viernes, 15 de agosto de 2008

Capítulo noveno



Si la muchacha elfa no hubiese entrado a traerle la comida, Jaron estaba seguro de que hubiese podido seguir durmiendo. Y pensar que al principio se había resistido... Claro que, teniendo en cuenta cómo había pasado las tres últimas noches, no le extrañaba que el tener un colchón bajo su cuerpo le hubiese hecho caer dormido de ese modo.

Agradeció la comida y comió en silencio, esperando que de ese modo la muchacha se fuera. No es que le fuese antipática, pero aún estaba resentido con ella por haberse puesto de parte de Haze. Pero ella no se fue. Se limitó a sentarse junto a la cama, observándolo mientras comía con sus azulísimos ojos. Finalmente, algo incómodo, Jaron carraspeó.

-¿No está tu padre? –El muchacho se esforzó en encontrar un tema del que hablar.

-No, salió muy temprano esta mañana. No creo que regrese en tres o cuatro días.

-¿Y Myreah?

-¿La humana? Duerme. O lo finge muy bien –la elfa hizo un mohín-. Fuiste muy injusto con ella esta mañana, medioelfo, ¿sabes?

Jaron gruñó. Lo sabía, no necesitaba que ninguna muchachita elfa se lo recordara. Además, no le gustaba que lo llamara medioelfo.

-¿Por qué no la despiertas también a ella?

-Después. Hay algo que quiero hablar contigo antes de hacerlo.

-¿Conmigo?

La muchacha se puso en pie y cerró bien la puerta. Cuando habló su voz no era más que un susurro.

-Creo que mi padre te ha mentido. Creo que Jaron Yahir aún vive.

-¿Qué? Imposible. ¿Por qué iba a mentirme?

-¡Y yo que sé! Conozco a mi padre desde hace cincuenta y nueve años y medio, medioelfo –de nuevo esa palabra, esa palabra tan descriptiva y acertada-, y sé que te mintió. Lo vi en sus ojos. Además...

-¿Además?

-Verás, desde que tengo recuerdos (y no es por nada, pero tengo muy buena memoria), mi padre sale una vez al mes durante tres o cuatro días. Una vez le seguí, aprovechando que mi madre había bajado a la capital, y nunca entendí lo que descubrí. No hasta hoy.

-¿Qué? ¿Qué era?

-Después de un día casi entero de caminar, llegó a una cabaña. Y allí había alguien, no sé si elfo o humano, que le abrió la puerta y le dejó pasar. No vi su rostro, pues lo cubría una capucha, pero sí su mano, una mano de piel maltratada por el fuego.

-¿Quieres decir que...?

-Que tal vez sí hubo un incendio, pero que Jaron Yahir no murió en él.

El muchacho se quedó mirando la seria cara de la elfa, en busca de algún indicio de burla, pero no lo había. Alania hablaba muy en serio. Podía equivocarse, pero si estaba en lo cierto... ¿Su padre vivía? Una sonrisa involuntaria se dibujó en su rostro.

-¡Mi padre vive! –Y luego, como si acabara de darse cuenta de ello, añadió- ¡Y tú sabes dónde está! –Jaron tomó las manos de la muchacha entre las suyas-. ¿Me llevarás?

El mohín de la elfa le reprendió por hacer preguntas obvias.

-¡Por supuesto que sí! ¿Crees que te lo he contando todo para hacerte rabiar?

-¿Cuándo?

-Cuando mi padre regrese.

Jaron soltó las manos de Alania y resopló.

-¿Por qué tan tarde?

-¿Quieres averiguar quién es ese hombre de las manos quemadas? Pues hemos de ir cuando nadie sospeche de nosotros. Papá no sabe que le seguí, así que no podrá imaginar siquiera adónde te llevo.

Jaron suspiró. Parecía lógico. Tan lógico que no pudo rebatirlo. Tendría que esperar durante tres días, tal vez más. Pero él no estaba hecho para esperar.

-Pero no voy a poder aguantar tantos días aquí encerrado sabiendo que mi padre puede estar vivo en algún lugar del bosque.

-¿Tantos días? ¡Tenemos todo el tiempo del mundo! Sólo los ratones se preocupan del pasar de los días.

-¿Qué?

Alania resopló, haciendo volar su flequillo de un modo encantador que Jaron no había visto nunca antes.

-Es una frase hecha, burro. Quiere decir que tenemos demasiada vida por delante como para preocuparnos de un día más o menos. No hay prisa alguna.

-Oh.

Pero Jaron seguía sintiendo prisa.


Lo primero que vio Myreah al despertar fue el sonriente rostro de Alania, que le traía algo de comer. La joven lo agradeció entre bostezos y luego empezó a devorar la comida. Realmente tenía hambre. Alania se quedó con ella un rato, el suficiente para que nadie pudiese hablar mal de su hospitalidad y cortesía, y luego se fue dejándola sola de nuevo.

La humana suspiró al quedarse sola en la habitación. Tenía que empezar a pensar seriamente en cual iba a ser su próximo paso. No podía quedarse con los elfos eternamente y mucho menos volver a casa. Ojalá Haze se hubiese quedado con ellos, seguro que el elfo hubiese sabido qué hacer.

Myreah volvió a suspirar, fija su mirada en el vacío plato de sopa. No hacía ni medio día que se había marchado y ya lo echaba de menos.



Haze acabó de calzarse las botas que Salman le había dado y alzó los ojos hacia el anciano. Éste le ayudó a ceñirse a la cintura el puñal que le había traído de la casa de los Yahir en silencio. Noain miraba la escena compungida. El joven elfo se sintió culpable por tener que partir de un modo tan precipitado, pero sabía que si se quedaba sólo iba a meterles en problemas.

Cuando estuvo listo, carraspeó.

-No tienes que decir nada si no quieres, muchacho –le disculpó Salman-, lo comprendemos.

Haze sonrió. Sabía que era mentira, que no entendían nada de nada, pero el gesto los honraba. El joven los abrazó contra sí y, sin decir nada más, se fue por dónde había venido.

No pudo evitar recordar las palabras de Salman al regresar de la casa de los Yahir.

-¿Qué tiene Zealor contra ti, Haze? ¿Por qué no quieres que tu hermano sepa de tu regreso?

-Es mejor que no lo sepas, Salman.

-Estás tan distinto... Y no sólo porque sesenta y siete años son muchos, sino algo más profundo. Antes eras mucho más hablador.

-Sí, hablar más de la cuenta fue siempre mi problema.

Salman no había tratado de insistir, sólo le había dicho:

-Prométeme que te cuidarás. No es bueno meterse en líos con el Qiam.

¿Que no era bueno meterse en líos con el Qiam? Como si él no lo supiese, y probablemente de mejor tinta que cualquier otro. Además, él no estaba metido en líos, él era el lío. Estaba seguro de que Zealor había enloquecido de rabia al saberle libre. Pues que enloqueciera, no pensaba dejarse pillar nunca más.

Haze alzó los ojos al sol y calculó la hora. Si se apresuraba podría llegar a la capital antes de que el sol se pusiese. En una ciudad tan grande y llena de gente su hermano iba a tenerlo muy difícil para encontrarlo.


Aquella misma noche, Salman Ceorl recibió otra visita inesperada. Zealor Yahir, el Qiam, se presentó en su casa con la mejor de sus sonrisas. Salman envió a su esposa a la cocina, temeroso de que se fuera de la lengua, e invitó al Qiam a entrar en su humilde hogar. Salman intuía a qué se debía tan inesperada visita, pero Haze había estado muy esquivo en sus respuestas, así que el anciano no sabía a qué atenerse. Lo único que sabía era que iba a tratar de defender a Haze lo mejor que supiera.

Zealor tomó asiento y agradeció la taza de té que la anciana señora Ceorl le ofrecía. Luego, cuando Noain los dejó a solas de nuevo, habló:

-Ha estado aquí, ¿verdad?

Salman tragó saliva, evitando la mirada del Qiam.

-¿Quién?

-Oh, vamos, anciano, sabes a quién me refiero. Siempre supe que éste sería el primer sitio al que vendría.

-Sigo sin saber de qué hablas.

-Salman Ceorl –los ojos de Zealor se clavaron en los del anciano, estremeciéndolo-, sabes cuan grave es el delito de mentirle al Qiam, ¿verdad? No vengo a por Haze como hermano mayor, sino como Qiam de la nación élfica.

El anciano suspiró, si Zealor se escudaba tras su título no había nada que hacer.

-¿Quieres decir que todo este tiempo has sabido que tu hermano no había muerto?

-Es más, querido Salman, sabía dónde estaba.

-¿Y por qué nos hiciste creer que había muerto? Sabes cuánto le quería mi esposa.

-Porque creí preferible que conservaseis el recuerdo del pequeño Haze tal y como siempre habíais imaginado que era. ¿Crees que tu anciana esposa hubiese soportado saber que vuestro pequeño Haze era un traidor al pueblo elfo, sin honor alguno?

-Pero es tu hermano menor, ¿no tienes siquiera una pizca de compasión para él?

-Como hermano mayor me duele terriblemente saber que el menor de mis hermanos es un traidor. Como Qiam... Como Qiam debo acabar con él o encerrarlo de por vida. Mi deber es hacer lo mejor para los elfos, y por el momento mi hermano es una amenaza.

Si hubiese sido cualquier otro, Salman le hubiese creído. Pero no a Zealor. El mediano de los Yahir le había parecido siempre una persona fría y calculadora, pendiente solo de aquello que era mejor para él. Si había ayudado a la nación era sólo porque eso le beneficiaba, le permitía seguir en su cargo. A pesar de haberse encargado de él tanto como de Haze cuando era sólo un niño, Zealor no le había despertado nunca ningún sentimiento de ternura.

-Sí, Qiam, Haze Yahir estuvo aquí. Pero os juro por mi esposa que no sé a dónde fue.

-Pero sí sabrás la dirección que tomó.

-Tomó la dirección de la capital.

-Bien por mi hermanito. Debí haber supuesto que su curiosidad iba a poder más que su sentido común.



Hacía dos días que Dhan Hund había salido y su hija empezaba ya a contagiarse de la impaciencia del medioelfo. Se suponía que su padre no iba a regresar como mínimo hasta el día siguiente, pero a Alania las paredes empezaban a caérsele encima. Quería salir. Pero era tan poco hospitalario salir dejando solos a sus invitados... Si su madre no hubiese estado en la capital visitando a unos parientes... Claro que... No veía problema alguno en mostrarle a Jaron el lugar, pasaba perfectamente por un elfo de verdad. Seguro que no había visto nunca una aldea elfa. Había tantas cosas que podía enseñarle... Y a la humana no iba a importarle quedarse sola unas horitas.

Así que la muchacha se decidió. Esa misma tarde, ella y Jaron salieron con la excusa de ir a comprar un par de cosas. El medioelfo protestó al principio porque dejaban sola a la humana, pero pronto se le pasó, cuando empezó a pasear entre otros elfos. Estaba tan mono cuando miraba a su alrededor de ese modo...

-Alania –Jaron se volvió hacia ella con sus increíbles ojos, medio verdes, medio violetas–, ¿me lo enseñarás todo?

La muchacha sonrió. Ese medioelfo tenía cada pregunta... Seguidamente se colgó de su brazo y empezó a hablar de todo y de nada. No sabía exactamente qué entendía Jaron por “todo”, así que intentó no olvidarse de mencionar nada, por si al muchacho le parecía importante. El medioelfo se dejó guiar sin poner demasiada resistencia, lo cual no dejó de alegrar a Alania.

Al caer la noche aún estaban en la calle, sentados en la fuente de la plaza central, comiendo bollos. Y Jaron, para deleite de la muchacha, no había dejado de escucharla en toda la tarde.

-Es increíble –murmuró al fin-, quiero decir que... en realidad elfos y humanos son muy parecidos.

-¿De veras?

-Bueno, hay pequeñas diferencias, pero son mínimas.

-¿Ah, sí? Tal vez te parecen mínimas a ti, medioelfo. Dime alguna de ellas.

-Los humanos viven menos tiempo.

-¿Y eso te parece una diferencia mínima? ¡Sería horrible vivir menos tiempo! ¿Cómo de menos?

-Veamos... Un humano de mi edad es un anciano.

-¡Dioses! ¡Eso es terrible! –Entonces Alania cayó en la cuenta de algo- ¿Qué edad tiene la humana entonces?

-¿Dieci... diecinueve años? –Probó Jaron- No estoy muy seguro.

-¡Diecinueve! ¡Ja! Y cualquiera hubiera dicho que era mayor que yo. ¿No me estarás mintiendo, verdad?

-En absoluto, ¿por qué debería hacerlo?

Alania se encogió de hombros. A los chicos del pueblo les gustaba tomarle el pelo, desde siempre, y sin razón aparente. No veía porqué Jaron iba a ser distinto, a parte de porque era medio humano.

La muchacha suspiró, poniéndose en pie.

-¡Vamos! –Dijo a Jaron.

-¿Adónde?

-¿Cómo que adónde? A casa –la muchacha empezó a caminar por delante de Jaron, que no tardó en ponerse a su altura-. No debí dejar a alguien tan joven solo tantas horas. A saber qué podría pasarle.

Oyó a Jaron reír.

-¿Qué es tan gracioso?

-Que no has entendido nada.

Alania resopló. ¿Que no había entendido? ¿Y él qué sabía?



Jaron y Alania regresaron muy tarde de su paseo. La elfa se disculpó una y mil veces por haberla dejado sola tanto tiempo y prometió no volverlo a hacer nunca. Jaron le explicó que la elfa no había acabado de asimilar muy bien eso de que ella fuese bastante más joven. Myreah se ahorró el comentario, pero a ella también le costaba creer que ellos fuesen mayores que ella. Luego Jaron se puso a hablar y a hablar sobre los elfos, que si había visto esto, que si había hecho lo otro... ¿Tantas cosas se podían hacer en una sola tarde?

-¿Sabes que creo que es la primera vez desde que te conozco que te veo sonreír de ese modo? –Le comentó al elfo cuando este acabó de hablar.

-¿Que quieres decir?

-Bueno, ya sabes quienes fueron tus padres, ¿no? Ya has encontrado lo que buscabas. Y estás entre tu gente, en un lugar donde nadie va a envejecer más aprisa que tú. Estás en tu lugar, Jaron, y eso te hace feliz.

El muchacho elfo la miró con seriedad.

-Pero tú no lo eres, eso es lo que tratas de decirme, ¿verdad?

-Supongo –Myreah apartó la mirada-. Yo no pertenezco a este lugar, ni siquiera pertenezco a esta raza. No puedo permanecer oculta hasta que me muera, ¿no crees?

-Así que piensas irte –Jaron no lo preguntó.

-No me mires así, Jaron. Tú mejor que nadie deberías entenderme.

-Tal vez. O tal vez no quiera entenderlo. Porque tal vez sé que si mi tío se hubiese quedado pensarías diferente. Tal vez es que no sonríes desde que él se fue.

-¿Y qué si tienes razón? ¿Cambiará algo el que me lo eches en cara?

Jaron gruñó, pero no dijo nada más. Se limitó a quedarse sentado junto al fuego, mordiéndose las uñas. Alania carraspeó y se puso en pie.

-Voy a... a hacer la cena.

-Te echaré una mano.

Y la princesa siguió a la elfa a la cocina.