viernes, 18 de julio de 2008

Capítulo cuarto



Cuando después de buscar y rebuscar por todo el castillo Myreah no pudo dar con Jaron, la joven se encaminó a grandes zancadas hasta la sala en dónde su padre y sus hombres solían reunirse aún a sabiendas de que eso podía suponer su puesta en ridículo. Estaba preocupada por su amigo y algo le decía que su padre sabía dónde se encontraba.

Encontró al príncipe sentando en su silla forrada de piel de oso, acariciando a uno de sus grandes mastines. Su padre la miró con desdén al verla entrar, pero no dijo nada. Ningún comentario irónico. Ningún insulto.

-¿Querías algo, hija? –Le preguntó, casi solícito.

-¿Dónde está?

-¿Quién?

-Jaron, mi amigote.

-Oh, él. No lo he visto. Debe de haberse marchado.

-Mentira.

-¿Osas llamarme mentiroso, niña? –En ese punto los ojos de su padre brillaron. Estaba esperando un paso en falso por su parte.

-No, padre. Me confundí de palabra. Quise decir que lo encontraba improbable, pero si vos decís que debe de haberse marchado...

Su padre asintió, indulgente.

-Si eso es todo, niña, ve a encargarte de tus obligaciones.

Myreah bajó la cabeza y dejó a su padre solo de nuevo. No era que le creyese, pero no quería enfrentarse a él. Su padre se había portado demasiado amablemente. Debía averiguar qué era lo que su padre le ocultaba y debía averiguarlo cuanto antes.

El problema era, ¿cómo?

No tuvo que pensar demasiado en ello.

A la hora de comer una joven sirvienta se acercó hasta ella y le pidió si podía escucharla lejos de los hombres de su padre. La princesa, llena de curiosidad, accedió. Cuando estuvieron solas, la muchacha habló:

-Sé qué le ha ocurrido a vuestro amigo.

-Dilo pues –la joven, impaciente, tomó a la muchacha por los hombros.

-Vuestro padre lo mandó prender y lo encerró en los calabozos.

-¿Qué?

-Oh, Alteza. Lo vi todo. Lo encontró mirando el retrato y lo hizo prender. Debéis creerme.

Myreah cerró los ojos, tratando de pensar con claridad. El problema estaba en que creía a la sirvienta. Pero, ¿porqué? Mirar el retrato no era un delito tan grave, por repudiado que estuviese el nombre de Sarai. ¿Por qué temía que se hubiese aprovechado de ella? No, esa razón le parecía aún más absurda que la anterior. ¿Por qué? ¿Por qué razón iba su padre a querer encerrar a Jaron? ¡Por el amor de Dios, si era casi un niño!

-Por favor, Alteza, olvidaos de él. No podéis enfrentaros a vuestro padre.

-¿Qué me olvide? ¡No puedo hacer eso! Yo traje a ese muchacho a este castillo. No puedo permitir que le pase nada malo a mi invitado.

La sirvienta suspiró.

-Pues vais a necesitar un plan muy bueno si queréis sacarlo de allí.


Aquella noche Myreah se retiró pronto. Su intención no era dormir, por supuesto, pero le interesaba que su padre la creyese dormida poco después de cenar. Su plan era esperar a que su padre y sus hombres se emborracharan y cayeran, pero tuvo aún mucha más suerte. Su padre salió esa noche. La joven sirvienta que la pusiera al corriente de la situación de Jaron vino a avisarla de esto. ¡Bien! Sin su padre en la torre todo iba a ser mucho más fácil.

Con cuidado de no hacer excesivo ruido, la joven salió de sus aposentos y se dirigió hacia las mazmorras. La sirvienta iba unos cuantos escalones por delante de ella con un par de humeantes tazas de té. Su padre, en un exceso de confianza, había apostado tan sólo dos hombres en la puerta de la mazmorra. ¿Para qué más? Sólo había un prisionero allí, y era Jaron. ¿Quién iba a atacar para rescatar a un vagabundo que buscaba a su madre?

Myreah bajó veinte escalones desde la primera planta y se detuvo a escuchar, unos treinta escalones más abajo de esa tortuosa escalera de caracol la sirvienta se encontró con los dos guardias. Los oyó hablar con la muchacha, tirarle los tejos y decir un montón de obscenidades y sandeces. Iban tan borrachos como cabía esperar en un par de hombres de su padre. Eso iba a facilitar las cosas.

Al cabo de unos minutos la sirvienta subió, asintiendo al pasar junto a ella. El brebaje, fuese lo que fuese, había surtido efecto. La princesa se lo agradeció en silencio y seguidamente empezó a bajar. Encontró a los dos hombres totalmente dormidos. Las llaves de las celdas pendían del cinturón de uno de ellos. Una vez las tuvo en su haber, encaró las mazmorras y lo que vio la descorazonó. Eran mucho más amplias de lo que esperaba. ¿Cómo saber cual era la celda de Jaron? Sólo había una manera.

-Jaron, ¿dónde estás? ¿Jaron? –Susurró.

No hubo respuesta.

-Jaron. Jaaarooon –dijo, algo más alto.

Un silencio. Cuando la joven ya creía que nadie iba a contestar, una voz le llegó desde una celda cercana.

-Aquí. Aquí.

La joven vio una mano asomar por el enrejado ventanuco de una puerta. Corrió hacia allí y se asomó con rapidez.

-¡Tú no eres Jaron!

El hombre del interior de la celda la miró sorprendido desde sus extraños ojos claros.

-¿Cómo que no? Mi nombre es Jaron, Jaron Yahir.

-Bueno, pues no eres el Jaron que busco –y se volvió, dispuesta a irse.

-¡Espera, muchacha! –Myreah asomó la cabeza de nuevo-. ¿Hay otro Jaron aquí?

-Sí, y ahora haz el favor de no alborotar tanto o despertarás a los guardias.

-¿No irás a dejarme aquí? ¡No puedes hacerme eso!

-¿Cómo que no? Algo habrás hecho para acabar aquí encerrado, ¿no? No voy a ser yo quien te saque.

La mano de aquel hombre salió de la celda y la tomó por la manga cuando la joven intentó retirarse, haciéndole soltar un grito involuntario.

-Por favor, llevo tantos años aquí metido que casi no recuerdo lo que es ver el sol.

Myreah, repuesta del susto, miró al tipo a los ojos. Ya sabía que tenían de extraño, eran violeta. No parecía tener más de treinta años, pero su largo cabello castaño estaba surcado de hebras plateadas. Tal vez sí necesitaba salir de ahí, pero...

-Suéltame –la joven tiró de su manga, liberándose.

Oyó al hombre que decía llamarse Jaron suspirar, dándose por vencido.

-Si buscas al otro prisionero, al que han traído esta mañana, está en la última celda.

-Gracias.

La joven echó un último vistazo al hombre de la celda, que le sonrió tristemente. Luego se apresuró a llegar hasta la celda en la que, según Jaron Yahir, estaba su amigo. Cuando miró en su interior, lo vio. Estaba tendido en el suelo, hecho un ovillo, de espaldas a la puerta. Lo llamó varias veces y, al ver que no obtenía respuesta, abrió la celda. Le costó dar con la llave, pues le temblaban las manos y apenas veía nada en aquella penumbra, pero lo consiguió. Una vez la puerta estuvo abierta, la princesa corrió hasta Jaron y se arrodilló junto a él.

Pronto descubrió porqué no le había respondido: su amigo estaba inconsciente, posiblemente debido a una paliza. Eso arruinaba por completo su plan. Si Jaron no iba a poder huir por su propio pie iba a tener que sacarlo ella, pero no iba a poder hacerlo sola.

Se puso en pie y regresó junto al otro prisionero. Al verla acercarse, los ojos violeta del hombre resplandecieron.

-Te liberaré –le dijo-, pero con la condición de que me ayudes a sacar a mi amigo.

-Te ayudaría a sacar a todos los amigos que quisieras, muchacha.

La princesa asintió sin demasiado convencimiento, dando a entender al hombre que le bastaba eso. Luego abrió. La sonrisa de felicidad de Jaron Yahir era tan evidente que pronto Myreah olvidó todo su recelo.

-Le han dado una paliza –explicó.

-Oh, sí, creo que se lo llama “bienvenida calurosa” aquí abajo. Lo conozco.

-¿Lo hacen a menudo?

-¿A menudo? No, sólo cuando entra alguno nuevo. Hacía bastante tiempo que el príncipe de Meanley no invitaba a nadie a pasar unas cuantas noches en sus mazmorras.

Myreah miró al hombre sin atreverse a confesarle que ella era hija del príncipe. Su padre parecía haberlo tratado muy mal. La joven se limitó a caminar deprisa hasta Jaron, el otro Jaron, y a señalarlo con el dedo.

-Es éste.

El hombre se agachó junto al muchacho y lo tomó en brazos. No parecía un hombre excesivamente fuerte, pero Jaron pesaba tan poco que iba a ser fácil sacarlo de ahí.

-¿Y bien? ¿Por dónde? ¿O pensabas salir por la puerta principal?

La princesa guió al hombre hasta la pared del fondo. Allí, siguiendo las indicaciones de la sirvienta, buscó la piedra con una muesca en forma de U y la pulsó. Al instante se abrió la pared, con un crujido tan fuerte que Myreah temió que hubiese resonado por todo el castillo. Entonces se volvió hacia su imprevisto compañero, al que sorprendió arreglando el cabello de Jaron.

-¿Qué haces? -Le preguntó, suspicaz.

El hombre se encogió de hombros.

-Esperar a que des la orden.

La muchacha resopló. Ella no estaba dando órdenes.

-Sígueme.

Se introdujo en el oscuro túnel intentando recordar todas las indicaciones dadas por su sirvienta, el hermano de la cual había descubierto todos los rincones del castillo en sus años de niñez. Debía avanzar hasta dar con una bifurcación. La de la derecha daba a la cocina, así que debía tomar el camino de la izquierda. Entonces debía esperar al siguiente cruce de caminos, dónde debía tomar el del centro, más estrecho pero el único que daba al exterior.

Una vez salieron de los túneles, Jaron Yahir alzó sus ojos al estrellado cielo.

-¡Dioses! Sigue siendo tan hermoso como lo fue siempre.

Myreah clavó en él su mirada. Visto a la luz de la luna resultaba menos temible. Era un hombre enjuto y delgado, posiblemente debido a los años de encierro, pero había algo en su fino rostro de marcados pómulos que lo hacía terriblemente atractivo. La joven dejó que sus ojos se perdieran en Yahir hasta que, sorprendida, los abrió de par en par. Su larga melena castaña, sucia y enredada, no ocultaba del todo sus orejas, extrañamente largas y puntiagudas. Entonces comprendió el porqué de los ojos lilas, así como se dio cuenta de lo que acababa de hacer.

-¡Dios mío! Eres... ¡Eres un elfo! ¡He liberado a un elfo! –Myreah dio un par de pasos atrás.

Yahir se volvió sorprendido.

-¿No lo sabías?

-¡Claro que no! ¿Cómo iba a saberlo? ¡No existen los elfos! ¡Son sólo cuentos para asustar a los niños!

-Bueno, si te sirve de consuelo, vosotros tampoco existís para mi pueblo –el elfo sonrió.

-¿Qué quieres decir?

-Que entre los elfos son los humanos los seres devoradores de sangre que vienen en medio de la noche a llevarse a los niños desobedientes.

Myreah se sentía ahora avergonzada de haber reaccionado de un modo tan pueril. ¿Qué habría pensado Yahir de ella? Seguro que creía que era boba.

-Pero... si existís y no sois exactamente como se dice que sois... ¿por qué iba a querer mi padre tener un elfo en sus mazmorras?

El elfo la miró un momento, como calculando algo. Abrió la boca pero la volvió a cerrar enseguida. Cuando habló, la joven estaba más que convencida de que no iba a decirle toda la verdad.

-Tal vez es que tu padre cree todo lo que se dice sobre mi pueblo, princesa.

La joven gruñó, no le creía. Aún así sabía que no iba a poderle sacar nada en claro, lo había advertido en el modo en que sus ojos violeta habían perdido el brillo durante un segundo. Tendría que conformarse con eso.

-Bueno, hija del príncipe de Meanley, ¿puedo preguntar yo ahora? –La joven se encogió de hombros. No veía porqué no-. ¿Qué hace una muchacha como tú rescatando al prisionero de su padre en mitad de la noche?

Myreah tenía que reconocer que era una buena pregunta. La joven explicó lo mejor que supo todo lo sucedido mientras Jaron Yahir depositaba a su tocayo en el suelo con delicadez. El elfo se sentó a escuchar con total atención, convertido su rostro en una inexpresiva máscara.

-Así que lo que quería ver tu amigo era el retrato de Sarai...

-¿Tienes alguna idea de por qué mi padre lo encerró?

La sonrisa cínica de Yahir le informó de que sí, el elfo parecía haberse hecho al menos una pequeña idea.

-Ven, acércate –le indicó-. Mira esto.

Yahir retiró el cabello que cubría la oreja de Jaron. La joven dejó escapar una exclamación muy poco decorosa al darse cuenta de que las orejas de ambos Jaron tenían el mismo aspecto.

-¿Quieres decir que mi padre sabía que Jaron era un elfo? ¿Pero cómo? Yo pase mucho más tiempo con él y no me di cuenta.

-Bueno, princesa, tu padre, al contrario que tú, cree en los elfos. Y estoy convencido de que sabe reconocer a uno cuando lo ve, o cuando lo oye nombrar.

-Vaya –fue todo lo que Myreah pudo decir. Era demasiada información en un solo día. ¿Cómo iba a asimilar todo eso?

Entonces Jaron se movió. Un casi imperceptible quejido escapó de sus labios mientras el muchacho abría los ojos. Miró a la joven con mirada brumosa y sonrió aliviado. Myreah sintió el aliento de Yahir junto a su oreja al hablarle el elfo.

-No le hables de mí aún, princesa, espera a que se recupere.

Y esa sensación la turbó de tal modo que no pudo siquiera devolverle la sonrisa a Jaron antes de que el muchacho se volviera a desmayar.

3 comentarios:

Semi_Lau dijo...

¡Otro elfo!^^ ¿Tendrá relación con nuestro Jaron? Sea como sea parece que sabe cosas :)

Roser dijo...

Pues claro que tiene relacion con el otro elfo: es su padre! Aish! Qué poca intuiion tienen algunos!

Semi_Lau dijo...

Era una fuerte posibilidad, pero prefiero poner la preguntas abiertas y no chafar posibles tramas ;P