jueves, 15 de enero de 2009

Capítulo trigésimo primero


Cuando el muchacho y la princesa habían regresado de su paseo con los ojos rojos y las narices hinchadas, ni Nawar ni Dhan habían preguntado. No había hecho falta. El pelirrojo sólo se había interesado por saber si ya estaban listos y luego los había puesto al día de la situación. Poco a poco, las luces del pueblo se habían ido apagando hasta quedar apenas tres o cuatro antorchas en la plaza y algún insomne o dos.
-Es el mejor momento para ir a investigar –había dicho.
De modo que Nawar había ido, había visto y había regresado tan pronto como había podido para compartir la información.
-Hay dos guardas en la plaza, muy cerca de Haze, y otros tres en la entrada de la casa Yahir –El joven se acuclilló dibujando un diagrama en el suelo que sus compañeros apenas veían con tan poca luz-. Luego hay dos soldados más patrullando arriba y abajo, pero eso sería todo.
-Muy pocos –observó Dhan.
-Tal vez la suerte por fin nos sonríe.
-O tal vez el resto esté dentro de la mansión esperando la mañana. Vamos a tener que ser muy sigilosos.
-No importa. Podemos con siete –afirmó Mireah con convicción.
-¿Y con treinta? –Hund parecía reacio a dejarse contagiar de su optimismo.
-Podremos con treinta –fue la respuesta de Jaron.
Nawar le sonrió al muchacho, le había quitado las palabras de la boca.
Dhan tan sólo gruñó.
-Esperemos no tener que salir de dudas.


Avanzaron sigilosamente por el pueblo. Todo estaba en silencio, haciendo que más que una ciudad durmiente aquello pareciera un pueblo fantasma. Ni un ruido, ni un alma. Sólo ellos cuatro amparados por las sombras y la luna menguante.
Bueno, ellos cuatro y los soldados que debían sortear, lo cual fue más fácil de que Jaron había esperado. Pronto llegaron hasta la plaza y al muchacho se le antojó distinta. Tal vez era la noche, o tal vez la falta de una multitud expectante.
Allí todo estaba tal y como Nawar había dicho. Podía ver a Haze, aún inconsciente (o eso esperaba), y a los dos soldados custodiando el cadalso al pie de la escalera. Uno a cada lado. El elfo había dicho que había tres más frente a la casa Yahir, pero desde su posición no podía verlos.
Se detuvieron en una esquina, a reorganizarse y mentalizarse. Había llegado la hora de la verdad. Hasta ellos sólo llegaba el sonido de la fuente y el murmullo de los soldados hablando entre sí.
-Todos sabéis vuestro papel -susurró Hund.
Los otros tres asintieron y tras la señal, Nawar y Dhan fueron cada cual por su lado. El rubio debía neutralizar a los dos guardas que vigilaban el cadalso antes que dieran la alarma mientras Hund se encargaba de que los que custodiaban la casa Yahir no fueran a ser un problema.
Mireah y Jaron debían permanecer ocultos, como refuerzos por si algo salía mal. De hecho, habían escogido esa esquina precisamente porque disponía de una buena línea de visión.
El muchacho esperó, arco en mano, mientras la impaciencia le roía las entrañas. Hubiera querido decirle muchas cosas a Mireah, pero todas sonaban a despedida y no quería tentar al destino. Así que en lugar de eso se calló y rezó para que todo saliera como lo habían planeado y pudieran salir de allí lo antes posible.
Vieron a lo lejos como Nawar dejaba inconsciente al primer guarda sin que su compañero lo apercibiera siquiera. De hecho, para cuando el soldado se dio cuenta (tal vez porque no recibió respuesta de su compañero, tal vez porque oyó algún ruido) ya tenía al elfo a apenas un palmo de distancia.
El joven golpeó al tipo en la cara, posiblemente rompiéndole la nariz y evitando que diera la alarma.
El soldado cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza con las escaleras. Y a pesar de que parecía un golpe muy feo, Jaron sabía que no podía perder el tiempo preocupándose de si habían matado a uno de los hombres del Kiam. Así que, en cuanto Nawar hizo su seña, salieron él y Mireah de su escondite y se reunieron con él.
Dhan también llegó en ese momento.
-Vamos. Cojamos a Yahir y salgamos de aquí -dijo, grave.
Pero tan pronto puso un pie en el primer escalón, las puertas de las casas adyacentes se abrieron, inundando la plaza de luz. Una veintena de soldados salió pro ellas, rodeándoles, y al frente de ellos, el Kiam. Ya no vestía sus galas ceremoniales y llevaba el cabello recogido en una cola de un modo muy similar al que el mismo Jaron usaba.
Sonreía, pero su sonrisa no se parecía en nada a la sonrisa pesarosa que había esbozado esa misma tarde en alguna ocasión. No. La sonrisa que les mostraba ahora era fría y calculada, como fría era la mirada con la que los evaluó a todos.
-Vaya -y su voz, como su sonrisa, parecía la de otra persona de repente-, veo que las ratas han caído en la ratonera. Nawar Ceorl, como sospechaba, ¡Y Dhan Hund! ¿Quién lo iba a decir? ¿La nobleza de Leahpenn se rebela contra el Qiam?
Dhan gruñó, pero ya estaba contando con la mirada.


-Son siete por cabeza -murmuró.
-Cinco -respondió Nawar, que también habbía contado-. Sólo son una veintena.


El Qiam, mientras tanto, había avanzado unos pasos.
-Y, si no me equivoco, la dama es Mireah de Meanley. Vuestro padre está muy preocupado por vos, Alteza.
-¡No te acerques más! -La humana desenvainó su espada y adoptó una postura defensiva.


-Siete -insistió Dhan-. El muchacho se encargará de Haze.
-Mmm... Bien. Sí. Podemos.”


De repente, el Kiam miró fijamente hacia el muchacho.
-¡Ah! Y tú debes de ser Jaron, ¿verdad? El escurridizo medioelfo. Me han hablado mucho de ti.
Temblando, el chico alzó el arco y preparó una flecha, imitando a Mireah. Ya habían llegado hasta allí. No había vuelta atrás. Si había que luchar, lucharía. De algún modo el muchacho sabía que, de estar allí, Sarai lo aprobaría y eso le dio un poco de temple y valor.
-¡Jaron! -Susurró Nawar tirando de su manga, llamando su atención-. A la de tres, ve a por Haze.
-Pero... -todo el temple del chico se esfumó con esas palabras.
-Nosotros te cubriremos. Tú sigue con el plan.
Y antes de que Jaron pudiera siquiera reaccionar, el joven elfo gritó: “¡Tres!” Y arremetió, espada en mano, hacia la situación del Kiam, cuya sonrisa se ensanchó.
Mireah y Dhan hicieron lo mismo, cada uno en su propia dirección.
Pánico y adrenalina lucharon unos momentos por el control de su cuerpo, pero Jaron consiguió finalmente ignorarlos a ambos y subió corriendo las escaleras del cadalso, dispuesto a liberar a Haze.