lunes, 10 de mayo de 2010

tercera parte, capitulo cuarto

debido a problemas tecnicos ajenos a la escritora, el capitulo es corto y va tarde. Disculpad la falta de acentos, que sera corregida en breve... o nunca. Ya me conoceis. Mientras tanto, disfrutad. La accion que falta esta semana la tendreis en breve. Y esta vez si, es una promesa.



Cuando a los nueve años había sido enviado como aprendiz junto a un maestro armero no se planteó que aquello no era la vida que él quería vivir. Necesitó casi nueve años para darse cuenta de ello y algunos meses más para reunir el valor suficiente para dejarlo todo y seguir su camino. Fue entonces cuando entró en el monasterio del Abad Rodwell. Estudio y tranquilidad. Por unos meses creyó que ése era su camino. En ese momento, agazapado entre los arbustos, empezaba a plantearse si no se habría equivocado de nuevo. Al fin y al cabo, Miekel no se había sentido tan a gusto haciendo algo en toda su vida.

Había seguido el rastro de la princesa hacia el lugar donde habían sido atacados ella y su compañero elfo, pero ya no había nadie allí cuando había llegado. Otro rastro salía de allí. Los soldados de Meanley no habían visto la necesidad de ocultar sus pasos. Ni, por lo visto, la de ocultarse a si mismos. Una de las ventajas de la abadia era que uno aprendia a apreciar el valor del silencio. En el ejercito no se le daba la importancia debida. Al menos no en el de Meanley. Claro que no iba a ser el quien se quejara de la incompetencia de sus adversarios.

No tardo en dar con ellos. Por lo visto se habian reagrupado en un peque;o claro. Tall y como habia temido mientras seguia el rastro, el elfo habia sido capturado. Eso era una buena noticia. Estaba vivo. Inconsciente y muy vapuleado, pero vivo. Y no habia ninguna duda de que era elfo. Al igual que el elfo que habian visto en el castillo del Rey, los cabellos de este, aunque rubios en definicion, eran de un tono dorado casi imposible. Era el dorado del trigo en verano, y no era una metafora. No pod'ia ver sus ojos, por supuesto, pero estaba seguro que, igual que los de Jaron, igual que los del otro elfo, su color tambien escaparia de las definiciones humanas aunqeu fuera por los pelos.

Miekel se acerco lo mas que pudo a ellos y espero. Eran muchos y mejor entrenados que el, as'i que un ataque frontal estaba fuera de toda discusion. No, esperaria. Esa era otra de las virtudes de la vida monacal: la paciencia. Pronto dirian o harian algo que pudiera usar a su favor.

Asi que espero, agazapado entre los arbustos, con cientos de mariposas de anticipacion revoloteando en su estomago y una incontrolable sonrisa bailando en la camisura de su boca. Y es que... Demonios! No se había sentido tan a gusto haciendo algo en toda su vida.