lunes, 30 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo decimonoveno





Alania se despertó sobresaltada y tardó en darse cuenta que los golpes en la puerta no eran parte de un sueño. Desubicada y aún soñolienta, la muchacha se sentó en el sofá, esperando ver a Faris levantarse de su cama para ir a abrir la puerta. Pero la cama estaba intacta y su Alteza real no estaba por ningún sitio.

Los golpes en la puerta insistieron, un poco más alto, más descorteses.

-Ya... ya va -dijo, por ganar tiempo, mirando hacia la ventana para asegurarse que no se habían dormido.

Pero era imposible. Era noche cerrada aún en el exterior. Así que tal vez había sucedido algo importante y alguien quería comentarlo con Faris. Sólo que el príncipe no estaba. En su lugar encontró una nota dirigida a ella sobre el desordenado escritorio de Faris.

Volveré al alba, decía. Al alba. Y nada más. ¿Donde había ido que fuera tan importante a esa hora de la noche? ¡Y en mitad del Luto ni más ni menos! ¿Por qué todo el mundo la dejaba siempre atrás?

Tres nuevos golpes en la puerta la sobresaltaron.

“¡Al alba! “, pensó con acritud mientras se adecentaba el pelo corto con una mano y abotonaba del todo la camisa negra que el príncipe le había dejado. Pero quedaban muchas horas para el alba aún y la gente que llamaba a la puerta no parecía ir a darse por vencida.

-¿Quien es? -Dijo, llegando junto a la puerta. Tal vez no fuera nada grave. Tal vez ella misma podría encargarse de todo. Al fin y al cabo, era Taren, el escudero de su Alteza.

-Muchacho, despierta a tu señor -dijo la voz del otro lado sin miramientos ni delicadeza-. El Qiam quiere verle.

¿El Qiam? Eso no podía ser bueno, ¿verdad?

-Mi señor está indispuesto -inventó-. ¿No puede el Qiam esperar a mañana?

-¿Esperar? ¿El Qiam? Abre inmediatamente, muchacho, y despierta a tu señor.

La desagradable voz al otro lado de la puerta no lo dijo en voz alta, pero su tono le recordó a Alania que mientras fuera solamente un príncipe Zealor tenía poder sobre Faris y no viceversa. Ni siquiera había usado el título de Alteza para referirse a él.

Tenía que abrir esa puerta e inventarse una mentira mejor. Así que lo hizo. Abrir la puerta al menos, porque para cuando el guardia vestido de negro entró y lanzó una mirada hosca a su alrededor aún no había podido pensar en nada que decir.

-¿Y tu señor?

-Está... Ha salido.

-Pensé que estaba indispuesto -el elfo adulto la miró con un par de ojos azules y fríos-. ¿Donde ha ido, pues?

-A velar a su padre.

La mirada del elfo le indicó que sabía que era una mentira. Aún así, sonrió.

-De acuerdo. Llévame con él.

La muchacha se mordió el labio, pensando en cómo salir de esa. Pero la verdad era que no podía. O admitía que estaba mintiendo allí mismo, o alargaba la mentira, intentando ganar tiempo. El soldado no le dio mucha opción a decidirse.

-Vamos -dijo, tomándola del brazo y empezando a caminar.

Sabía que mentía. El elfo sabía que mentía y quería poder pasárselo por la cara cuando llegaran hasta la sala del trono y vieran que el príncipe no estaba allí. ¿Qué harían entonces? Tal vez despertarían a más gente en el palacio, y estos dirían que en realidad no la conocían. ¿Y si pensaban que le había hecho algo a Faris?

No tenía salida, así que era mejor acabar con aquello cuanto antes.

-No -dijo, deteniéndose-. No está allí.

-Estoy empezando a perder la paciencia contigo, moscoso insolente. ¿Donde está su Alteza?

-¡No lo sé! ¡Lo juro! Me desperté y se había ido. Cuando habéis venido a buscarle yo... No quería que Faris se metiera en un lío. Por eso mentí -Optó por decir la verdad, que siempre resultaba ser la mejor de las mentiras.

El soldado del Qiam la miró y resopló. No parecía muy contento con su respuesta, pero pareció decidir que esta vez le estaba diciendo la verdad. Aún así no soltó su brazo.

-Eso vas a decirselo al Qiam en persona.

-¿Qué? ¡No!

El elfo se rió.

-No sé que te habrán contado, pero mi señor no muerde. Si no tienes nada que ocultar, no tienes que temer nada. ¿Tienes algo que ocultar, muchacho?

Alania se limitó a negar con la cabeza mientras se dejaba conducir a los aposentos de Zealor Yahir con el corazón en un puño. Si al menos hubiera tenido la intelegencia de coger su gorra...

“¿Y de qué iba a servirte la gorra, tonta?”

No tuvo tiempo de responderse a sí misma. Pronto llegaron frente a una puerta custodiada por dos guardias más vestidos con identicos ropajes negros que se cuadraron ante el soldado que la llevaba, que debía de ser de más rango. Uno de ellos les abrió la puerta y les anunció al Qiam.

Zealor Yahir no se levantó de su silla al verlos entrar. Alania dudaba que se hubiera levantado incluso para Faris.


-¿Y su Alteza? -preguntó a su guardia, sin dedicarle apenas una mirada.

“Que no me mire, por lo más sagrado, que no me mire. Que Faris tenga razón y no me dedique ni medio segundo.”

-No estaba en sus aposentos, Señoría. Su paje dice que no sabe donde está -el elfo la empujó, obligándola a dar un paso al frente-, pero he pensado que hablar con vos tal vez le refrescara la memoria.

Y Zealor Yahir bajó finalmente su mirada hasta ella.

-Ven aquí, muchacho -le pidió, con esa voz amable que ponía cuando quería algo de las personas. Alania ya la había escuchado antes, pero sabía que si alzaba la cabeza y se atrevía a mirarle a los ojos no vería más que hielo verde en ellos-. Cuéntame lo que sabes.

Alania no se movió, petrificada de terror como estaba, pero el guardia le dio otro empujón con tanta fuerza que tuvo que dar tres pasos involuntarios para no perder el equilibrio. Eso la situó a escasos centímetros del Qiam.

-El Qiam te ha dicho que hables.

-Y-Yo... No lo sé, Señoría -resplicó con un hilo de voz.

Pero Zealor Yahir ya no la estaba escuchando.

Con una exclamación poco decorosa el Qiam la tomó por la barbilla y la obligó a alzar la vista. Sus temibles ojos glaucos mostraban sorpresa, pero una sonrisa afilada como una daga cruzaba su rostro.

-¿Así que Su Alteza Faris no se encuentra en sus aposentos? -Le preguntó finalmente aunque era más que evidente que la había reconocido-. Dime, muchacho, ¿que crees que pueda significar eso?

-No sé, Señoría -Alania tenía tanto miedo que tuvo que contener las lágrimas-. T-tal vez sólo ha salido a tomar el aire.

-¿Sin que las guardia real apostada en su puerta le haya visto salir? -Su sonrisa se ensanchó, pero por fin la dejó ir-. Capitán -dijo al guardia que tenía detrás suyo-, trae algo de comer para nuestra invitada.

-¿Invitada?

-Oh, cierto, no os conocíais. Os presento a Alania Hund, hija del traidor Dhan Hund y, por lo visto, escudera real -se volvió de nuevo hacia ella sin dejar de sonreir ni un sólo momento-. Por favor, querida, toma asiento mientras el capitán se encarga de todo. Tu y yo vamos a esperar a su Alteza despiertos. Creo que tenemos mucho de lo que hablar.



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