lunes, 19 de abril de 2010

Tercera parte, capítulo primero.





TERCERA PARTE



Cuando Faris vino a despertarla lo primero en que reparó Alania era que las campanas no habían enmudecido aún. Todavía era de noche.

Se sentó con un respingo, avergonzada por haberse quedado dormida a pesar de las campanas y el luto. No se sintió mejor al reparar en las ojeras del Príncipe, que no parecía haber dormido en absoluto mientras ella roncaba alegremente en su sofá. El joven se había cambiado de ropa y vestía una larga túnica ceremonial negra con delicados bordados grises en mangas y cuello. Sobre su cabeza reposaba una corona que lo identificaba como Príncipe de la Nación. No era Rey aún y su atuendo parecía querer remarcarlo.

-¿Has dormido bien?

-S-Sí, Alteza, el sofá es muy cómodo -luego se dio cuenta de lo que acababa de decir y se arrepintió-. Lo siento mucho, de veras.

-¿Sientes que mi sofá sea cómodo?

-¡No! Bueno, sí. No. O sea... lo que siento es haberme dormido, Alteza.

Faris sonrió cansado.

-No lo sientas. Me alegra que alguien haya dormido esta noche en la Nación. Lo único que lamento es tener que despertarte tan temprano, pero he podido escaparme para cambiarme de ropa y hemos de hacer algo contigo antes de que alguien te vea en mis aposentos.

Alania asintio por inercia mientras el príncipe le pasaba una camisa negra.

-Ponte esto -le dijo- o llamarías mucho la atención. A partir de ahora eres mi paje personal. Te llamas Taner y eres el sobrino de Berk Stiùr'adh, mi criado, a quien he enviado a Sealgaire'an a arreglar mis asuntos. Eres huérfano de padre y tu madre lleva tiempo queriendo que tu tío te consiga una posición en el Castillo. Mucha gente ha oído a Berk hablar de Taner, así que si te mantienes fiel a esta historia y no tratas de embellecerla no pasará nada.

-Pero...

-A ver, repítelo -le pidió el príncipe.

-Soy su paje, Taner. Mi tío se llama Beck. No tengo padre.

-Beck Stiùr'adh -insistió el joven-. ¿Y porqué no has empezado aún a vestirte?

Alania se sonrojó.

-¿Delante vuestro?

El joven suspiró pasandose una mano por el pelo con exasperación, pero aún así se puso en pie y le dio la espalda.

-Vendrás conmigo a la Sala del Consejo y te quedarás junto con los demás criados. Yo te iré guiando -explicó el príncipe tras unos segundos de silencio.

-¿A la sala del consejo? -Alania, que había empezado a vestirse con la camisa de luto, se detuvo a medio abrocharla-. ¿No estará el Qiam?

-Sí, por supuesto.

-No puedo ir, ¡el Qiam me conoce!

-El Qiam no le va a dedicar ni un segundo a un criado.

-¿Y mis tíos? -la muchacha se vio en la obligación de recordarselo a Faris-. Porque mi padre tiene parientes en el Consejo.

El príncipe se volvió con impaciencia.

-Créeme, niña, ningún miembro del Consejo o de la nobleza va a reparar en ti -el joven se acuclilló frente a ella y acabo de abotonar la camisa sin que Alania tuviera tiempo siquiera de protestar-. No lo hacen en días normales y no van a hacerlo hoy. Estarás entre los criados. Entre la plebe. Van a estar peleándose todos por mi atención. No van a tener tiempo de reparar en un paje mal abotonado y bajito por más adorable que este sea.

-¿Mal abotonado?

La muchacha miró con ojo crítico la camisa sólo para comprobar que el príncipe mentía. ¿Había sido un intento de broma? No tuvo tiempo de hacer ningún comentario. Su Alteza Real la cogió del brazo mientras se incorporaba, tirando de ella y oligandola a ponerse en pie.

-Vamos, Taner, hemos de estar en la sala antes de que callen las campanas.

Alania se dejó guíar por Faris deseando que éste le hubiera dejado ponerse al menos la gorra. Ella seguía sin tenerlas todas consigo. ¿Y si alguien la reconocía? ¿Y si le hacían preguntas para las que no tenía respuesta? Pero el príncipe parecía tan cansado y triste que no quería empeorar la situación con sus dudas.

Así que le siguió obediente por los pasillos mientras intentaba memorizar todas las normas de protocolo que el joven le iba dictando. ¿Por qué siempre salía de la sartén para caer en las brasas?