viernes, 5 de septiembre de 2008

Capítulo duodécimo



Myreah se dejó caer sobre la hierba, exhausta. Pensaba que había seguido bien las instrucciones de Hund, pero por lo visto no había sido así. Seguro que se había equivocado al llegar a aquella fuente, debería haber tomado el camino de la derecha. La joven suspiró. Estaba perdida, muy perdida. Y asustada. No era que le tuviese miedo a la noche ni al bosque, era sólo que... Que las otras veces que había pasado días en un bosque ese había sido su bosque. Y ni siquiera tenía la habilidad de Haze para encender fuegos.
De repente se sintió muy estúpida por haber abandonado a los elfos. Tal vez Jaron tenía razón. No tenía a dónde ir, así que ¿qué tenía de malo permanecer junto a un conocido? Pero estar allí viendo lo felices que eran todos había sido demasiado duro para ella. No se sentía con ánimos de ser feliz por el momento y en cierto modo le molestaba. No le gustaba sentir envidia de los que sí eran felices, le hacía sentir muy miserable y rastrera.
Con otro suspiro la joven decidió que era hora de tratar de dormir. Ojalá hubiera sabido cómo conseguirlo. Una cosa era dar vueltas y vueltas en un catre y otra muy diferente darlas en el duro y húmedo suelo del bosque. ¿Por qué no podía haberse quedado con los elfos? Sintió ganas de llorar y apretó fuerte la mandíbula. No pensaba llorar, no por algo que ya no tenía remedio.
Myreah dio una vuelta sobre sí misma por enésima vez antes de oír el ruido. Cuando abrió los ojos ya era demasiado tarde. La luz del círculo de antorchas la iluminaba y le impedía ver quién había dado con ella. No tardó en saberlo, la voz le era demasiado familiar.
-Por fin damos con vos, alteza –la forma repulsiva que tenía de pronunciar la última palabra le delató. Se trataba de Ishack, el hombre de confianza de su padre.
Myreah se puso en pie de un salto, más por reflejo que porque pensara seriamente en huir. Ishack la tomó del brazo.
-No os hagáis de rogar. Vuestro padre está seriamente enfadado con vos por vuestra huida infantilona –el hombre la iluminó con su antorcha-. ¡Oh, miraos bien! ¡Menuda facha! Y vuestro padre temía que os hubieseis fugado con algún hombre. ¿Qué tipo de hombre se iba a fijar en vos?
Hubo risas entre los hombres de Ishack, pero Myreah no estaba para sus estupideces.
No le golpeó con la rodilla entre las piernas porque la hubiese insultado, sino porque se le ocurrió que ese era un buen momento para pillarlos por sorpresa y huir. La sorpresa le dio unos segundos de ventaja.
No fueron suficientes.
Tras correr entre ramas bajas y raíces demasiado altas durante un tiempo, dieron con ella. Ishack volvió a cojerla, esta vez con mucha más fuerza. Le hacía daño y lo sabía, esa era su intención.
-Mira, mocosa estúpida, tienes suerte de que tu padre desee apalizarte con sus propias manos, porque si no, no ibas a salir de este bosque –Retorció su brazo de manera que la espalda de Myreah quedó pegada a su pecho-. No eres una mujer bonita, pero para según que cosas, una mujer no deja de ser una mujer.
-No te atreverás. Mi padre te mataría –logró decir en medio del dolor.
-¿Después de matarte a ti? –Sintió la risa del hombre junto a su oreja-. ¿Tú crees? Yo no lo creo, así que no me obligues, mocosa. Y ahora, ¡camina!
La empujó para indicarle que se moviera. Myreah obedeció. Si algo había aprendido de Ishack –y de los hombres de su padre en general-, era que no se marcaban faroles. A medida que caminaban dejó de sentir dolor en el brazo, empezaba a dormírsele. No sabía hasta que punto eso era una suerte o una desgracia.
Así que su padre quería apalizarla... ¡Qué novedad! De lo que Myreah estaba segura era de que no se trataba sólo de su huida. Su padre quería castigarla por haber liberado a los elfos. ¿Lo sabría Ishack? Era probable. Le hubiese gustado preguntarle, pero tal vez eso metiese en problemas a Jaron y a los demás. Así que calló. Si no daba muestras de preocuparse por ellos tal vez creyesen que no sabía dónde estaban.
Caminaban en silencio, un silencio sólo roto por el crujir de las antorchas. De vez en cuando algún hombre murmuraba algo a su compañero más inmediato, pero eso era la excepción que confirmaba la regla.
De repente Ishack se detuvo, obligándola a detenerse también.
-¡Volveos, idiotas! ¿Cuántos somos?
-Siete, señor, ocho contándoos a vos. Ya lo sabéis.
-¿Y porqué sólo cuento seis antorchas?
Los hombres se miraron confusos entre sí. Myreah pudo ver a dónde quería llegar Ishack, le faltaba un hombre.
Sintió el nerviosismo de Ishack al pedir a sus hombres que dieran sus nombres y empezó a contagiarse de su miedo. No era que le importase demasiado la suerte que hubiese corrido ese hombre, pero si eso o ese que les perseguía pretendía acabar con todos ellos...
Entonces hubo un crujido.
Un crujido casi imperceptible que no hubiesen oído de ir caminando. Ishack la soltó, pasándola a uno de sus hombres, y desenvainó su espada. Al menos era un tipo valiente.
-¿Quién anda ahí?
Por toda respuesta recibió el ulular del búho.
-¿Quién anda ahí? –Repitió.
Todo el mundo estaba tan pendiente de lo que ocurría alrededor de Ishack que, Myreah supuso, alguien debió de olvidar de mirar que sucedía a su alrededor. Se oyó un golpe sordo. Algo golpeó a uno de los hombresenla cabeza. Una piedra suficientemente pequeña para ser lanzada con una mano y suficientemente grande para matar a un hombre de un solo golpe.
Myreah nunca supo si el hombre había muerto o no.
Mientras todos escrutaban las sombras con nerviosismo, olvidando por completo al compañero inconsciente, algo le ocurrió al hombre que la sujetaba. Su presa se aflojó mientras soltaba un quejido. Y antes de que Myreah hubiese podido siquiera darse cuenta de que era libre, una mano la cogió de la muñeca y la obligó a correr. Por suerte para Myreah, Ishack y los hombres que le quedaban también tardaron en reaccionar.
Lo que no tardó en reaccionar fue su cerebro, que le dijo que ir con Ishack podía ser, según como se mirase, tan bueno o mejor que correr por el bosque de la mano de ve-a-saber-quién o qué. Así que trató de desasirse, sin dejar por eso de correr en dirección contraria a dónde habían dejado a Ishack, y sin dejar de protestar por el trato.
-Ya habrá tiempo para explicaciones luego, princesa –dijo una conocida voz en un conocido tono.
-Haze... –La sorpresa casi hizo que se detuviera.
Haze había ido en su ayuda...
El elfo se volvió un momento con una sonrisa, la luna reflejándose en sus ojos violetas. Luego, con un tirón, la obligó a correr más rápido.
-Ya me lo agradecerás cuando los brutos de tu padre se hayan cansado de seguirnos.




Cuando creyó que estaban suficientemente lejos, Haze se detuvo. Entonces se volvió hacia la princesa que, para su sorpresa, se dejó caer entre sus brazos. Respiraba a grandes bocanadas, como si estuviese muy cansada. Tal vez la había hecho correr demasiado.
-¿Estas bien? –Le preguntó, procurando que el hecho de que sus rizos estuviesen rozando su nariz no le distrajese.
Entonces ella alzó la vista.
-Supongo que sí –dijo con una media sonrisa-. ¿Cómo...?
-¿Cómo he dado contigo o cómo he acabado con ellos sin que me vieran?
-Las dos cosas –Myreah se sentó sin dejar de sonreír y obligó al elfo a hacer lo mismo, tirándole del brazo. Haze no se hizo de rogar, esa sonrisa bien lo merecía.
-No fue difícil dar contigo, has estado caminando en círculos. Además, Dhan me dijo qué camino se suponía que habías tomado. Y respecto a los hombres de tu padre...
-¿Volviste a casa de Dhan? ¿Por mí? –Interrumpió Myreah.
-En... En parte –carraspeó, no sabiendo como debía tomarse la pregunta de la princesa-. Cuando supe que os habíais ido...
-¿Nos?
Haze sonrió, había olvidado que la princesa se había ido antes que su sobrino.
-Jaron y la hija de Hund también se fueron. Creo que Jaron busca a mi hermano.
-¡Pero si Dhan dijo que había muerto!
-Pues mintió. El hecho es que te estoy buscando desde ayer por la tarde. Temía que ocurriera lo que acaba de pasar.
-Supongo que fui una estúpida por marcharme sola –la muchacha suspiró y Haze tuvo la sensación de que se quedaba con las ganas de decir algo. Finalmente se puso en pie-. ¿Y ahora?
-Dhan me dijo dónde podía encontrarlos una vez diera contigo.
-¿No vas a llevarme con mi gente?
-Bu... Bueno... –Haze miró a la joven desde el suelo, confundido. Él había dado por supuesto que, una vez dieran con ella, le seguiría- ¿De veras quieres volver con los humanos?
-No tengo nada entre los elfos –eso no era un sí, era un “¿qué otra cosa puedo hacer?”.
-Pero... ¿Y Jaron? Es tu tío, o algo así, ¿no? Y si de veras ha encontrado a mi hermano va a necesitar que estés a su lado.
-Jaron ya tiene a los elfos, no me necesita para nada.
Haze se puso en pie, intentando pensar en algo para retenerla. Pero no se le ocurría nada.
-Mira, Haze, si no quieres acompañarme, lo entenderé. Si los humanos te viesen, lo pasarías muy mal.
-No es eso –protestó Haze, algo molesto porque no había nada de tono de víctima en su voz. Realmente creía lo que estaba diciendo-. Es sólo que... En fin, que... que no es sólo por Jaron que quiero que vengas conmigo –Haze sintió que se sonrojaba al sentir la mirada interrogante de la princesa, así que trató de mirar hacia otro sitio. Pero seguía sintiendo sus ojos, esos ojos... -. Princesa, yo... no he podido dejar de pensar en ti desde que te dejé atrás. Si te busqué no era solamente que temiese por ti, también lo hice por mí, para poder volverte a ver.
Haze se volvió hacia Myreah, que le miraba con una mezcla de sorpresa y de alegría.
-No te estás burlando de mí –murmuró-, lo crees de veras.
Haze la abrazó contra sí antes de que tuviese tiempo de añadir nada más.
-Por favor, princesa, quédate conmigo. No creo que pueda vivir sin ti.
Ella le devolvió el abrazo, pero no dijo nada. Haze hundió el rostro entre los rizos de su melena y deseó que el mundo pudiese reducirse sólo a eso. Sin Zealors ni Jarons ni elfos ni humanos ni pasado ni cuentas pendientes. Pronto despertaría a la realidad y vería que todo eso seguía existiendo, pero estaba bien poder fingir, al menos durante un momento.



Jaron despertó algo desorientado, como cada mañana desde que se habían perdido. Pronto recordó que, para variar, se habían acostado en un lugar desconocido en la más absoluta oscuridad. Por eso no reconocía nada a su alrededor. Nada excepto a Alania.
La muchacha dormía a escasos metros de él, con su cobriza melena desperdigada sobre la hierba. Jaron se incorporó un poco y sopesó la idea de quedarse contemplándola hasta que despertara, estaba tan bonita... El semielfo se preguntaba cómo podía habérsele pasado por alto eso cuando la había conocido. Además, de no haber sido por ella...
Por eso no se quedó a contemplarla. Si despertaba se empeñaría en hacerlo todo ella, como siempre. Y por una vez quería ser él quien se encargara de buscar algo para desayunar. Era lo mínimo que podía hacer por ella.
Así que salió al bosque a ver qué podía encontrar. Fue más bien poco, no parecía que hubiesen muchas bayas por aquel lugar. Cuando regresó, Alania estaba sentada con actitud soñolienta, frotándose los ojos y estirándose. Sonrió al verle llegar.
-¡Que bien, bayas! –Dijo al ver la carga de Jaron-. Estoy muerta de hambre.
Jaron miró un poco avergonzado los escasos frutos.
-Toma, son tu desayuno –dijo, tendiéndoselos a la muchacha.
-¿Todos?
-Yo ya me he comido mi parte –mintió.
-Podías haberme esperado y desayunar juntos, ¿no? –Le recriminó la muchacha con un mohín. Pronto volvió a sonreír, llena su boca de bayas y su mentón de jugo-. Pero me alegra ver que ya estás de mejor humor.
Jaron medio sonrió. Si quería llamarlo así...
-Es sólo que me siento culpable. Fue mi culpa que nos perdiéramos en el bosque.
-¡Tonterías! Fue culpa de ese tipo de la cara quemada. En cuanto encontremos el camino, enviaré a mi padre a que le dé una buena patada en el culo. Y pobre de mi padre que se ponga de su parte.
La gesticulación de la muchacha logró arrancarle una risilla a Jaron.
-Oh, no te rías. Hablo muy en serio. ¿Acaso dudas que vaya a poder hacerlo?
Jaron ensanchó su sonrisa.
-¿Si encontramos el camino de vuelta? No.



Nawar se detuvo un momento a escuchar. Dos voces, dos voces jóvenes que hablaban y reían. Parecía ser que había seguido la pista correcta. Esos debían de ser el medioelfo y la hija de Hund. Sonrió para sí. Había tardado sus dos días con sus dos noches, pero por fin había dado con ellos.
A pesar de todo, se acercó con sigilo. No quería asustarlos y ser recibido de un modo poco agradable. Y allí estaban... Una mocosa de cabellos tan rojos como los de Hund y el muchacho. ¡Dioses! Realmente se parecía a Zealor. No era de extrañar que Jaron lo hubiera echado a patadas. Pero era su deber volverlo a llevar hasta allí e iba a conseguirlo, fuese como fuese. Así que finalmente salió de su escondite y dijo:
-Hola. Alania Hund y Jaron, supongo.
Los dos se volvieron alarmados y clavaron una mirada asustada en aquel desconocido que conocía sus nombres.
-¿Quién eres y quién te ha dicho mi nombre? –Rugió la muchacha en un tono que le recordó terriblemente a Dhan mientras se ponía en pie de un salto.
-Tranquila, conozco a tu padre. Es por él que conozco tu nombre. Y en cuanto al mío... Nawar Ceorl, para serviros a ambos.
La muchacha vaciló, insegura. Respecto a Jaron... El muchacho parecía carecer por completo de capacidad de reacción. Nawar suspiró.
-Llevo dos días buscándoos por todas partes –explicó-. No sois fáciles de encontrar.
-¿Te envía mi padre?
-No exactamente. En realidad, vengo de parte de Haze Yahir.
Nawar no pudo dejar de notar el mohín de fastidio en el rostro del muchacho al oír mencionar a su tío. ¿Es que nadie de su propia familia apreciaba a Haze?
-¿Y vas a llevarnos de vuelta a mi casa? –Quiso saber la muchacha.
-No, iremos a la cabaña de Jaron Yahir. Haze se unirá a nosotros en cuanto encuentre a la humana.
-¿A Myreah? –Jaron abrió la boca por fin. Pronto pareció arrepentirse de haber mostrado interés, pues se cruzó de brazos y, con un mohín de cabezonería, dijo: -Yo no voy.
-¿Cómo que no?
-Pero, Jaron... Estamos perdidos en el bosque... Si dejamos que él nos guíe...
-No pienso seguir a ningún amigo de mi tío, y menos a la cabaña de ese hombre.
Alania se mordió el labio y miró a Nawar. La muchacha parecía más sensata que el medioelfo, y no le extrañaba. Después de todo, el muchacho era un Yahir, tenía que complicar la vida de todos los que lo rodeasen. Pero Nawar no estaba dispuesto a que le complicase la suya.
Se acercó a Jaron, y antes de que el muchacho pudiese protestar, lo cogió en volandas y se lo cargó a la espalda como un fardo.
-Le prometí a mi tío que ayudaría al tuyo, mocoso, así que no pienso dejar que tu opinión al respecto me aparte de mi misión –y volviéndose hacia la sorprendida Alania añadió: -Vamos.
Y empezó a caminar. Alania trotó tras él enseguida, sin decir ni media palabra. Jaron, por el contrario, no dejaba de protestar, maldecir y patalear como un chiquillo histérico.
-¡Suéltame! ¡No tienes ningún derecho a hacerme esto! –Gritó muy cerca de su oído-. ¡Bájame, te digo!
-Cállate, ¿quieres? Si sigues así nos caeremos los dos.
Pero Jaron no se calló. Siguió quejándose y quejándose. Pues ya se cansaría. Nawar dejó de prestarle atención a sus protestas y se volvió hacia Alania, que caminaba algo compungida, a escasos pasos de él.
-¿Te das cuenta de la que has liado? ¿Cómo se te ocurrió llevarte a este mocoso a casa de Yahir?
-Yo...
-¡Oye, que no es su culpa! –Jaron dejó de protestar para defender a la muchacha.
-¿Ah, no? Mira, chaval, para empezar, nunca debiste salir de casa de Hund. ¿Qué hubieseis hecho si yo no llego a encontraros, eh?
Jaron gruñó, pero no dijo nada. Se limitó a continuar pataleando.
-Si ese tipo no le hubiera dicho a Jaron todas esas cosas horribles, nunca nos habríamos perdido –se defendió la muchacha.
-¿Cosas horribles? –Nawar aflojó el paso, recordando como había sido de desagradable Yahir con ellos. En cierto modo, sentía lástima por el muchacho-. Seguro que en realidad no creía ni la mitad. Tienes que comprenderle.
-¿Comprenderle? –La pregunta del muchacho sonó amarga. Muy amarga.
-Bueno, él no esperaba que el hijo de su esposa se pareciese tanto a su hermano.
-Pero si yo he visto a ese Haze y no se parece a Jaron ni en el blanco de los ojos.
-No, no a Haze. A su otro hermano.
-¿Otro hermano? –Jaron dejó de patalear al fin-. ¿Qué otro hermano? Mi tío no me dijo que...
-Hay muchas cosas que tu tío no te dijo, chaval. Aún hay otro Yahir más. Zealor Yahir, el Qiam.
Alania dejó escapar una exclamación de sorpresa deteniéndose un momento. Jaron volvió a patalear de nuevo, pero esta vez no protestaba.
-¡Bájame, bájame! Prometo que iré contigo.
En cuanto Nawar lo dejó en el suelo, Jaron preguntó:
-¿El kiam? ¿Quieres decir que el kiam ese al que tanto teme Haze es su propio hermano?
-El mediano de los Yahir, sí, señor.
Jaron miró a Nawar, entre sorprendido y pensativo.
-¿Y yo me parezco a él?
-Sí, ¿qué tiene eso de extraño? Es tu tío al fin y al cabo.
-Pero mi pad... Jaron Yahir me trató como si yo fuese la peste, dijo que yo no debería haber sido concebido. ¿Es que cree que no soy su hijo? ¿Acaso mi madre y ese kiam...?
-Bueno, no conozco mucho a tu padre, pero creo que todo lo ocurrido hace sesenta y siete años le dejó un poco marcado. No creo que esté muy sano, ya me entiendes.
-¿Insinúas que está loco?
Nawar empezó a caminar de nuevo, seguido por los dos jóvenes elfos.
-No, no loco, sólo algo desquiciado. Odia a Zealor, cosa que no le reprocho, por tanto... Con el tiempo, lo asimilará y te aceptará. Yo me encargaré de ello.
Jaron se puso a su altura clavando en él su par de ojos glaucos.
-¿Por qué? ¿Por qué mi tío te pidió que cuidases de mí?
Nawar lo meditó. El muchacho no parecía tener a Haze en muy buen concepto, así que tenía que ir con cuidado con su respuesta si no quería volver a verse obligado a cargar con él.
-No, porque eres un Yahir, y es obligación de los Ceorl cuidar de vosotros –dijo finalmente. Y enseguida se dio cuenta de no mentía en absoluto. Incluso él mismo se lo creía. Sonrió-. Siempre lo hemos hecho y siempre se hará. Después de todo, ¿qué habría hecho tu familia sin la mía durante tantas y tantas generaciones?



Jaron trataba de seguir el ritmo de ese Nawar Ceorl, pero cada vez le costaba más. Estaba cansado, mucho, y a aquel tipo parecía importarle un comino. ¡Llevaban horas caminando! El muchacho sólo tenía ganas de dejarse caer en algún sitio y descansar. Oh, y comer algo... Tenía el estómago en los pies. Pero, no, Nawar no se detenía, y él y Alania tenían que seguir sus grandes zancadas. Estaban tan cansados que hacía rato que no hablaban.
Nawar se volvió hacia él. Tal vez iba a dar el alto, tal vez iba a preguntarles qué querían para comer, tal vez...
-Te estás quedando atrás, Jaron –fue todo lo que dijo, y el muchacho sintió que se le caía el alma.
-¡Claro que me estoy quedando atrás! Estoy cansado y tengo hambre.
-¡Y yo! –Se atrevió a secundar Alania.
Nawar los miró con fastidio un momento, resoplando.
-De acuerdo, iremos por otro sitio.
Jaron miró al elfo con incredulidad mientras les hacía una seña para que le siguieran.
-¡Pero si acabamos de decir que no podemos más!
-Bien puedes quejarte, ¿no? –Los ojos color de miel del elfo se pusieron en blanco un momento-. ¡Yahir tenías que ser! Voy a llevaros hasta un pueblo, a comer algo.
-Oh –Jaron no supo qué más decir, sólo se le ocurrió que podía haberlo dicho antes.