viernes, 20 de febrero de 2009

capítulo trigésimo-sexto

(Corto de veras, pero no he podido hacer más. Os compensaré, lo prometo)




Tras interminables horas andando _ y tropezando y cayendo y golpeándose y andando de nuevo_ por el bosque, Nawar había dado por fin el alto. Había encontrado, decía, un escondite pasable. Unos arbustos y la copa de un árbol caído ocultaban un hueco suficientemente grande para esconder a dos niños con cierta holgura. Jaron entendió perfectamente lo que quería decir: iban a estar un poco justos ahí dentro, pero no podían elegir, ¿verdad?
El rubio había hecho entrar al Kiam, a quien hacía rato que había maniatado, sin mucho miramiento y luego le había dicho:
-Si intenta escapar, le metes una flecha entre ceja y ceja.
-¿Qué? ¿Y tú?
-El sol está saliendo -había cierta preocupación en su voz-. Voy a ver como está el patio.
Y le había dejado a solas con Zealor Yahir.
Jaron se entretuvo un rato mirando la punta de sus botas, pues no sabía muy bien como debía tratar a un rehén.
-Deberías haber sido sincero con él, medioelfo -habló el Kiam cuando Nawar se hubo perdido definitivamente de vista.
-¿De qué hablas?
-De que no vas a hacer nada si intento escapar.
-¿Tú que sabes?
Zealor se encogió de hombros, indiferente, y le miró fijamente con sus ojos glaucos hasta que Jaron desvió la mirada, incómodo.
-Tengo curiosidad -admitió finalmente-. ¿Llegaste a Meanley por casualidad o había dejado Sarai instrucciones?
-¿Mi madre? ¿Por qué debía dejar instrucciones?
-Así que fue casualidad -continuó, ignorando la pregunta-. Qué típico. Uno se pasa años andando con pies de plomo y finalmente es derrotado por un capricho del azar.
-¿Qué instrucciones? -Insistió Jaron-. ¿Que has querido decir?
Zealor simplemente sonrió.
-Nada. Era su hogar, tu herencia, al fin y al cabo. Tal vez te había dicho de donde venías, eso es todo.
El muchacho no supo discernir si mentía o no. Aunque sonaba lógico. Si Sarai hubiese sobrevivido lo suficiente como para contar algo... ¿hubiera dicho que era princesa? ¿Hubiera indicado dónde llevar al bebé?
-¿Sabes? -Continuó el Kiam, tal vez entendiendo su silencio como una invitación para conversar-. La gente tiene razón. Es increíble cuánto nos parecemos. Aunque tienes la boca de tu madre. ¿No te lo han dicho? Era la humana más hermosa que ha habido. Pero claro, eso ya te lo habrá contado Haze.
Jaron se mordió el labio y fingió estar muy interesado en ver si Nawar regresaba. La conversación le estaba poniendo muy nervioso. No le gustaba oírle hablar de Sarai con esa clama y esa sonrisa.
-Estás complicándolo todo tan innecesariamente... -Zealor siguió hablando en el mismo tono casual y tranquilo, como si de veras sólo fueran un tío y un sobrino que hace tiempo que no se veían-. Si te hubieras quedado en el castillo de Meanley, si yo hubiese llegado a ti antes... -suspiró-. Y ahora acabas de salvar a un traidor, secuestrar al Qiam y, posiblemente, asesinar a alguno de sus guardias.
-Haze no es un traidor -protestó Jaron, sintiendo que era un punto que debía dejar muy claro, aunque él mismo no supiera muy bein porqué.
-Veo que en dos semanas te has hecho una idea muy clara de su carácter.
Jaron desvió de nuevo la mirada hacia cualquier otro sitio para no tener que darle la razón: apenas conocía Haze.
Apenas conocía a nadie, de hecho.
Hacía una semana larga, el día que habían regresado junto con Nawar a la casa de Jaron Yahir, recordaba pensar precisamente eso: que Haze era un traidor, que no quería saber nada de él. Pero entonces su tío había arriesgado su vida por Nawar y le había tratado como si nada hubiera ocurrido entre ellos.
Y ese día había decidido confiar en él, esperar a que le contara su versión, que seguro que era diferente de la de Jaron. Y se había acostumbrado a pensar en él como en su tío, su familia, alguien a quien confiar y tal vez querer... Además, Mireah le quería. Y estaba seguro de que su amiga nunca querría a una mala persona, ¿no? En fin…
¿Qué estaba diciendo? Tampoco conocía tanto a Mireah, si se ponía a pensar en ello.
¿Y si la versión de Haze no era diferente de la de Jaron? ¿Y si era la único que había? ¿Qué sabía de ninguno de ellos, al fin y al cabo?
Quienes tenían respuestas a sus preguntas nunca habían querido darlas. Y ahora tenía frente a sí a alguien que conocía los hechos tan bien como sus hermanos. Pero… ¿podía fiarse de sus respuestas?
-Si te pido que me cuentes más cosas… ¿me dirás la verdad?
Zealor le miró con las cejas enarcadas.
-¿Y porqué debería contarte algo? No me habéis tratado muy bien que digamos. No creo deberte nada.
-Parecías muy interesado en contarme cosas –protestó.
-Porque tú no parecías muy interesado en escucharlas. Si ahora te interesa tendrás que darme algo a cambio. Sería lo justo, ¿no?
-No voy a decirte donde se esconden mis amigos -se apresuró en aclararle.
El Kiam rió.
-Ni yo voy a pedírtelo. Pero puedes hacer otra cosa por mi –dijo, poniéndose tan serio de repente que Jaron se sintió inquieto-. No quiero que mi cuerpo se pudra en el bosque. Cuando Ceorl regrese, por favor, intercede para que deje mi cadáver donde la gente pueda hallarlo.
-¿Cadáver? -La sola palabra provocó un escalofrío al muchacho.
-Bueno, está claro que tal y como están las cosas, no voy a llegar a ver otro amanecer… si es que veo este. Pero al menos me gustaría que mi gente me pudiera enterrar.
-¡Nadie va a matarte!
El adulto le sonrió.
-Eres aún muy inocente, muchacho. Ojalá el tiempo no te obligue a cambiar como nos obligó a nosotros -cambió de postura, como para ponerse más cómodo-. Está bien, creo que puedo confiar en ti. Te contaré lo que quieres saber. Despues de todo, no tengo nada que perder.

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