jueves, 29 de enero de 2009

Capítulo trigésimo tercero

Nawar podía sentir la sangre golpeándole furiosa en las sienes. Pronto la adrenalina le abandonaría y toda la energía que sentía en ese instante, la euforia y la sensación de invulnerabilidad, todo se vendría abajo. Miró a su alrededor, a sus compañeros, y lo que vio no le dio muchas esperanzas. Estaban cansados. Cansados y magullados y muy posiblemente derrotados. Pero si de algo tenía fama Nawar Ceorl era de testarudo y ni una docena de soldados mejor preparados iban a convencerle de que lo más sensato era rendirse.
Eso sí, necesitaban un plan B. Un plan B que fuera la madre de todos los planes B, y lo necesitaban ya.
Sonrió.
Si no salía bien iban a morir todos, pero al menos él se lo iba a pasar en grande por el camino.
-Entretenedlos -susurró a Dhan.
Y antes de que el pelirrojo pudiera siquiera preguntarle qué pretendía, Nawar se acercó al inconsciente Qiam y, sin mucho miramiento, lo puso en pie.
-Arriba, Excelencia, que nos vamos -y sin importarle mucho que Zealor siguiera aún aturdido, Nawar lo hizo avanzar, colocando un puñal en su cuello.
El mediano de los Yahir despertó del todo ante la amenaza mientras a su alrededor se alzaron murmullos y exclamaciones, tanto de lo soldados como de los civiles que se habían acercado a disfrutar del espectáculo.
-No empeores tu situación, Ceorl -le advirtió el Qiam entre dientes mientras él se acercaba a sus compañeros.
-No empeores tu la tuya -fue su respuesta mientras apretaba más su abrazo y acercaba el puñal a su nuez.
Algunos soldados que habían hecho intento de acercarse a ellos retrocedieron a un gesto suyo. Por el rabillo del ojo vio que Dhan no acababa de aprobar su estrategia, pero no iba a decir nada porque no tenía una idea mejor. Sin embargo, Mireah y Jaron parecían aliviados de no tener que pelear más.
-Ahora nos vamos a ir -dijo de cara a los soldados-. Nos vamos a ir y nadie va a seguirnos. Porque si os veo... Si os veo, os oigo o si tan siquiera os huelo, el Qiam morirá, ¿está claro?
-No iréis muy lejos -amenazó uno de los elfos con bastante más sentimiento que convicción.
-Tan lejos como yo lo desee, teniente.
Los soldados se tensaron y aferraron sus armas con más fuerza mientras el pueblo les increpaba e insultaba.
-Un paso en falso y estaréis todos muertos, Ceorl -masculló el Qiam con malicia, como si fuera él quien les tuviera prisioneros a ellos y no al revés-. Vosotros y los vuestros. Piensa en ello. Acabas de sacrificar todo lo que tienes por salvar a Haze.
Nawar apretó la mandíbula, tratando de ignorar sus palabras, pues era muy consciente de todo lo que había en juego y todo lo que podía perder. Todo lo que ya había perdido, de hecho, en los escasos minutos que había durado la refriega.
-Cerrad el círculo -dijo a sus compañeros en voz baja-, que no se acerquen.
Luego miró al elfo que había hablado a los ojos, pues dedujo que, caído el Qiam, suyo era el mando.
-Última advertencia -y la punta de su cuchillo hundió la carne del Qiam. No le cortó. No aún. Ese golpe de efecto prefería reservarlo para cuando las cosas estuvieran mal de veras.
El soldado bajó los ojos hacia su señor, posiblemente esperando órdenes. Nawar no pudo ver la señal de Zealor, pero supo que les era favorable cuando, a regañadientes, el teniente se apartó.
Y empezó a avanzar, sabiendo que sus compañeros le seguirían. No podía mirarles, no podía relajar su atención y permitir a Zealor un respiro. Si escapaba estarían muertos antes de poder reaccionar.
La multitud se fue abriendo a su paso mientras el teniente daba la orden de que se les dejara pasar. Muchos escupieron a su paso y aún más se acordaron de varias generaciones de sus familias, pero el miedo a causar perjuicio en el Qiam les garantizó paso franco fuera de la plaza.
Nawar se lamió los labios, tan secos como su garganta, mientras el miasma de gente se cerraba tras ellos y les veía alejarse.
-Cuando doblemos la esquina intentarán venir a por nosotros -informó Dhan-. Jaron debería ir preparando el arco.
El muchacho asintió, pero las manos le temblaban mientras preparaba una de sus flechas.
Eran apenas unos cien metros hasta que la plaza se perdiera de vista al doblar una esquina, pero aún les quedaba un buen trecho para salir del pueblo y (¡que los dioses les asistieran!) cruzar el bosque. Tarde o temprano alguien se iba a impacientar, o él iba a aflojar su presa en un descuido, o simplemente a Jaron se le iba a escapar una flecha en la dirección equivocada.
La verdad era que no había pensado su plan B hasta tan lejos.
-Deberíamos dividirnos en cuanto no nos vean -propuso.
-Y una mierda -fue la respuesta de Dhan.
-Ni hablar -dijo la princesa.
-Es vuestra última oportunidad y Ricitos de Oro lo sabe -opinó Zealor, divertido-. A todos no os encontrarán.
Nawar se tragó las ganas de callarlo de un puñetazo, al menos mientras aún estaban a la vista. No era momento de hacer ningún gesto hostil. Pero tomo buena nota mental para más adelante. La tranquilidad con la que había asumido su posición de rehén le ponía los pelos de punta.
-No tenemos tiempo para discutirlo -les recordó-. Lo importante es llevar a Haze a un lugar seguro. ¿O me equivoco, Dhan?
El pelirrojo gruñó, pero Nawar vio como su rostro se ensombrecía. Y eso confirmó las sospechas del joven. Dhan era el único que había tenido tiempo de comprobar el estado de Haze, y éste no era bueno. Nada bueno.
-No, no te equivocas.
Nawar sonrió sin ganas, echando una mirada por encima del hombro. Algunos soldados ya habían dado pasos en su dirección. Pocos de momento, pero tarde o temprano se envalentonarían.
-¿Cuando lo hago? Tú coge al muchacho y a la princesa y...
-No, yo me quedo contigo -le cortó Jaron-. No puedes pelear si llevas al Kiam contigo, ¿verdad? Dhan y Mireah pueden llevar a Haze con mi p... -el chico se calló un momento, tal vez porque se había dado cuenta de que Zealor estaba allí, escuchando atentamente. O tal vez simplemente porque reparó en que el cansancio casi le hace llamar “Padre” a Jaron Yahir-. Con el resto -concluyó.
Se detuvieron un momento al llegar a una esquina. La calle a la que daba era corta y finalizaba en dos caminos. En una carrera habrían llegado allí y entonces podrían dividirse.
-Si Jaron se queda, yo me quedo.
-No puedes. Tú tienes que estar con Haze -le recordó el medioelfo-. Te va a necesitar.
-Y a ti -La humana suspiró-. Está bien. Pero más os vale volver con vida.
Y entonces doblaron la esquina.
En unos segundos todo el mundo estaría corriendo tras ellos, al menos hasta que pudieran tenerlos a la vista otra vez, así que no tenían mucho tiempo más que perder.
Echaron a correr hacia el final de la calle, Nawar tirando del Qiam sin demasiados miramientos, obligándolo a seguir su marcha y a permanecer junto a él.
Dhan y Mireah doblaron la siguiente esquina hacia la derecha. En unos metros dejarían atrás las casas y llegarían al bosque, donde podrían esconderse y llegar hasta la Casa Secreta antes del amanecer.
Jaron y Nawar, y por supuesto el Qiam, tomaron la calle de la izquierda. Eso iba a implicar un rodeo bastante considerable en el improbable caso de que pudieran escapar. Pero el objetivo principal de la misión se habría cumplido y eso era al fin y al cabo lo que mejor sabía hacer.

jueves, 22 de enero de 2009

Capítulo trigésimo segundo




Mireah apenas era consciente de lo que estaba haciendo más allá de impedir a esos elfos llegar hasta Jaron y Haze.
Cierto que, alguna vez, mientras su padre había estado de viaje, había practicado con alguno de sus soldados, aprendiendo a blandir un arma. Pero en ese momento apenas sí estaba aplicando nada de lo aprendido. Tenía la sensación de estar parando estocadas por puro instinto, y apenas.
La refriega acababa de empezar y ya había recibido un golpe muy doloroso en la pierna y un corte en el antebrazo.
Esperaba que Nawar y Dhan estuviesen teniendo más suerte o no iban a salir de esa.



Jaron se detuvo un momento al llegar junto a Haze para ver cómo estaba yéndole a sus compañeros.
Dhan y Nawar parecían en su salsa, sobretodo este último, pero el muchacho vio con terror como la princesa sangraba de un brazo y estaba completamente rodeada. La superaban en número y en habilidad.
Cargó el arco y disparó, casi sin pensar, sin respirar, acertando a uno de los tipos en el hombro. Cayó hacia atrás, tal vez por el dolor, tal vez por la sorpresa, y eso abrió un hueco a Mireah para buscar un poste y colocarlo a sus espaldas, cubriendo al menos ese flanco.
Jaron aún lanzó una flecha más dirigida a otro de los elfos que acorralaban a su amiga y luego se volvió hacia la picota de la que colgaba Haze. Cuánto antes acabara antes podría dedicarse a sus amigos.
Maldijo, evaluando la situación. Estaba claro que no iba a poder romper las cadenas, pero estaba seguro de que si alcanzaba el gancho central podría descolgarlo sin problemas y... Y cargárselo a la espalda... ¡Buf! ¿Cómo iba a cargar con Haze si era más alto que él?
Bueno, ningún problema.
Excepto el de la altura.
-Debería haber subido Dhan -masculló entre dientes mientras trataba e alzar el cuerpo de su tío a pulso para desenganchar la cadena.
Pero era inútil. Pesaba demasiado para él y además estaba muy bien enganchado.
Con un gruñido de frustración se volvió para buscar algo a lo que encaramarse y decidió que el tocón serviría. Así que empezó a empujar el pesado tronco hasta la picota.
-¿Te ayudo? Parece pesado.
Jaron se volvió con un respingo hacia el Kiam. De algún modo se había librado de Nawar y había llegado hasta él. Con el corazón en un puño, el chico buscó a su amigo con la mirada. Estaba bien. De hecho, parecía haberse abierto hueco suficiente para acercarse a Mireah y ayudarla. Pero seguían siendo muchos soldados. Demasiados.
-Tus amigos no lo van a conseguir, muchacho. Será mejor que te rindas.
Jaron cargó el arco y apuntó al Kiam.
-¡No te acerques! -Amenazó, dando un par de pasos atrás.
El Kiam le miró divertido, avanzando un par de pasos a su vez.
-Así que estás dispuesto a matarme por el elfo que traicionó a tu madre y provocó su muerte.
Jaron no pudo evitar mostrar una sonrisa torcida.
-Vas a tener que usar otra historia, Kiam, esa ya me la han contado.
-¿Y te da igual? ¿De veras? ¿Incluso sabiendo que lo hizo por celos?
-¿Celos? -Jaron no pudo evitar mirar a Haze de reojo.
Zealor amplió su sonrisa.
-Así que omitieron esa parte.
-¿Qué parte? -Y su sintió miserable pro preguntarlo, pero...
-La parte en que Haze estaba perdidamente enamorado de Sarai y no soportaba la idea de que fuera de Jaron. Esa parte.
-Eso es mentira... ¡Y no te acerques más! -dijo, dando el enésimo paso hacia atrás.
-Ya, claro, no creas al villano... Porque supongo que Haze te habrá contado que soy el villano, ¿verdad?
Jaron volvió a tensar el arco que no había sido consciente de bajar y el Kiam rió.
-Más te vale acertar a la primera si disparas, chaval. Porque sino no tendrás tiempo de cargar una segunda flecha.
-Si disparo, no fallaré.
-Pues dispara.
Sus manos temblaron ante la tranquilidad con la que Zealor Yahir abrió los brazos, mostrándole con confianza su pecho descubierto.
Y supo que no iba a ser capaz. No había matado nunca a nadie y, además, ¡matar estaba mal! Era pecado. No iba a ser capaz. De ninguna de las maneras...
Así que en lugar de disparar la flecha se lanzó contra el Kiam a la desesperada, goleándolo con su arco como quien golpea con un garrote. Éste, tomado por sorpresa, trastabilló y cayó del andamio.
“Con un poco de suerte se abrirá la cabeza”
“Entonces le habrás matado, imbécil”
Apartó esos pensamientos de su mente. No tenía tiempo de pararse a comprobar si Zealor viviría o moriría. Tenía que sacar a Haze de allí.
Dedicó una mirada a sus amigos y vio que de momento parecían bien, así que también alejó de sí su preocupación por ellos y, en un último intento, fue a por el hacha.
Pesaba mucho más de lo que parecía a simple vista, pero el chico se las apañó para levantarla y arremeter contra el poste del que colgaba su tío. Lo hizo una vez, y otra, y otra, pero al cuarto golpe ya no podía más y apenas había hecho una hendidura en la madera.
-Va... una más... -se dijo, dándose fuerzas.
Con dolor, levantó el hacha una vez más, pero eso agotó toda su fuerza y apenas pudo dirigir el golpe, al que la gravedad imprimió un impulso que por poco le deja sin pie.
Mierda.
-Vas a hacerte daño -dijo alguien a su espalda.
Mierda, mierda, mierda.
El Kiam volvía a estar allí. Sangraba de una ceja y cojeaba, pero por lo demás parecía estar bien.
“Y tú preocupándote por él, idiota”
Jaron se tragó las gana de echarse a llorar de nuevo e intentó situar el hacha entre él y el Kiam.
-Iba a tratarte bien, medioelfo. Al fin y al cabo eso es lo que debe hacer la familia... pero has resultado ser tan molesto como el imbécil de Haze.
-¿Por qué no dejas que nos lo llevemos? -Jaron intentó lo único que no habían intentado aún-. ¡Es tu hermano! ¿Qué te ha hecho?
El Kiam puso cara de pensarlo.
-Creo que “Nacer” es el verbo que mejor lo resumiría todo.
-¡Estas loco!
Y la sonrisa de Zealor le heló la sangre. No iba a poder alzar el hacha de nuevo, le dolían demasiado los brazos. Y el Kiam lo sabía. Lo sabía y estaba saboreando su momento. Porque iban a perder. Hicieran lo que hicieran. Iban a...
De repente, algo golpeó el andamio, haciendo que el suelo temblara bajo sus pies. Tanto el Kiam como el medioelfo se volvieron a tiempo del segundo golpe. Dhan estaba lanzando todo su peso contra una de las patas de la estructura mientras Mireah y Nawar se encargaban que los soldados que quedaban no se lo impidieran. Los tres presentaban heridas de mayor o menor importancia, pero parecían dispuestos a seguir luchando hasta el final.
Un tercer golpe y algo crujió.
Jaron entendió lo que pretendía hacer Dhan con sus golpes, así que se situó en la esquina que el elfo trataba de debilitar y, aún siendo consciente de que no iba a suponer una gran diferencia, empezó a saltar.
“Vamos, vamos”
El Kiam llegó hasta él y le agarró del brazo.
-Para eso, imbécil. ¿Quieres que nos matemos?
Pero ya era tarde.
Con un último crujido la pata cedió, desestabilizando la estructura.
Medioelfo, Kiam y hacha cayeron al suelo, esta última con un sonoro ruido metálico que reverberó por la plaza.
Mareado y confuso por el golpe, el muchacho sintió que alguien lo ponía en pie.
-¡Coge tu arco y vámonos!
Obedeció por puro instinto, recogiendo el arco y algunas flechas que habían quedado desperdigadas. Vio al Kiam, inconsciente, y una pequeña parte de Jaron se planteó rematarlo y acabar con aquello de una vez.
“Pero... ¿acabar con qué?”
Algo asustado de sí mismo, el chico volvió la vista hacia sus amigos, que se habían reunido alrededor de Dhan. Éste último cargaba a Haze como si fuera un fardo. A pesar del ruido y el movimiento no se había despertado y eso hizo temer a Jaron lo peor. De todos modos, se limitó a acercarse a ellos sin preguntar. La ilusión de que realmente podían salvarle era lo único que le mantenía más o menos sereno en ese momento.
Vio a Nawar acercarse al hacha y tantearla con un pie. El joven frunció el ceño y masculló entre dientes, pero se calló lo que fuera que fuese tan importante al respecto del hacha. De todos modos no era un buen momento.
Volvían a estar rodeados.
Cierto que la mayoría de soldados estaban heridos, pero las casas estaban llenándose de luz por momentos.
Habían despertado al pueblo entero.
Finalmente, tras unos segundos de silencio tenso, fue Dhan quien formuló la pregunta que todos se estaban haciendo:
-¿Cómo vamos a salir de aquí?

jueves, 15 de enero de 2009

Capítulo trigésimo primero


Cuando el muchacho y la princesa habían regresado de su paseo con los ojos rojos y las narices hinchadas, ni Nawar ni Dhan habían preguntado. No había hecho falta. El pelirrojo sólo se había interesado por saber si ya estaban listos y luego los había puesto al día de la situación. Poco a poco, las luces del pueblo se habían ido apagando hasta quedar apenas tres o cuatro antorchas en la plaza y algún insomne o dos.
-Es el mejor momento para ir a investigar –había dicho.
De modo que Nawar había ido, había visto y había regresado tan pronto como había podido para compartir la información.
-Hay dos guardas en la plaza, muy cerca de Haze, y otros tres en la entrada de la casa Yahir –El joven se acuclilló dibujando un diagrama en el suelo que sus compañeros apenas veían con tan poca luz-. Luego hay dos soldados más patrullando arriba y abajo, pero eso sería todo.
-Muy pocos –observó Dhan.
-Tal vez la suerte por fin nos sonríe.
-O tal vez el resto esté dentro de la mansión esperando la mañana. Vamos a tener que ser muy sigilosos.
-No importa. Podemos con siete –afirmó Mireah con convicción.
-¿Y con treinta? –Hund parecía reacio a dejarse contagiar de su optimismo.
-Podremos con treinta –fue la respuesta de Jaron.
Nawar le sonrió al muchacho, le había quitado las palabras de la boca.
Dhan tan sólo gruñó.
-Esperemos no tener que salir de dudas.


Avanzaron sigilosamente por el pueblo. Todo estaba en silencio, haciendo que más que una ciudad durmiente aquello pareciera un pueblo fantasma. Ni un ruido, ni un alma. Sólo ellos cuatro amparados por las sombras y la luna menguante.
Bueno, ellos cuatro y los soldados que debían sortear, lo cual fue más fácil de que Jaron había esperado. Pronto llegaron hasta la plaza y al muchacho se le antojó distinta. Tal vez era la noche, o tal vez la falta de una multitud expectante.
Allí todo estaba tal y como Nawar había dicho. Podía ver a Haze, aún inconsciente (o eso esperaba), y a los dos soldados custodiando el cadalso al pie de la escalera. Uno a cada lado. El elfo había dicho que había tres más frente a la casa Yahir, pero desde su posición no podía verlos.
Se detuvieron en una esquina, a reorganizarse y mentalizarse. Había llegado la hora de la verdad. Hasta ellos sólo llegaba el sonido de la fuente y el murmullo de los soldados hablando entre sí.
-Todos sabéis vuestro papel -susurró Hund.
Los otros tres asintieron y tras la señal, Nawar y Dhan fueron cada cual por su lado. El rubio debía neutralizar a los dos guardas que vigilaban el cadalso antes que dieran la alarma mientras Hund se encargaba de que los que custodiaban la casa Yahir no fueran a ser un problema.
Mireah y Jaron debían permanecer ocultos, como refuerzos por si algo salía mal. De hecho, habían escogido esa esquina precisamente porque disponía de una buena línea de visión.
El muchacho esperó, arco en mano, mientras la impaciencia le roía las entrañas. Hubiera querido decirle muchas cosas a Mireah, pero todas sonaban a despedida y no quería tentar al destino. Así que en lugar de eso se calló y rezó para que todo saliera como lo habían planeado y pudieran salir de allí lo antes posible.
Vieron a lo lejos como Nawar dejaba inconsciente al primer guarda sin que su compañero lo apercibiera siquiera. De hecho, para cuando el soldado se dio cuenta (tal vez porque no recibió respuesta de su compañero, tal vez porque oyó algún ruido) ya tenía al elfo a apenas un palmo de distancia.
El joven golpeó al tipo en la cara, posiblemente rompiéndole la nariz y evitando que diera la alarma.
El soldado cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza con las escaleras. Y a pesar de que parecía un golpe muy feo, Jaron sabía que no podía perder el tiempo preocupándose de si habían matado a uno de los hombres del Kiam. Así que, en cuanto Nawar hizo su seña, salieron él y Mireah de su escondite y se reunieron con él.
Dhan también llegó en ese momento.
-Vamos. Cojamos a Yahir y salgamos de aquí -dijo, grave.
Pero tan pronto puso un pie en el primer escalón, las puertas de las casas adyacentes se abrieron, inundando la plaza de luz. Una veintena de soldados salió pro ellas, rodeándoles, y al frente de ellos, el Kiam. Ya no vestía sus galas ceremoniales y llevaba el cabello recogido en una cola de un modo muy similar al que el mismo Jaron usaba.
Sonreía, pero su sonrisa no se parecía en nada a la sonrisa pesarosa que había esbozado esa misma tarde en alguna ocasión. No. La sonrisa que les mostraba ahora era fría y calculada, como fría era la mirada con la que los evaluó a todos.
-Vaya -y su voz, como su sonrisa, parecía la de otra persona de repente-, veo que las ratas han caído en la ratonera. Nawar Ceorl, como sospechaba, ¡Y Dhan Hund! ¿Quién lo iba a decir? ¿La nobleza de Leahpenn se rebela contra el Qiam?
Dhan gruñó, pero ya estaba contando con la mirada.


-Son siete por cabeza -murmuró.
-Cinco -respondió Nawar, que también habbía contado-. Sólo son una veintena.


El Qiam, mientras tanto, había avanzado unos pasos.
-Y, si no me equivoco, la dama es Mireah de Meanley. Vuestro padre está muy preocupado por vos, Alteza.
-¡No te acerques más! -La humana desenvainó su espada y adoptó una postura defensiva.


-Siete -insistió Dhan-. El muchacho se encargará de Haze.
-Mmm... Bien. Sí. Podemos.”


De repente, el Kiam miró fijamente hacia el muchacho.
-¡Ah! Y tú debes de ser Jaron, ¿verdad? El escurridizo medioelfo. Me han hablado mucho de ti.
Temblando, el chico alzó el arco y preparó una flecha, imitando a Mireah. Ya habían llegado hasta allí. No había vuelta atrás. Si había que luchar, lucharía. De algún modo el muchacho sabía que, de estar allí, Sarai lo aprobaría y eso le dio un poco de temple y valor.
-¡Jaron! -Susurró Nawar tirando de su manga, llamando su atención-. A la de tres, ve a por Haze.
-Pero... -todo el temple del chico se esfumó con esas palabras.
-Nosotros te cubriremos. Tú sigue con el plan.
Y antes de que Jaron pudiera siquiera reaccionar, el joven elfo gritó: “¡Tres!” Y arremetió, espada en mano, hacia la situación del Kiam, cuya sonrisa se ensanchó.
Mireah y Dhan hicieron lo mismo, cada uno en su propia dirección.
Pánico y adrenalina lucharon unos momentos por el control de su cuerpo, pero Jaron consiguió finalmente ignorarlos a ambos y subió corriendo las escaleras del cadalso, dispuesto a liberar a Haze.

viernes, 9 de enero de 2009

Capítulo trigésimo



A medida que la hora se había ido acercando, la plaza se había ido llenando y en ese momento ya no cabía ni un alma. La gente se había acercado desde lugares tan lejanos como la capital o Leahpenn para presenciar la ejecución. Era un acontecimiento histórico, de eso no cabía duda. Hacía décadas que no se ejecutaba a un traidor a la Nación. O al menos a uno de ese calibre. El hermano menor del Qiam, ni más ni menos. Había que verlo para creerlo.
Para cuando el sol cayó, Suth Blaslead era un hervidero de gente, nervios y murmullos.
Finalmente, cuando parecía que nunca iba a llegar el momento, el cielo empezó a oscurecerse y las farolas fueron encendidas, una a una, desde la casa Yahir hasta la plaza, mientras un corneta daba la señal. Los murmullos murieron y por un momento sólo se oía el crepitar de las antorchas. Mas el sonido de pasos y cadenas no se hizo esperar: tres soldados escoltaban al prisionero hasta el cadalso.
Todas las miradas confluyeron en el elfo delgado y pesaroso que subía la escalera. No había duda alguna, era un Yahir. Los que habían conocido a la familia podían reconocer en el joven elfo algunos de los rasgos de su clan.
Cuánto se parecía al difunto Jaron...
Y a su madre. Era el vivo retrato de su madre.
Eso le hubiera roto el corazón, pobre.
Pobre mujer.
Pobre Qiam.
Pobre familia...
Pero de nuevo los murmullos se acallaron, pues mientras sus hombres obligaban al traidor a arrodillarse, el Qiam hizo su entrada. La plaza entera se arrodilló antes de que éste, en un gesto de gracia, les eximiera de reverencias.


La corneta anunciando la caída del sol había detenido por un momento el corazón de Jaron para al instante obligarlo a latir aceleradamente a medida que las luces eran encendidas y el silencio caía a su alrededor.
Desde su posición el muchacho no veía apenas nada, pues todo el mundo parecía ser mucho más alto que él. Aún así supo que los pasos que oía eran los de Haze en cuanto Mireah apretó su brazo y tanto Nawar con Dhan maldijeron entre dientes.
-¿Cómo está? ¿Está bien? -Quiso saber, pero el rubio le indicó con un gesto que esperara.
Y no tuvo que esperar demasiado.
En cuanto subió las escaleras del cadalso pudo por fin ver él también a Haze. Caminaba cabizbajo, sin levantar los ojos de sus pies, y no opuso ninguna resistencia cuando los soldados le obligaron a arrodillarse. No parecía herido o maltratado, pero aún así...
No pudo acabar de articular el pensamiento.
En ese momento, mientras el silencio inundaba de nuevo la plaza, otro elfo subía las escaleras de la plataforma. Era alto y delgado, elegante de formas y en el vestir. Llevaba una especie de túnica que el muchacho supuso que sería ceremonial, ricamente labrada en motivos dorados y granates. Su largo cabello negro caía a sus espaldas, liso y brillante, y sus ojos glaucos reflejaban pesar cuando miraban a su prisionero.
Jaron no necesitó que nadie le dijera que estaba viendo a Zealor Yahir.
Era como mirarse en un espejo. Un espejo extraño que le mostrara el futuro, pero espejo al fin y al cabo.
Ése era Zealor Yahir. Ése era el Kiam. Y tal vez también su padre...
Alguien tiró de su manga y Jaron se apresuró a arrodillarse, pues absorto como estaba contemplando al Kiam, ni siquiera se había dado cuenta que todo el mundo a su alrededor se había humillado, reverente.


-En pie, por favor, queridos amigos, pues hoy estoy aquí como algo más que vuestro Qiam. Estoy aquí para compartir mi dolor y mi vergüenza, mi estupor, ante la traición de uno de los míos -Tomó el papel que le tendía uno de sus hombres y, con gesto triste pero determinado, lo leyó-: Haze Yahir, por tu crimen traidor y fraticida, la Nación te condena. Hoy, aquí, frente a la casa que te dio honor y nombre, recibirás tantos latigazos como años duraron tus mentiras. Uno por cada año de dolor injustificado, por cada año de luto innecesario en nuestros corazones. Sesenta y siete latigazos antes de quedar expuesto. Para que purgues tu traición, para que limpies tu honor y redimas nuestra vergüenza. Y si tu cuerpo sobrevive a la noche, si llegas a la mañana con el alma limpia y arrepentida, serás ejecutado. Así, libre ya de tu deshonra, podrás regresar con los tuyos y disfrutar de una nueva vida –Y mientras enrollaba el pergamino, el Qiam asintió al verdugo con gesto grave, indicándole que podía empezar.


La plaza tardó en quedarse vacía aunque el espectáculo hacía rato que había terminado. El traidor, que colgaba inconsciente de los brazos en lo alto del cadalso, ejercía una especie de fascinación morbosa difícil de ignorar.
Aún así, poco a poco, al igual que ya hiciera el Qiam _quien había observado impasible la ejecución de la primera parte de la sentencia_, la gente había ido retirándose a sus casas, a cenar y a dormir aquellos que pudiesen, a comentar y reflexionar acerca de lo acontecido otros.
A esperar la mañana todos ellos.
Aunque ese no era el caso de Jaron. Ellos habían sido de los primeros en retirarse después de que el Qiam dejara la plaza, aunque el muchacho hubiera tenido que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para moverse.
Y ahora, allí, escondidos en un recodo del camino, a escasos metros del pueblo, tenía que volver a tirar de esa fuerza de voluntad para no salir corriendo hacia la plaza de nuevo y descolgar al ensangrentado Haze de sus cadenas.
Nawar y Dhan habían preguntado varias veces a Mireah como estaba y le habían dado muestras de apoyo mientras ella les aseguraba una y otra vez que estaba bien, que lo que importaba ahora era sacar a Haze de allí, que reservaran su preocupación para los hombres del Kiam. Era precisamente la presencia de la princesa, tan fuerte y tranquila, la que impedía que el medioelfo estuviera en esos momentos gritando a los dos elfos porqué seguían de brazos cruzados cuando ya había pasado más de media hora desde que habían visto pasar al último grupo por el camino. Pero la verdad era que si no se ponían en marcha pronto iba a estallar. Cada segundo que ellos gastaban chistando y dudando era un segundo más en que su tío colgaba en esa plaza para escarnio público, sangrando, la espalda en carne viva.
-¿Qué vamos a hacer? –Preguntó finalmente en un tono agudo que pretendía ser un susurro pero que falló estrepitosamente.
-De momento esperar a que se apaguen las luces. Al menos la mayoría de ellas –respondió Dhan.
-Pero…
Nawar puso una mano en el hombro del chico.
-Si nos pillan no habrá nadie que salve a Haze.
-Lo sé, lo sé, pero…
Otra mano se posó en su otro hombro. Mireah.
-Lo que pasa es que estás nervioso –dijo la humana con una sonrisa-. Y no me extraña. Si no hago algo pronto voy a estrangular al próximo que me pregunte si estoy bien. ¿Qué te parece si tu y yo damos una vueltecita para calmarnos? Si a Nawar le parece bien…
La princesa miró al elfo y éste, después de mirar a Dhan a su vez, asintió.
-Pero no vayáis muy lejos.
Mireah le indicó con un gesto que no se preocupara y, cogiendo a Jaron del brazo, empezó a caminar.
El chico la siguió, pues aunque lo último que le apetecía era “dar una vueltecita”, lo cierto era que o hacía algo o, como bien decía la princesa, iba a estrangular él también a alguien.
Caminaron un rato en silencio, con pasos lentos y cuidadosos, pues apenas podían ver donde ponían los pies en esa noche de luna menguante. La noche era fresca y la verdad era que, al cabo de unos minutos, se sentía más despejado. Aún no podía quitarse de la cabeza el sonido del cuero golpeando contra la espalda de Haze, pero las manos habían dejado de temblarle cuando abría los puños, crispados desde que había empezado todo.
-¿Mejor? –Quiso saber Mireah, deteniéndose. Esperó a que el chico asintiera con la cabeza para continuar, tomándole de las manos-. Jaron, sabes que no podemos permitirnos flaquear ahora, ¿verdad?
El medioelfo quiso responder que lo sabía, que no iba a ser una carga, que podía confiar en él, pero tan pronto como miró a Mireah a los ojos sintió que empezaba a temblar de pies a cabeza y su propia visión quedó nublada por las lágrimas.
-Jaron… -la humana lo abrazó contra sí mientras el chico empezaba a llorar desconsoladamente. –Vamos, llora. Llora todo lo que tengas que llorar. Llora conmigo –dijo, empezando a hipar ella también-, porque esto es lo último que vamos a llorar hasta que Haze esté a salvo. Vamos a llorar aquí, ahora, y luego volveremos a esa maldita plaza, a recuperarle. El destino no ha puesto a Haze en nuestras vidas para arrebatárnoslo a las dos semanas. No así.
La princesa besó su cabeza y Jaron se abrazó a ella más fuerte.
Tenía razón, toda la razón del mundo. No podían flaquear. No podían fallar. Pero en ese oscuro pedazo de bosque, bajo una luna que era apenas una sonrisa torcida en el cielo, el muchacho no podía dejar de llorar.

jueves, 1 de enero de 2009

Capítulo vigesimonoveno




Haze supo que se acercaba el ocaso cuando los soldados de Zealor bajaron a buscarle. Le pusieron en pie sin mucho miramiento y, a empellones, le condujeron al piso superior. Allí fue escoltado hasta el salón, donde Zealor le esperaba sentad a la mesa.
Una extraña punzada de nostalgia le invadió al poner los pies en al sala y por un momento regresó a su mente una estampa de hacía casi ochenta años. Su padre sentado junto al hogar, jugando al ajedrez con Jaron, mientras Zealor, sentado en la misma mesa que ahora ocupaba, estudiaba. Como Zealor no despegaba su nariz de los libros y no le prestaba atención, se había sentado a los pies de Jaron y contemplaba cómo su hermano mayor movía las fichas siguiendo las silenciosas instrucciones de su madre que, sentada detrás de su padre, ayudaba a su primogénito sin que su marido lo supiera.
Cómo se había reído cuando papá lo había descubierto...
Esa había sido la última vez que el salón había estado tan vivo.
A los pocos días ocurrió el accidente y ellos quedaron huérfanos. Y Zealor se alejó aún más de ellos y Jaron se volvió taciturno y mandón y él empezó a escaparse a la que tenía ocasión. Todo se había ido al garete desde ahí.
En realidad, excepto por ese momento, en la mayoría de sus recuerdos el salón estaba como lo veía en ese momento: vacío, en penumbra, solo...
Aunque claro, los soldados eran una novedad.
Con un empujón éstos rompieron el hechizo y le obligaron a tomar asiento en la mesa, donde le esperaba una fuente de cordero.
-Tu última cena -le informó Zealor, indicando a sus hombres que les dejaran solos-. Creo recordar que era tu plato favorito.
Y lo era.
-No tengo hambre.
-Oh, vamos. No seas así. Si no comes no tendrás fuerzas para soportar los latigazos y entonces todo será más aburrido.
-No tengo hambre-repitió. Y esta vez era verdad.
-Lástima -Zealor atrajo el plato hacia sí y empezó a picotear alguna de las verduras del acompañamiento-. No te importa que lo aproveche, ¿verdad?
-¿Te diviertes?
-La verdad es que sí, más de lo que pensaba. No era esto lo que tenía pensado para ti, ¿sabes? Pero claro, me obligaste a cambiar de planes.
-Cuánto lo siento.
-Ya lo sentirás, ya... -Zealor levantó los ojos del plato y le dedicó una de sus crueles sonrisas-. Y antes de lo que crees.
Apartó de sí el plato tras llevarse la última zanahoria a la boca.
-En fin, sigamos con el protocolo. ¿Algún último deseo?
-¿Lo cumplirías de veras?
-Probablemente no, pero puedes intentarlo.
Haze suspiró.
-Sólo quiero saber si fuiste tú quien mató a Sarai.
-¿Yo? ¿Con estas manos? No, hermanito, ya te lo dije. Las manos del Qiam han de permanecer inmaculadas.
-Pero fue obra tuya.
Zealor se encogió de hombros teatralmente.
-Yo diría que es un mérito compartido. En parte obra mía, en parte obra de Meanley... en parte tuya... -ensanchó su sonrisa-. Todos pusimos nuestro granito de arena.
Haze guardó silencio, decidido a no darle a su hermano ninguna satisfacción extra. Aún así, no le faltaba razón. La muerte de Sarai fue en parte culpa suya.
-Oh, vamos -Zealor volvió a acercarle el plato de cordero- ¿De veras no quieres? Se supone que estas disfrutando de tu última cena. He pedido a mis hombres unos minutos de intimidad y no creo que tengas interés en matar el rato charlando.
-Pero tú te mueres de ganas, así que... ¿por qué no me lo cuentas de una vez lo que sea que quieras contarme y acabamos con esta farsa?
Zealor rió por lo bajo mientras acercaba su silla a la de su hermano, de nuevo fingiendo confidencialidad.
-¿Sabes quien estaba armando jaleo en la plaza esta mañana? ¿No? Ni más ni menos que Nawar Ceorl, ¿le recuerdas?
Oh, mierda.
-¿No era el sobrino de Noain? -el joven intentó fingir desconocimiento, aunque no sabía hasta que punto iba a servir de algo con Zealor.
-¡Buena memoria! Pues resulta que me han comentado unos carpinteros que él y un muchacho joven... Sesenta y pocos. Un primo suyo según me han comentado las vecinas. En fin, que han estado haciendo muchas preguntas esta mañana. Y que Nawar ha tenido que llevarse a su primo a rastras, pues le ha cogido un ataque de histeria o algo así.
¿Que hacían allí? No tenían que estar allí. Tenían que estar en la cueva, a salvo.
-Estarían preocupados por su tía -fue todo lo que se le ocurrió.
-Eso me he dicho yo. ¿Que otra cosa iba a hacer Nawar Ceorl en Suth Blaslaed si no? Pero entonces uno de los trabajadores ha dicho algo que... no sé... me ha dejado inquieto -Zealor se echó hacia atrás en la silla-. “¿Sabéis que es lo curioso, Mi Señor?” Ha dicho. “No, ¿el qué?” He respondido yo -y de repente, con un gesto brusco, volvió a inclinarse hacia adelante, hablando casi al oído de Haze.- “Lo mucho que el muchacho se parecía a vos”.
El corazón de Haze dio un vuelco, pero no se movió. Temía que el menor gesto delatara a su sobrino.
-¿Que crees que pueda significar eso, hermanito?
-No... No lo sé.
-¿No lo sabes? -Zealor se puso en pie, dando un par de palmadas-. Claro que lo sabes, Hazey. No me insultes, ¿quieres? -Dos soldados aparecieron en la puerta y el Qiam les indicó con un gesto que ya podían llevarse al prisionero-. Significa que voy a matar dos pájaros de un tiro esta noche: voy a matar a un traidor y a capturar una amenaza. Y lo mejor es que yo sólo voy a tener que sentarme a esperar. ¿No es maravillosa la vida?