martes, 28 de diciembre de 2010

Interludio 4: Milagro de Invierno

me apuesto lo que sea que pensabais que no postearía antes de fin de año, eh?






Era el Solsticio de Invierno y como cada año su madre planeaba enviarlo con sus tíos. El muchacho recordaba vagamente cuando no había sido así. Recordaba una cena de Solsticio en casa, con su padre y su abuelo, antes del accidente en la mina que se los había llevado a ambos.

Desde entonces su madre había tenido que trabajar y le enviaba cuando podía a casa de los tíos Salman y Noaín. Quería mucho a sus tíos, pero odiaba la casa de los Yahir. La había odiado siempre. Con esos jardines grandes como la plaza del pueblo, esos ventanales de colores y su habitación llena de juguetes.

Bueno, no la había odiado siempre. Había sido incluso divertido ir a jugar allí con el pequeño de los Yahir, pero en los últimos años se había vuelto arisco y antipático y ya no le llamaba para escaparse de casa e ir a jugar a la Casa Secreta. Decía que ya era mayor y se las daba de adulto y misterioso, siempre yendo y viniendo sin que nadie supiera donde se metía. Hasta que el año pasado había intentado seguirle y el muy estúpido le había echado de malos modos. Así que se lo había contado a su hermano mayor en cuanto había regresado a la casa, que Haze se estaba escapando en dirección a las Tierras Desconocidas. Y debió de caerle una buena bronca, porque en cuanto él y Jaron regresaron a casa largas horas después se encerró en su cuarto y pasó allí la mayor parte del tiempo en las siguientes semanas.

Y ahora odiaba la casa de los Yahir y a los señoritongos que la habitaban. No quería pasar otro Solsticio con ellos. Ere muy injusto.

Su madre siempre le decía que tenía que pedir un deseo para el Solsticio de Invierno, que los deseos de invierno siempre se concedían a los niños buenos. Hacía años que sabía que no era verdad. Daba igual si eras bueno o malo, los deseos no se cumplían. Pero era un hábito dificil de perder, así que mientras acababa de empaquetar sus cosas deseó que ocurriera algún milagro y él no tuviera que ir a casa de los Yahir nunca más.

En la cocina encontró el desayuno, como siempre, pero no a su madre. Su madre nunca estaba cuando él bajaba a desayunar. Miró el plato, decorado con azucar glacé para darle un toque invernal, y pensó que precisamente una buena nevada era lo que él necesitaba. A fuera, en los caminos. Una buena nevada que le impidiera viajar hasta Suth Blaslead.


Pero los caminos estaban despejados, pensó amargamente mientras masticaba una rosquilla y miraba por la ventana. Se acabó el desayuno con resignación y recogió la mesa antes de ir de nuevo a su habitación a por sus cosas. Aún quedaba una hora antes de que el transporte saliera hacia Suth Blaslead, pero prefería esperar al aire libre.

El chico se sentó en un banco de la plaza lamentando su suerte y observando a la gente ir y venir. Había pocas casas decoradas por su barrio y no se respiraba un aire demasiado festivo, pero un grupo de niños jugaba con la capa de hielo que se había formado en la fuente aprovechando que esa mañana no había que ir a la escuela. Y él no podía ir a jugar porque tenía que coger el estúpido transporte hasta la estúpida casa de los Yahir porque no había ninguna magia de solsticio que fuera a concederle su estúpido milagro.

-Oh, por favor, por favor... Me vale cualquier cosa -murmuró mirando al cielo, esperando la nevada, la lluvia torrencial.

Pero el cielo estaba despejado y no había una sola nube y los niños habían roto casi todo el hielo de la fuente y los mayores les estaban riñendo porque iban a mojarse y el transporte venía a lo lejos, ya podía verlo, y él iba a tener que subir quisiera o no.

Por eso, porque ya no esperaba ningún milagro, le sorprendió ver bajar a tío Salman del coche llevando a tía Noaín del brazo. La mujer parecía encogida y mucho más vieja que el año anterior. Y lloraba. Lloraba sobre el hombro de su marido y parecía no tener consuelo.

El muchacho se detuvo frente a su tío sin saber qué decir.

-Iba a coger el transporte -fue todo lo que se le ocurrió.

Salman le puso una mano en la cabeza y Noaín le abrazó con una fuerza tal que creyó que iba a ahogarle.

-Este año pasaremos el Solsticio aquí -le explicó su tío esbozando una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.

-¿Por qué?

Por toda respuesta su tía arrancó a llorar de nuevo y Salman negó con la cabeza, abrazando a su esposa contra sí.

-Mejor en casa.

El chico llevó su equipaje y el de sus tíos hasta casa, acongojado por la pena que transpiraban y la certeza de saber que era su deseo, su milagro, que parecía estarse cumpliendo.

No fue hasta que estuvieron sentados en la cocina, con una Noaín más calmada y un poco de té en el fuego que Salman le habló de la tragedia de los Yahir. Y supo que no iba a volver nunca más a jugar en la casa Yahir porque Haze, el que una vez fue su amigo, había muerto. O eso creían, puntualizó Noaín, pues había desaparecido hacía dos semanas y podía estar vivo en algún lugar.

Con el paso de los meses esa esperanza se desvaneció, así como el duelo, que poco a poco se fue haciendo llevadero para sus tíos y quedó en un recuerdo vago para él.

Pero fue la última vez que pidió un deseo, de Solsticio o de lo que fuera. Si ese era el modo de la vida de concederlos más le valía ser artífice de su propia suerte lo que le quedaba de ella.

jueves, 9 de diciembre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo septimo





Mireah le contó mientras él se vestía y esperaban una muda limpia par ala humana cómo habían sido atacados por los humanos, como había encontrado a Jaron y, finalmente, lo ocurrido en Leahpenn. Tuvo tiempo de contarle también lo que el muchacho había compartido con ella referente al ejercito humano antes de quedarse dormida mientras él, a su vez le hablaba de las aburridas horas en Segaolin’ear.

Haze supo que era una señal. Una señal tan clara como cuando hacia sesenta y siete años Zealor se había ido corriendo al saber la ubicación de Jaron y Sarai. Como entonces supo lo que tenía que hacer. Y también, como entonces, que era un suicidio, que lo mejor era fingirse tan estúpido e inútil como todos siempre creyeron que era. Pero no se quedó en casa entonces y no iba a quedarse en casa ahora.

Así que se ciñó la capa sobre los hombros y se acercó a ella, acariciando su frente, retirando los desordenados mechones de rizado azabache de delante de sus ojos. No podía creer la suerte que había tenido al encontrarla. Perderla, perder la oportunidad de estar junto a ella, era lo único que le frenaba. Pero no lo merecía, como no lo mereció entonces. La felicidad era algo que se ganaba y ya era hora de que él hiciera algo por la suya.

Besó la frente de su princesa aunque en seguida se arrepentió. La muchacha abrió un ojo, perezosa y soñolienta.

-¿Dónde vas? -Quiso saber.

-Yo... -Haze suspiró-. Iba a estirar las piernas. Duerme, mujer, que hace al menos dos días que no duermes como es debido.

La muchacha frunció el ceño, incorporándose y sentándose en la cama. Sus ojos negros le miraron con seriedad mientras tomaba la cara de Haze entre sus manos.

-No me mientas, por favor. A mí no.

El elfo le tomó las manos para poder retirar la mirada.

-Sabes que debo ir.

Ella retiró las manos enfadada, o tal vez dolida. No se atrevió a mirarla a los ojos para averiguarlo.

-¿Por qué? Él no lo haría por ti. De hecho, no lo hizo. Se quedó atraś mientras Zealor te torturaba, posiblemente rezando para que llegáramos tarde.

Haze esbozó una sonrisa torcida.

-Pensé que se había quedado cuidando a Alania.

Mireah resopló y supo que habían sido las palabras equivocadas.

-No le justifiques. Odio cuando le justificas.

-Intentaré recordarlo.

-¡Haze!

La princesa tenía las mejillas arreboladas de indignación. En un intento de calmarla tomó sus manos de nuevo y las besó.

-Lo siento, Princesa, pero el odio de mi hermano no es excusa para abandonarlo a su suerte.

-No te merece -insistió. No relajó sus labos fruncidos, pero la barbilla empezó a temblarle.

-Claro que sí. Nos merecemos el uno al otro -acarició la mejilla de la humana que cerró los ojos al contacto de su mano-. Yo le arrebaté su futuro, es justo que ahora arriesgue el mío por él.

-No, no es justo.

-Mireah... Si Jaron no hubiera dado la alarma en Leahpenn quien sabe si hubiérais llegado hasta aquí. Le llevarían al castillo, pero allí sólo está Zealor. Ya sabes de lo que es capaz.

Su princesa suspiró y asintió, secándose las lágrimas antes de que llegaran a escapar.

-Entonces voy contigo.

-No.

-No te estaba pidiendo permiso, Haze.

-Por favor... Debes quedarte con Jaron. Ya le has visto antes. No está cómodo aquí... ni está cómodo conmigo. Sabes que se irá de nuevo si no estás aquí para hacerle entrar en razón.

Las lágrimas volvieron a los ojos de Mireah, que se puso en pie, furiosa, dándole la espalda.

-¿Me estás pidiendo que elija entre Jaron y tú?

-No, mi princesa, te estoy pidiendo que lo mantengas a salvo -la abrazó y ella no se opuso aunque sus hombros se tensaron-. Que os mantegáis ambos a salvo. Soys lo único bueno que tengo, el único lugar al que puedo llamar hogar. Necesito saber a donde volver.

La humana hundió la cabeza en su hombro y le abrazó más fuerte.

-No sé si podré perdonarte si mueres por él.

-Te unirás a un grupo muy selecto en ese caso -bromeó. ¿Qué más podía decirle si en realidad no se quería ir?

-No bromees -le regañó ella, pero había ya otra calidez en su voz-. Puedo cambiar de opinión si lo haces.

Estuvieron aún un rato abrazados sin que ninguno de los dos diera señales de querer moverse. Haze sabía que debía irse, pero con ella despierta era tan difícil...

De repente alguien llamó a la puerta con urgencia y los sobresaltó.

-¡Haze! ¡Mireah! -dijo la voz de Dhan desde el otro lado sin dejar de aporrear al puerta. La cara del pelirrojo mostraba alarma cuando abrieron la puerta-. Hombres del Qiam. En la verja principal.

-¿Qué?

-Noaín vino a advertirme. Dice que Salman los entretendrá mientras huimos.

-No... -Haze fue hasta la ventana. Efectivamente, una docena de hombres del Qiam esperaban mientras el anciano mayordomo llegaba hasta la verja-. Zealor lo sabe... ¿Cómo lo sabe?

-¿Qué quieres decir?

-Zealor sabe que Faris nos ha estado ayudando. Por eso ha enviado a sus hombres.

-Eso no importa ahora -la princesa le tomó del brazo, alejándolo de la ventana-. Debemos huir mientras podamos.

-Layla ha ido a buscar a Jaron. Si nos damos prisa podemos salir por la puerta del servicio sin ser vistos por los guardias.

Haze asintió por reflejo, aunque su mente aún intentaba averiguar cómo podía saberlo Zealor. ¿Se lo habría dicho Jaron? ¿Habría tenido que torturarle para sacar la información o se la habría ofrecido en bandeja como venganza?

En el pasillo Layla y el medioelfo esperaban con las capas puestas. A pesar del evidente cansancio, el chico cargaba su arco y flechas con determinación. Haze esperaba que no tuvieran que echar mano de ellas.

-Se acabaron las camas blandas -le dijo cuando sus ojos se cruzaron.

Jaron sólo se encogió de hombros. Fueron las últimas palabras que intercambiaron en el pasillo. Noaín y sus muchachas les dieron un paquete con provisiones y agua mientras se escabullían por la puerta trasera. Desde lejos podían oír a los hombres del Qiam exigir que se les franqueara el paso.

-Id con cuidado -Noaín apretó su mano al despedirse.

-Lo mismo digo. No os arriegueis demasiado.

La anciana no respondió. Se limitó a besar su mano y a empujarle fuera con urgencia, cerrando la puerta tras él. Haze tuvo el presentimineto de que no volvería a verla y sintió deseos de llevarla consigo a algún lugar a salvo. Pero ese lugar no exisitía y Noaín nunca se iría sin Salman.

-Gracias -susurró rozando la puerta con los dedos.

Mireah lo tomó del brazo con urgencia y, siguiendo a Dhan, se dirigieron al espeso bosque. A huir. Otra vez.

A ratos entendía el malhumor de Jaron.