viernes, 9 de enero de 2009

Capítulo trigésimo



A medida que la hora se había ido acercando, la plaza se había ido llenando y en ese momento ya no cabía ni un alma. La gente se había acercado desde lugares tan lejanos como la capital o Leahpenn para presenciar la ejecución. Era un acontecimiento histórico, de eso no cabía duda. Hacía décadas que no se ejecutaba a un traidor a la Nación. O al menos a uno de ese calibre. El hermano menor del Qiam, ni más ni menos. Había que verlo para creerlo.
Para cuando el sol cayó, Suth Blaslead era un hervidero de gente, nervios y murmullos.
Finalmente, cuando parecía que nunca iba a llegar el momento, el cielo empezó a oscurecerse y las farolas fueron encendidas, una a una, desde la casa Yahir hasta la plaza, mientras un corneta daba la señal. Los murmullos murieron y por un momento sólo se oía el crepitar de las antorchas. Mas el sonido de pasos y cadenas no se hizo esperar: tres soldados escoltaban al prisionero hasta el cadalso.
Todas las miradas confluyeron en el elfo delgado y pesaroso que subía la escalera. No había duda alguna, era un Yahir. Los que habían conocido a la familia podían reconocer en el joven elfo algunos de los rasgos de su clan.
Cuánto se parecía al difunto Jaron...
Y a su madre. Era el vivo retrato de su madre.
Eso le hubiera roto el corazón, pobre.
Pobre mujer.
Pobre Qiam.
Pobre familia...
Pero de nuevo los murmullos se acallaron, pues mientras sus hombres obligaban al traidor a arrodillarse, el Qiam hizo su entrada. La plaza entera se arrodilló antes de que éste, en un gesto de gracia, les eximiera de reverencias.


La corneta anunciando la caída del sol había detenido por un momento el corazón de Jaron para al instante obligarlo a latir aceleradamente a medida que las luces eran encendidas y el silencio caía a su alrededor.
Desde su posición el muchacho no veía apenas nada, pues todo el mundo parecía ser mucho más alto que él. Aún así supo que los pasos que oía eran los de Haze en cuanto Mireah apretó su brazo y tanto Nawar con Dhan maldijeron entre dientes.
-¿Cómo está? ¿Está bien? -Quiso saber, pero el rubio le indicó con un gesto que esperara.
Y no tuvo que esperar demasiado.
En cuanto subió las escaleras del cadalso pudo por fin ver él también a Haze. Caminaba cabizbajo, sin levantar los ojos de sus pies, y no opuso ninguna resistencia cuando los soldados le obligaron a arrodillarse. No parecía herido o maltratado, pero aún así...
No pudo acabar de articular el pensamiento.
En ese momento, mientras el silencio inundaba de nuevo la plaza, otro elfo subía las escaleras de la plataforma. Era alto y delgado, elegante de formas y en el vestir. Llevaba una especie de túnica que el muchacho supuso que sería ceremonial, ricamente labrada en motivos dorados y granates. Su largo cabello negro caía a sus espaldas, liso y brillante, y sus ojos glaucos reflejaban pesar cuando miraban a su prisionero.
Jaron no necesitó que nadie le dijera que estaba viendo a Zealor Yahir.
Era como mirarse en un espejo. Un espejo extraño que le mostrara el futuro, pero espejo al fin y al cabo.
Ése era Zealor Yahir. Ése era el Kiam. Y tal vez también su padre...
Alguien tiró de su manga y Jaron se apresuró a arrodillarse, pues absorto como estaba contemplando al Kiam, ni siquiera se había dado cuenta que todo el mundo a su alrededor se había humillado, reverente.


-En pie, por favor, queridos amigos, pues hoy estoy aquí como algo más que vuestro Qiam. Estoy aquí para compartir mi dolor y mi vergüenza, mi estupor, ante la traición de uno de los míos -Tomó el papel que le tendía uno de sus hombres y, con gesto triste pero determinado, lo leyó-: Haze Yahir, por tu crimen traidor y fraticida, la Nación te condena. Hoy, aquí, frente a la casa que te dio honor y nombre, recibirás tantos latigazos como años duraron tus mentiras. Uno por cada año de dolor injustificado, por cada año de luto innecesario en nuestros corazones. Sesenta y siete latigazos antes de quedar expuesto. Para que purgues tu traición, para que limpies tu honor y redimas nuestra vergüenza. Y si tu cuerpo sobrevive a la noche, si llegas a la mañana con el alma limpia y arrepentida, serás ejecutado. Así, libre ya de tu deshonra, podrás regresar con los tuyos y disfrutar de una nueva vida –Y mientras enrollaba el pergamino, el Qiam asintió al verdugo con gesto grave, indicándole que podía empezar.


La plaza tardó en quedarse vacía aunque el espectáculo hacía rato que había terminado. El traidor, que colgaba inconsciente de los brazos en lo alto del cadalso, ejercía una especie de fascinación morbosa difícil de ignorar.
Aún así, poco a poco, al igual que ya hiciera el Qiam _quien había observado impasible la ejecución de la primera parte de la sentencia_, la gente había ido retirándose a sus casas, a cenar y a dormir aquellos que pudiesen, a comentar y reflexionar acerca de lo acontecido otros.
A esperar la mañana todos ellos.
Aunque ese no era el caso de Jaron. Ellos habían sido de los primeros en retirarse después de que el Qiam dejara la plaza, aunque el muchacho hubiera tenido que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para moverse.
Y ahora, allí, escondidos en un recodo del camino, a escasos metros del pueblo, tenía que volver a tirar de esa fuerza de voluntad para no salir corriendo hacia la plaza de nuevo y descolgar al ensangrentado Haze de sus cadenas.
Nawar y Dhan habían preguntado varias veces a Mireah como estaba y le habían dado muestras de apoyo mientras ella les aseguraba una y otra vez que estaba bien, que lo que importaba ahora era sacar a Haze de allí, que reservaran su preocupación para los hombres del Kiam. Era precisamente la presencia de la princesa, tan fuerte y tranquila, la que impedía que el medioelfo estuviera en esos momentos gritando a los dos elfos porqué seguían de brazos cruzados cuando ya había pasado más de media hora desde que habían visto pasar al último grupo por el camino. Pero la verdad era que si no se ponían en marcha pronto iba a estallar. Cada segundo que ellos gastaban chistando y dudando era un segundo más en que su tío colgaba en esa plaza para escarnio público, sangrando, la espalda en carne viva.
-¿Qué vamos a hacer? –Preguntó finalmente en un tono agudo que pretendía ser un susurro pero que falló estrepitosamente.
-De momento esperar a que se apaguen las luces. Al menos la mayoría de ellas –respondió Dhan.
-Pero…
Nawar puso una mano en el hombro del chico.
-Si nos pillan no habrá nadie que salve a Haze.
-Lo sé, lo sé, pero…
Otra mano se posó en su otro hombro. Mireah.
-Lo que pasa es que estás nervioso –dijo la humana con una sonrisa-. Y no me extraña. Si no hago algo pronto voy a estrangular al próximo que me pregunte si estoy bien. ¿Qué te parece si tu y yo damos una vueltecita para calmarnos? Si a Nawar le parece bien…
La princesa miró al elfo y éste, después de mirar a Dhan a su vez, asintió.
-Pero no vayáis muy lejos.
Mireah le indicó con un gesto que no se preocupara y, cogiendo a Jaron del brazo, empezó a caminar.
El chico la siguió, pues aunque lo último que le apetecía era “dar una vueltecita”, lo cierto era que o hacía algo o, como bien decía la princesa, iba a estrangular él también a alguien.
Caminaron un rato en silencio, con pasos lentos y cuidadosos, pues apenas podían ver donde ponían los pies en esa noche de luna menguante. La noche era fresca y la verdad era que, al cabo de unos minutos, se sentía más despejado. Aún no podía quitarse de la cabeza el sonido del cuero golpeando contra la espalda de Haze, pero las manos habían dejado de temblarle cuando abría los puños, crispados desde que había empezado todo.
-¿Mejor? –Quiso saber Mireah, deteniéndose. Esperó a que el chico asintiera con la cabeza para continuar, tomándole de las manos-. Jaron, sabes que no podemos permitirnos flaquear ahora, ¿verdad?
El medioelfo quiso responder que lo sabía, que no iba a ser una carga, que podía confiar en él, pero tan pronto como miró a Mireah a los ojos sintió que empezaba a temblar de pies a cabeza y su propia visión quedó nublada por las lágrimas.
-Jaron… -la humana lo abrazó contra sí mientras el chico empezaba a llorar desconsoladamente. –Vamos, llora. Llora todo lo que tengas que llorar. Llora conmigo –dijo, empezando a hipar ella también-, porque esto es lo último que vamos a llorar hasta que Haze esté a salvo. Vamos a llorar aquí, ahora, y luego volveremos a esa maldita plaza, a recuperarle. El destino no ha puesto a Haze en nuestras vidas para arrebatárnoslo a las dos semanas. No así.
La princesa besó su cabeza y Jaron se abrazó a ella más fuerte.
Tenía razón, toda la razón del mundo. No podían flaquear. No podían fallar. Pero en ese oscuro pedazo de bosque, bajo una luna que era apenas una sonrisa torcida en el cielo, el muchacho no podía dejar de llorar.