sábado, 20 de junio de 2009

Segunda parte, capítulo séptimo




Sentado a lomos de su caballo junto a la intersección del camino, el Qiam esperaba. Pronto sus hombres llegarían desde Nanoin'ear y podrían cabalgar hasta Fasgaid, a cazar escurridizas ratas.

Era cuanto menos irónico y se sentía tentado a quemar el lugar por segunda vez. ¿Sabría Haze que allí era donde se había escondido Jaron hacía sesenta y siete años? ¿Sabría que bajo las ruinas descansaban los restos nunca enterrados de su hermano mayor, muerto por su culpa? Si es que de veras descansaban allí, cosa que había empezado a dudar en los últimos tres días.

Algo no encajaba. La presencia de Dhan Hund era sospechosa, por incoherente y fuera de lugar.

Entendía la implicación de Nawar Ceorl. Y no sólo por la detención de Noain y Salman. Él y Haze habían sido criados a medias por los guardas de los Yahir. En verano, sobretodo, cuando los padres de Nawar se iban a trabajar al campo, dejaban al mocoso en casa de sus tíos, donde otro mocoso, ocioso por las vacaciones, podría jugar con él. En realidad era una amistad de conveniencia, pero la gente que se creía buena, como su hermano y como Ceorl, daban mucha importancia a esas coincidencias infantiles. Suficiente como para arriesgar la propia vida.

Sí, Nawar Ceorl encajaba a la perfección. Sin embargo Hund...

Su noble familia y la familia Yahir siempre habían sido enemigos políticos. Desde la época de sus padres, o tal vez antes, las ambiciones de una familia habían chocado con las de la otra en numerosas ocasiones. Era una enemistad cortés que no iba mucho más allá de las cortes y el Consejo, pero la tensión podía sentirse en cualquier reunión social a la que ambas familias atendían. Sin embargo su hermano Jaron y Dhan Hund habían roto esa tradición al coincidir en su época de instrucción militar, la que todo joven noble debe recibir en su mayoría de edad. Fue posiblemente un acto de rebeldía inconsciente hacia sus respectivos padres, pero la verdad es que Hund y Jaron se hicieron muy buenos amigos.

Nunca había tenido pruebas de ello, pero Zealor siempre había estado convencido de que si alguien sabía lo de su hermano y Sarai era Dhan Hund. Así que tenía sentido que Haze hubiera acudido al único elfo que podía proteger al chico cuando regresó a casa, ¿pero por qué iba Hund a arriesgar tanto por Haze?

La respuesta era sencilla. Por Jaron.

Jaron no murió en el incendio, ahora estaba convencido de ello. Si eso quería decir que seguía vivo o no ya no lo sabía. No tenía ninguna pista en ninguna de esas direcciones en ese momento. Pero Jaron sobrevivió al fuego, eso era seguro, y tal vez dejó instrucciones. Sobre su hijo, sobre Haze si jamás reaparecía...

Así que no podía perder mucho tiempo. Así como nunca había temido realmente a Haze (no, no era por temor que deseaba quitárselo de encima), Jaron sí era un oponente a tener en cuenta. Carismático y apasionado, su hermano hubiera podido poner a toda la Nación a los pies de Sarai sólo con su amor y la belleza de la humana. Todos hubieran amado a Sarai, y amando a Sarai hubieran amado a los humanos. Y los humanos hubieran amado a los elfos de conocer a Jaron, al hermoso y perfecto Jaron.

Pero no era con amor lo que él había planeado para las dos razas. El amor hubiera encumbrado a los enamorados y él hubiera quedado relegado de nuevo a un segundo lugar. No, el único de modo de gobernar por encima del rey, de gobernar por encima de todos los reyes y de todas las razas, era el odio. Por eso Jaron y Sarai habían tenido que morir, por eso iba Jaron a morir de nuevo si había sobrevivido. Y con él todos los que alguna vez conocieron a Sarai.

Oyó a lo lejos caballos y apartó los ojos del camino de Fasgaid para recibir a la docena de soldados que se aproximaban a su posición.

Tenía ya ganas de llegar y matarlos a todos. En dos días sus socios humanos moverían la primera ficha y quería dejarlo todo bien atado para poder dedicarse por entero a su plan.