lunes, 14 de marzo de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo tercero








Miekel y Nawar habían esperado mientras la muchacha elfa investigaba si sus temores eran infundados o ciertos. El humano hubiera aprovechado para echar al menos una cabezada, ya que llevaba dos noches sin apenas dormir, pero el elfo le había lanzado una de sus miradas reprobadoras cuando se había sentado en el borde de la cama.

-Un poco de respeto, humano. Estas en los aposentos de un Rey.

Si lo que le habían contado era cierto el tal Faris no era aún Rey y no lo seria hasta que lo coronaran, pero no quiso poner a Nawar aún de peor humor. Así que regresó a la silla del escritorio y recostó la cabeza en una mano, descansando al menos las piernas ya que no el resto del cuerpo. El joven paseó los ojos por la estancia mal iluminada, en la que a pesar de todo intuía perfectamente un lujo que nunca creyó posible ver tan de cerca. Era la habitación más grande que Miekel había visto en su vida, más grande incluso que el despacho del Abad Rodwell allá en la abadía.

Finalmente debió de quedarse dormido, pues cuando la muchacha regresó no fue demasiado consciente de cuanto tiempo había pasado, pero el sol ya estaba suficientemente alto como para desafiar a las nubes que cubrían el cielo e iluminar tímidamente la habitación. Con luz era más fácil apreciar la mancha de sangre seca en el cabello rubio de Nawar y los azulísimo de los ojos de Alania, que les miraba con preocupación mientras cerraba la puerta.

-Está todo el mundo en el funeral –les informó, grave-, pero parece que no han empezado aún.

-Porque no está Faris- Nawar ni siquiera se volvió para hablar con la elfa. Miraba al patio desde la ventana y no parecía que las noticias que le daba la muchacha fueran nuevas para él.

-Bueno, si están ocupados con otra cosa, mejor para nosotros, ¿no? –El humano se puso en pie, estirando los brazos por encima de la cabeza ignorando el crujido de sus articulaciones-. ¿Has averiguado algo?

Nawar gruñó como respuesta, pero se volvió hacia ellos al fin, expectante.

La muchacha le miró, sus delicadas facciones componiendo un mohín que bien podía ser de recelo, bien de miedo. A Miekel no se le escapaba cómo le miraban ambos elfos cuando creían que no estaba mirando y se preguntó por enésima vez cómo debían verle. A él los elfos le parecían criaturas hermosas y delicadas en comparación con los humanos, así que era fácil pensar que ellos debían de verles como seres horribles y monstruosos.

-Anoche llegaron unos guardias desde Leahpenn, por lo visto alguien había hecho sonar la alarma en la ciudad y pedía hablar con el Qiam –dijo finalmente-. El mozo de cuadras, que es el hijo de la cocinera, le explicó a su madre que le despertaron a medianoche dos jinetes que llevaban a un prisionero.

-¿Sólo a uno? –Se sorprendió el humano.

Alania asintió, retorciendo la gorra entre sus manos y mirando de reojo a Nawar, que había cruzado los brazos sobre el pecho, pensativo.

-Una de las mozas dice que lo han bajado a los calabozos -añadió a modo de confirmación.

-Esto no me gusta -Nawar chasqueó la lengua-. Dijiste que Jaron estaba con la princesa -añadió en tono acusador de cara al humano.

-Y lo estaba, pero de eso hace al menos medio día -el novicio se rascó la incipiente barba intentando llevar a la práctica aquello que siempre le decía su abuela acerca de que dos no pelean si uno no quiere. Así que en lugar de enfadarse con el elfo, quien estaba también falto de sueño además de herido, suspiró-. Mirad, no deberíamos sacar conclusiones precipitadas. Ni siquiera sabemos si el prisionero es Jaron. ¿No deberíamos confirmarlo primero?

-¿Cómo? ¿Nos plantamos en las mazmorras y preguntamos?

Miekel se encogió de hombros.

-A mi me suena a plan.

-Estaba siendo sarcástico -el elfo le miró de hito en hito.

-Yo no. ¿Se te ocurre algo mejor?

-No -admitió-, y tampoco es como si tuvieramos todo el tiempo del mundo para discutirlo -se llevó las manos a la cara con cansancio antes de suspirar a su vez-. Esta bien. Iré a las mazmorras y averiguaré lo que pueda. Vosotros esperadme aquí.

-Ah, no, ni hablar -Alania, que se había sentado, se puso en pie de un salto-. Siempre que me dejáis atrás por mi propio bien acabo teniendo que escapar por una ventana. Nadie va a volver a dejarme atrás.

-Estoy de acuerdo con ella -opinó Miekel-. Creo que esto de separarse en grupos no nos está saliendo demasiado bien.

Nawar gruñó, pero el humano empezaba a reconocer los gruñidos del elfo. Ése en concreto quería decir que les odiaba porque tenían razón y no sabía como rebatir sus muy razonables argumentos. Alania por lo visto también lo sabía, pues le dedicó una disimulada sonrisa triumfal cuando el rubio no estaba mirando.