viernes, 8 de agosto de 2008

Capítulo Octavo



Mientras Salman iba a la casa de los Yahir en busca de todo lo que Haze le había pedido, el joven se dejaba cortar el pelo por Noain. La mujer había insistido tanto en hacerlo que Haze no había sabido cómo decirle que no. Además, su cabello lo necesitaba. El elfo dejó que su mente vagara mientras los tijeretazos de Noain lo hipnotizaban.

-Haze, cariño, ¿qué ocurrió hace sesenta y siete años?

¿Qué ocurrió? ¿Importaba acaso? ¿Por qué la gente se emperraba en que lo recordase constantemente?


Jaron y Sarai se conocieron y se enamoraron.

El año que siguió a la escena fue el peor año en la vida de Haze Yahir, peor que cualquiera de los sesenta y siete años de encierro que iban a seguirle.

Sarai realmente huyó de casa tras una fuerte discusión con sus padres y, a los pocos días, ya estaba casada con Jaron. Su hermano aún no se atrevía a presentar a su esposa en sociedad, pues era humana, así que buscó un lugar apartado en el que vivir junto a ella, dejando a Haze en manos de Zealor, su hermano mediano, y de los Ceorl. Al principio sólo Haze sabía de la existencia de Sarai, pero pronto Jaron empezó un movimiento para acabar con las diferencias entre humanos y elfos, intentando entre él y la bella humana erradicar las absurdas leyendas que corrían en uno y otro lado. No hubo amigo de su hermano que no estuviese de su lado tras conocer a la encantadora Sarai.

Fue al cabo de tres meses que Zealor lo buscó en plena noche.

-Te necesito, necesito tu ayuda esta noche –le dijo sin más.

Si fue con él fue por pura curiosidad, curiosidad que se vio de sobras satisfecha al ver con quien se reunía su hermano: dos humanos, montados en sendos caballos, se encontraron con él cerca de la linde del bosque y los condujeron hasta uno de esos castillos que tanto gustaban a los humanos.

Haze no sabía entonces que ahí vivía el príncipe de Meanley y que los dos humanos que los guiaban eran su hijo y el que debería haber sido su yerno.

Los llevaron a una gran sala dónde ardía un fuego en el hogar. Un gran cuadro adornaba la pared y la sorpresa del muchacho fue mayúscula al descubrir que el retrato era de Sarai. Costaba creer que en el retrato pareciese aún más hermosa que de costumbre. Haze se dio cuenta de que no podía apartar la vista de ella.

-Hermosa, ¿eh, elfo? –El amigo del hijo del príncipe se acercó al muchacho-. Cuando su padre la encuentre, será mi esposa.

Desde entonces, Haze supo que odiaba profundamente a ese tipo. No pudo reprimir una cínica sonrisa al preguntar:

-¿Si la encuentra? ¿Acaso ha huido de vos?

El humano lo miró extrañado, al igual que Zealor. Pero si el humano no entendió a qué venía aquello, sí lo hizo Zealor. Haze lo sabría más tarde, pero entonces Zealor tenía otros asuntos que atender, asuntos que Haze apenas vislumbraría hasta años después, hasta que toda su actividad se redujera a pensar en la soledad de su mazmorra.

Si hubiese sido mayor o hubiese estado menos abstraído mirando el gran retrato de la bella Sarai, tal vez hubiese entendido lo que pretendía su hermano. Sólo vio un intercambio de libros, un apretón de manos y el extraño brillo de los ojos glaucos de Zealor.

-Y de todo lo que has visto esta noche, ¡chitón! ¿De acuerdo? –Le dijo al dejar a los humanos.

Semanas después cruentas leyendas acerca de los humanos empezaron a recorrer el reino, pero Haze tenía demasiado en qué pensar como para darles importancia.

Haze visitaba a Jaron una vez por semana. No lo hacía por su hermano, sino por Sarai. Aquel día, además, se moría de ganas de explicarle que había visto un gran retrato suyo en el castillo de su padre y que entendía perfectamente que no hubiese querido casarse con el tipo aquel.

Jaron no estaba ese día, lo cual alegró al muchacho enormemente. Así podría pasar una tarde a solas con Sarai. La joven se sorprendió al oírlo hablar del retrato y le pidió que se lo explicara todo. Haze habló y habló, sin acordarse de Zealor ni de su advertencia hasta que éste dijo:

-Vaya con el bocazas del mocoso, ¿no te dije que chitón?

-¡Zealor! –Haze se volvió hacia su hermano con un respingo. ¿Qué hacía ahí?

-Tú eres el otro hermano de Jaron –Sarai retrocedió un paso al sentir la mirada de Zealor clavarse en su persona-. ¿Qué hacías en el castillo de mi padre?

-Nada que deba saberse aún entre los elfos. Si me llevé a éste fue porque tu papaíto quería que fuese solo -Zealor sonrió señalando a Haze-. Ir con el bobo este fue lo más parecido a ir solo que se me ocurrió.

El muchacho se encogió con un escalofrío cuando su hermano avanzó hacia ellos.

-Así que aquí es dónde se esconde la bella Sarai... –Zealor tomó a la humana de la barbilla, obligándola a mirarse en sus ojos-. ¿Sabes las veces que he mirado tu retrato pensando en la suerte que debe de tener aquel hombre que te posea?

En aquellos momentos, los ojos de su hermano eran lo más terrorífico que había visto nunca. El muchacho quiso interponerse entre su hermano y la esposa de Jaron, pero Zealor le golpeó, tumbándolo. Aturdido y asustado, se puso en pie, dispuesto a defender a Sarai, que había reculado y buscaba con qué defenderse.

-No la toques -dijo.

Zealor sonrió.

-Que mono.

Volvió a golpearle, más fuerte esta vez. Haze volió a levantarse mientras Sarai les pedía que se detuvieran. Zealor la miró con fastidió y se volvió de nuevo hacia Haze.

-Debiste quedarte en el suelo.

El muchacho trató de defenderse, de devolverse, pero Zealor no sólo era mayor y más fuerte, sino que había recibido entrenamiento y tras unos golpes más Haze perdió el conocimiento.

Como en un sueño, creyó ver a Sarai medio desnuda, llorando, sentada en la cama, mientras Zealor se vestía. Luego la inconsciencia volvió a apoderarse de él. Cuando despertó, Jaron cuidaba de sus heridas. Haze tardó en recordar qué había sucedido.

-¿Dónde está Sarai? –Haze trató de incorporarse, pero le dolía demasiado todo. Se dio cuenta de que llevaba el brazo en cabestrillo, entre otras cosas.

-Aquí, cariño –la joven se sentó junto a él y acarició su cabello. Haze no pudo dejar de notar el moratón de su barbilla-. Fuiste tan valiente al defenderme de esos bandidos.

“¿Bandidos?”, quiso preguntar, pero una mirada de Sarai le previno de hacerlo.

-Debiste recordar que mi esposa podía con ellos solita –su hermano revolvió su flequillo y se puso en pie-. Bueno, iré a por algo de comer para nuestro valiente guerrero.

En cuanto se quedó a solas con Sarai, Haze habló.

-¿Qué bandidos? ¡Pero si fue Zealor!

-¡Shtt! ¿No crees que es mejor que Jaron no lo sepa?

-¿Cómo que no lo sepa? Zealor te... te... –Haze calló, incapaz de continuar la frase. Su hermano había forzado a Sarai por culpa de su descuido.

-No quiero que Jaron lo sepa, por favor. Si eres mi amigo, no le dirás nada a Jaron.

-Fue mi culpa, lo siento, lo siento... –el muchacho rompió a llorar sin poder olvidar el horror de sentir los golpes propinados por su propio hermano.

Entonces entró Jaron y ambos callaron. Haze se secó las lágrimas, pero su hermano ya las había visto y las malinterpretó.

-Eh, vamos, hermanito. Aún eres joven para ser fuerte –Jaron lo ayudó a incorporarse-. Te llevaré a casa con Zealor. ebe de estar preocupado por ti.

La sola idea de volver junto a Zealor le hizo sentir terror, pero ¿cómo negarse a regresar sin levantar las sospechas de Jaron? Así que el muchacho se dejó llevar hasta su casa sin rechistar.

Al contrario de lo que había temido, Zealor no levantó un dedo contra él. De hecho, esa fue la primera y única vez en toda su vida que lo hizo. Aún así, su sola presencia le incomodaba y enfermaba. Al día siguiente, Zealor lo fue a despertar llevándole el desayuno a la cama. Pero su hermano no pretendía hacerse perdonar, sino ahondar aún más en la herida.

-Así que Jaron no sabe nada, ¿eh? ¿Y eso?

-Sarai lo quiso así –Haze sintió que su estómago se revolvía por el odio.

-Oh, ella. ¡Qué mujer más maravillosa! Jaron es un tipo cruel. Mira que casarse con la mujer que ama su hermano pequeño...

Fue la última vez que mencionó el tema, al menos directamente. Pero no dejó de hacer comentarios al respecto de lo afortunado que era Jaron al tener a Sarai por esposa en los meses siguientes.

Y pasaron tantas cosas en esos meses...

Jaron cambió de escondite a petición de Sarai. Haze nunca supo la excusa dada por la humana, pero resultó. Mientras, las reuniones nocturnas de Zealor se multiplicaron. Era en esas noches en las que Haze se atrevía a visitar a Sarai, cuyo embarazo fue más que evidente a los cuatro meses.

Fue en una de esas visitas que todo se vino abajo, en aquel invierno tan frío de hacía sesenta y siete años.

Si hubiese sido mayor... Pero no era más que un chiquillo de cincuenta y tres años que no tenía ni idea de nada. Y esa noche en concreto el miedo nublaba su razón. Zealor iba a presentarse a los exámenes para ser Qiam, y si conseguía ese título iba a ser intocable. Necesitaba hablar con alguien de ello y ese alguien fue Sarai.

-De acuerdo –la joven tomó sus manos entre las suyas-, no está bien que tengas que sufrir tú por mi cobardía. Hablaré con Jaron y se lo contaré todo.

Dijo que lo haría ella, que así sería ella quien sufriría el enfado de su marido. Pero se equivocó. Jaron hubiese sido incapaz de levantarle la voz una sola vez. Por el contrario, fue a verle al cabo de dos noches en la que fue la penúltima vez que vio a su hermano mayor.

Nunca olvidaría la dureza de las palabras de Jaron, que se clavaron en su corazón como un frío puñal de hielo. Su hermano le echó en cara que no hubiese sabido defender a Sarai y que no le hubiese hablado de algo tan importante como las visitas de Zealor a los humanos. Le dijo que era un estúpido, un cobarde, y un montón de cosas más que el muchacho apenas podía creer que mereciera. Finalmente, le prohibió que volviera a visitarlos nunca más.

-Mi esposa va a tener un hijo en poco más de un mes y no voy a permitir que tu estupidez lo eche todo a perder.

Cuando se quedó solo, Haze se dedicó a destrozar todo cuanto se ponía a su alcance hasta que rompió a llorar. El muchacho se acurrucó en un rincón y lloró y lloró hasta que ya no le quedó nada de dolor en su interior. Ni siquiera odiaba a Jaron, sólo estaba vacío. No se preocupó de incorporarse cuando Zealor regresó. Se quedó allí, en su rincón, mirando a la nada, hasta que su hermano se acuclilló junto a él. Por primera vez en los últimos meses, no sintió nauseas a causa del miedo al sentir los glaucos ojos de Zealor clavarse en él. Si su hermano hubiese decidido apalizarle esa noche no le hubiese importado. Pero no fue una paliza lo que recibió, no al menos una física.

-¿Qué pasa, muchacho? –Había cierto deje de preocupación auténtica en su voz cuando puso una mano en su hombro.

Haze se revolvió, apartándose, pero no dijo nada.

-Oh, vamos. Sé que me he portado mal contigo, pero ¿no va siendo hora de que te olvides de eso?

-¿Por qué? ¿Porque somos hermanos? ¿Porque se supone que los hermanos han de quererse pase lo que pase y perdonárselo todo?

-¡Vaya! Ha sido Jaron, ¿verdad? Has discutido con él. Ese cerdo... No sólo se queda a la mujer que amas sino que encima te hace llorar. Si yo supiera dónde se encuentra, te juro que le haría pagar por lo que te ha hecho.

Haze le miró.

Sabía que a Zealor le importaba un comino lo que Jaron le hubiera hecho o dejado de hacer, pero era tan fácil fingir que le creía... Estaba harto de ser el único en sentir dolor. Jaron jamás habría conocido a Sarai de no ser por él, pero nunca se lo había agradecido. Además, seguro que ni siquiera quería a Sarai como ella merecía.

-Pero prométeme que no matarás a ninguno de los dos.


A los pocos minutos de haber dado a Zealor la localización del nuevo hogar de Jaron, se arrepintió de ello. Su hermano se había largado tan aprisa que sólo podía querer decir una cosa: problemas. El muchacho se puso en pie y corrió hasta la casa de Jaron tan rápido como sus piernas se lo permitieron.

A medio camino oyó a los caballos.

Se acercó a mirar y vio a Zealor hablar con unos humanos. Diez por lo menos.

-Buscad al elfo llamado Jaron Yahir y prendedlo. No lo matéis, prometí que no lo haría.

-¿Y la mujer?

-Llevadla junto a su padre, él sabrá que hacer con ella.

Los hombres asintieron y el muchacho no esperó más. Corrió y corrió por lugares que sólo un muchacho delgado como él podía practicar y llegó a la casa en pocos minutos, sin aliento. Eso no le detuvo. Irrumpió en la sala y buscó a su hermano con la mirada.

Allí estaba, sentado a al mesa junto otros elfos amigos suyos que Haze ya conocía. Jaron se puso en pie al verlo y, frunciendo el ceño, llegó hasta él.

-¿Qué haces aquí? Te dije que no volvieras.

-¡Viene Zealor! –Haze, ignorando la helada punzada en su corazón, tomó a su hermano por los hombros-. ¡Se me escapó! Sabe que estáis aquí y ha enviado a unos humanos a por vosotros. ¡Tenéis que huir!

-¡Maldita rata traidora! –Jaron lo alzó por el cuello de la camisa-. ¡Le has dicho dónde encontrarnos!

-¡Jaron! –Sarai tomó a su marido del brazo, obligándolo a soltar a Haze, que cayó al suelo-. ¡Es sólo un niño!

Su hermano lo miró, pero no le volvió a dirigir la palabra. Fue Sarai quien lo ayudó a incorporarse y le dijo:

-Tranquilo, Zealor no nos cogerá. Sabemos por dónde huir sin ser vistos.

Y por allí se fueron. Jaron no consintió que Sarai le dijera dónde encontrarlos. Haze supo que era mejor así, de ese modo Zealor no podría sonsacarlo de nuevo.


Cuando oyó los caballos decidió que no se escondería. Buscó a su alrededor y lo más parecido a un arma que encontró fue el atizador del hogar. Lo tomó, aunque sabía que si Zealor iba con los humanos no iba a servirle de nada, su hermano le daba demasiado miedo.

Pero, para bien o para mal, Zealor no estaba.

Salió al exterior y encaró a los jinetes humanos con menos temor del que había esperado. Éstos se miraron entre sí y luego todas las miradas confluyeron en uno de ellos, probablemente el líder.

-¿Eres tú Jaron Yahir?

El muchacho sonrió. Aún iba a poder enmendar su falta.

-Sí, lo soy.

-¿Y la mujer?

-¿Qué mujer?

Haze levantó el atizador, intentando parecer amenazante, provocando la risa de los humanos.

No tardaron en reducirle. Tal y como Zealor había pedido no lo mataron. Lo llevaron atado de pies y manos en la grupa de uno de los caballos hasta lo que parecía ser su campamento. Una gran hoguera lo presidía y, junto a ella, finalmente, Zealor.

El corazón de Haze casi se detuvo al verlo. Luego latió con tal violencia que el muchacho temió que se le fuera a salir del pecho.

Cuando lo dejaron en el suelo, de rodillas, frente a su hermano, Haze quiso morir. Zealor esbozó una sonrisa, fría como la nada, y Haze sintió más miedo del que jamás volvería a sentir.

-¿Así que este es Jaron Yahir? ¡Vaya con el mocoso! –Su hermano lo tomó por la barbilla-. Nunca pensé que este molesto agitador no fuese más que un chiquillo –Haze levantó sus ojos violetas y los clavó en su hermano. ¿Pensaba encubrir a Jaron o era sólo que quería darle una lección? –Debería haber habido más gente con él, ¿no?

Los hombres le relataron lo ocurrido y Zealor esbozó una sonrisa.

-Debí haber esperado algo así. Bueno, les buscaremos, no deben de andar muy lejos. Y en cuanto a Jaron Yahir... Encerradle en el castillo del príncipe –y luego, al oído de Haze, añadió-, que sufra sin saber el destino de aquellos a los que ha traicionado.

El muchacho se estremeció, pero no rehuyó la divertida mirada de su hermano ni su gélido tacto.

-¿Sabes que eres, chaval? –Zealor siguió hablando, en voz alta, para que todos pudiesen oírle- Un traidor, la vergüenza de la casa Yahir –su hermano rasgó su camisa, dejando su pecho al descubierto. Luego, volviéndose hacia los humanos, dijo-: Dadme una daga.

-¿Y la que llevas al cinto, elfo?

-¿Esta? No, está hecha de hueso. Quiero una de esas vuestras de metal, de esas que consumen el alma.

Los humanos no lo entendieron, pero le dieron una daga. Cuando su hermano acercó el cuchillo a su pecho, Haze contuvo la respiración, pero no cerró los ojos.

-Pensé que habías prometido no matarlo –oyó que comentaba el líder de los humanos.

-Oh, es cierto. Prometí que Jaron no moriría, ¿verdad?

Los ojos de su hermano, tan pálidos que no eran verdes, le sonrieron con sorna. Él no era Jaron, era Haze. Su vida no estaba protegida por promesa alguna.

La daga rasgó su carne, cortándole, pero no se hundió. Su hermano se limitó a mover la daga por su pecho, lacerándolo, dibujando una forma que Haze conocía bien. Era la primera letra de la palabra “deshonra”, la letra en élfico antiguo. Era la marca que todos aquellos que habían perdido el honor debían llevar. Su hermano acababa de marcarlo de por vida, pues sólo la muerte podía limpiar el honor perdido.

Cuando Zealor dejó a los humanos, Haze hundió la cabeza entre los hombros. Había sido derrotado, pero no por Zealor ni por los humanos, sino por sí mismo. Y lo peor era saber que había arrastrado a su amada Sarai y a su hermano con él. El muchacho hubiese llorado de haberle quedado lágrimas. Pero la noche le había traído más dolor del que jamás hubiese creído posible poder aguantar, y él era sólo un niño. Así qué acabó por dormirse junto al fuego, maniatado, sabiendo que nunca más volvería a ver a Sarai ni probablemente la luz del sol.


-¿Que qué ocurrió, Noain? Ocurrió que deshonré a los Yahir y que aún no he podido enmendar mi falta –Haze sonrió al espejo que tenía frente a sus narices, sonriendo de ese modo al preocupado rostro de la anciana-. Pero créeme que estoy en ello.