viernes, 17 de octubre de 2008

Capítulo decimoctavo




Cuando Haze y Mireah se hubieron ido, Jaron y Alania volvieron a ocuparse de la tarea de adecentar la cueva, como si realmente fueran a pasar allí más de un día o dos. Era el mejor modo que se le ocurría a Alania de mantener al medioelfo distraído. Cuando no estaba distraído sus ojos se desviaban invariablemente hacia Jaron Yahir y su rostro se ensombrecía. Y ese tipo no se merecía la preocupación de su amigo.
-Estos juguetes son prehistóricos –comentó mientras buscaba un lugar mejor para un caballo de madera-. Ni siquiera es articulado –lo dejó junto al soldado de juguete-. En fin, podríamos guardar los que estén mejor.
-¿Para qué? –Pero Jaron ya estaba ojeando un libro de cuentos con ojo crítico.
-¿Cómo que para qué? Supongo que Haze querrá que sus hijos jueguen con ellos cuando los tenga -a sus espaldas, Jaron Yahir resopló, pero Alania no iba a darle la satisfacción de responderle-. Además, aún tiene que verlos Nawar.
-¿Nawar? –El medioelfo cerró el libro y alzó los ojos hacia ella.
-Bueno, algo de todo esto será suyo –Alania le mostró una espada de madera-. N.C. ¿Ves?
El muchacho hizo un mohín, pero buscó en el interior del libro.
-H.Y. Éste es de Haze –dijo, dejándolo sobre la mesa.
-Y éste –Alania dejó un tablero de algún juego de mesa que no supo identificar.
Sin darse cuenta empezaron a organizar tres pilas de juguetes: la de Haze, la de Nawar, y la de los juguetes sin nombre, olvidándose por completo de su intención de deshacerse de los que estuvieran más rotos. Alania se sentía un poco como una exploradora que ha encontrado un tesoro oculto de alguna civilización desaparecida, tratando de comprender algo de los propietarios de esos juguetes a partir del contenido de los pilones.
La mayoría de los juguetes de Nawar eran espadas, escudos, soldados e incluso un casco de madera que, vista la mancha de sangre en su interior, no le había servido para parar todos los golpes que se habían propinado.
Los juguetes de Haze no mostraban un interés tan claro por la guerra. Eran cosas más personales (algunos libros, juegos de mesa, miniaturas…) que denotaban no sólo que Haze era algo mayor si no que, como bien había puntualizado Nawar, él era el único que se había planteado seriamente escaparse de casa e instalarse allí. Su pila era también la más grande y Alania sospechaba que era porque la mayoría de cosas de la pila sin nombre debían de haber pertenecido a Nawar.
-¿Qué hacemos ahora con todo esto? -Le preguntó al medioelfo, dejando el casco de Nawar sobre la mesa.
No obtuvo respuesta, así que se volvió hacia el chico, dispuesta a regañarle por no prestarle atención, y le encontró mirando el interior de uno de los libros que quedaban por clasificar.
Su cara, entre reverente y apenada, le indicó que no era el momento de una regañina.
-¿Qué pasa?
Como respuesta el medioelfo le mostró lo que estaba leyendo.
-Así como las palabras por si solas no componen poesía, el conocimiento por si solo no da la sabiduría –leyó la muchacha-. Pero aún así, hay que aprender.
‘Aprovecha la escuela, mi pequeño.
‘Te quiere,
‘Papá.
El silencio que siguió a esa palabra hubiera podido cortarse.
-Es un libro de texto de iniciación –observó Alania, por decir algo.
-Es la letra de mi abuelo… -Jaron pasó la mano por la página.
-Murió poco después de escribir eso –dijo de repente la voz de Jaron Yahir, sobresaltándolos.
Los dos jóvenes elfos se volvieron hacia el adulto, que se había acercado a ellos sin que se dieran cuenta. Su indescifrable rostro, al cual Alania no se había acostumbrado aún, unido a su tono inflexible hicieron que la muchacha deseara de repente cambiar de tema.
Sin embargo no era cosa suya.
-¿Cómo? –Se atrevió a preguntar Jaron.
-No lo sé bien. Yo estaba estudiando fuera, como es costumbre en las familias pudientes –el elfo tomó el libre de las manos del muchacho, pasando la vista por la inscripción-. Él y madre murieron una noche mientras volvían a casa de una recepción en palacio. Fue un accidente. O eso dicen.
-¿No lo crees?
-Con el tiempo uno aprende a no creer en nada –respondió, críptico, arrancando la hoja del libro antes de devolvérselo a Jaron-, ni en nadie.
Alania hubiera protestado mientras Yahir doblaba el papel con cuidado y lo guardaba en un bolsillo de su casaca, pero no sabía muy bien qué objetar.
“No deberías robar los recuerdos de tu hermano” sonaba adecuado, pero el elfo estaba siendo más o menso amable con ellos después de todo y no quería estropearle eso a Jaron.
El muchacho debía de pensar lo mismo. O tal vez la novedad de que su padre le hablara finalmente había hecho que ni siquiera reparara en la profanación.
-Entonces… ¿crees que les asesinaron?
El elfo clavó sus ojos violetas en los ojos glaucos del muchacho, e iba a contestar cuando una voz tronó junto a la entrada.
-No metas tus intrigas en la cabeza de los muchachos.
Alania se volvió.
-¡Papi! –Exclamó, lanzándose a sus brazos.
Dhan la abrazó antes de volverse hacia Nawar, que entraba tras él.
-Creo que pequeño no es la palabra que yo usaría para describir este agujero, Ceorl. Diminuto se acerca más. Y tal vez estoy siendo magnánimo.
-Eso eres tú, que eres enorme –Opinó Alania sin descolgarse de su abrazo, feliz no sólo de saberle sano y salvo si no de tener a alguien que pudiera romper la tensión.
Su padre gruñó, dejando las cosas que traía sobre la mesa. Había algo de pan, queso y otros encurtidos, así como alguna pieza de fruta. Nawar, por su parte, iba cargado con un fardo de bastante buen tamaño.
-¿Qué traes?
El joven sonrió, abriendo su fardo.
-Cuatro cosillas para defendernos si fuera menester –dijo, sacando tres espadas cortas, cuatro puñales y algo parecido a una navaja. Si a eso le sumaban las armas robadas a los espías del Qiam, ya tenían un pequeño arsenal.
-¿De donde has sacado todo eso? –Quiso saber Yahir.
-De aquí, de allí... Uno tiene sus contactos.
El elfo frunció el ceño. Parecía no gustarle demasiado Nawar. Claro que parecía no gustarle demasiado nadie, así que Alania no le dedicó más tiempo e inspeccionó las armas con interés.
-¿No hay ningún arco? -Jaron había cogido una espada (una sencilla pieza de hueso decorada algo toscamente) y la miraba con aire de indiferencia.
-¿Arco? ¿Para qué iba a traer un arco?
-¿Para cazar? –El muchacho le miró son suficiencia-. Además, me sería útil. Soy muy bueno con el arco, ¿sabes?
Nawar enarcó una ceja.
-Ese es el tipo de información que deberías haber facilitado antes.
-No me preguntaste –Jaron se encogió de hombros-. Asumisteis que soy un niño inútil y no os interesasteis por saber si sirvo de algo.
Esta vez fueron ambas cejas las que Nawar enarcó, sorprendido por el tono del muchacho. Era una verdad como un templo, pero aún así sorprendió a Alania volver a ver a Jaron adoptar esa actitud fría que tuviera el día en que se habían conocido.
Dhan carraspeó.
-¿Y Haze? –dijo, cambiando de tema.
-Bajó al pueblo a comprar cuatro cosas –respondió su hija.
-¿Solo?
-No, con Mireah.
-¿Está loco? –Nawar, que había empezado a curiosear entre los juguetes, se volvió hacia ellos.
-¿Cómo no los detuvisteis? –Dhan se cruzó de brazos mirando severamente a los dos muchachos.
-Bueno… fueron bastante convincentes… -fue todo cuanto se le ocurrió a Alania.
-¿Y tú? -Dhan se volvió hacia su amigo-. ¿Cómo no hiciste nada?
-¿Y perder la oportunidad de que se despeñe por un barranco y se desnuque?
Alania no fue demasiado consciente de haber tenido intención de abofetear a Yahir hasta que ya lo había hecho. Y debió haberlo hecho fuerte, pues cuando retiró la mano la palma le picaba a rabiar.
-¡Maldita mocosa!
Yahir hizo gesto de ir a devolver el golpe, pero su padre le detuvo.
-¡Calma, Jaron! –luego se volvió hacia ella-. ¿Se puede saber qué haces?
-¿Se puede saber qué haces tú? ¿Por qué permites que diga todas esas cosas horribles? Sólo abre la boca para soltar veneno, ¡y estoy harta de escucharle!
El aludido forcejeó con Dhan, sus ojos meras rendijas clavadas en la muchacha, que se agarró a la manga del medioelfo instintivamente.
-¡Calma, he dicho! –Su padre obligó a su amigo a dar un par de pasos atrás-. Vamos a salir afuera, a que nos dé el aire, ¿vale? -Hablaba muy lentamente, bajando poco a poco el brazo de Yahir-. Además, hay algo que te quería comentar… -esto pareció llamar la atención del elfo lo suficiente como para desviar su atención de Alania y volverse hacia su padre, interrogativo-. Fuera, mejor –fue todo cuanto dijo Dhan.
Yahir finalmente pareció relajarse y, no sin antes mirarlos a todos con desprecio, salió hacia el exterior. Dhan miró a su hija, a medias reprochador, a medias contrito.
-Luego hablamos –le dijo, y salió en pos de su amigo.
Cuando se hubieron ido Alania permitió que el terror que había sentido se apoderara de ella, dejándose caer al suelo temblorosa.
-¿Estas bien? -se interesó Nawar.
Ella asintió torpemente con la cabeza.
-Lo siento –dijo de cara a Jaron, que había palidecido y ahora empezaba a recuperar el color.
Él también movió la cabeza, sentándose junto a ella.
-No lo sientas. De hecho, me alegro que lo hayas hecho. Yo nunca me hubiera atrevido y él llevaba rato mereciéndolo –pasó un brazo por sus hombros, apretando el abrazo unos segundos como para darle valor-. Va, ¿seguimos con lo que estábamos haciendo? Aún le hemos de enseñar a Nawar lo que hemos encontrado.
-¿Lo que habéis encontrado?
La muchacha sonrió, animada de nuevo, dejando que el adulto la ayudara a ponerse en pie.
-¿Sabes que tenías una cabeza enorme cuando eras pequeño?