martes, 5 de abril de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo cuarto







El Castillo estaba prácticamente desierto, por lo que pudieron llegar con facilidad a la zona de las mazmorras. Desde que habían decidido que le acompañarían, Nawar no había vuelto a abrir la boca más que para ladrar órdenes. No hacía falta ser un genio para saber que no estaba cómodo con la situación. ¡Pues que se aguantara! Alania estaba harta de que pensaran que no servía para nada. ¡Había escapado del Qiam dos veces! ¿Cuando iban a empezar a tratarla como a una adulta?

Un gesto del elfo indicando que se detuvieran la trajo de vuelta a la realidad. Habían llegado a una escalera que descendía y al final de la cual se oían voces. Nawar hizo un gesto para que guardaran silencio y les conminó a escuchar atentamente. Alania se esforzó para poderle demostrar a ese sabelotodo que ella podía ser tan útil como él y al cabo de poco pudo entender algunas de las palabras que les llegaban. Los soldados parecían estar discutiendo amigablemente acerca de si era una suerte o una desgracia perderse el funeral real.

-Ya irás al próximo -creyó entender que decía uno de ellos-. No creo que tengamos que esperar mucho.

No pudo escuchar la respuesta del otro, pero sí sus risas. La muchacha se inquietó de repente. ¿Hablaban de Faris? ¿Lo decían porque sabían algo o eran sólo bravatas? Le hubiera gustado saber si sus compañeros habían entendido lo mismo que ella, pero si era así no dejaron que eso les distrajera de su misión.

-¿Tú que dices? -Susurró Miekel, el humano, acercándose a Nawar-. ¿Cinco?

Nawar negó.

-Yo diría que seis, pero puede que hay alguno a quien no le haya hecho gracia el chiste.

El humano sonrió, llevándose una mano al cinto.

-¿Tres por cabeza, entonces? –el humanó se rascó los horribles pelos de la barbilla, un gesto que repetía con asiduidad.

-Será dos por cabeza -protestó Alania. Los dos adultos le miraron con condescendencia, pero no pensaba dejarse amedrentar-. Dejasteis que Mireah os acompañara para salvar a Haze –le recordó al rubio.

-Eso fue diferente.

La muchacha se mordió el labio. ¿Es que no entendían nada?

-Si de veras es Jaron quien está ahí encerrado no es diferente –y mientras hablaba notaba el rubor subir a sus mejillas.

Nawar alzó las dos cejas, sorprendido, y Miekel simplemente sonrió de nuevo.

-Creo que vamos a tener que repartirnos mejor los guardas -y le guiñó un ojo a la elfa cuando el rubio gruñó como respuesta-. Pero si vas a venir será mejor que vayas preparada.

Y sacó un puñal de su cinto, tendiéndoselo. Alania iba a aceptarlo cuando lo vio de verdad por primera vez.

-¡Eso es...!-y se llevó las manos a la boca, incapaz de terminar la frase.

-¿De donde has sacado eso, humano?

Miekel perdió la sonrisa ante el tono frío de Nawar, aunque sus ojos sorprendidos mostraban que no sabía qué había hecho.

-¿Esto? -El humano alzó el puñal de metal que llevaba en la mano-. Bueno, lo robé del campamento del príncipe de Meanley.

-¿Y la espada que llevas también es de metal?

El humano frunció el tupido ceño, entendiendo donde estaba el problema, aunque estaba claro que no lo comprendía. Desenvainó despacio, mostrándoles su arma. La espada era tosca y fea, pero Alania se apartó instintivamente del filo.

-No vas a usar eso, ni siquiera contra los hombres del Qiam -le previno Nawar. Alania nunca había visto al elfo tan enfadado en toda su vida.

El humano le aguantó la mirada unos segundos antes de encogerse de hombros y volver a envainar el terrorífico objeto. Sin decir palabra, desabrochó el cinturón que sujetaba el arma y lo enrolló a la vaina y el pomo de la espada, anudándolo. Alania se admiró por su capacidad de adaptación a cada nueva situación.

-Espero que esto te valga, elfo, porque lo que no voy a hacer es bajar ahí desarmado.

-Nosotros lo estaremos –le recordó Alania.

-No soy yo quien tiene algún tipo de problema con el metal -Y mirando a Nawar desafiante añadió-. ¿Vamos? No creo que tengamos todo el día.