo y tenía sueño y hambre y le empezaban a doler los riñones de tanto estar de pie.

Por entretenerse se fijó en Faris. Su Alteza no había abierto la boca en un buen rato. Asentía distraidamente a todo lo que se iba diciendo en la mesa, pero sus ojos estaban fijos en el Qiam, quien, por cierto, también llevaba un rato callado.

Finalmente alzó las manos, pidiendo silencio.

-Señores, estamos dando vueltas sobre asuntos que no nos conciernen ahora-dijo el Qiam con voz calma-. Sugiero que nos tomemos un descanso para comer algo y continuemos con esto en dos horas.

Por supuesto, no era tanto una sugerencia como una orden. Zealor Yahir no hacía sugerencias. Así que los criados se apresuraron a seguir sus instrucciones mientras el papeleo se retiraba de la mesa y empezaba a pararse para comer.

Faris se puso en pie.

-Con permiso, creo que prefiero comer en mis aposentos -dijo mientras se despedia con una inclinación.

Alania sabía que esa era su señal, así que antes de que Faris tuviera que llamarla y atraer la atención sobre su persona se dirigió hacia su señor para abandonar con él la sala. Dos soldados se apresuraron a abrir la puerta al Príncipe.

-Alteza -llamó de repente el Qiam, acercándose a ellos.

La muchacha sintió una punzada de pánico y no sólo ante la posibilidad de que la reconociera. Había algo en el Qiam que le ponía los pelos de punta.

-¿Qiam? -Intuyó un cierto deje de impaciencia en la voz del Príncipe, pero era muy diferente del que había usado con ella con anterioridad.

-Alteza, no pretendo impedir que os retiréis a descansar del modo en que os plazca -Zealor alzó las manos en un gesto de paz tan cargado de condescendencia que incluso Alania se sintió ofendida. Sólo con eso acababa de dejar claro frente a toda la sala que si Faris se retiraba era porque él lo permitía-. Simplemente quería aprovechar el receso para daros mi más sincero pésame.

El rostro de Su Alteza se ensombreció, pero tanto podía ser por el gesto del Qiam como por el recuerdo de su reciente pérdida. El joven finalmente asintió.

-Y yo os agradezco el gesto. Y ahora -el joven le pasó la mano por los hombros a la muchacha, obligándola a continuar-, si me permitís...

El Qiam se despidió de Faris con una reverencia y les franqueó la salida. Alania podía sentir sus ojos glaucos clavados en el cogote aún cuando las puertas se cerraron tras ellos.

-Me ha reconocido -murmuró la muchacha cuando estuvieron suficientemente lejos-. Estoy segura.

-No te ha reconocido -la tranquilizó-, y si lo ha hecho ya no podemos hacer nada al respecto. Lo importante es que tenemos dos horas y las hemos de aprovechar al máximo.

Alania no dijo nada más, pues al fin y al cabo no era ella quien acabab de perder a su padre y sabía que el joven debía de tener mil cosas en la cabeza y no quería quedar como una niña tonta que se queja por todo delante de la realeza, pero había reconocido el tono de Faris. Lo de comer en sus aposentos era una tapapdera. No iban a comer, ni a descansar, ya puestos. La muchacha abandonó toda esperanza y decidió que al menos intentaría ser de utilidad. Aún así, no pudo evitar suspirar.

Iba a ser un día muy largo.


lunes, 24 de mayo de 2010

tercera parte, capítulo sexto





Seagalnoin'ear también tenía una campana. Haze lo había descubierto cuando las campanadas le habían despertado en mitad de la noche con un sobresalto. Era la primera noche en casi una semana en que no se había dormido debido a la fiebre ni a ninguna droga, pero aún así le había costado recordar dónde estaba y, aún más importante, qué significaba lo que estaba escuchando.

Había bajado y, siguiendo el sonido, se había reunido con los pocos criados que había en la casa quienes, por turnos, hacían sonar la campana. Por supuesto, se había unido a ellos a pesar de las protestas de Noaín y a sabiendas de que no era lo más aconsejable para su hombro. Pero estaba harto de no servir para nada y además mientras se concentrara en tirar de la cuerda no tenía que pensar. Porque la verdad era que aparte de pensar poco había que hacer. Y él estaba pensando demasiado últimamente.

Así que en sus ratos de descanso, mientras saboreba el té que Noaín había preparado para ellos, pensó. Pensó en Faris y en cómo se suponía que iba a ayudarles ahora que tenía que reinar. En Zealor, en el accidente de sus padres y en las llamas deborando Fasqaid. Pensó en lo que le había dicho Nawar acerca de las casualidades que había encumbrado a Zealor y tuvo miedo de seguir pensando en eso. De modo que pensó en Mireah, en cómo le hubiera gustado que por una vez no hubiese sido tan decidida e independiente y se hubiera quedado junto a él.

Luego tuvo que volver a tocar la campana y el ruido bendito le impidió pensar.

Con el sol las campanas se callaron y todos bajaron a la cocina a desayunar. A parte de Salman y Noaín había tres criados más que se mostraban preocupados por su señor y parecían no saber muy bien cual era su deber ahora. Haze les dejó discutir mientras masticaba algo de pan y queso. Él ni siquiera podía plantearse una alternativa. Su celda era ahora más ancha, pero seguía estando encerrado.

Sonrió sin ganas.¿Cómo le había llamado Zealor? ¿Melodramático?

No, no debía pensar así. No iba a moverse de Sealganoin'ear porque esperaría a que Mireah regresara con Jaron, no por miedo a su hermano. A ninguno de ellos.

Noaín poniendole una mano en la frente le sacó de sus cavilaciones.

-Te ha vuelto la fiebre. Deberías echarte -dijo en el mismo tono que solía usar cuando no era más que un chiquillo.

-¿Y perderme la diversión?

La elfa le miró con un mohín de desaprobación mientras retiraba su plato. Sin duda de no ser adulto ahora le hubiera cogido por la oreja y le hubiera arrastrado a su habitación.

-Además, sois vosotros quienes deberías descansar -añadió-. No soy yo quien trendrá trabajo cuando lleguen órdenes de Su Alteza.

Salman iba a responder, sin duda con una protesta, cuando alguien llamó a la puerta de servicio. Todos guardaron silencio de inmediato. No sólo era demasiado temprano para cualquier entrega si no que todo el mundo sabía que había dos días de luto tras la muerte de un rey. Nadie trabajaba. No había entregas ni se recibían encargos.

Los golpes en la puerta se repitieron, más urgentes.

Salman le indicó con un gesto que saliera de la cocina y así lo hizo, aunque se quedó tras la puerta a escuchar. Oyó a Salman abrir la puerta y preguntar y oyó la respuesta en la inconfundible voz de Dhan Hund. Así que entró de nuevo en la cocina, dispuesto a indagar acerca de la misteriosa misión en la que había partido el día anterior y sus resultado, pero sus preguntas murieron en sus labios al verle entrar acompañado de una elfa.

No le hizo falta preguntar para deducir que se trataba de su esposa. El parecido con Alania era asombroso. Aún así Haze no entendía qué hacia ella allí, y menos como se las habían apañado para convercer a Alania de que se quedara en casa.

-¡Haze! -Dhan se acercó a él en dos grandes zancadas al verle y le puso una mano en el hombro con tanto ímpetu que el elfo tuvo que reprimir un quejido-. Tienes mucho mejor aspecto.

-Pues tú tienes el mismo aspecto terrible de siempre -bromeó mientras tomaban todos asiento alrededor de la mesa y Noaín se afanaba a traerles algo de comer a los recién llegados-. La verdad es que no te esperaba de vuelta tan pronto.

-Las circunstancias han cambiado y Layla estará más segura aquí -la elfa saludó con un cabeceo a modo de disculpa ante la falta de presentación oficial-. Tu hermano la busca.

-¿Zealor? Pero si le prometió a Nawar que dejaría en paz a nuestras familias.

-Pues ya ves... Aunque si no hubiera escapado a su vigilancia supongo que no hubiera encontrado motivos para acusarla de nada.

-Hubiera encontrado otro tarde o temprano -le aseguró Haze-. Zealor sabe como jugar con las palabras hasta que significan lo que él quiere que signifiquen.

-Supongo -Dhan hizo una pausa para agradecer a Noaín el desayuno y llevarse un trozo de pan a la boca. Cuando continuó lo hizo para cambiar de tema-. ¿Ha dejado Faris alguna directriz antes de partir hacia el Castillo?

-Vaya. Entonces tu tampoco tienes noticias suyas -ante el ceño fruncido de Dhan, Haze se lo aclaró-. Se fue poco después de que tú te fueras. No creo que pensara que ya no iba a poder regresar.

-Entonces no va a quedar más remedio que esperar aquí a que termine el luto y Faris vuelva a tener libertad de movimiento.

Haze asintió, consciente de que lo que decía Dhan era verdad. No tenía demasiado problema con ello. Si algo tenía era paciencia. Pero eso era exactamente de lo que carecía Dhan. Como al Qiam se le ocurriera alargar mucho el luto no iban a tardar en tener al pelirrojo subiéndose por las paredes.

martes, 18 de mayo de 2010

tercera parte, capítulo quinto

Espero que la espera valga la pena




Le dolía la cabeza horrores. El golpe en la nuca había sido más fuerte de lo que en principio había creído. Si no hubiera sido por eso... A su cráneo abierto no le había sentado muy bien la pelea y el mareo le había vencido antes incluso de que los humanos lo hicieran. Todo se había fundido a negro tras eso y no sabía cuanto tiempo se había pasado inconsciente.

Tardó un rato en ubicarse y recordar donde estaba y qué había ocurrido. El esfuerzo empeoró el dolor de cabeza a la vez que le llenaba de preguntas. ¿Porqué no le habían matado? ¿Qué hacían los humanos tan cerca de la Nación? Eran hombres del padre de Mireah. ¿La estarían buscando a ella? ¿Estaría bien? ¿La habrían capturado también?

Abrió un ojo con disimulo. Si sus captores le creían incosnciente tanto mejor. Desde su posición vio que los humanos parecían haberse reagrupado y que eran apenas una decena. Parecían una mera avanzadilla, o un grupo de exploradores. Esperaba que fueran lo segundo, francamente. Si eran una avanzadilla quería decir que pronto habría más humanos, y no le gustaba como sonaba eso. Por suerte no veía a Mireah por ninguna parte. Algo positivo al menos.

Sopesó sus opciones, que eran más bien escasas. Estaba maniatado, con las manos a la espalda, y todas sus armas le había sido arrebatadas. Claro que tampoco le habían servido de mucho. Esos malnacidos y sus armas de metal...

La princesa le había advertido sobre ello y había intentado mentalizarse. Pensaba que lo había conseguido. Los humanos usaban armas de metal, ¿y qué? Lo importante era cómo las usaran, ¿no?
Pero había sido complicado centrarse en la pelea sin sentir la constante preocupación de perder algo más que la vida si recibía una estocada. Por suerte ninguna de las heridas que los humanos le habían hecho era mortal de necesidad. Claro que no tenía ninguna duda que no tardarían en practicarle una en un futuro no muy lejano si no se le ocurría un plan brillantísimo.

Trató de volver la cabeza con sigilo, tener una idea más clara del campamento, pero un terrible dolor le recorrió de arriba a abajo. El quejido se le escapó antes de poder contenerse.

-¡Eh! ¿Está despierto? -Preguntó alguno de aquellos brutos de rostro peludo.

Intentó fingir que no lo estaba, pero una patada en el costado le previno de hacerlo.

-Sí que lo está -dijo otro, cogiéndole de la solapa y alzándolo, obligándolo a ponerse en pie-. Y será mejor que se vaya espabilando, porque Su Alteza querrá interrogarle. ¿Puedes entender lo que digo, engendro?

¿Engendro? ¿Un tipo con la cara llena de pelo le estaba llamando engendro? Vivir para ver...

-Puedo entenderte, oso -que, en prespectiva, no fue la respuesta más inteligente. Pero teniendo en cuenta que el humano parecía querer golpearle de todos modos al menos que se lo mereciera.

Recibió dos puñetazos en la boca del estómago y otro en la mandíbula antes de que un compañero detuviera al humano.

-Déjale eso a Su Alteza -le dijo.

El humano le miró con odio durante unos segundos y luego le dejó ir. Nawar tuvi que apoyarse en u árbol para evitar caer de nuevo al suelo y dar muestras de debilidad. El humano sensato, que aunque también tenía pelo en la cara lo llevaba mejor recortado, le mostro una sonrisa torcida al ver su gesto.

-Yo de ti guardaría fuerzas, elfo. Cuando nuestro señor llegue...

De repente alguien dio la alarma y el humano no pudo terminar la amenaza. Parecía que algo o alguien se acercaba al pequeño campamento. El tipo del pelo recortado dio un par de órdenes y todo el mundo se puso en posición en apenas unos segundos.

-¡Un momento! Es... ¡Es de los nuestros!

Y era verdad.

El humano era algo más joven que sus captores, pero vestía con los colores del uniforme de Meanley. Había sangre en su ropa y en su rostro y caminaba tambaleante. Parecía agotado.

-U... Una emboscada -dijo cuando uno de los soldados fue hasta el y le ayudó a salvar la distancia que le quedaba hasta llegar al grueso-. Los elfos han salido de todas partes, como si alguien les hubiera avisado... Su Alteza me ha mandado a buscaros. Necesita... -se paró a tomar aire- necesita a todos los hombres -el joven se cubrió la cara con las manos-. No tienen piedad... Pobres muchachos...

El humano que parecía estar al cargo maldijo, pero en su mirada se leía que ya había tomado una decisión.

-Tú y tú, quedáos. Atended sus heridas y vigilad al engendro -esperó a que sus hombres asintieran para continuar-. El resto, ¡conmigo!

Nawar los vio alejarse y vio como los humanos se centraban en el joven mensajero. Su cerebro empezó a forjar planes. No se veía con fuerzas para correr, pero si no lo intentaba...

-¡Eh, el prisionero! -Exclamó de repente el joven herido.

-¿Qué? ¿Se ha movido? -Uno de los humanos fue hasta él y de nuevo le cogió del cuello de la camisa.

-¡No! -Protestó Nawar.

-¿No? Claro que lo ha hecho -insistió el humano-. Pretendía huir mientras me atendíais.

El otro soldado también se acercó a él. ¿Qué buscaba el humano? ¿Una excusa para golpearle?

-Deberíamos atarle también los pies para quitarle las ganas de dar paseos.

-¿Qué te parece, engendro? ¿Servirá si te atamos los pies o hemos de romperte algún hueso para que te estés quieto?

-No creo que eso vaya a ser necesario -opinó el humano joven.

Los otros dos humanos se volvieron a tiempo de ver la rama golpear la cabeza del de la derecha con tal fuerza que el soldado se elevó unos centímetros del suelo antes de caer a plomo. El otro soldado buscó instintivamente su espada, pero Nawar, que sabía adaptarse rápido a las situaciones, aprovechó la confusión para hacerle la zancadilla. No cayó, pero fue suficiente para desestabilizarle y permitir que el joven volviera a balancear su rama.

El segundo golpe no fue tan espectacular, pero fue igual de efectivo y el soldado cayó redondo junto a su compañero.

-¡Uf! -El joven dejó caer la rama y se llevó una mano a la cabeza, cerrando los ojos-. Creo que me he movido demasiado deprisa- tomó un par de fuertes inspiraciones antes de seguir-. ¿Te ves con fuerzas para correr? -Le preguntó.

-Er... -Nawar se dejó desatar mientras lo ponderaba. Sí, se veía. O al menos para caminar muy deprisa, pero... -No entiendo porqué me ayudas -confesó mientras se masajeaba la muñeca.

-Bueno, eres Nawar, ¿no? Sería bastante ridículo haberme equivocado de elfo -le mostró una sonrisa socarrona antes de sacar algo del bolsillo y mostrarselo-. Digamos que tenemos un amigo común.

-¿Jaron? ¿Y donde está él? ¿Está bien?

-Bueno, cuando le dejé estaba con la Princesa, camino de las tierras elfas si me han hecho caso.

¿La Princesa? Entonces, Mireah estaba a salvo. O eso decía el humano. Bien podía haberle robado el medallón a Jaron. Pero entonces, ¿por qué ayudarle?

-Vas a tener que darme más detalles.

-Por el camino -el humano cogió el botiquín con él y le apremió-. No tardarán en descubrir que les he engañado.

-Pero la sangre...

-¿Esto? -pasó una mano por la brecha que tenía en la frente-. No es nada. La sangre de la cabeza que es muy escandalosa.

-¿Te lo has hecho tu solo?

El humano se encogió de hombros y empezó a andar.

-Tenía que darle credibilidad a la historia.

Nawar le siguió no muy convencido. De su parte o no, el humano estaba loco. Como una cabra. En fin, no tenía muchas más opciones. Un aliado era un aliado y el elfo nunca había sido muy pegijero. A caballo regalado, no se le mira el diente. Escucharía su historia y ya decidiría después. Siempre habría tiempo de darle esquinazo si era necesario.


lunes, 10 de mayo de 2010

tercera parte, capitulo cuarto

debido a problemas tecnicos ajenos a la escritora, el capitulo es corto y va tarde. Disculpad la falta de acentos, que sera corregida en breve... o nunca. Ya me conoceis. Mientras tanto, disfrutad. La accion que falta esta semana la tendreis en breve. Y esta vez si, es una promesa.



Cuando a los nueve años había sido enviado como aprendiz junto a un maestro armero no se planteó que aquello no era la vida que él quería vivir. Necesitó casi nueve años para darse cuenta de ello y algunos meses más para reunir el valor suficiente para dejarlo todo y seguir su camino. Fue entonces cuando entró en el monasterio del Abad Rodwell. Estudio y tranquilidad. Por unos meses creyó que ése era su camino. En ese momento, agazapado entre los arbustos, empezaba a plantearse si no se habría equivocado de nuevo. Al fin y al cabo, Miekel no se había sentido tan a gusto haciendo algo en toda su vida.

Había seguido el rastro de la princesa hacia el lugar donde habían sido atacados ella y su compañero elfo, pero ya no había nadie allí cuando había llegado. Otro rastro salía de allí. Los soldados de Meanley no habían visto la necesidad de ocultar sus pasos. Ni, por lo visto, la de ocultarse a si mismos. Una de las ventajas de la abadia era que uno aprendia a apreciar el valor del silencio. En el ejercito no se le daba la importancia debida. Al menos no en el de Meanley. Claro que no iba a ser el quien se quejara de la incompetencia de sus adversarios.

No tardo en dar con ellos. Por lo visto se habian reagrupado en un peque;o claro. Tall y como habia temido mientras seguia el rastro, el elfo habia sido capturado. Eso era una buena noticia. Estaba vivo. Inconsciente y muy vapuleado, pero vivo. Y no habia ninguna duda de que era elfo. Al igual que el elfo que habian visto en el castillo del Rey, los cabellos de este, aunque rubios en definicion, eran de un tono dorado casi imposible. Era el dorado del trigo en verano, y no era una metafora. No pod'ia ver sus ojos, por supuesto, pero estaba seguro que, igual que los de Jaron, igual que los del otro elfo, su color tambien escaparia de las definiciones humanas aunqeu fuera por los pelos.

Miekel se acerco lo mas que pudo a ellos y espero. Eran muchos y mejor entrenados que el, as'i que un ataque frontal estaba fuera de toda discusion. No, esperaria. Esa era otra de las virtudes de la vida monacal: la paciencia. Pronto dirian o harian algo que pudiera usar a su favor.

Asi que espero, agazapado entre los arbustos, con cientos de mariposas de anticipacion revoloteando en su estomago y una incontrolable sonrisa bailando en la camisura de su boca. Y es que... Demonios! No se había sentido tan a gusto haciendo algo en toda su vida.





martes, 4 de mayo de 2010

Tercera parte, capítulo tercero

demasiado corto para alguien que esta en su casa todo el día. Prometo compensar esta semana







Bas'il había regresado dos horas después de que las campanas empezaran a sonar con las manos vacías. Había saludado efusivamente a Dhan y se había disculpado ante Layla por regresar sin Alania.

-Ya sabéis qué significan las campanas -había dicho a modo de explicación.

Sí, lo sabían. Por supuesto que lo sabían. En el momento en qué habían empezado a sonar el joven que acompañaba a su marido se había ido, pidiendoles cautela y discreción. Y dos horas después había llegado Bas'il, sin su hija. Y mientras su anfitrión cambiaba sus ropas por otras más apropiadas para la sala del Consejo, Dhan le puso al día de todo lo que ya le había contado a ella.
La noticia de que el príncipe Faris sentía lo mismo que ellos habían sentido durante años por el Qiam había soprendido al elfo, pues no se asemejaba a la imagen que él mismo se había forjado de su Alteza a los largo de los años.

-De todos modos, todo eso tendrá que esperar ahora -dijo con acritud mientras acababa de abrocharse la casaca ceremonial que lo distinguía como miembro de la nobleza-. Su Alteza estará atado de pies y manos hasta que termine el luto.

Dhan había gruñido como respuesta en su característico modo de dar la razón sin pronunciar palabra y Layla apoyó la mano en el hombro de su marido antes de ponerse en pie e ir hasta la ventana. En ese momento se moría de ganas de hacerles saber que a ella no le importaba para nada el Qiam, el rey o su estúpida revolución, que ella lo único que quería era volver a ver a su niña. Pero ahora que tenía toda la información sabía la gravedad del asunto y la importancia que tenía para su marido e incluso para la Nación. El Qiam, de quien no había tenido nunca ninguna opinión, ya fuera buena o mala, había resultado ser tan malo como Dhan siempre había insinuado, si no peor. Fraticida y aparentemente sin conciencia. Y buscaba a su pequeña.

Pero no había dicho nada y Bas'il se había ido, a atender sus obligaciones para con el Consejo tras la muerte del rey. El señor de Dheireadh había insistido en que permanecieran en su casa hasta que él regresara, pero Dhan se había negado. Era demasiado peligroso.

Así que habían partido también, hacia Sealgaoin'ear, donde Dhan decía iban a estar más seguros. A Layla no se lo parecía, pero le siguió hasta allí igual. Acabab de recuperar a su marido, no iba a volver a perderle de vista nunca más.