miércoles, 27 de abril de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo sexto




Hacía un rato que había recuperado la conciencia parcialmente. Podía sentir la silla en la que estaba sentado y el calor asfixiante de la celda cerrada. Podía sentir aún el sabor óxido de la sangre en la boca e incluso la costra que se había formado sobre su ceja derecha y le impedía abrir el ojo del todo.

Lo que no podía sentir eran los brazos, dormidos tras horas en esa incómoda postura. Y era una suerte, pues de poder sentirlos sabía que el dolor de todas sus falanges rotas regresaría como mil agujas incandescentes y tal vez se desmayaría de nuevo.

No es que supusiera una gran diferencia, pero si su hermano regresaba no quería darle la satisfacción de parecer débil. Zealor iba a vencer, ahora estaba seguro de eso. Había esperado que su presencia fuera al menos un imprevisto, que descubrirle vivo fuera una desagradable sorpresa para el Qiam. ¡Demonios! Había esperado al menos poder fastidiarle algún plan. Pero el brillo en sus ojos glaucos le había descorazonado. No sólo no había podido alertar a la Nación si no que había puesto en evidencia al príncipe Faris y le había ofrecido en bandeja el providencial mango de la sartén para hacer y deshacer a su antojo.

No había soltado prenda, pero Zealor no era ningún estúpido y era posible que a esas alturas ya hubiera encontrado a Dhan y al resto. ¡Malditos fueran Hund y su buena fe! Era culpa suya, por verse envuelto cuando lo más fácil hubiera sido echar a patadas a Haze y al muchacho.

El muchacho...

“ Yo no soy el padre de ese chico.”

Mentía, por supuesto. Claro que lo hacía. Había forzado a Sarai y ahora intentaba hacerle aún más daño con sus retorcidas mentiras.

“¿Eso quien te lo dijo? ¿Ella misma? No creo.”

Y era cierto que Sarai nunca usó esas palabras. Era él mismo quien lo había asumido tras su silencio por tantos meses, tras el silencio de Haze. Su hermano menor nunca lo había desmentido. Claro que tampoco habían hablado del tema. O más bien el no había querido escuchar. Podría haberle preguntado qué ocurrió ese día, cómo sucedió todo, pero nunca le había dado a Haze la opción de explicarse.

Bueno, ya era tarde para eso. Si Haze no estaba muerto aún no tardaría en estarlo, y lo mismo se podía de sí mismo. Zealor no le había matado aún quien sabía porqué retorcido motivo, pero dudaba mucho que le fuera a permitir ver el resultado de la inminente guerra. Cualquier oportunidad de esclarecer lo sucedido que hubiera habido había sido terriblemente desaprovechada. Ya nunca lo podría saber con certeza.

Unas llaves girando en la cerradura de su celda le arrancaron de esos lúgubres pensamientos, aunque no demasiado. Zealor había decidido acordarse de él.

Sin embargo la puerta no se abrió immediatamente, si no que tardó aún un minuto o dos, en la que los ruidos del exterior, confusos y caóticos, parecían hablar de... ¿una pelea?

Levantó la cabeza, lleno de curiosidad de repente, sin atreverse a creer en un rescate. Pero si no era eso, ¿qué sucedía tras la puerta?

Cuando el ruido terminó y la puerta se abrió por fin lo hizo tan de improviso y él estaba tan atento que tan sólo reprimió el respingo porque estaba atado a la silla. Jaron no sabía a quién había esperado ver, pero sin duda no era una ansiosa Alania Hund.

La muchacha tampoco debía esperarle a él, pues de repente su ansiedad se tornó decepción y su ceño se frunció sobre sus ojos azules.

-¿El prisionero eres tú?

-Que me parta un rayo -fue su respuesta. No le sorprendió que el simple gesto le doliera, pero sí oír su propia voz tan ronca-. ¿Qué demonios haces tú aquí?

Antes de que la muchacha pudiera responder la puerta acabó de abrirse, dando paso a Nawar Ceorl, que tuvo la decencia de parecer sorprendido pero no decepcionado.

Y tras él entró un humano.

Jaron no había visto nunca ningún humano que no fuera Sarai pero ese hombre alto y de rostro peludo sólo podía ser uno de ellos. Su esposa le había hablado del eso que llamaban “barba” una vez y, a pesar de la sorpresa, Jaron no pudo más que pensar que era tan desagradable a la vista como lo había sido para el oído.

-Ese no es Jaron -dijo tras dedicarle una mirada.

El elfo hubiera reído de no dolerle terriblemente el mínimo gesto.

-Tecnicamente sí -Nawar alzó una ceja en su dirección, como preguntándole qué diantre pintaba él en todo aquello. Como si tuviera la respuesta o algo... -, aunque no es el que creíamos.

-Oh -el humano puso cara de entenderlo-. Es... ¿el otro Jaron? ¿El del medallón? ¡El padre de Jaron!

Jaron no pudo evitar gruñir.

-No sé que mierda pasa ni me importa demasiado, pero si vais a rescatarme o algo, ¿no deberíais empezar por desatarme?

Alania enrojeció pero fue Nawar quien se acercó finalmente a él mientras la mocosa y el humano se quedaban cerca de la puerta. El rubio bufó cuando llegó juento a él y se acuclilló para desatar el nudo.

-Esto te va a doler horrores -le informó innecesariamente.

-Tú haz lo que tengas que hacer antes de que a Zealor le de por volver.

-Aún tenemos un buen rato -pero empezó a desanudar la cuerda con mucho más cuidado del que posiblemente él mismo hubiera puesto de estar invertidos los papeles-. Están esperando al príncipe para el funeral del Rey.

-Pues que esperen sentados porque mucho me temo que no va a llegar.

-Ya -Nawar casi escupió el monosílabo y dio el primer tirón descuidado a la cuerda. Un relámpago de dolor le recorrió de arriba a abajo y una palabra muy malsonante escapó de sus labios-. Lo siento -el rubio se disculpó, aunque no sonara realmente arrepentido-. ¡Demonios! Lo que ese hijo de puta te ha hecho en las manos.

-Cuidado con lo que dices, Ceorl, que estás hablando de mi santa madre.

El joven rió quedamente y siguió con lo que estaba haciendo en silencio y con sumo cuidado, pero eso no evitó que a medida que sus brazos recuperaban la circulación el dolor circulara tambień libremente por ellos. Cuando hubo terminado, Jaron dejó caer sus manos sobre su regazo y cerró los ojos, incapaz de reconocerse en ellas. Se había acosumbrado a la piel quemada, tan rosada y tirante, pero ahora todos sus dedos esaban retorcidos en ángulos imposibles y sabía perfectamente que nunca iban se iban a curar bien.

Nawar tenía razón. Zealor era un hijo de puta. ¡Mierda! Estaba tan cansado que incluso tenía ganas de echarse a llorar...

De repente unas manos empezaron a frotar sus brazos con suavidad. Abrió los ojos y se encontró con la sonrisa triste de Alania.

-Todo irá bien, ya verás.

Sabía lo que la muchacha opinaba de él y sin embargo ahí estaba, rasgando una capa con ayuda del humano y de Ceorl para improvisar unos vendajes. Entre los tres lograron que al menos no tuviera que ver constantemente los inutiles apéndices que eran ahora sus manos.

-No es mucho, pero tendrá que servir por ahora -se disculpó Nawar-. ¿Puedes caminar?

-Ese malnacido me ha roto las manos, no los pies -se puso en pie con dificultad y el joven humano se apresuró a ponerse a su lado para ayudarle a caminar. Hubiera protestado, pero la verdad era que iba a necesitar una muleta.

Cuando salieron de la celda vio una media docena larga de hombres del Qiam inconscientes y lamentó de veras haberse perdido la pelea. Tenía que haber sido digno de ver.

-¿Me explicaréis que pasa aquí? -Quiso saber de camino a la escalera- ¿Os envía Haze? -La idea de que su hermano siguiera vivo le parecía reconfortante por primera vez en años.

-Es una larga, larga historia.

-Pues resúmela, Ceorl, porque me está matando el dolor de cabeza.




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