jueves, 25 de septiembre de 2008

Capítulo decimoquinto



Nunca en toda su vida se había sentido Myreah más incómoda.
Haze se había sentado frente a su hermano y, le había explicado que cuando los humanos habían llegado, poco después de que ellos huyeran, le habían capturado y encerrado en la torre de Meanley. No se extendió ni en su captura ni en su cautiverio, pero sí le dijo que durante esos setenta y siete años Zealor había bajado dos veces a las mazmorras junto con el actual príncipe.
-La primera vez, hace casi quince años.
La última, hacía apenas dos, auqnue en esa ocasión sólo le oyera a través de los barrotes.
Habían hablado poco en su presencia, pero lo poco que había oído le indicaba que, fuera lo que fuera lo que Zealor preparaba, estaba llegando al punto álgido de su gestación.
-Creo que Zealor busca el modo de hacerse con el control de toda la Nación –había opinado- y que los humanos son el vehículo elegido para lograrlo.
Había hablado de un intercambio de libros que presenció cuando era más joven y del poder que Zealor parecía ejercer incluso entre humanos. Y finalmente había expresado su temor a que éste se saliera con la suya.
Jaron, el hermano mayor de Haze, había escuchado a éste lo justo para cumplir lo prometido a Hund, ni una palabra más. Había mirado a la hoguera durante todo el soliloquio de su hermano y, cuando hubo acabado, había dicho:
-Ya te he escuchado, ¿contento? Ahora no vuelvas a dirigirte a mí.
Y no había vuelto a mirarle a los ojos, a reprenderle siquiera algo de lo ocurrido. No le había dedicado ni un segundo más. No le perdonaba, a pesar de sus explicaciones, a pesar de los años pasados, a pesar de su encierro... Haze estaba notablemente abatido y ella no sabía qué podía hacer por su amor.
Habían pasado ya unos días y la situación no había cambiado. Sólo que... ambos hermanos se habían levantado nerviosos, cada cual a su manera.
-Hoy llegará Jaron –había afirmado Haze durante el desayuno.
Y Myreah no sabía si era eso lo que les ponía nerviosos. Supuso que sí. Lo que no entendía era cómo lo sabían. Tal vez había hecho cálculos al respecto o tal vez... ¿podía ser que lo presintieran? Poco importaba. Lo importante era que llegaba ese mismo día y eso había empeorado el humor del mayor de los Yahir ostensiblemente. Cuando había oído el comentario de Haze había gruñido y había mascullado:
-Estupendo. Pues cuando llegue, lo coges y te largas de una maldita vez.
Haze había evitado el interior durante el resto del día, así como su hermano el exterior. Se esquivaban. Haze esquivaba el dolor que su hermano le provocaba, y Jaron... a saber qué esquivaba Jaron.
La cuestión era que se esquivaban y, de paso, esquivaban a los demás. Y allí estaba ella, una humana entre elfos, sentada junto a Dhan Hund, intentando dar con algo de qué hablar mientras esperaba a que el muchacho llegara de veras y pudieran, como decía Jaron, largarse de allí de una maldita vez. Pero no llegaba.
Haze entró, dejando caer un fajo de leña junto al fuego. Su hermano le miró, preguntándose tal vez por qué se molestaba en recoger leña para un hogar junto al que no iba a pasar la noche.
-Pronto estará aquí.
Haze no esperaba respuesta alguna y todos lo sabían. Por eso a nadie le extrañó el silencio. Lo que sí que les extrañó fue que, pasados unos minutos, alguien lo rompiera.
-Ese maldito engendro hijo de Zealor –masculló, casi escupiéndolo, Jaron.
-Eso no puedes saberlo –fue la respuesta de Haze, triste. No parecía querer discutir con su hermano, pero daba la sensación de que aferrarse a la duda era muy importante para él-. ¿Sólo porque se le parece? Puede que sólo se parezca a su abuelo.
Jaron clavó en él una mirada entre sorprendida y molesta.
-¿A su abuelo?
-Sí –Haze se volvió hacia Hund-, todos lo dijeron, siempre, que Zealor era la viva imagen de papá, un calco. Jaron y yo salimos a mamá, pero no él. El chico bien puede parecerse a su abuelo, ¿no?
-Tonterías –Jaron volvió de nuevo el rostro.
-No, no lo son. Sabes que es posible. ¿Por qué torturarte entonces? ¿Por qué no aceptar al muchacho como tu hijo, como necesita? Busca un lugar después de vivir entre humanos toda su vida. Te necesita. Necesita a su padre.
-Pues se tú su padre –respondió Jaron con un mohín.
Myreah buscó la mano de Haze, para reconfortarlo frente al cabezota de su hermano, pero el elfo la rehuyó. Golpeó la mesa con el puño cerrado, sorprendiéndolos a todos, y acercó el rostro al de su hermano, obligándolo a mirarlo a los ojos.
-Pues eso haré, ¿me oyes? El chico es un Yahir, sea quien sea su padre. Y si tú no quieres ver feliz al hijo de Sarai... pues yo sí. Tiene derecho a todo lo que fue nuestro, a nuestro apellido, y lo tendrá. Te guste o no te guste, le guste a él o no. Yo seré su padre si nadie más quiere serlo.
La cabaña quedó en silencio mientras todas las miradas convergían en Jaron, a la espera de su, muy probablemente, furibunda respuesta. Haze no se había dejado amedrentar esta vez, y en su rostro podía leerse que no le había gustado en absoluto. El elfo abrió la boca para hablar, pero antes de que dijera una sola palabra lo oyeron: dos voces pedían auxilio, las voces de Jaron y de Alania.
Antes siquiera de que Myreah se hubiese puesto en pie, Haze ya había salido corriendo en busca de su sobrino.


Cuando vio la cabaña a lo lejos, Jaron apretó el paso. No sabía aún si se alegraría de ver a sus ocupantes, pero Nawar necesitaba ayuda y allí iban a poder brindársela. Empezó a gritar, pidiendo ayuda, y pronto fue secundado por Alania, que llamaba a su padre a gritos. Entonces la puerta se abrió, saliendo Haze a la carrera. Sin importarle que fuera su tío, Jaron corrió hacia él, tomándolo del brazo.
-Jaron... ¿qué ocurre?
El muchacho iba a hablar y se dio cuenta de que no le quedaba aire.
-Nawar... el Qiam... –dijo Alania por él.
Haze se volvió hacia el resto, que estaban saliendo de la cabaña en esos momentos, alarmado.
-Hund, ven conmigo –luego tomó al muchacho por los hombros-. Quédate aquí, ¿de acuerdo?
Jaron asintió, casi por reflejo, y observó como su tío salía corriendo en la dirección que Alania había señalado, seguido de Dhan Hund. Le pareció ver que su tío se llevaba la mano al cinto, hacia un pequeño puñal que no llevaba la primera vez que se habían visto, y de repente se le ocurrió que Haze estaba loco. ¿Pretendía pelear contra esos hombres, él, que se había pasado sesenta y siete años encerrado? Quien fuera que estuviera reteniendo a Nawar debían de ser elfos entrenados y él...
-Haze, espera –le llamó, y hubiera salido corriendo tras él de no retenerlo alguien.
El muchacho se volvió hacia Myreah, pues era ella quien lo cogía del brazo.
-No podemos dejar que vaya –le recordó, tratando de zafarse. La chica era realmente más fuerte de lo que parecía-. Le van a matar.
La humana tomó aire, mirando al punto por donde se habían perdido los elfos y negó con la cabeza.
-Dijo que te quedaras. ¿De qué servirá que trate de protegerte si tu te arriesgas tontamente? –La princesa hablaba sin apartar los ojos del bosque.
-Pero...
-Sin peros, vamos.
Myreah lo soltó finalmente, pero Jaron ya no salió corriendo. Se quedó mirando a la princesa, que se introducía en la cabaña. Por primera vez se dio cuenta de que en su seriedad se ocultaba un miedo como nunca había visto, miedo por lo que pudiera sucederle a Haze.
-¿Ella y Haze...?
Alania se encogió de hombros, pero se apresuró a seguir a la princesa al interior. Eso le dejó a solas con Jaron Yahir. El elfo le dedicó una mirada que el muchacho no supo interpretar.
-Y encima eres tonto... –murmuró, y Jaron casi hubiera jurado que lo decía divertido.


Haze corría en la dirección que la muchacha había indicado haciendo caso omiso de la voz en su cabeza que le pedía a gritos que fuera en cualquier otra dirección. El Qiam... ¿los había encontrado tan pronto? Debió haber supuesto que eso iba a suceder. Zealor era demasiado listo para cualquiera de ellos, y le tocaba enfrentarlo de una vez si no quería que más muertes pesaran sobre él.
Oyó el ruido de lucha y aceleró el paso. Tal vez la sensatez le dictara que se ocultara y pensara antes de actuar, pero era posible que Nawar no tuviera tiempo para eso. No sabía qué había hecho Nawar durante todos estos años. Bien podía ser que hubiese seguido su sueño de cuando niño, el de ser soldado, o bien... ¿Y si no era capaz de defenderse? Así que tomó aire, aceleró y exhaló en forma de grito, para llamar la atención sobre su persona.
Tres tipos vestidos de negro que tenían a Ceorl acorralado se volvieron con sorpresa hacia él, que reparó en que su puñal no era ni la mitad de largo que las espadas que ellos llevaban. Por suerte, contaba con Hund. El enorme elfo se había hecho con una rama que, Haze estaba seguro, él no hubiera podido ni levantar. Uno de los elfos de negro cayó al primer golpe de Hund y tenía todo el aspecto de que iba a tardar en levantarse. Haze aprovechó la confusión para hacerse con la espada de uno de los elfos que yacían en el suelo. Nawar había acabado con tres de ellos antes de ser acorralado y ahora, más equilibrada la balanza, el joven y Hund acabaron con celeridad con el resto, haciendo que Haze se sintiera como un florero en un estante.
-¿El chico y Alania...? –Preguntó Nawar, tratando de recuperar el aliento cuando ya no había peligro.
-Bien, con Jaron –le dijo Hund.
-Yo no diría que eso es estar bien –replicó el joven mientras se levantaba la camisa para examinar una herida en su torso con profesionalidad-. ¿Y la humana?
-Con ellos.
-Así que la encontraste, ¿eh, Yahir? –Nawar pareció decidir que la herida no era nada y se volvió hacia Haze, arqueando una ceja-. ¿Qué demonios haces con eso? No te imaginas la pinta que tienes. Si ni siquiera sabes sujetar una espada...
Haze miró el arma que llevaba en la mano un poco avergonzado. Él sólo había tratado de ayudar...
-Bueno, volvamos, deben de estar preocupados –dijo Hund después de hacerse con todas las armas de aquellos elfos, y los dos elfos más jóvenes estuvieron de acuerdo con él.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Capítulo decimocuarto




El Qiam estaba perdido en las llamas del hogar de su despacho cuando alguien llamó a la puerta. Zealor Yahir se tomó su tiempo antes de abandonar las hipnóticas llamas y dar permiso a quien fuera para entrar. Después de todo, él era el Qiam, podía hacer esperar a los mismísimos reyes si le apetecía.
-Adelante –dijo finalmente.
Uno de sus elfos, vestido con su estoico uniforme negro, entró y saludó con el debido respeto a su señor.
-¿Y bien? –Preguntó Zealor al darse cuenta de que no iba a empezar a hablar hasta que él le diera pie.
-Creo que tenemos una pista, señor.
-¿Una pista?
-Uno de nuestros espías vio a un elfo que coincide con la descripción de Nawar Ceorl, excelencia. Y eso no es todo. Dijo que iba acompañado de dos niños: un chico y una chica.
-Un chico... –el Qiam, a su pesar, se vio arrastrado por la excitación-. ¿No dijo de qué edad?
-No más de setenta años, excelencia.
-Y menos... –Zealor sonrió. Así que había estado en lo cierto, su hermano sí había entrado en contacto con Nawar. Pero... ¿por qué no estaba Haze con ellos? No imaginaba al idiota de su hermano dejando al muchacho abandonado a su suerte. No, si había dejado al muchacho era porque tenía asuntos que atender. ¿Podía ser que la humana y él...?
Viendo que el elfo esperaba instrucciones, Zealor adoptó la más seria de las actitudes.
-¿Se han tomado medidas?
-Sí, excelencia.
-Estupendo, y espero que esta vez no los pierdan.


Tres días después de encontrarlos, los conducía Nawar hacia la cabaña de Jaron Yahir. El semielfo no estaba muy convencido aún de querer ir. Allí iban a estar el elfo del rostro quemado y, por si fuera poco, Haze Yahir, el elfo que había traicionado a su madre y ni siquiera había intentado defenderse o dar explicaciones ante tal acusación.
No sabía a cual de los dos tenía menos ganas de volver a ver.
Jaron alzó la vista de sus botas, sintiéndose muy desgraciado, para ver como Alania y Nawar discutían, como siempre.
Empezaba a creer que a Alania le gustaba ese tipo de veras, lo cual hacía que el elfo no le cayera demasiado bien tampoco. Casi sonrió al darse cuenta de que apenas había conocido gente de su agrado desde que todo empezara. Nadie excepto Myreah y Alania, y la primera lo había abandonado. Así que sólo le quedaba la muchacha elfa. A veces se preguntaba si eso era lo que hacía que ella le pareciera tan sumamente importante.
De repente la elfa se volvió, pillándolo infraganti, su mirada pendiente sólo de ella.
-¿A que tengo razón, Jaron?
El muchacho parpadeó, confuso. ¿Cómo decirle que no había escuchado una sola palabra de lo que discutían sin provocar que su naricilla se arrugara peligrosa aunque deliciosamente?
-S-sí –acertó a decir.
-¿Lo ves? –Ella se volvió hacia Ceorl, desafiante.
El elfo la miró ceñudo y luego se volvió hacia el muchacho. Jaron le dedicó una mirada de arrepentimiento, que el elfo entendió a la perfección.
-¡Oh, magnífico! ¿Quieres hacer el favor de no complacerla en todo, por el amor de Dios?
El semielfo se sonrojó al oír las palabras de Nawar y se apresuró a apretar el paso y ponerse por delante de ellos.
-¿Qué quieres decir con eso? –Oyó preguntar a Alania.
-Que no tiene ni idea de lo que le has preguntado, eso quiero decir –fue la respuesta de Nawar.
Alania replicó algo de que lo que tenía era envidia porque estaba de acuerdo con ella y no con él, pero Jaron estaba demasiado ocupado muriéndose de vergüenza como para prestarles atención mucho más tiempo.


Cuando Nawar consiguió por fin que la muchacha se callara descubrió con horror que les seguían. Había estado tan ocupado discutiendo con una niña que se había olvidado de ser cuidadoso. Su señor iba a estar muy decepcionado si se enteraba de eso. Pero aún podía solucionarlo.
Se detuvo.
-Jaron –susurró al muchacho mientras le indicaba con un gesto que se acercara-, ahora vas a tomar a Alania de la mano y vais a salir corriendo, ¿de acuerdo?
-¿Qué?
-Ya lo has oído.
-Pe... pero...
-No hay peros que valgan. Si no quieres que el Qiam nos pille, corre.
El muchacho abrió mucho los ojos, pero no dijo nada más. Asintió con la cabeza, demostrando más agallas de las que parecía poseer, y tomó a la muchacha de la mano, indicándole con un gesto que no dijera nada. Sorprendentemente, Alania le hizo caso.
-A la de tres –susurró Nawar, llevándose la mano al cinto-. Uno... ¡tres!
El muchacho, confuso, tardó en reaccionar, pero Alania ya tiraba de él.
Nawar vio entonces el movimiento entre los árboles, los espías del Qiam que trataban de decidir si se quedaban o perseguían al chico. Pero el elfo no iba a permitir que eso sucediera. Desenvainó y, a grito pelado, se lanzó hacia ellos, esperando retener lo suficiente su atención como para que el muchacho huyera.


Jaron corría de la mano de Alania sin querer mirar hacia atrás. No podía quitarse de la cabeza la idea de que si tuviese su arco podía haberse quedado a ayudar a Nawar, fuese el que fuese el peligro. “Si no quieres que el Qiam nos pille, corre”. Las palabras del elfo se repetían en su cabeza una y otra vez, pero no entendía por qué el Qiam iba a querer nada de él o por qué sentía él esa necesidad imperiosa de huir del Qiam. Al fin y al cabo, todas las referencias que tenía del Qiam eran de su tío y de Nawar, pero era posible que ese tipo fuese su verdadero padre, ¿no? ¿Por qué, entonces, huir de él?
-Jaron, ¡no aminores! –Le exhortó Alania, despertándolo, tirando de él.
El semielfo la miró, embobado, dejándose llevar. Si él decidía detenerse... ¿Quién le decía que Haze no estaba en lo cierto? No podía arriesgarse a poner a Alania en peligro. El muchacho apretó el paso, adelantando a Alania dispuesto a guiarla, a pesar de estar ya casi sin resuello. Creía recordar algunos de los árboles como el camino correcto a casa de Jaron Yahir. Sólo esperaba que Nawar fuera a estar bien.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Capítulo decimotercero




Zealor Yahir miró al humano con desinterés mientras éste descabalgaba. Iba solo y eso fastidiaba más al Qiam de lo que seguro parecía a primera vista. ¡Esos idiotas de los hombres del príncipe...! Claro que sus hombres no habían resultado mucho mejores. Suspiró en su fuero interno, malhumorado, y saludó a Ishack.
-¿Y bien?
-Teníamos a la princesa, pero escapó.
-Sí, ya, las princesas siempre se os escapan –el Qiam no pudo evitar una cínica sonrisa-. Bueno, no puedo culparos, yo tampoco he dado aún con ese Yahir.
Hubo cierto brillo de alivio en los ojos del humano que no pasó desapercibido para Zealor.
-¿Y el muchacho?
-Oh, sí, el muchacho. No me preocupa más que Yahir –Zealor se encogió de hombros-, ya daré con él.
-Mi señor espera que te des prisa, elfo. No le gusta demasiado que ese par anden por ahí cuando queda tan poco para poner en marcha el plan.
-No fue de mis mazmorras de donde escaparon –puntualizó Zealor con una voz fría como la hoja de una daga. Ishack se guardo de tragar saliva, pero no pudo reprimir el escalofrío-. Y hablando del plan... ¿Ya ha ido tu señor a ver a vuestro rey?
-Sí, se encuentra allí en estos momentos. El rey no tardará en reclamar una prueba de lo que decimos.
-Cierto, y ahí era donde entraba Yahir –Zealor se dio cuenta de que con la agitación de los últimos días se le había olvidado el papel de Haze en su plan. En fin, tampoco era imprescindible. Tendrían que cambiar mucho las cosas antes de que el idiota de Haze fuese imprescindible para algo o para alguien-. Bueno, ya os pasaré algún otro elfo. Tengo un par de ancianos que irían muy bien para eso.
-¿Ancianos? ¿Pretendes meter el miedo en el cuerpo de mi gente con unos ancianos?
-Bueno, a falta de pan...


Myreah despertó aún abrazada a Haze. No se atrevía a abrir los ojos, por si todo había sido un sueño o algo así. Aún no podía creérselo. Haze la amaba, a ella. ¿Dónde debía de estar la trampa? ¿Cuándo iba a despertar del sueño para ver que no era más que una tomadura de pelo más del destino? Esperaba que nunca. Se estaba tan bien abrazada a él...
-¿Estás despierta, princesa? –Preguntó su voz.
La joven abrió los ojos. Sobre su cabeza se abría el bosque, verde y brillante, y junto a ella, el elfo, mirándola con ojos radiantes.
-Vamos, dormilona, hemos de empezar a movernos.
-¿Tan pronto...?
-El sol ha salido ya –fue la respuesta de Haze mientras se ponía en pie.
La humana protestó, incorporándose hasta quedar sentada. Una vez allí, se limitó a observar al elfo mientras se sacudía la hojarasca de los pantalones. Éste se volvió y la miró, interrogativo.
-¿Qué? ¿Qué pasa?
-Me preguntaba... ¿por qué yo?
-¿Qué quieres decir?
-Bueno, no entiendo que has visto en una mujer como yo.
-¿Qué no lo entiendes? –El elfo se acuclilló junto a ella, besándola-. No hay nada que entender. Eres mi princesa, y eso me basta.
-Pero... Soy tan fea...
-¿Quién te ha dicho eso?
-¿Crees que no tengo ojos en la cara?
-Sí, los dos ojos más hermosos que he visto nunca. Fue tu padre, ¿verdad? Él y sus hombres, incapaces de ver más allá de sus narices –Haze se sentó y la abrazó contra sí-. Alguien tendría que haberle enseñado a ver más allá, ¿no crees? A ver a través de tu radiante sonrisa, de las estrellas que brillan en tus ojos. No quiero volverte a oír decir eso o me enfadaré seriamente.
-Lo siento.
-Eso está mejor –Haze se apartó y se puso en pie de nuevo, tendiéndole una mano, ayudándola a incorporarse totalmente-. ¿Tienes hambre? –La princesa asintió-. Bueno, pues vamos a buscar algo para comer antes de ir a casa de Jaron.


Dhan Hund había salido al exterior de la cabaña hacía ya rato, harto del silencio de Yahir. Había tratado de razonar con él un par de veces al respecto del hijo de Sarai y de cómo debía recibirle cuando ese Ceorl lo trajera de vuelta, pero era cabezota como él solo. Sólo había podido arrancarle un: “No va a volver a pisar mi casa, eso puedo asegurártelo”. Pero eso no era lo peor, lo peor era que no sabía como plantearle lo de Haze.
Una cosa era hablar del muchacho, pues era, en cierto modo, lo que les había llevado hasta allí, y otra muy distinta nombrar a su hermano en su presencia. Así que... ¿Cómo decirle que le había dado las señas para encontrarle? De manera que casi había decidido que fuera una sorpresa, pero temía su reacción. Jaron era capaz de hacer una locura.
-Tardan mucho, ¿no crees? –Dijo de repente Jaron, saliendo de la cabaña.
-Sí, tal vez Ceorl no haya podido dar con ellos, después de todo.
-No, no creo que sea eso. Parecía un tipo de los que no se rinden. Ya era así cuando no levantaba más de un palmo.
-¿Entonces?
-Tal vez el mocoso no quiera volver.
-No me extrañaría. A mí se me hace difícil perdonarte...
-¿Ya empezamos con eso?
-No he sido yo quien ha sacado el tema.
Jaron se encogió de hombros y no dijo nada más, ni siquiera en defensa propia. El elfo simplemente no veía de qué tenía que defenderse. Hund decidió que ya estaba harto de la cuestión, así que tampoco dijo nada. Y se quedaron en silencio, apoyados los dos en la pared de la cabaña, durante un buen rato.
-¿Qué más hay, Dhan? ¿Qué es eso que no te atreves a decirme?
-No sé de qué me hablas.
-De eso que siempre te quedas con ganas de decir. Tanto tú como Ceorl me ocultasteis algo el otro día, me explicasteis la historia a medias.
Hund tomó aire, era el momento adecuado para sacar el tema. Solamente esperaba que su amigo se lo tomara sólo mal.
-Se trata de Haze. Está vivo –oyó a Jaron tomar una fuerte inspiración, pero Hund no se atrevió a volver el rostro-. Fue él quien... quien trajo al muchacho a mi casa, ¿sabes?
-Así que no había muerto. ¿Dónde ha estado, pues? ¿Escondido como la rata que es?
-La humana dijo que había estado encerrado, haciéndose pasar por ti, en el castillo del príncipe de Meanley.
-¿Humana? ¿Qué humana?
-La princesa, la hija del actual príncipe.
-¿De cuanta gente no me has hablado aún?
-Bueno, otro día no estabas como para hablarte de todo eso.
-Oh, vamos, no voy a saltarte al cuello ni nada por el estilo –el mohín de Jaron no se correspondía con sus palabras, pero Hund sabía que, a esas alturas, importaba bien poco.
Haze no iba a tardar en llegar y iba a ser mejor para todos que Jaron estuviera preparado.


Llegaron a un pueblo pequeño a media mañana. Jaron olvidó su aflicción por un momento, perdido en el bullicio del mercado. Alania había tomado su mano sólo adentrarse entre el gentío. “Para no perderte”, había dicho, y Jaron no había puesto objeción alguna. Y el tal Ceorl… Bueno, se confromaba con detenerse para darles prisa de vez en cuando y comprobar, de paso, que seguían ahí.
Finalmente se detuvo frente a una parada en la que vendían unos pinchos de carne de aspecto realmente delicioso. Nawar pidió uno para cada uno de ellos y luego siguió caminando. Alania, la boca aún medio llena, lo tomó de la manga.
-¿No pensarás hacernos correr mientras comemos? ¿No sabes que puede sentarnos mal?
Ceorl se volvió, un instante, y luego siguió caminando.
-Te recuerdo, niña, que tenemos prisa.
Alania insistió, tirando de nuevo de su brazo.
-Pensaba que eras más listo. Si enfermamos y tienes que cargar con ambos aún irás más lento, ¿no?
Ceorl clavó en la muchacha sus ojos marrones con el ceño muy fruncido, pero, finalmente, suspiró, encogiéndose de hombros. Por cabezota que fuera ese tipo, parecía que nadie ganaba a Alania. Nawar Ceorl había tropezado con la horma de su zapato.
-Cómo quieran los señoritos -gruñó, dejándose caer en un banco, cruzado de brazos.
-Oh, vamos, no te enfades -Alania se sentó junto a él y, tras dar otro mordisco a su pincho, continuó-. Has hecho lo más sabio.
-Mira, mocosa, he dejado que os sentéis a comer el maldito pincho, pero no se te ocurra ser condescendiente conmigo.
Alania miró al elfo, ofendida.
-Yo sólo trataba de ser amable.
-Pues sé amable con Yahir, que eso parece que se te da mejor, y a mí déjame en paz.
Jaron, que iba a sentarse junto a Alania, sintió que se sonrojaba ante el comentario y decidió que era menos humillante quedarse de pie. Alania y Nawar aún estuvieron discutiendo un buen rato como chiquillos, pero Jaron dejó de prestarles atención. Un grupo de músicos había llegado a la plaza y estaban tocando la más bonita melodía que el medioelfo había oído en su vida.
-¿Qué haces tan embelesado? Cualquiera diría que es la primera vez que oyes la canción -comentó Alania, a la cual parecía que Nawar había acabado por no dirigirle la palabra.
-Es que es la primera vez.
-Oh.
-Es muy bonita. ¿Tiene nombre?
-Tiene nombre y baile -Alania se puso en pie y dejó lo que quedaba del pincho sobre el banco-. Vigílame eso -le pidió a Ceorl, que gruñó. Luego se volvio hacia Jaron, tomándolo de las manos, obligándolo a seguirla al centro de la plaza-. ¿Quieres bailar?
Y Jaron se dio cuenta de que, a pesar de la pregunta, no tenía elección. Claro que tampoco le importaba demasiado. Nunca había bailado con una chica, y no se le ocurría mejor compañera para la primera vez que Alania.


Para el anochecer aún estaban en el maldito pueblo. Nawar no sabía como demonios había conseguido esa irritante muchacha que él hiciera todo lo que ella quería, pero… en fin, ahí estaban, en una posada, esperando la cena, dispuestos a pasar la noche ahí. Ceorl resopló al oír un comentario de la muchacha acerca de que no entendía por qué no habían viajado por caminos conocidos antes en vez de pasarse un día entero andurreando por el bosque.
-Estabais perdidos, ¿recuerdas? -Ladró, rompiendo por enésima vez su determinación de dejar de prestarle atención de una vez por todas.
La chica hizo un mohín, pero no respondió. Lo cual Ceorl agradeció enormemente. Empezaba a caerle mejor ese Jaron, tan callado y tan manso ahora que había comido algo, que la mocosa del demonio, y no era posible que un Yahir le cayera mejor que cualquier otra persona, fuera quien fuera.
-Nawar… -empezó a decir el muchacho-, mi tío… es decir, mi otro tío… ¿es de veras él el Kiam?
-Sí, lo es.
-No lo entiendo. Mi tío… Haze… dijo que le temía, que era la única persona del mundo a la que temía de veras.
Nawar no pudo evitar sonreír.
-Tu tío es un tipo más listo de lo que parece a primera vista.
-Pero… dijo de él tantas cosas horribles… ¿Es de veras tan malo?
Ceorl se tomó su tiempo para contestar, sintiendo las jóvenes miradas de sus dos acompañantes clavadas en su persona. ¿Que si Zealor era tan malo? Malo no era la palabra. Peor se adecuaba más.
-Sí, lo es -fue su escueta respuesta finalmente.
-Eso es cierto -intervino Alania-. Mi padre dice que el Qiam no es más que una serpiente, que traerá la perdición a la Nación.
Nawar esbozó una mueca que bailaba entre la sonrisa socarrona y la preocupación. Claro que iba a traer la perdición al Nación, hacia tiempo que él y su señor lo sabían, pero lo que nunca habían imaginado era que todos los parientes muertos del Qiam iban a resucitar un día para ayudarles a descubrir cómo. Estaba tan convencido de que todo lo relacionado con el muchacho y su nacimiento era la clave…
-Y es posible que yo sea hijo de ese tipo -Jaron suspiró, sacándolo de sus cavilaciones.
-Oh, vamos, sí, y de Haze, si te parece -Ceorl trató de animar al muchacho poniéndole una mano en el hombro.
Claro que no surtió mucho efecto. Cuando por fin les trajeron la cena, Jaron parecía tan confundido y abatido que apenas probó bocado.

El sol aún no había acabado de ponerse para cuando llegaron a la cabaña donde se suponía que vivía Jaron.
Haze se detuvo sólo verla. No podía dar un paso más, estaba muerto de miedo. De repente se dio cuenta de que tenía tanto miedo de Jaron como de Zealor. Un miedo distinto, cierto, pero miedo al fin y al cabo. Recordaba los ojos de su hermano la última vez que se habían visto, el odio que anidaba en ellos... ¿Le habría perdonado ya? Lo dudaba tanto... Si Hund le había recibido con un puñetazo... ¿cómo iba a recibirle Jaron? Seguro que no con una sonrisa.
Myreah, cogiéndole del brazo, lo devolvió a la realidad, obligándole a apartar la mirada de la cabaña, de la luz que escapaba por su ventana.
-¿Qué ocurre?
-Nada –mintió, arrancando a caminar de nuevo.
-¿Nada? Pero si estabas temblando.
Haze se volvió hacia ella con una sonrisa, besándola. No había nada que pudiera ocultarle a su princesa.
-Nada que pueda cambiarse o arreglarse –corrigió.
Ella le miró con un mohín de preocupación, pero no insistió, cosa que Haze agradeció.
Ya frente a la puerta, tuvo que tomar aire un par de veces antes de llamar. Trató de prepararse para el peor recibimiento de su vida, peor que el de sesenta y siete años atrás. “Jaron ha cambiado mucho en todo este tiempo, Haze”, le había dicho Dahn Hund, “pero no creo que su rabia haya cambiado también”.
Y entonces la puerta se abrió. El elfo de detrás de ésta le miró sombrío desde sus ojos violetas, su rostro irreconocible, devorada la belleza de antaño por el fuego.
-¿Haze? –Quiso saber su hermano mayor mientras escrutaba su rostro-. Así que eso de que estabas vivo no era una broma de mal gusto.
El elfo suspiró. No había sido un puñetazo, pero...
-No, Jaron, no lo era. Y, lo creas o no, a mí sí me alegra saber que sigues con vida.
Jaron le miró largamente antes de esbozar una mueca. Luego le indicó con un gesto que pasara. Sus ojos se clavaron en Myreah, que bajó la cabeza y se abrazó más a Haze.
-Así que te alegras, ¿eh? –Dijo finalmente-. No te alegrarás tanto cuando sepas que he enviado a tu sobrino a freír espárragos.
-Sabía que harías eso –fue su tranquila respuesta mientras trataba de sacudirse de encima el frío del tono de su hermano, el modo en que había pronunciado las palabras “tu sobrino”.
-Lo sabías y aún así... –Jaron se hundió en una silla y le indicó con un ademán indiferente que si quería sentarse se las apañara.
Haze no se sentó. Tal vez de pie podía disimular mejor lo incómodo que se sentía.
-Aún así ¿qué?
-Lo trajiste entre nosotros, a pesar de ser más que evidente que ese engendro es hijo de...
-¡No! –Le interrumpió Haze-. Eso no puedes saberlo. Y aunque fuese cierto, ¿qué? ¿Qué cambia eso? Es hijo de Sarai, ¡maldita sea! Es el hijo de la mujer a la que amabas, lo único que nos queda de ella.
-Pues si tan importante es ese mocoso para ti, ¡quédatelo! Yo no lo necesito para nada.
Haze desvió la mirada.
-A estas alturas ya debe odiarme –murmuró.
-¡Ja! Al menos no carece de sentido común –las palabras de Jaron se clavaron en él como un puñal de frío metal, un puñal como aquel con el que Zealor había marcado su piel, de esos que matan el alma.
-¡Jaron! –Le reprendió Hund, participando en al conversación por primera vez –Recuerda que me prometiste escucharle.
Jaron gruñó, poniéndose en pie.
-De acuerdo, pues que diga lo que tenga que decir, ¡y que lo diga rápido! Y luego, que cierre la boca para siempre.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Capítulo duodécimo



Myreah se dejó caer sobre la hierba, exhausta. Pensaba que había seguido bien las instrucciones de Hund, pero por lo visto no había sido así. Seguro que se había equivocado al llegar a aquella fuente, debería haber tomado el camino de la derecha. La joven suspiró. Estaba perdida, muy perdida. Y asustada. No era que le tuviese miedo a la noche ni al bosque, era sólo que... Que las otras veces que había pasado días en un bosque ese había sido su bosque. Y ni siquiera tenía la habilidad de Haze para encender fuegos.
De repente se sintió muy estúpida por haber abandonado a los elfos. Tal vez Jaron tenía razón. No tenía a dónde ir, así que ¿qué tenía de malo permanecer junto a un conocido? Pero estar allí viendo lo felices que eran todos había sido demasiado duro para ella. No se sentía con ánimos de ser feliz por el momento y en cierto modo le molestaba. No le gustaba sentir envidia de los que sí eran felices, le hacía sentir muy miserable y rastrera.
Con otro suspiro la joven decidió que era hora de tratar de dormir. Ojalá hubiera sabido cómo conseguirlo. Una cosa era dar vueltas y vueltas en un catre y otra muy diferente darlas en el duro y húmedo suelo del bosque. ¿Por qué no podía haberse quedado con los elfos? Sintió ganas de llorar y apretó fuerte la mandíbula. No pensaba llorar, no por algo que ya no tenía remedio.
Myreah dio una vuelta sobre sí misma por enésima vez antes de oír el ruido. Cuando abrió los ojos ya era demasiado tarde. La luz del círculo de antorchas la iluminaba y le impedía ver quién había dado con ella. No tardó en saberlo, la voz le era demasiado familiar.
-Por fin damos con vos, alteza –la forma repulsiva que tenía de pronunciar la última palabra le delató. Se trataba de Ishack, el hombre de confianza de su padre.
Myreah se puso en pie de un salto, más por reflejo que porque pensara seriamente en huir. Ishack la tomó del brazo.
-No os hagáis de rogar. Vuestro padre está seriamente enfadado con vos por vuestra huida infantilona –el hombre la iluminó con su antorcha-. ¡Oh, miraos bien! ¡Menuda facha! Y vuestro padre temía que os hubieseis fugado con algún hombre. ¿Qué tipo de hombre se iba a fijar en vos?
Hubo risas entre los hombres de Ishack, pero Myreah no estaba para sus estupideces.
No le golpeó con la rodilla entre las piernas porque la hubiese insultado, sino porque se le ocurrió que ese era un buen momento para pillarlos por sorpresa y huir. La sorpresa le dio unos segundos de ventaja.
No fueron suficientes.
Tras correr entre ramas bajas y raíces demasiado altas durante un tiempo, dieron con ella. Ishack volvió a cojerla, esta vez con mucha más fuerza. Le hacía daño y lo sabía, esa era su intención.
-Mira, mocosa estúpida, tienes suerte de que tu padre desee apalizarte con sus propias manos, porque si no, no ibas a salir de este bosque –Retorció su brazo de manera que la espalda de Myreah quedó pegada a su pecho-. No eres una mujer bonita, pero para según que cosas, una mujer no deja de ser una mujer.
-No te atreverás. Mi padre te mataría –logró decir en medio del dolor.
-¿Después de matarte a ti? –Sintió la risa del hombre junto a su oreja-. ¿Tú crees? Yo no lo creo, así que no me obligues, mocosa. Y ahora, ¡camina!
La empujó para indicarle que se moviera. Myreah obedeció. Si algo había aprendido de Ishack –y de los hombres de su padre en general-, era que no se marcaban faroles. A medida que caminaban dejó de sentir dolor en el brazo, empezaba a dormírsele. No sabía hasta que punto eso era una suerte o una desgracia.
Así que su padre quería apalizarla... ¡Qué novedad! De lo que Myreah estaba segura era de que no se trataba sólo de su huida. Su padre quería castigarla por haber liberado a los elfos. ¿Lo sabría Ishack? Era probable. Le hubiese gustado preguntarle, pero tal vez eso metiese en problemas a Jaron y a los demás. Así que calló. Si no daba muestras de preocuparse por ellos tal vez creyesen que no sabía dónde estaban.
Caminaban en silencio, un silencio sólo roto por el crujir de las antorchas. De vez en cuando algún hombre murmuraba algo a su compañero más inmediato, pero eso era la excepción que confirmaba la regla.
De repente Ishack se detuvo, obligándola a detenerse también.
-¡Volveos, idiotas! ¿Cuántos somos?
-Siete, señor, ocho contándoos a vos. Ya lo sabéis.
-¿Y porqué sólo cuento seis antorchas?
Los hombres se miraron confusos entre sí. Myreah pudo ver a dónde quería llegar Ishack, le faltaba un hombre.
Sintió el nerviosismo de Ishack al pedir a sus hombres que dieran sus nombres y empezó a contagiarse de su miedo. No era que le importase demasiado la suerte que hubiese corrido ese hombre, pero si eso o ese que les perseguía pretendía acabar con todos ellos...
Entonces hubo un crujido.
Un crujido casi imperceptible que no hubiesen oído de ir caminando. Ishack la soltó, pasándola a uno de sus hombres, y desenvainó su espada. Al menos era un tipo valiente.
-¿Quién anda ahí?
Por toda respuesta recibió el ulular del búho.
-¿Quién anda ahí? –Repitió.
Todo el mundo estaba tan pendiente de lo que ocurría alrededor de Ishack que, Myreah supuso, alguien debió de olvidar de mirar que sucedía a su alrededor. Se oyó un golpe sordo. Algo golpeó a uno de los hombresenla cabeza. Una piedra suficientemente pequeña para ser lanzada con una mano y suficientemente grande para matar a un hombre de un solo golpe.
Myreah nunca supo si el hombre había muerto o no.
Mientras todos escrutaban las sombras con nerviosismo, olvidando por completo al compañero inconsciente, algo le ocurrió al hombre que la sujetaba. Su presa se aflojó mientras soltaba un quejido. Y antes de que Myreah hubiese podido siquiera darse cuenta de que era libre, una mano la cogió de la muñeca y la obligó a correr. Por suerte para Myreah, Ishack y los hombres que le quedaban también tardaron en reaccionar.
Lo que no tardó en reaccionar fue su cerebro, que le dijo que ir con Ishack podía ser, según como se mirase, tan bueno o mejor que correr por el bosque de la mano de ve-a-saber-quién o qué. Así que trató de desasirse, sin dejar por eso de correr en dirección contraria a dónde habían dejado a Ishack, y sin dejar de protestar por el trato.
-Ya habrá tiempo para explicaciones luego, princesa –dijo una conocida voz en un conocido tono.
-Haze... –La sorpresa casi hizo que se detuviera.
Haze había ido en su ayuda...
El elfo se volvió un momento con una sonrisa, la luna reflejándose en sus ojos violetas. Luego, con un tirón, la obligó a correr más rápido.
-Ya me lo agradecerás cuando los brutos de tu padre se hayan cansado de seguirnos.




Cuando creyó que estaban suficientemente lejos, Haze se detuvo. Entonces se volvió hacia la princesa que, para su sorpresa, se dejó caer entre sus brazos. Respiraba a grandes bocanadas, como si estuviese muy cansada. Tal vez la había hecho correr demasiado.
-¿Estas bien? –Le preguntó, procurando que el hecho de que sus rizos estuviesen rozando su nariz no le distrajese.
Entonces ella alzó la vista.
-Supongo que sí –dijo con una media sonrisa-. ¿Cómo...?
-¿Cómo he dado contigo o cómo he acabado con ellos sin que me vieran?
-Las dos cosas –Myreah se sentó sin dejar de sonreír y obligó al elfo a hacer lo mismo, tirándole del brazo. Haze no se hizo de rogar, esa sonrisa bien lo merecía.
-No fue difícil dar contigo, has estado caminando en círculos. Además, Dhan me dijo qué camino se suponía que habías tomado. Y respecto a los hombres de tu padre...
-¿Volviste a casa de Dhan? ¿Por mí? –Interrumpió Myreah.
-En... En parte –carraspeó, no sabiendo como debía tomarse la pregunta de la princesa-. Cuando supe que os habíais ido...
-¿Nos?
Haze sonrió, había olvidado que la princesa se había ido antes que su sobrino.
-Jaron y la hija de Hund también se fueron. Creo que Jaron busca a mi hermano.
-¡Pero si Dhan dijo que había muerto!
-Pues mintió. El hecho es que te estoy buscando desde ayer por la tarde. Temía que ocurriera lo que acaba de pasar.
-Supongo que fui una estúpida por marcharme sola –la muchacha suspiró y Haze tuvo la sensación de que se quedaba con las ganas de decir algo. Finalmente se puso en pie-. ¿Y ahora?
-Dhan me dijo dónde podía encontrarlos una vez diera contigo.
-¿No vas a llevarme con mi gente?
-Bu... Bueno... –Haze miró a la joven desde el suelo, confundido. Él había dado por supuesto que, una vez dieran con ella, le seguiría- ¿De veras quieres volver con los humanos?
-No tengo nada entre los elfos –eso no era un sí, era un “¿qué otra cosa puedo hacer?”.
-Pero... ¿Y Jaron? Es tu tío, o algo así, ¿no? Y si de veras ha encontrado a mi hermano va a necesitar que estés a su lado.
-Jaron ya tiene a los elfos, no me necesita para nada.
Haze se puso en pie, intentando pensar en algo para retenerla. Pero no se le ocurría nada.
-Mira, Haze, si no quieres acompañarme, lo entenderé. Si los humanos te viesen, lo pasarías muy mal.
-No es eso –protestó Haze, algo molesto porque no había nada de tono de víctima en su voz. Realmente creía lo que estaba diciendo-. Es sólo que... En fin, que... que no es sólo por Jaron que quiero que vengas conmigo –Haze sintió que se sonrojaba al sentir la mirada interrogante de la princesa, así que trató de mirar hacia otro sitio. Pero seguía sintiendo sus ojos, esos ojos... -. Princesa, yo... no he podido dejar de pensar en ti desde que te dejé atrás. Si te busqué no era solamente que temiese por ti, también lo hice por mí, para poder volverte a ver.
Haze se volvió hacia Myreah, que le miraba con una mezcla de sorpresa y de alegría.
-No te estás burlando de mí –murmuró-, lo crees de veras.
Haze la abrazó contra sí antes de que tuviese tiempo de añadir nada más.
-Por favor, princesa, quédate conmigo. No creo que pueda vivir sin ti.
Ella le devolvió el abrazo, pero no dijo nada. Haze hundió el rostro entre los rizos de su melena y deseó que el mundo pudiese reducirse sólo a eso. Sin Zealors ni Jarons ni elfos ni humanos ni pasado ni cuentas pendientes. Pronto despertaría a la realidad y vería que todo eso seguía existiendo, pero estaba bien poder fingir, al menos durante un momento.



Jaron despertó algo desorientado, como cada mañana desde que se habían perdido. Pronto recordó que, para variar, se habían acostado en un lugar desconocido en la más absoluta oscuridad. Por eso no reconocía nada a su alrededor. Nada excepto a Alania.
La muchacha dormía a escasos metros de él, con su cobriza melena desperdigada sobre la hierba. Jaron se incorporó un poco y sopesó la idea de quedarse contemplándola hasta que despertara, estaba tan bonita... El semielfo se preguntaba cómo podía habérsele pasado por alto eso cuando la había conocido. Además, de no haber sido por ella...
Por eso no se quedó a contemplarla. Si despertaba se empeñaría en hacerlo todo ella, como siempre. Y por una vez quería ser él quien se encargara de buscar algo para desayunar. Era lo mínimo que podía hacer por ella.
Así que salió al bosque a ver qué podía encontrar. Fue más bien poco, no parecía que hubiesen muchas bayas por aquel lugar. Cuando regresó, Alania estaba sentada con actitud soñolienta, frotándose los ojos y estirándose. Sonrió al verle llegar.
-¡Que bien, bayas! –Dijo al ver la carga de Jaron-. Estoy muerta de hambre.
Jaron miró un poco avergonzado los escasos frutos.
-Toma, son tu desayuno –dijo, tendiéndoselos a la muchacha.
-¿Todos?
-Yo ya me he comido mi parte –mintió.
-Podías haberme esperado y desayunar juntos, ¿no? –Le recriminó la muchacha con un mohín. Pronto volvió a sonreír, llena su boca de bayas y su mentón de jugo-. Pero me alegra ver que ya estás de mejor humor.
Jaron medio sonrió. Si quería llamarlo así...
-Es sólo que me siento culpable. Fue mi culpa que nos perdiéramos en el bosque.
-¡Tonterías! Fue culpa de ese tipo de la cara quemada. En cuanto encontremos el camino, enviaré a mi padre a que le dé una buena patada en el culo. Y pobre de mi padre que se ponga de su parte.
La gesticulación de la muchacha logró arrancarle una risilla a Jaron.
-Oh, no te rías. Hablo muy en serio. ¿Acaso dudas que vaya a poder hacerlo?
Jaron ensanchó su sonrisa.
-¿Si encontramos el camino de vuelta? No.



Nawar se detuvo un momento a escuchar. Dos voces, dos voces jóvenes que hablaban y reían. Parecía ser que había seguido la pista correcta. Esos debían de ser el medioelfo y la hija de Hund. Sonrió para sí. Había tardado sus dos días con sus dos noches, pero por fin había dado con ellos.
A pesar de todo, se acercó con sigilo. No quería asustarlos y ser recibido de un modo poco agradable. Y allí estaban... Una mocosa de cabellos tan rojos como los de Hund y el muchacho. ¡Dioses! Realmente se parecía a Zealor. No era de extrañar que Jaron lo hubiera echado a patadas. Pero era su deber volverlo a llevar hasta allí e iba a conseguirlo, fuese como fuese. Así que finalmente salió de su escondite y dijo:
-Hola. Alania Hund y Jaron, supongo.
Los dos se volvieron alarmados y clavaron una mirada asustada en aquel desconocido que conocía sus nombres.
-¿Quién eres y quién te ha dicho mi nombre? –Rugió la muchacha en un tono que le recordó terriblemente a Dhan mientras se ponía en pie de un salto.
-Tranquila, conozco a tu padre. Es por él que conozco tu nombre. Y en cuanto al mío... Nawar Ceorl, para serviros a ambos.
La muchacha vaciló, insegura. Respecto a Jaron... El muchacho parecía carecer por completo de capacidad de reacción. Nawar suspiró.
-Llevo dos días buscándoos por todas partes –explicó-. No sois fáciles de encontrar.
-¿Te envía mi padre?
-No exactamente. En realidad, vengo de parte de Haze Yahir.
Nawar no pudo dejar de notar el mohín de fastidio en el rostro del muchacho al oír mencionar a su tío. ¿Es que nadie de su propia familia apreciaba a Haze?
-¿Y vas a llevarnos de vuelta a mi casa? –Quiso saber la muchacha.
-No, iremos a la cabaña de Jaron Yahir. Haze se unirá a nosotros en cuanto encuentre a la humana.
-¿A Myreah? –Jaron abrió la boca por fin. Pronto pareció arrepentirse de haber mostrado interés, pues se cruzó de brazos y, con un mohín de cabezonería, dijo: -Yo no voy.
-¿Cómo que no?
-Pero, Jaron... Estamos perdidos en el bosque... Si dejamos que él nos guíe...
-No pienso seguir a ningún amigo de mi tío, y menos a la cabaña de ese hombre.
Alania se mordió el labio y miró a Nawar. La muchacha parecía más sensata que el medioelfo, y no le extrañaba. Después de todo, el muchacho era un Yahir, tenía que complicar la vida de todos los que lo rodeasen. Pero Nawar no estaba dispuesto a que le complicase la suya.
Se acercó a Jaron, y antes de que el muchacho pudiese protestar, lo cogió en volandas y se lo cargó a la espalda como un fardo.
-Le prometí a mi tío que ayudaría al tuyo, mocoso, así que no pienso dejar que tu opinión al respecto me aparte de mi misión –y volviéndose hacia la sorprendida Alania añadió: -Vamos.
Y empezó a caminar. Alania trotó tras él enseguida, sin decir ni media palabra. Jaron, por el contrario, no dejaba de protestar, maldecir y patalear como un chiquillo histérico.
-¡Suéltame! ¡No tienes ningún derecho a hacerme esto! –Gritó muy cerca de su oído-. ¡Bájame, te digo!
-Cállate, ¿quieres? Si sigues así nos caeremos los dos.
Pero Jaron no se calló. Siguió quejándose y quejándose. Pues ya se cansaría. Nawar dejó de prestarle atención a sus protestas y se volvió hacia Alania, que caminaba algo compungida, a escasos pasos de él.
-¿Te das cuenta de la que has liado? ¿Cómo se te ocurrió llevarte a este mocoso a casa de Yahir?
-Yo...
-¡Oye, que no es su culpa! –Jaron dejó de protestar para defender a la muchacha.
-¿Ah, no? Mira, chaval, para empezar, nunca debiste salir de casa de Hund. ¿Qué hubieseis hecho si yo no llego a encontraros, eh?
Jaron gruñó, pero no dijo nada. Se limitó a continuar pataleando.
-Si ese tipo no le hubiera dicho a Jaron todas esas cosas horribles, nunca nos habríamos perdido –se defendió la muchacha.
-¿Cosas horribles? –Nawar aflojó el paso, recordando como había sido de desagradable Yahir con ellos. En cierto modo, sentía lástima por el muchacho-. Seguro que en realidad no creía ni la mitad. Tienes que comprenderle.
-¿Comprenderle? –La pregunta del muchacho sonó amarga. Muy amarga.
-Bueno, él no esperaba que el hijo de su esposa se pareciese tanto a su hermano.
-Pero si yo he visto a ese Haze y no se parece a Jaron ni en el blanco de los ojos.
-No, no a Haze. A su otro hermano.
-¿Otro hermano? –Jaron dejó de patalear al fin-. ¿Qué otro hermano? Mi tío no me dijo que...
-Hay muchas cosas que tu tío no te dijo, chaval. Aún hay otro Yahir más. Zealor Yahir, el Qiam.
Alania dejó escapar una exclamación de sorpresa deteniéndose un momento. Jaron volvió a patalear de nuevo, pero esta vez no protestaba.
-¡Bájame, bájame! Prometo que iré contigo.
En cuanto Nawar lo dejó en el suelo, Jaron preguntó:
-¿El kiam? ¿Quieres decir que el kiam ese al que tanto teme Haze es su propio hermano?
-El mediano de los Yahir, sí, señor.
Jaron miró a Nawar, entre sorprendido y pensativo.
-¿Y yo me parezco a él?
-Sí, ¿qué tiene eso de extraño? Es tu tío al fin y al cabo.
-Pero mi pad... Jaron Yahir me trató como si yo fuese la peste, dijo que yo no debería haber sido concebido. ¿Es que cree que no soy su hijo? ¿Acaso mi madre y ese kiam...?
-Bueno, no conozco mucho a tu padre, pero creo que todo lo ocurrido hace sesenta y siete años le dejó un poco marcado. No creo que esté muy sano, ya me entiendes.
-¿Insinúas que está loco?
Nawar empezó a caminar de nuevo, seguido por los dos jóvenes elfos.
-No, no loco, sólo algo desquiciado. Odia a Zealor, cosa que no le reprocho, por tanto... Con el tiempo, lo asimilará y te aceptará. Yo me encargaré de ello.
Jaron se puso a su altura clavando en él su par de ojos glaucos.
-¿Por qué? ¿Por qué mi tío te pidió que cuidases de mí?
Nawar lo meditó. El muchacho no parecía tener a Haze en muy buen concepto, así que tenía que ir con cuidado con su respuesta si no quería volver a verse obligado a cargar con él.
-No, porque eres un Yahir, y es obligación de los Ceorl cuidar de vosotros –dijo finalmente. Y enseguida se dio cuenta de no mentía en absoluto. Incluso él mismo se lo creía. Sonrió-. Siempre lo hemos hecho y siempre se hará. Después de todo, ¿qué habría hecho tu familia sin la mía durante tantas y tantas generaciones?



Jaron trataba de seguir el ritmo de ese Nawar Ceorl, pero cada vez le costaba más. Estaba cansado, mucho, y a aquel tipo parecía importarle un comino. ¡Llevaban horas caminando! El muchacho sólo tenía ganas de dejarse caer en algún sitio y descansar. Oh, y comer algo... Tenía el estómago en los pies. Pero, no, Nawar no se detenía, y él y Alania tenían que seguir sus grandes zancadas. Estaban tan cansados que hacía rato que no hablaban.
Nawar se volvió hacia él. Tal vez iba a dar el alto, tal vez iba a preguntarles qué querían para comer, tal vez...
-Te estás quedando atrás, Jaron –fue todo lo que dijo, y el muchacho sintió que se le caía el alma.
-¡Claro que me estoy quedando atrás! Estoy cansado y tengo hambre.
-¡Y yo! –Se atrevió a secundar Alania.
Nawar los miró con fastidio un momento, resoplando.
-De acuerdo, iremos por otro sitio.
Jaron miró al elfo con incredulidad mientras les hacía una seña para que le siguieran.
-¡Pero si acabamos de decir que no podemos más!
-Bien puedes quejarte, ¿no? –Los ojos color de miel del elfo se pusieron en blanco un momento-. ¡Yahir tenías que ser! Voy a llevaros hasta un pueblo, a comer algo.
-Oh –Jaron no supo qué más decir, sólo se le ocurrió que podía haberlo dicho antes.