lunes, 7 de junio de 2010

tercera parte, capítulo octavo




Las noticias que Jacob de Meanley estaba escuchando en ese momento eran el tipo de noticia que ningún superior quiere escuchar de boca de sus hombres. No porque fuera especialmente importante, sino porque hablaba de una incompetencia dificil de digerir. Uno de sus grupos de avanzadilla habían encontrado a su hija junto con un elfo bastante cerca de territorio humano y no sólo Mireah se les había escapado de forma bochornosamente fácil sinó que el elfo, a quien habían hecho prisionero, también había logrado huír.

Y la verdad era que no le importaba mucho. De veras. Hacía tiempo que había decidido que lo mejor que podía hacer su hija era morir en cualquier rincón del bosque. Era completamente inutil e intratable. No la echaba de menos. Y no tenía ninguna necesidad de un prisionero elfo que posiblemente no estuviera allí más que por casualidad.

Pero resultaba tan embarazoso...

-Fuimos traicionados, Alteza -se justificó uno de los hombres mientras uno de sus médicos cosía la brecha abierta sobre su ceja-. El muchacho tonsurado le ayudó.

-¿Tonsurado? -Jacob trató de hacer memoria, pero la verdad era que no había prestado demasiada atención a sus tropas.

-Un novicio que colgó los hábitos para seguirnos. Estuvo preguntando estupideces ayer frente a vuestra tienda. Tuve que echarlo a empeñones -Ishaack le refrescó la memoria-. Cuando nos han llegaod las primeras noticias hemos querido corroborar que fueran ciertas y hemos descubierto que nadie le ha visto en su unidad desde ayer por la noche.

-Ni a él ni a ese otro chico con el que había hecho buenas migas -puntualizó otro de sus hombres-. Rodwell, se llamaba.

-¿Rodwell?

El nombre despertó una alarma en el cerebro del príncipe de Meanley. De repente recordó al novicio y a su abad, en el castillo del rey. El abad Rodwell. El único que había cuestionado sus palabras acerca de los elfos. ¿Y ahora el novicio atacaba a sus hombres para salvar a un elfo la mañana después de huir con un muchacho delmismo nombre?

-¿Cómo es ese Rodwell?

Mientras los soldados describían al muchacho medioelfo Jacob se preguntó conestupor cómo podía haber estado tan ciego. Había hablado a las tropas un par de días antews, había compartido espacio con ellos y Jaron se había paseado impunemente delante de sus narices.

Su hija y un elfo cerca de sus tierras. El novicio y el medioelfo en su ejército. Alguien se la estaba jugando, ¿pero quien? ¿El Qiam? ¿El abad Rodwell? ¿Qué tenía el que ver con los elfos? ¿Podía ser que...?

-Buscad la abadía a la que pertenecía el novicio y detened a su Abad por conspiración con los elfos y magia negra.

-Pero... -Incluso Ishack le miró con asombro.

-El rey me dio libertad para luchar contra los elfos y su magia negra con todos mis recursos. El abad está en clara connivencia con esas criaturas y debe ser interrogado. Id. ¿O debo repetir la orden?

Ishack se cuadró y se llevó a algunos hombres para organizar la partida. Jacob se reclinó hacia atrás en su asiento y los observó salir de la tienda con el ceño tan fruncido que apenas se entreveían sus ojos bajo sus tupidas cejas. Nada de lo que le habían contado cambiaba en nada sus planes y aún así... ¿podía ser que hubiera más fuerzas en juego de las que ellso habían tenido en cuenta?

Se dio cuenta de que uno de sus hombres esperaba a que se le concediera permiso para hablar y centró su atención en él. Era de otra partida de rastreadores.

-¿Sí?

-Encontramos algo, señor. Una aldea. El capitán calcula que el ejército podría llegar hasta allí al anochecer.

¿Al anochecer? No era una hora muy buena.

-Nos acercaremos lo más que podamos sin correr peligro de ser vistos y atacaremos al alba -esperó a que sus hombres asintieran y luego alzó un brazo señalando la salida-. Id y preparad a los hombres para avanzar. Averiguad si alguien más a desertado durante la noche y quienes eran. Serán castigados cuando la guerra termine. Avisadme cuando esté todo listo para partir.

Cuando se quedó a solas por fin Jacob se permitió sonreír. En menos de veinticuatro horas el acero de sus hombres aplastaría las ridículas armas de madera que había visto cargar a los elfos toda su vida. Iba a ser una masacre. Llevaba toda su vida esperando ese momento y algunas veces había llegado a pensar que no llegaría. Pero ahí estaba por fin, al alcance de su mano.

Su destino se ponía finañmente en marcha y ni su hija ni el engendro medioelfo iban a poder hacer nada para impedirlo.