domingo, 24 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo sexto





Jaron se arrastró hasta la parte trasera de la tienda, acercando la cabeza a la lona para intentar oír. Le llegaron algunas voces en el iluminado interior, así como algunas siluetas, pero no podía distinguir ninguna de las palabras.

Maldiciendo, siguió arrastrándose por la hierba buscando algún rincón menos iluminado. La humedad comenzó a calar su ropa mientrasel muchacho empezaba a arrepentirse de su enésima pésima idea. Finalmente dio con un punto que le pareció bueno y usando una daga hizo un pequeño corte en la tienda, en forma de siete, desde donde le llegó el envidiable calor del interior. También le llegaron las voces más claras.

Había cuatro hombres en total, Jacob de meanley y otros tres. Uno de ellos, Jaron estaba seguro, era uno de los humanos que le habían golpeado en las mazmorras de Meanley. El resto no los conocía, o por lo menos no los recordaba. Parecían estar discutiendo algo, pero lo hacían en voz baja, tal vez para no ser escuchados por los guardias de la entrada.

-¿No irás a perder la paciencia precisamente ahora, Ishaack?

-No se trata de paciencia, señor. Es ese maldito engendro, sabéis que nunca me he fiado de él.

-¿Crees que yo sí? Y aún así cumplirá con su parte porque él sí se fía de nosotros.

-Yo no estaría tan seguro de eso -dijo el tipo que Jaron recordaba de su estancia en Meanley.

-¿Qué intentáis deicrme? ¿Que nos echemos atrás ahora? Ni hablar. Esperaremos la señal del elfo, como acordamos. Dijo en su último comunicado que a su rey le quedaba apenas un suspiro. Ya no tardará en morir, y cuando lo haga tendremos nuestra señal.

-¿Y cual será? -El tal Ishaack resopló con sorna-. Incluso en eso nos dejó apenas un misterio. Se aseguró de seguir llevando él las riendas. Ese tipo me da escalofrío, Jacob. Debimos haberle matado hace tiempo.

-Dijo que lo sabríamos cuando nos llegara y confío en ello. Nos necesita más él a nosotros que nosotros a él. No se arriesgaría a estas alturas.

-¿Por qué no? ¡Tiene todo el tiempo del mundo!

-No, ahí os equivocáis todos -una sonrisa cruel se dibujó en el rostro de Meanley-. Le queda exactamente el tiempo que tardemos en entrar en su ridícula Nación y aplastar a su maldito gobierno. Los elfos van a perder a su rey, su consejo y su qiam en la misma semana. El resto serán mis esclavos o morirán, lo que ellos decidan.

-Sigo sin entender de nos sirve todo eso.

-Porque eres corto de miras, Ishaack. Cuando los elfos ya no sean una amenaza el pueblo me adorará y me seguirá a donde yo vaya.

-Y vos iréis a por el Rey.

-Precisamente. Y cuando el Rey haya caído...

De repente las voces en el exterior de la tienda se alzaron, como si hubiera una discusión. El príncipe se interrumpió, molesto y suspicaz.

-Id a ver qué está ocurriendo. Y si alguno de esos pueblerinos está dando problemas...

Sus hombres asintieron y le dejaron solo en la tienda. Jaron le observó mientras en silencio se servía una copa de vino y se sentaba en una banqueta, dándole la espalda. Se dio cuenta de que realmente nadie le había visto, nadie excepto Miekel sabía que él estaba allí. Sería fácil, tan fácil, matar a Jacob de Meanley...

Excepto que tal vez no iba a ser tan fácil, y si le pillaban y moría nadie podría ir a avisar a los elfos de lo que planeaba el Príncipe.

Así que dió media vuelta y volvió por donde había venido. Por el rabillo del ojo vio a Miekel rodeado por los hombres de Meanley. Él parecía ser el objeto de la discusión. El muchacho esperaba que no haberlo metido en problemas, aunque por el modo en que el tal Ishaack lo sacaba a empeñones de allí parecía ser el caso.

Jaron se apresuró a alejarse de las tiendas de lso oficiales, poniendose en pie cuando creyó estar suficientemente lejos. Entonces caminó con tranquilidad hacia las hogueras, por que correr hubiera atraído la atención sobre su persona y eso era lo último que quería hacer. Tenía el corazón en un puño, dividido entre las ganas de echar a correr hacia la Nación y no detenerse hasta dar con alguien y la idea de correr en dirección contraria, hacia Rodwell y el Rey.

¡Maldición! Eran demasiadas cosas y él era demasiado estúpido. Demasiado lento e insignificante.

Maldición. Maldición. Maldición.

Esperaba que Miekel estuviera bien. Rodwell le había enviado un aliado y él conseguía que lo mataran a los cinco días de conocerle. Al final iba a tener razón Jaron Yahir. No traía más que problemas.