domingo, 31 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo séptimo

Uaaa, casi se me olvida que es domingo!!!




Mireah y Nawar habían caminado en silencio la mayor parte del tiempo. De hecho, la princesa sólo se había dirigido a él para lo imprescindible. Nawar no creía que se tratara de que seguía enfadada con él, pues no era precisamente el silencio obstinado y denso que le había prodigado el primer día después de su escapada por los pelos de Fasqaid. No. Era otra cosa. Sospechaba que el motivo era Haze, el modo en que se había ido en contra de su voluntad sin siquiera despedirse. Había habido un halo de definitud extraña en todo aquello que el elfo no podía explicarse bien. Tal vez era simplemente que la misión que emprendían era suicida y las posibilidades de regresar eran ínfimas, pero el modo en que había negado con la cabeza cuando Faris le había propuesto esperar a que Haze despertara…



-Es mejor así –había dicho-. No quiero irme con una discusión absurda de por medio.



Y eso había sido todo.



No se habían detenido en todo el día pues habían comido algo de fruta sobre la marcha, así que cuando el sol empezó a ponerse el elfo dio el alto para cenar y descansar. Se sentaron, Mireah sobre un tronco caído y Nawar sobre una roca, y repartieron algunas de las provisiones, empezando a comer en silencio.



Estaban en las afueras de Leahpenn y según la princesa las tierras de los humanos estaban a menos de un día y medio de distancia de allí. Tal vez menos. La humana no estaba muy segura de ello. Haze era quien había guiado entonces y Mireah recordaba que había dado un gran rodeo para evitar a alguien, muy posiblemente al Qiam.



Fuera como fuese estaban muy cerca.



No iba a confesarlo en voz alta, por supuesto, pero estaba más nervioso y asustado de lo que lo había estado nunca. Hasta hacía poco más de un mes apenas consideraba a los humanos un cuento, una historia para asustar a los niños por las noches. Ahora sabía que eran reales y que nada de lo que le habían contado sobre ellos era verdad. Y aún así, aún sabiendo que no eran peores que ellos mismos, la idea de adentrarse en esas tierras desconocidas de los mapas le cerraba el estómago como nunca ninguna emboscada o misión lo había hecho.



Para pensar en otra cosa intentó entablar una conversación.



-A pocos metros de aquí está Leahpenn –le dijo a Mireah-. Es tentador acercarse a ver cómo le va a Alania.



La humana alzó los ojos del trozo de pan que mordisqueaba sin ganas y se encogió de hombros.



-Sería ponerla en peligro de nuevo.



-Ya, por eso no vamos a hacerlo. Es sólo que… bueno, eso. Que es tentador.



Con otro encogimiento la humana volvió a su cena. El silencio se volvió de repente denso e incómodo. Nawar odiaba los silencios incómodos.



-Haze va a estar bien –dijo finalmente, creyendo saber qué carcomía a la princesa-. Cuando regresemos ya estará recuperado del todo y Faris ya le dejará jugar con nosotros –intentó bromear.



Su intento fue recompensado por una tímida sonrisa.



-Debe de estar tan enfadado…



-¿Haze? Lo dudo. Ya de niño costaba hacerle enfadar.



-Y aún así tú lo conseguiste –de nuevo sus dos ojos, tan redondos y grandes, se volvieron hacia él, inquisitivos.



-Ya. Pero yo tengo ese don. Cabreo a la gente.



-Y a pesar de que es cierto, sabes tan bien como yo que no es eso -le reprendióla princesa enarcando las cejas a modo de reporche-. Hablasteis de algo que le enfadó.



-Hablamos de Zealor –mintió tras masticar un poco-. Le dije cómo había tenido ganas de matarle en medio del bosque y lanzar su cadáver a las bestias y no le gustó.



La humana puso cara de no creerle del todo, pero al fin y al cabo era plausible, así que no supo qué objetar.



-Pensé que te habría contado algo más –le confesó la joven finalmente.



-¿Algo más? ¿De qué?



-De su encierro, de cómo fue capturado, de sus hermanos…



-¿Y por qué iba a contarme nada?



-Eres su amigo.



Había algo de súplica en el modo de la princesa de pronunciar la palabra. “Eres su amigo” parecía estar diciéndole, “cuéntame las cosas que él no cuenta”. De repente Nawar echó de menos el silencio incómodo.



-No estoy muy seguro que esa sea la definición adecuada. Y aunque lo fuera, no creo que me haya contado a mí nada que no te haya contado a ti.



La humana hizo un mohín, frunciendo los labios.



-Nada. Esa es la palabra.



Nawar sintió que estaba adentrándose en un terreno pantanoso en el que no estaba muy seguro de querer entrar.



-Bueno, mujer, hablará cuando esté preparado.



-¿Y cuando va a ser eso? –Había cierta exasperación en el ceño de la princesa mientras el elfo sintió sus pies hundirse en el metafórico fango-. Sólo sabe decir que todo está bien cuando le pregunto. Y es tan evidente que nada va bien...


-Bueno... -el joven buscó algo que replicar que pudiera calamar a la humana y cortar la conversación.


-¿Sabías tú que le dolía el hombro? -le interrumpió Mireah-. Porque yo no lo sabía. Debía de llevar días con dolor y... -terminó la frase con un gruñido mientras daba un furioso bocado al pan-. "No quería molestar". ¡Se supone que tiene que molestarme! -De repente se desinfló, hundiendo la cabeza entre sus delgados hombros-. Quiero decir... si me quiere, si nos queremos... ¡Estoy para eso! Tendrá que confiar en mí, ¿no?


Nawar hubiera preferido mil veces dejar que el silencio se comiera la conversación en ese punto, pero sabía perfectamente que no era eso lo que la humana merecía. Claro que tampoco merecía no saber lo que Haze había sentido por Sarai. Porque si había amado a Sarai no podía amar a Mireah y aún así... Aun así su afecto parecía tan real...


No entendía a qué jugaba Haze ni porqué y ahora la princesa le estaba pidiendo una opinión que no podía dar de ninguna de las maneras.


-Hay muchas maneras de querer -contestó finalmente antes de que el silencio fuera demasiado largo y se pudiera malinterpretar. Al menos eso era verdad, ¿no?


-Ya -Mireah se pasó la mano por la cara con cansancio-. Perdona. Tienes razón. Debo darle tiempo. Pero tengo tanto miedo de que no tengamos...

-¿Entonces qué más te da?

-¿Qué quieres decir?

-Si teneis poco tiempo, ¿no sería mejor disfrutar de lo que tienes ahora y no preocuparte de su pasado?
-"¿como por ejemplo, si estuvo enamorado de tu tía-abuela?" pensó, aunque calló a tiempo.

Mireah enarcó las cejas y le miró. Parecía soprependida. Y divertida.

-¿Qué?

-Al final va a resultar que tienes tu corazoncito -le dedicó una sonrisa más relajada y, acabándose su cena en dos bocados, se puso en pie-. ¿Qué? ¿Continuamos?

-¿Continuar?

-Bueno, creo que aún podemos caminar una hora o dos antes de dormir un poco -respondió la princesa-. Además, mientras caminamos no podré mantener otra conversación incómoda.

-No estaba incómodo -protestó, pero se puso en pie, recogiendo su mochila.

Ahora sí, la humana rió.

-Anda, vamos.

Y con su propio fardo a la espalda, comenzó a caminar. Nawar se apresuró a ponerse a su altura en silencio. Si había que caminar toda la noche para evitar volver a hablar de la vida amorosa de Haze, caminaría. Vaya que sí. Y todas las noches siguientes hasta encontrar al muchacho si hacía falta.


domingo, 24 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo sexto





Jaron se arrastró hasta la parte trasera de la tienda, acercando la cabeza a la lona para intentar oír. Le llegaron algunas voces en el iluminado interior, así como algunas siluetas, pero no podía distinguir ninguna de las palabras.

Maldiciendo, siguió arrastrándose por la hierba buscando algún rincón menos iluminado. La humedad comenzó a calar su ropa mientrasel muchacho empezaba a arrepentirse de su enésima pésima idea. Finalmente dio con un punto que le pareció bueno y usando una daga hizo un pequeño corte en la tienda, en forma de siete, desde donde le llegó el envidiable calor del interior. También le llegaron las voces más claras.

Había cuatro hombres en total, Jacob de meanley y otros tres. Uno de ellos, Jaron estaba seguro, era uno de los humanos que le habían golpeado en las mazmorras de Meanley. El resto no los conocía, o por lo menos no los recordaba. Parecían estar discutiendo algo, pero lo hacían en voz baja, tal vez para no ser escuchados por los guardias de la entrada.

-¿No irás a perder la paciencia precisamente ahora, Ishaack?

-No se trata de paciencia, señor. Es ese maldito engendro, sabéis que nunca me he fiado de él.

-¿Crees que yo sí? Y aún así cumplirá con su parte porque él sí se fía de nosotros.

-Yo no estaría tan seguro de eso -dijo el tipo que Jaron recordaba de su estancia en Meanley.

-¿Qué intentáis deicrme? ¿Que nos echemos atrás ahora? Ni hablar. Esperaremos la señal del elfo, como acordamos. Dijo en su último comunicado que a su rey le quedaba apenas un suspiro. Ya no tardará en morir, y cuando lo haga tendremos nuestra señal.

-¿Y cual será? -El tal Ishaack resopló con sorna-. Incluso en eso nos dejó apenas un misterio. Se aseguró de seguir llevando él las riendas. Ese tipo me da escalofrío, Jacob. Debimos haberle matado hace tiempo.

-Dijo que lo sabríamos cuando nos llegara y confío en ello. Nos necesita más él a nosotros que nosotros a él. No se arriesgaría a estas alturas.

-¿Por qué no? ¡Tiene todo el tiempo del mundo!

-No, ahí os equivocáis todos -una sonrisa cruel se dibujó en el rostro de Meanley-. Le queda exactamente el tiempo que tardemos en entrar en su ridícula Nación y aplastar a su maldito gobierno. Los elfos van a perder a su rey, su consejo y su qiam en la misma semana. El resto serán mis esclavos o morirán, lo que ellos decidan.

-Sigo sin entender de nos sirve todo eso.

-Porque eres corto de miras, Ishaack. Cuando los elfos ya no sean una amenaza el pueblo me adorará y me seguirá a donde yo vaya.

-Y vos iréis a por el Rey.

-Precisamente. Y cuando el Rey haya caído...

De repente las voces en el exterior de la tienda se alzaron, como si hubiera una discusión. El príncipe se interrumpió, molesto y suspicaz.

-Id a ver qué está ocurriendo. Y si alguno de esos pueblerinos está dando problemas...

Sus hombres asintieron y le dejaron solo en la tienda. Jaron le observó mientras en silencio se servía una copa de vino y se sentaba en una banqueta, dándole la espalda. Se dio cuenta de que realmente nadie le había visto, nadie excepto Miekel sabía que él estaba allí. Sería fácil, tan fácil, matar a Jacob de Meanley...

Excepto que tal vez no iba a ser tan fácil, y si le pillaban y moría nadie podría ir a avisar a los elfos de lo que planeaba el Príncipe.

Así que dió media vuelta y volvió por donde había venido. Por el rabillo del ojo vio a Miekel rodeado por los hombres de Meanley. Él parecía ser el objeto de la discusión. El muchacho esperaba que no haberlo metido en problemas, aunque por el modo en que el tal Ishaack lo sacaba a empeñones de allí parecía ser el caso.

Jaron se apresuró a alejarse de las tiendas de lso oficiales, poniendose en pie cuando creyó estar suficientemente lejos. Entonces caminó con tranquilidad hacia las hogueras, por que correr hubiera atraído la atención sobre su persona y eso era lo último que quería hacer. Tenía el corazón en un puño, dividido entre las ganas de echar a correr hacia la Nación y no detenerse hasta dar con alguien y la idea de correr en dirección contraria, hacia Rodwell y el Rey.

¡Maldición! Eran demasiadas cosas y él era demasiado estúpido. Demasiado lento e insignificante.

Maldición. Maldición. Maldición.

Esperaba que Miekel estuviera bien. Rodwell le había enviado un aliado y él conseguía que lo mataran a los cinco días de conocerle. Al final iba a tener razón Jaron Yahir. No traía más que problemas.


domingo, 17 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo quinto




Jaron no tardó en aprender que los ejércitos eran lentos. Agónicamente lentos. No estaban tan lejos d ela Nación, no podían estarlo. Estaba convencido que, a buen paso, en un día, tal vez día y medio, él sería capaz de llegar hasta allí. El ejército de Meanley, no obstante, apenas habái recorrido un cuarto del camino antes de que dieran el alto para cenar y descansar.

No se quejaba. Cuanto más tardasen en llegar, más tiempo tenía él para escaparse y buscar a su tío.

“Si sigue con vida”

Cierto. Si seguía con vida. Pero a eso ya se enfrentaría llegado el momento. Ahora tenía otros problemas en mente.

Cuando había aperecido Jacob de Meanley el muchacho había cambiado sus planes. Ciertamente, aún quería huir y llegar a la Nación lo antes posible, pero ahora tenía la posibilidad de averiguar qué se traía Meanley entre manos. Así que cuando cayó la noche y todo el mundo empezó a reunirse alrededor de los fuegos a cenar y descansar, Jaron se apartó disimuladamente al amparo de las sobras para deslizarse hacia la zona donde habían montado la tienda provisional de los altos mandos.

El ruido que venía de las hogueras sin duda distraería a los guardias y lo más posible era que no le oyeran acercarse y si se situaba suficientemente cerca para poder escuchar...

Jaron se arrastró por la mullida yerba.

-¿Adonde vas? -Susurró Miekel a su espalda.

¡Mierda! ¿Es que era su perro guardian? Jaron no se molestó en volverse hacia el humano, que se arrastró hasta lelgar a su altura.

-Si vas a escapar déjame ir contigo.

-No voy a escaparme -susurró el medioelfo con impaciencia.

-Entonces es que por algún motivo quieres acercarte a la tienda de Meanley y eso sería una estupidez, ¿verdad?

¿Por qué no le dejaba en paz?

-Métete en tus asuntos -masculló.

-Es que resulta que tu eres mi asunto. ¿Por qué crees que me envió Rodwell?

-No me importa. No pedí ayuda. No la necesito. Estoy bien.

-Por supuesto. Por eso usas un nombre falso y llevas una gorra para que nadie vea tus orejas, porque no hay nada de lo que preocuparse.

Jaron se volvió finalmente, molesto.

-¿Qué quieres de mí?

-¡Ayudarte! No soy imbécil, ¿vale? Hay algo que no me estás contando. U me da igual, de veras. No me lo cuentes. Pero déjame ayudarte, sea lo que sea que quieras hacer.

El medioelfo suspiró. Podía contarle sólo lo que pretendía hacer, nada más. Así se lo quitaría de encima. Miekel trataría de disuadirle y él fingiría entrar en razón, y cuando el novicio no estuviera mirando se escabulliría de nuevo.

-Quiero espiar al príncipe. -dijo finalmente-. Quiero averiguar si de veras la Sarai de la que hablaba era mi madre.

Miekel le miró con el ceño fruncido. Seguía sin creerle. No al menos la excusa que había dado.

-¿Y no crees que será más fácil acercarte si nadie te ve? -dijo de todos modos.

-¿Qué crees que estaba haciendo?

-¡Oh, vamos! Yo te he visto.

-Tu estás siempre pegado a mi cola -protestó, ofendido.

El humano puso los ojos en blanco.

-Estás alzando la voz -le recordó en un susurro-. Mira, puedo cubrirte, pero para eso tienes que confiar al menos un poco en mí.

Jaron gruñó como respuesta. No esperaba que Miekel quisiera colaborar con él. Y encima lo que le decia sonaba sensato. Odiaba cuando la gente se ponía sensata. Era dificil discutir cuando la gente se ponía sensata.

-¿Y como piensas hacerlo?

El humano sonrió.

-Tu dame cinco minutos y tendrás via libre.

Y, tras palmear su espalda, se fue por donde había venido. Jaron se qeudó donde estaba, expectante. A malas, si la cosa se complicaba, podía intentar ir hacia el bosque, largarse de una vez.

De repente vio avanzar a Miekel entre las hogueras, hacia la tienda de Meanley. Estaba demasiado lejos para ver u oir nada, pero el humano caminaba a grandes zancadas, como si llevara un asunto urgente entre manos. Se detuvo cuando los guardas cercanos a la tienda se acercaron a él, armas en mano. El novicio gesticuló y señaló la tienda grande y al poco la mayoría de los guardas estaban pendientes de lo que fuera que les estaba contando.

Fuera lo que fuera que estaba haciendo, estaba funcionando. Así que Jaron aprovechó la oportunidad para acercarse a la parte trasera dela tienda de jacob de Meanley. Sabía que dificilmente descubriría algo nuevo, pero si no lo intentaba nunca lo sabría.





jueves, 7 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo cuarto





Zealor esperaba con cierta impaciencia al príncipe Faris, al que había tenido que hacer llamar para comunicarle que su padre, el Rey, había empeorado. Había estado los últimos tres días recluido en Sealgoire’an, posiblemente lamentando la suerte que le obligaba a tomar responsabilidades de gobierno a tan corta edad.



En realidad la enfermedad del rey, que todos creían tan lamentablemente temprana en un elfo aún joven, había llegado, en opinión de Zealor, demasiado tarde. Unos años antes, con un príncipe menor de edad, todo habría sido considerablemente más fácil. Faris era un niñato malcriado que nunca había mostrado interés por el gobierno del país, pero seguía siendo el heredero legítimo al trono. Aunque con suerte el consejo se dividiría intentando conseguir la atención del mocoso, dándole más libertad.



Tamborileó con los dedos sobre la mesa.



Meanley estaba listo. Hacía dos días que el mensajero había llegado con la noticia. Sólo necesitaba una señal y Zealor estaba impaciente por dársela. Después de tantos años se acercaba el momento y apenas podía esperar para ver como todo sucedía como él lo había planeado, con o sin Haze.



La puerta se abrió, sacándolo de sus cavilaciones, y su chambelán anunció al Príncipe Faris, que entró acto seguido.



-Alteza –Zealor se puso en pie para recibirle-, sentaos, por favor. Parecéis agotado.



Tomó las manos del joven mientras lo conducía al sofá. Aturdido, el príncipe se dejó servir una copa de licor, que apuró de un solo trago antes de que el Qiam hubiese podido sentarse frente a él. Parecía que el empeoramiento de su padre le llenaba de ansiedad. O tal vez era sólo la perspectiva de verse coronado en breve.



-¿Cómo está mi padre?



-Mal, alteza. Debemos prepararnos para lo peor.



Y consiguió decirlo manteniendo el semblante serio y grave cuando en realidad el cinismo que guardaba la sentencia hubiera hecho enrojecer al más pintado. Pero él era el Qiam y nada podía perturbar su ánimo.



-¿Lo peor?



-No creo que sobreviva a esta noche.



-¿Cómo? –el ceño del príncipe se frunció con suspicacia, intrigando a Zealor de repente- Hace dos días estaba…



Calló, pues iba a decir “bien” y era evidente que el rey hacía meses que no estaba bien.



-¿Estable? –Ayudó el Qiam. Eso pareció calmar al joven, cuyo gesto se tornó de repente triste-. Lo lamento, Alteza, pero los médicos afirman que no se puede hacer más.



Faris se puso en pie como si le hubieran golpeado y pasó una mano por su corto cabello rubio. Sus ojos se desviaron hacia la puerta.



-Debo ir a verle.



-Por supuesto, Alteza –Zealor se puso en pie a su vez, pues no se permanecía sentado si la realeza no lo estaba, ni siquiera el Qiam-, pero no hay que olvidar los preparativos.



-¿De qué habláis? –El ceño del joven príncipe se ensombreció.



-Si el Rey muere hoy… Hay mucho que hacer, Alteza.



-¡Mi padre aún no ha muerto y me hablas de preparativos! –Su rostro, que había palidecido al saber el estado de salud de su padre, se tiñó de airado rojo-. Si hay algo que preparar, prepáralo tú. Ese es tu único trabajo, al fin y al cabo.



-No necesito que me recordéis cual es mi trabajo, Alteza –Zealor no mudó su expresión, pero su voz bajó unos grados-. ¿Debo recordaros yo a vos que habláis con el Qiam?



El joven le miró y sus ojos verdes eran apenas dos rendijas. El Qiam creyó ver en ellos algo que se le había escapado todos estos años. Vio determinación y voluntad. Vio de repente la posibilidad de un adversario al que no había tenido en cuenta.



Fue un momento, tal vez ni siquiera eso. Meros segundos. Pronto el príncipe suspiró y bajó la mirada, avergonzado y servil como siempre.



-Lo lamento, Qiam. No sé que me ha pasado –se disculpó.



Pero Zealor sabía lo que había visto. Pensó en provocarle, forzar de nuevo la situación, inventar tal vez alguna obligación que mantuviera al joven alejado de su padre en sus últimas horas de agonía. Pero si tenía razón y había una inteligencia oculta tras la docilidad del joven, ¿hasta que punto le interesaba que Faris sospechara?



No. Era mejor así.



-Es comprensible, Alteza. Vuestro padre os necesita y yo os entretengo con futilidades que, como bien indicáis, otros pueden hacer en vuestro lugar.



-No. No es excusa –el joven sonrió, agradecido por su comprensión-. Si es mi obligación la cumpliré, como se me ha enseñado y es mi deber, pero antes…



-Debéis ver a vuestro padre.



Asintió, y de nuevo era un muchacho acongojado. Ahora sabía que esa conjuga era verdadera, así que disculpó al príncipe para que fuera a ver a su padre con premura. No porque le importara lo más mínimo, si no porqué eso le iba a dar tiempo de pensar.



¿Significaba algo que el príncipe tuviera más voluntad de la que aparentaba? Tal vez no. Pero entonces, ¿por qué fingir? Él mismo llevaba años fingiendo ser lo que no era en pro de un plan a desarrollar. ¿Por qué fingía Faris? ¿Cuál era su plan?



Iba a tener que repasar todo lo que sabía del príncipe y revisarlo ante esta nueva e inesperada lux.



Así que dejó que fuera a ver al rey, que se despidiera de su padre como era debido. Ya habría tiempo para preparativos cuando el viejo hubiera muerto. Al fin y al cabo no había ningún tipo de prisa. Después de todo, la corona nunca iba a reposar sobre la cabeza de Faris.