lunes, 30 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo decimonoveno





Alania se despertó sobresaltada y tardó en darse cuenta que los golpes en la puerta no eran parte de un sueño. Desubicada y aún soñolienta, la muchacha se sentó en el sofá, esperando ver a Faris levantarse de su cama para ir a abrir la puerta. Pero la cama estaba intacta y su Alteza real no estaba por ningún sitio.

Los golpes en la puerta insistieron, un poco más alto, más descorteses.

-Ya... ya va -dijo, por ganar tiempo, mirando hacia la ventana para asegurarse que no se habían dormido.

Pero era imposible. Era noche cerrada aún en el exterior. Así que tal vez había sucedido algo importante y alguien quería comentarlo con Faris. Sólo que el príncipe no estaba. En su lugar encontró una nota dirigida a ella sobre el desordenado escritorio de Faris.

Volveré al alba, decía. Al alba. Y nada más. ¿Donde había ido que fuera tan importante a esa hora de la noche? ¡Y en mitad del Luto ni más ni menos! ¿Por qué todo el mundo la dejaba siempre atrás?

Tres nuevos golpes en la puerta la sobresaltaron.

“¡Al alba! “, pensó con acritud mientras se adecentaba el pelo corto con una mano y abotonaba del todo la camisa negra que el príncipe le había dejado. Pero quedaban muchas horas para el alba aún y la gente que llamaba a la puerta no parecía ir a darse por vencida.

-¿Quien es? -Dijo, llegando junto a la puerta. Tal vez no fuera nada grave. Tal vez ella misma podría encargarse de todo. Al fin y al cabo, era Taren, el escudero de su Alteza.

-Muchacho, despierta a tu señor -dijo la voz del otro lado sin miramientos ni delicadeza-. El Qiam quiere verle.

¿El Qiam? Eso no podía ser bueno, ¿verdad?

-Mi señor está indispuesto -inventó-. ¿No puede el Qiam esperar a mañana?

-¿Esperar? ¿El Qiam? Abre inmediatamente, muchacho, y despierta a tu señor.

La desagradable voz al otro lado de la puerta no lo dijo en voz alta, pero su tono le recordó a Alania que mientras fuera solamente un príncipe Zealor tenía poder sobre Faris y no viceversa. Ni siquiera había usado el título de Alteza para referirse a él.

Tenía que abrir esa puerta e inventarse una mentira mejor. Así que lo hizo. Abrir la puerta al menos, porque para cuando el guardia vestido de negro entró y lanzó una mirada hosca a su alrededor aún no había podido pensar en nada que decir.

-¿Y tu señor?

-Está... Ha salido.

-Pensé que estaba indispuesto -el elfo adulto la miró con un par de ojos azules y fríos-. ¿Donde ha ido, pues?

-A velar a su padre.

La mirada del elfo le indicó que sabía que era una mentira. Aún así, sonrió.

-De acuerdo. Llévame con él.

La muchacha se mordió el labio, pensando en cómo salir de esa. Pero la verdad era que no podía. O admitía que estaba mintiendo allí mismo, o alargaba la mentira, intentando ganar tiempo. El soldado no le dio mucha opción a decidirse.

-Vamos -dijo, tomándola del brazo y empezando a caminar.

Sabía que mentía. El elfo sabía que mentía y quería poder pasárselo por la cara cuando llegaran hasta la sala del trono y vieran que el príncipe no estaba allí. ¿Qué harían entonces? Tal vez despertarían a más gente en el palacio, y estos dirían que en realidad no la conocían. ¿Y si pensaban que le había hecho algo a Faris?

No tenía salida, así que era mejor acabar con aquello cuanto antes.

-No -dijo, deteniéndose-. No está allí.

-Estoy empezando a perder la paciencia contigo, moscoso insolente. ¿Donde está su Alteza?

-¡No lo sé! ¡Lo juro! Me desperté y se había ido. Cuando habéis venido a buscarle yo... No quería que Faris se metiera en un lío. Por eso mentí -Optó por decir la verdad, que siempre resultaba ser la mejor de las mentiras.

El soldado del Qiam la miró y resopló. No parecía muy contento con su respuesta, pero pareció decidir que esta vez le estaba diciendo la verdad. Aún así no soltó su brazo.

-Eso vas a decirselo al Qiam en persona.

-¿Qué? ¡No!

El elfo se rió.

-No sé que te habrán contado, pero mi señor no muerde. Si no tienes nada que ocultar, no tienes que temer nada. ¿Tienes algo que ocultar, muchacho?

Alania se limitó a negar con la cabeza mientras se dejaba conducir a los aposentos de Zealor Yahir con el corazón en un puño. Si al menos hubiera tenido la intelegencia de coger su gorra...

“¿Y de qué iba a servirte la gorra, tonta?”

No tuvo tiempo de responderse a sí misma. Pronto llegaron frente a una puerta custodiada por dos guardias más vestidos con identicos ropajes negros que se cuadraron ante el soldado que la llevaba, que debía de ser de más rango. Uno de ellos les abrió la puerta y les anunció al Qiam.

Zealor Yahir no se levantó de su silla al verlos entrar. Alania dudaba que se hubiera levantado incluso para Faris.


-¿Y su Alteza? -preguntó a su guardia, sin dedicarle apenas una mirada.

“Que no me mire, por lo más sagrado, que no me mire. Que Faris tenga razón y no me dedique ni medio segundo.”

-No estaba en sus aposentos, Señoría. Su paje dice que no sabe donde está -el elfo la empujó, obligándola a dar un paso al frente-, pero he pensado que hablar con vos tal vez le refrescara la memoria.

Y Zealor Yahir bajó finalmente su mirada hasta ella.

-Ven aquí, muchacho -le pidió, con esa voz amable que ponía cuando quería algo de las personas. Alania ya la había escuchado antes, pero sabía que si alzaba la cabeza y se atrevía a mirarle a los ojos no vería más que hielo verde en ellos-. Cuéntame lo que sabes.

Alania no se movió, petrificada de terror como estaba, pero el guardia le dio otro empujón con tanta fuerza que tuvo que dar tres pasos involuntarios para no perder el equilibrio. Eso la situó a escasos centímetros del Qiam.

-El Qiam te ha dicho que hables.

-Y-Yo... No lo sé, Señoría -resplicó con un hilo de voz.

Pero Zealor Yahir ya no la estaba escuchando.

Con una exclamación poco decorosa el Qiam la tomó por la barbilla y la obligó a alzar la vista. Sus temibles ojos glaucos mostraban sorpresa, pero una sonrisa afilada como una daga cruzaba su rostro.

-¿Así que Su Alteza Faris no se encuentra en sus aposentos? -Le preguntó finalmente aunque era más que evidente que la había reconocido-. Dime, muchacho, ¿que crees que pueda significar eso?

-No sé, Señoría -Alania tenía tanto miedo que tuvo que contener las lágrimas-. T-tal vez sólo ha salido a tomar el aire.

-¿Sin que las guardia real apostada en su puerta le haya visto salir? -Su sonrisa se ensanchó, pero por fin la dejó ir-. Capitán -dijo al guardia que tenía detrás suyo-, trae algo de comer para nuestra invitada.

-¿Invitada?

-Oh, cierto, no os conocíais. Os presento a Alania Hund, hija del traidor Dhan Hund y, por lo visto, escudera real -se volvió de nuevo hacia ella sin dejar de sonreir ni un sólo momento-. Por favor, querida, toma asiento mientras el capitán se encarga de todo. Tu y yo vamos a esperar a su Alteza despiertos. Creo que tenemos mucho de lo que hablar.



lunes, 23 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo decimooctavo






No había incompetentes entre los hombres del Qiam. Zealor yahir en persona los había elegido, uno a uno, y había probado sus capacidades hasta convecerse de que podía confiar en ellos. Sólo un idiota se rodearía de gente en la que no puede confiar, y el Qiam no era idiota. Por supuesto, no todos ellos estaban al corriente de los planes de Su Señoría, pero sabían lo suficiente para reaccionar con rapidez y que la sorpresa no pudiera hacerles perder tiempo.

Por eso los hombres apostados en Leahpenn partieron hacia La Capital antes que los miembros de la Guardia Real sin entretenerse a interrogar al prisionero. Y por eso el Capitán de la Guardia de Su Señoría se vistió apenas lo justo para no faltar a la decencia y se encaminó a los aposentos del Qiam tras dar las órdenes pertinente para impedir que las noticias llegaran antes al príncipe Faris que a su señor.

No es que le fuera a servir de mucho al Qiam. Pero como él mismo siempre decía, la diferencia entre la victoria y la derrota se encontraba en ir por delante de tus adversarios, aunque fuera un sólo paso.

Aunque no sabía muy bien cómo iba a reaccionar el Qiam cuando lo supiera. El Capitán apenas sí podía creerlo. Jaron Yahir... ¡vivo! Y no sólo eso , si no que por algún motivo conocía los planes del ejército humano. Eso no iba a traer nada bueno.

Se detuvo unos segundos antes de golpear la puerta de su señor con los nudillos ante la mirada inquisitiva de uno de sus subordinados. Era uno de los muchachos muevos y por tanto formaba parte del grupo más desinformado. Pero algo para lo que sí estaban entrenados a pesar d ela falta de información era a no preguntar y no inmiscuirse, así que a pesar de su más que evidente curiosidad el elfo no preguntó a su Capitán mientras repetía la llamada una segunda vez.

Esta vez hubo respuesta en el interior. Un gruñido ahogado mientras Su Señoría se desperezaba. Decidió interpretarlo como una invitación para entrar.

Cuando abrió la puerta y entró, iluminando la estancia con su candelabro, encontró al Qiam sentado en la cama. Sus normamelmente fríos ojos, que raramente traicionaban sus pensamientos, le miraban ahora con una mezcla de enfado y creciente curiosidad.

Para cuando el Capitán había dejado el candelabro sobre la mesa Zealor Yahir ya estaba en pie, colocándose una bata sobre los hombros.

-No me digas que los humanos han atacado ya -dijo antes de lavarse la cara con agua de la jofaina para despejarse.

-No, mi señor. Hasta donde sabemos los humanso están siguiendo el plan según lo previsto.

-¿Entonces? -Sus ojos brillaron divertidos un momento mientras esbozaba una sonrisa-. ¿Habéis encontrado a Haze? Para eso valdría la pena levantarse.

-Tampoco, Señoría. Alguien ha daod la alarma en Leahpenn.

-¿La alarma?

El capitán se apresuró en informar a su señor de todo lo que había ocurrido en Leahpenn: el aspecto del elfo, las noticias qeu decía traer y, sobretodo, quien afirmaba ser.

Y por primera vez desde que lo conociera el Qiam dio muestras de auténtica sorpresa. Se sentó de nuevo en la cama mientras se pasaba una mano por el pelo deshaciendo la cola en que lo sujetaba para dormir.

-¿Jaron? -Palmeó sus muslos sonoramente un par de veces mientras parecía pensar-. ¿Y dices que su rostro estaba quemado? ¡Por supuesto que estaba quemado! Aún recuerdo como gritaba cuando ardió.

-Entonces ¿creéis que es él de verdad?

-¡Sin duda! Lo sabía. Lo sabía -Repitió el gesto de palmearse los muslos mientras parecía hablar para sí. Finalmente le mostró una sonrisa no exempta de cinismo-. ¿Que tendrá esta familia mía que no quiere permanecer muerta?

-Y parece saber del ejercito humano, señor.

-Sí, eso es lo que no entiendo... -Se puso en pie de nuevo y caminó hasta el armario-. Pero pronto saldremos de dudas. No tiene porqué cambiar nada -y mientras empezaba a dar órdenes, se iba vistiendo-. Que lo traigan a mí directamente. Nada debe romper el Luto real, y menos un loco fingiendo ser mi queridísimo hermano mayor. Y traédme a Faris. Le informaremos de lo que dice Jaron. Si cuando lleguen los humanso la gente va diciendo por ahí que le oculté información al Príncipe no solucionaremos nada. Sigo controlando el Luto. Ahora mismo mi autoridad sigue siendo mayor que la de ese mocoso. No tiene porqué cambiar nada -repitió.

-¿Algo más, mi señor?

-Sí, que evacuen Leahpenn, pero que traigan a sus habitantes hacia el castillo. Cuanto menos se pueda chismorrear por los pueblos, mejor.

-Sí, señor.

El capitán iba a salir cuando la voz de su señor le detuvo de nuevo.

-Oh, y, Capitán. Entiendo porqué has tenido que despertarme en mitad d ela noche dada la gravedad delas noticias, pero la próxima vez, procura que las órdenes ya hayan sido dadas antes de molestarme o será la última. Al fin y al cabo, no te pago para hacer yo tu trabajo.

domingo, 15 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo decimoséptimo







El caballo llegó al patio y el jinete descabalgó sin esperar siquiera a que se detuviera del todo. Un criado salió a recibirle, sensiblemente alarmado ante la visita inesperada a esas horas intempestivas. Su alarma no decreció al bajarse el jinete la capucha y descubrir su identidad. Al contrario, el elfo sabía perfectamente que su príncipe no debería encontrarse allí esa noche y no pareció interpretar su presencia como nada bueno.

Faris no se entretuvo en darle explicaciones. Sabía que la mayoría de su servicio desaprovaba sus acciones de los últimos días pero que eran demasiado leales como para cuestionarlas abiertamente y prefería que fuera así. No podía permitirse el lujo de pararse a pensar en esos momentos. Todo parecía haberse salido de madre desde el momento en que Nawar viniera a pedirle que intercediera a favor de sus tíos y él había accedido.

No, no podía detener a pensar en que debería estar velando el cadaver de su padre y observando el riguroso luto impuesto por el Qiam en lugar de estar asustando a sus propios criados en su residencia privada en mitad de la noche. Así que en lugar de eso actuó como si estar allí esa noche fuera lo más natural y entregó su capa al criado mientras le pedía que se asegurara de que el caballo descansaba como era debido y que estaba listo antes del amanecer para el camino de vuelta.

-¿De vuelta?

-Al Castillo Real, por supuesto. He de asistir a un funeral.

El criado asintió, aparentemente aliviado de que al menos aquella parte de su compromiso sí fuera a cumplirla, y se apresuró a cumplir sus órdenes.

-Vuestros invitados se encuentran en la cocina -le informó otro de sus criados mientras le abría la puerta y le franqueaba el paso-. Maese Yahir decidió que era mejor esconderse hasta saber quién nos visitaba -explicó-. ¿Les hago subir al salón?

-No será necesario. Después de todo, no he cenado aún.

Su gente no sólo era leal si no que además era eficiente, así que al poco de entrar en la cocina y tomar asiento junto a sus “invitados”, la orden ya había sido dada a las cocineras, que se pusieron manos a la obra. Faris hubiera protestado. En realidad le hubiera bastado con algo de pan y queso, pero por lo poco que conocía a la señora Ceorl sabía que no iba a servirle de mucho protestar.

De modo que mientras las cocineras se afanaban con los fogones, él se encaró a Haze Yahir y a Dhan Hund, que parecían tan sorprendidos con su presencia como lo había estado su criado. Por ganar tiempo y ordenar su mente, observó a la elfa que se sentaba junto a ellos. Era la viva imagen de Alania, de facciones delicadas pero ojos despiertos y decididos, aunque sus cabellos no eran del mismo rojo ardiente que los de su marido y su hija.

-Layla Hund, deduzco. No sabía que vos también estábais aquí.

-No puede regresar a casa, Alteza -se apresuró a explicar Hund-, el Qiam la busca.

-Lo sé y su presencia no me molesta, Maese Hund. Pero si hubiera sabido que iba a encontraros aquí hubiera traido a Alania conmigo.

-¿Mi niña? ¿Está bien? -La elfa se puso en pie con impaciencia y su marido le puso una mano en el brazo para tranquilizarla.

Faris asintió con una sonrisa.

-Al menos lo estaba cuando la he dejado dormida en mi sofá -tranquilizó a los Hund-. No es el escondite ideal, pero nadie va a ir a buscarla donde se encuentra ahora.

-Pero...

-Mañana me encargaré de que llegue a vosotros sana y salva. Lo prometo.

Layla pareció tranquilizarse con aquello y se sentó de nuevo. Y eso mató el primer tema de conversación, el fácil. Ahora querrían saber qué hacía allí y él mismo no tenía mucha idea aún. Lo único que sabía era que su lugar estaba allí más que en su habitación leyendo papeleo interminable e inutil para complacer al Qiam.

-Supongo que a todos os han llegado las noticias -comenzó con una sonrisa torcida.

-Así es. Y lamentamos terriblemente vuestra pérdida, Alteza -Haze Yahir le dio el pésame tan grave y sincero que por un momento Faris perdió el hilo.

Haze nunca había conocido a su padre y a él apenas le conocía desde hacía un par de días. Y sin embargo allí, en una cocina donde no hacía falta ningún protocolo ni ceremonia, sin obligaciones ni recompensas, él le ofrecia su más sincero pésame. Cóstaba creer que tuviera cualquier tipo de parentesco con Zealor.

-Yo... Gracias -dijo finalmente, intentando recuperar su discurso-. Pues bien, como bien debéis saber el Qiam controla el Luto y la ceremonia de coronación. Por algún motivo parece que está alargando el proceso. Tal vez sólo trata de estirar mi cuerda, ver hasta donde llega su poder sobre mí. Sea como fuere, me encuentro atado d epies y manos mientras el Luto dure y francamente no creo que mi situación vaya a mejorar tras la coronación.

-Qué ironia -Yahir le ofreció una sonrisa de comprensión-. Tendréis más poder que nadie en la Nación y menos libertad que muchos.

-Debe de ser por eso que Zealor nunca quiso ser rey -fue la réplica de Faris mientras hacía sitio en la mesa para que una de las muchachas pusiera un mantel y unos cubiertos-. El problema es que hacer con vosotros. Cuando yo sea rey ya no habrá príncipe heredero y esto deberá quedar vacío a la espera de que yo tengo un hijo y alcance la mayoría de edad.

Otra muchacha le trajo una copa y algo de vino y la señora Ceorl dejó un plato de estofado caliente delante suyo. Posiblemente restos de la cena recalentados, pero definitivamente mejor que pan y queso.

-¿Vacío del todo?

-Bueno, no me llevaré los cuadros.

-¿Vendrá alguien a revisar que no quede nadie aquí? -Quiso saber Haze Yahir.

Y Faris vio adónde quería llegar. Si la residencia quedaba aparentemente vacía, sin criados, sin carromatos de abastecimiento, sin luz en la noche ni visitas durante el día, nadie iba a venir a comprobar que de veras fuera así. Iba a ser un buen esondite, al menos mientras él se habituaba a sus nuevas obligaciones y podían pensar qué querían hacer y cómo hacerlo.

-No podré abasteceros -le advirtió, dándole a entender que sabía cual era su plan.

-Nos apañaremos.

-Y será mil veces mejor que la Cueva de Yahir -apuntó Dhan. Faris no le entendió, pero dedujo que era una broma interna al ver a Haze sonreir.

-Además, cuando encuentren a Jaron vendrán para aquí.

Por supuesto. Nawar y la princesa humana. Si hubiera sabido lo que se avecinaba... Nunca debió enviarlos a buscar al medioelfo. Pero había tantas cosas que nunca debería de haber hecho... Ya no podía corregirlo. Iba a tener que vivir con esa decisión.

Podían tardar semanas en dar con el chico y regresar. Yahir debía de sabrerlo tan bien como él, pero, al igual que él, prefería fingirse ignorante y optimista. No iba a ser Faris quien aguara la fiesta.

-Pues esperemos que para entonces el Qiam ya haya tenido a bien coronarme y pueda reubicaros. Creedme, he compartido caserna con Nawar Ceorl y no se lo deseo ni a mi peor enemigo.


lunes, 9 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo décimosexto





Nawar seguía sin fiarse del humano, pero ¿qué más podía hacer? Decía conocer a Jaron de la abadía donde se había criado, fuera lo que fuera eso, y tenía el medallón del muchacho. Era lo único que tenía de su madre y sabía que Jaron no se separaría de él así como así, pero... ¿Y si era una trampa del mismo ejército humano del que decía querer salvar a la Nación? ¿Y si guiando a ese tipo estaba mostrando a los humanos cómo llegar a Faris?

Y aún así, a pesar de todas sus dudas, le llevaba hacia la Capital de la Nación. El humano se veía fuerte, tanto como Dhan Hund por lo menos, y él estaba agotado y magullado y si las cosas se ponían feas más le valía tener un par de brazos fuertes con los que contar.

Al menos este no tenía toda la cara cubierta de pelo. Sólo un poco por la zona del labio y la barbilla, y ni siquiera era largo.

-Deberías ponerte esto -le dijo pasándole su capa al acercarse a los límites de Leahpenn-. Ya será malo si alguien me reconoce a mí, pero como vean a un humano estamos perdidos.

El humano le agradeció el gesto mientras se abrochaba la capa al cuello y se colocaba la capucha, a lo que Nawar simplemente gruñó. Sólo porque fuera un humano educado no iba a caerle bien.

-Vamos -le apremió con impaciencia.

La noche estaba cayendo y era el mejor momento para bordear el pueblo y pasar desapercibido. La gente se estaría retirando a sus casas y la tranquilidad se apoderaría de las calles poco a poco. O eso imaginaba Nawar, ya que una campana empezó a sonar repentinamente.

Por un momento temió lo peor. Las campanadas de la noche anterior aún resonaban en su ánimo y en su estado actual de exaltación pensó que se repetían, anunciando la más terrible de las noticias. Pero pronto se dio cuenta de su error.

Sólo sonaba una campana y ni siquiera era una campana grande.

-¡La alarma de la guardia! -Exclamó, aliviado a la vez que sorprendido.

-¿Qué quiere decir?

-Que el pueblo entero se va a congregar en la plaza a ver qué ocurre -respondió con una sonrisa.

-Menos posibilidades de que alguien nos vea -dedujo el humano, sonriendo a su vez.

-Y vamos a aprovecharnos de ello.

Y acelerando el paso guió al humano por el bosque hasta la linde del camino principal que partía de Leahpenn hacia la Capital. No saldrían a camino abierto, pro supuesto, pero seguirlo iba a ser más fácil y rápido que bordear campo a través y contaban con la ventaja del Luto y la total falta de actividad mientras durara.

Una parte de sí sabía que debería haber comprobado el motivo de la alarma. Si el humano no se equivocaba, Jaron y Mireah no les llevaban tanta ventaja. Menos aún teniendo en cuenta que ni el muchacho ni la princesa eran expertos en moverse por el bosque. Tal vez los guardias les habían pillado en Leahpenn y ahora iban a ser conducidos hasta el Qiam.

Lo sentía por ellos, pero no importaba. Llegar hasta Faris y ponerle sobreaviso eran en estos momentos la prioridad. Sabía que en pleno Luto iba a ser dificil acceder al castillo y llegar a su señor, pero ya se preocuparía por esa nimiedad cuando aconteciera. De momento aún debía de recorrer las cinco horas a pie que había de Leahpenn a la Capital, de noche, acompañado de un humano en el que no confiaba y vitando ser visto por guardias reales y hombres del Qiam por igual.

Pan comido. En serio.

O como mínimo masticado.

lunes, 2 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo décimoquinto






Para cuando el primer guardia llegó a la plaza ya había un grupo numeroso de curiosos alrededor del elfo que hacía sonar la campana. Se abrieron paso entre los ciudadanos, algunos de los cuales parecían debatirse entre la alarma y el creciente enfado ante lo que parecía ser una falsa alarma. Los ánimos estaban exaltados últimamente entre el ataque al Qiam y la muerte del Rey y lo último que necesitaban en Leahpenn era un incendio en mitad de la noche.

El elfo de la capucha se detuvo cuando llegaron hasta él y soltó la cuerda sujeta al badajo.

-¿Donde está el fuego? -Quiso saber uno de los guardias.

-No hay fuego alguno, oficial.

Hubo un murmullo apagado entre la multitud y el más joven de lso guardia dio un paso hacia el desconocido.

-¿Y te atreves a romper el silencio del luto? ¿Sabes qué puede pasarte?

Los que estaban más cerca pudieron intuir una sonrisa bajo la capucha ante la amenaza velada.

-No hay fuego aún, però lo habrá si no me lleváis hasta el Qiam y su Alteza el príncipe Faris.

-Ni su señoría ni su Alteza pueden ser molestados por nimiedades hasta que acabe el Luto -otro de lso guardias hizo un gesto con el brazo ydos de sus subordinados sujetaron el extraño elfo de la capucha por los brazos-. Esperarás en una mazmorra hasta entonces. Y reza porque nuestro nuevo Rey se sienta indulgente.

-¡Cielos! -El elfo rió-. ¿Os enseñan a hablar así en la academía o eres así de pedante de nacimiento?

-¡Muestra un poco de respeto! -Uno de los guardias que le sujetaban tiró de su capucha hacia atrás, mostrando el rostro del ofensor.

Una exclamación de horror recorrió a los presentes y los guardas le soltaron con aversión. El elfo alzó la cabeza, despectivo, mostrando su rostro deforme a los presentes con altivez, y rió de nuevo pero esta vez no había en su gesto ni pizca de humor.

-¿En esto os ha convertido Zealor? ¡Vosotros! -Se volvió hacia dos elfos que se habían abierto paso hasta la primera fila-. Vosotros sois hombres del Qiam, llevadme hasta vuestro señor. Tengo que algo importante que contarle.

Los dos elfos no se movieron, ni siquiera se miraron, pero parte de la concurrencia se apartó de ellos, dejándolso aislados. El guardia de mayor rango tomó de nuevo cartas en el asunto.

-¡Idiotas, aprehendedle! -sus hombres obedecieron y el elfo del rostro quemado no hizo gesto alguno para defenderse-. Y lo que tengas que decirle al Qiam puedes decirnoslo a nosotros -añadió, dirigiendose a su prisionero.

-Está bien -el elfo se encogió de hombros-. Un ejército de humanos está en camino. Para el amanecer llegarán a Leahpenn y no dejarán piedra sobre piedra, pues esas son sus órdenes.

Se hizo un silencio denso a su alrededor durante unos segundos antes de que la gente estallará en carcajadas. Todos reían menos el guardia de mayor rango, el elfo del rostro quemado y los dos elfos a los que éste había señalado como hombres del Qiam. Pronto la gente se fue dando cuenta de este último detalle, pues poco a poco las risas se fueron pagando hasta que el silencio regresó, expectante.

-Los humanos no existen -dijo el guardia-, no son más que leyendas.

-¿Seguro? ¿Y qué hay de los rumores acerca del grupo que rescató al traidor en Suth Blaslead? Estoy seguro de que más de uno lo habéis oído.

Los murmullos le dieron la razón. El rumor sin duda había llegado. Había una criatura que no era elfíca en el grupo de traidores que había rescatado a Haze Yahir y atacado al Qiam.

-Los humanos existen, y vienen a miles a destruirnos. Preguntad a los hombres del Qiam por qué no se han sorprendido -dijo, señalando a los dos supuestos espías, que, ahora sí, delataban su condición dando un paso al frente-. Y aunque no me creáis, ¿podéis arriesgaros a estar equivocados? Si tenéis dos dedos de frente, alferez, evacuaréis el pueblo y haréis que me lleven frente al Príncipe Faris, Luto o no, para poder ponerle al corriente de los planes de los humanos.

-Pensé que querías ver al Qiam -dijo uno de los espías, abriendo la boca por fín.

-Oh -el elfo sonrió, o al menos la mitad no deforme de su rostro lo hizo-, créeme, es el Qiam quien va a querer hablar conmigo.

-¿Y por qué debería si es más que evidente que estas loco?

Su sonrisa se ensanchó, pero sus ojos violetas eran fríos como las armas de metal de las leyendas, capaces de matar el alma junto con la carne y el hueso.

-Porque soy Jaron Yahir, herededor legítimo de la casa Yahir y cabeza de familia. No creo que mi hermano pequeño quiera perderse la reunión.