viernes, 10 de octubre de 2008

Capítulo decimoséptimo




La Casa Secreta sorprendió a Mireah.
Tal vez era que, como hija única (e hija del Príncipe, para más inri) nunca había tenido otros niños con los que jugar. O tal vez era que nunca había jugado “a las cabañas”, como lo había llamado Jaron. Fuera como fuera, cuando Haze y Nawar habían hablado de la Casa Secreta ella no había imaginado una pequeña cueva cubierta de zarzas y maleza, con una piedra fingiendo ser una mesa sin mucho talento y un montón de juguetes viejos desperdigados.
-Vaya, no éramos muy ordenados de pequeños –comentó Haze divertido, agachándose a recoger algunos de los juguetes, los ojos violeta llenos de nostalgia-. Aquí estabas, ¿eh? ¿Me has echado de menos? –Le dijo a un muñeco vestido de soldado al que dejo cuidadosamente sobre un saliente de la pared que hacía las veces de estantería.
El resto de juguetes fueron depositados un rincón con algo menos de ceremonia pero con el mismo cuidado entre exclamaciones y alguna que otra risa.
-Ya veréis cuando llegue Nawar… -Les dijo, poniéndose en pie, sacudiéndose el polvo de los pantalones-. En fin... Ahora debería haber algo más de espacio.
Mireah le devolvió la sonrisa algo incómoda.
Se sentía totalmente fuera de lugar ahí, en esa cueva llena de recuerdos infantiles en forma de juguetes y grabados en la pared. Era como estar mirando la vida de otro, invadiendo los recuerdos de alguien que no podía ser el mismo elfo cansado y delgado que los miraba como disculpándose por el desorden de hacía setenta años.
El silencio de su hermano y su sobrino no ayudaba a mitigar la situación.
Alania, que debía sentirse tan incómoda como ella, carraspeó.
-¿Y ahora? Habrá que hacer algo más que apelotonar los juguetes en un rincón, ¿no? Tendremos que decidir donde dormimos y donde cocinamos -La muchacha, enérgica como siempre, se agachó junto a los juguetes y empezó a rebuscar-. ¡Chicos! No hay ni un plato. ¿Dónde pensabais poner la comida Nawar y tú cuando os escapabais? ¿Sobre hojas de parra?
-Er… No sé. Nunca llegamos a enfrentarnos a ese problema –confesó Haze.
-Tal vez Nawar los traiga junto con las provisiones –aventuró Jaron.
-Sí, claro. Me juego lo que quieras a qué es en lo último que piensa –La muchacha se remangó-. Pues habrá que hacer algo con esa… mesa –concluyó con un mohín-. Jaron, ayúdame.
El muchacho, que observaba pensativo las paredes de la cueva, dio un respingo.
-Sí.
Y mientras Jaron y Alania, quien dirigía enérgicamente la operación, movían la “piedra-mesa”, colocándola en un lugar que estorbara menos, Haze la tomó del brazo.
-Alania tiene razón, harán falta más cosas de las que habíamos previsto. Bajaré al pueblo y…
-¿Al pueblo? –Jaron casi se atrapa un pie bajo la mesa al dejarla caer de golpe-. Pero, si te encuentra el kiam…
-No creo que me busque aquí precisamente. Además, se supone que estoy muerto, así que nadie va a reconocerme porque nadie esperará verme allí.
Mireah vio al muchacho fruncir el ceño y le entendió. A ella tampoco le hacía gracia que el elfo fuera solo, pero Haze no iba a permitir que Jaron se arriesgara. Y empezar una discusión no iba a servir de nada.
Bueno, no tenía porqué ir Jaron.
-Te acompaño –dijo finalmente la princesa.
-¿Qué? ¡No! –Haze se volvió hacia ella, pero la humana ya estaba echándose una capa sobre los hombros, cubriendo su cabeza.
-Estoy harta de estar escondida y de no servir para nada –viendo la cara de preocupación de Haze, le sonrió-. Además, lo llevas claro si crees que te voy a dejar solo para que flirtees por ahí con alguna belleza elfa.
Esto consiguió arrancar una resignada sonrisa del elfo.
-Esta bien, pero recuerda que harás lo que yo haga y pisarás…
-Donde yo pise –terminaron Jaron y Mireah por él en un eco de sus palabras la primera vez que habían pisado territorio élfico.
Otro mohín, esta vez más relajado, mientras Alania se reía sin disimulo alguno.
-Muy bien, listilla, ¿estás preparada?
-Sí, señor –y se caló la capucha sobre los ojos.
-¿Estaréis bien? –preguntó a su sobrino.
-Todo controlado, en serio.
Entonces se volvió hacia su hermano, que no se había movido del rincón de la pared en que se había recostado al entrar. Era difícil leer su expresión debido a las cicatrices de su rostro, por lo que el elfo probó suerte.
-¿Y tú? ¿Estarás bien? ¿Necesitas algo?
-¿Qué vuelvas a morirte? -respondió, malhumorado.
Haze esbozó una mueca entre cínica y triste.
-Lo tomaré como un no -se encogió de hombros como si no importara demasiado y, tomando a Mireah de la mano, se dirigió hacia el exterior- No hagáis nada estúpido mientras no estoy aquí –dijo, tal vez a su sobrino y a Alania, tal vez a su hermano.
Una vez en el exterior, sin soltar su mano, empezó a caminar en silencio.
La princesa esperó unos minutos antes de obligarlo a detenerse.
-Eh –Dijo, tirando de su brazo. Haze la miró, interrogativo-. Te has olvidado de preguntarle a alguien si estaría bien.
-Estaré bien –dijo sonriendo. Pero Mireah estaba empezando a aprender a interpretar sus sonrisas.
-No, no lo estarás mientras tu horrible hermano siga tratándote así.
Frunció el ceño ligeramente, desviando la mirada.
-Mi hermano no es horrible.
-Sí lo es. No le he oído una sola palabra amable desde que lo conozco. Ni a ti, ni a Jaron. Ni siquiera a Alania.
-Ha sufrido mucho –le justificó.
-¿Y tu no?
-No puede compararse –Haze le soltó la mano, continuando el camino-. Tú no le conoces. Jaron es… -suspiró-. Era joven, instruido, guapo, fuerte, valiente... Era… era bueno, noble, algo impetuoso y vehemente en todas sus decisiones. Estaba tan lleno de ideales... Tenía tantos amigos, tantos sueños… Tenía una esposa y un hijo en camino. Tenía una pequeña revolución cultural en marcha… Y sus hermanos, de quienes se encargó desde que nuestros padres murieron, le traicionaron y le arrancaron todo cuanto poseía y amaba. ¿Cómo te sentirías tú?
Mireah no supo qué contestar a eso. La verdad es que no había imaginado a Jaron Yahir de ningún modo que no fuera el elfo hosco de rostro deformado por el fuego que había conocido hacía tan solo tres días.
Pero no fue eso lo que le preocupó del discurso de Haze, si no el otro esqueleto en el armario. De nuevo, no negaba ninguna de las acusaciones que había sobre su persona.
-Trataría de hablar con mi hermano pequeño y averiguar qué le motivo a traicionarme, si es que realmente fue una traición –dijo finalmente, esperando hacerle hablar.
Pero no lo hizo. Sólo le sonrió de nuevo, esta vez agradecido, y, tomando otra vez su mano, la condujo por el bosque camino al pueblo.
-Anda, vamos, que al final nos va a anochecer y aún estaremos discutiendo por tonterías en el bosque.


Zealor llegó tarde y malhumorado a sus aposentos esa noche. Llevaba demasiados días cambiando de planes. Demasiados días durmiendo apenas lo imprescindible. Y aunque era un tipo gregario y sabía aceptar los sacrificios necesarios para su causa, no dejaba de ser molesto.
¡Ese imbécil de Haze!
Debería haberle matado hacía 67 años.
Zealor se deshizo de su casaca ceremonial con un gesto airado.
En realidad Haze no había sido más que un estorbo desde el día en que nació. Ahogarlo en la cuna es lo que debería haber hecho mientras no era más que una bola rosa y llorona.
No fue menos violento el gesto con el que se descalzó, descargando su frustración sobre sus botas.
Y ahora había tenido que cambiar de planes después de años de estudiada estrategia porque al imbécil no se le ocurría otra cosa que escaparse justo dos semanas antes del principio del fin.
Lo que más le molestaba del asunto era el ridículo que estaban haciendo. Para cuando sus hombres habían llegado al lugar donde sus compañeros habían sido derrotados, la cabaña ya estaba vacía.
El inútil de su hermano se le escapaba de nuevo, ayudado sin duda por Nawar Ceorl y por alguien más que aún no había podido adivinar. Había habido un luchador muy hábil y otro muy fuerte en la refriega y Haze no respondía a ninguna de las dos descripciones.
Se dejó caer sobre la cama, los ojos fijos en el techo, esperando que los suaves cojines ayudaran a calmar su ánimo. Pero era en vano,
La cabaña, esa cabaña en medio de la nada… ¿qué significaba? No podía dejar de darle vueltas a todo el asunto. A la cabaña, a Haze y al mocoso. Jaron, había dicho Meanley que se llamaba. ¿El hijo de Sarai? Muy posiblemente. El hijo de una humana y un elfo…
“Lo que está claro es que pertenece tu familia, elfo”
Decía Meanley que se le parecía. La idea arrancó por fin una sonrisa torcida de sus labios. Lo que Haze hubiera sentido al respecto bien valía la pena, al fin y al cabo. No significaba nada, por supuesto, y mucho menos cambiaba en lo más mínimo sus planes, pero era un giro interesante de los acontecimientos.
Unos nudillos en su puerta lo trajeron de vuelta a la realidad.
-Adelante -dijo, incorporándose.
Un soldado se cuadró al entrar.
-Los prisioneros están listos para el traslado.
Los prisioneros…
Casi se había olvidado del asunto. Hubiera preferido enviar al idiota de su hermano, pero los Ceorl iban a tener que servir.
Aunque, claro… uno de ellos era más que suficiente, ¿verdad?
El Qiam se puso en pie, ciñéndose una camisa y recogiendo su largo cabello negro con gesto pensativo.
-Enseguida estoy allí.
El soldado se cuadró de nuevo y salió, dejándolo solo.
Zealor se calzó de nuevo las botas y sonrió, recuperado su humor. Había tenido una iluminación. Una epifanía, por llamarlo de algún modo.
Iba a sacar a la rata de su agujero y esos vejestorios que habían tratado siempre a Haze como si fuera su dulce y tierno retoño iban a entregárselo en bandeja de plata sin siquiera proponérselo

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