domingo, 14 de febrero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo noveno




Jaron jugueteaba nervioso con la flauta entre los dedos. Hacía ya unos minutos que había llegado junto a la hoguera donde se sentaban sus compañeros habituales. Nadie le preguntó donde había estado, pero el muchacho no podía quitarse de encima la sensación de que todo el mundo sabía perfectamente lo que había estado haciendo. Así que había sacado la flauta para distraerse, pero eso no había hecho más que atraer aún más miradas sobre su persona.

Algunos de los chicos se acercaron para pedirle que tocara tal o cual canción, así que para hacerles callar se llevó la flauta a los labios y emepezó a tocar. De un modo inconsciente empezó a tocar la canción que una vez escuchara con Alania y Nawar hacía algunas semanas, aunque pareciera que hubieran pasado años. La canción era alegre y pegadiza y no le había costado esfuerzo aprender a tocarla. De hecho se había esforzado en poder aprenderla para su amiga elfa aunque luego nunca tubo oportunidad de enseñarselo.

No levantó la vista cuando alguien se sentó a su lado, pero sí dejó de tocar.

-No pares -dijo Miekel-. Es una canción muy bonita.

-Es de mi tierra -dijo, levantando por fin la vista.

El humano tenía una herida en el labio que aún sangraba y un morado en la mejilla, pero por lo demás parecía estar bien. No parecía enfadado con él o sorprendido por su respuesta. Ninguna de las dos cosas hizo que Jaron se sintiera mejor. Al contrario.

-Lo siento -le dijo.

-¿Por qué? -el joven se encogió de hombros-. ¿Que culpa tienes tú de que me haya caído?

El medioelfo pensó que le tomaba el pelo, pero pronto entendió que allí, rodeados de gente, no era el mejor sitio para discutir acerca de lo ocurrido.

-Aún así, lo siento. Déjame echarte una mano con eso. Tengo un unguento muy bueno en mis cosas.

Miekel asintió y le siguió hasta el rincón donde guardaba sus pocas pertenencias, lejos de la hoguera y los otros chicos. Rebuscó entre sus cosas y sacó un pañuelo, que ofreció al humano.

-No es verdad que tenga ningún unguento -admitió.

-Lo imaginaba -el novicio se llevó el pañuelo a la herida, haciendo presión-. Ya parará de sangrar.

-Ya- Jaron se removió, incómodo-. Lo siento.

-Ya lo has dicho.

-Pero antes hablaba de tu labio y ahora no.

-¿Y qué sientes, entonces?

-No me fiaba de ti y lo siento de veras.

-¿Ahora ya te fías? -Esperó a que Jaron asintiera-. Si llego a saber que todo lo que necesitaba era un par de puñetazos hubieramos ganado mucho tiempo.

-No es gracioso -protestó Jaron con un gruñido.

El humano puso los ojos en blanco con una sonrisa.

-Sí lo es, sólo que tú no tienes sentido del humor para apreciarlo -Cuando Miekel vio que eso no relajaba el ceño de Jaron levantó las manos en señal de rendición-. Esta bien. No es gracioso. ¿Ha servido de algo al menos?

¿Había servido de algo?

-Depende como lo mires -constestó después de pensarlo.

-¿No has descubierto nada sobre tu madre? -Preguntó con aire inocente el humano.

Jaron no sabía si era otra muestra de ese sentido del humor que él no compartía o parte de su merecido castigo. Miekel sabía perfectamente que no era eso lo que había ido a averiguar pero parecía que iba a jugar al juego de creerle mientras él no fuera sincero.

Así que Jaron fue sincero. Bueno, casi.

Le habló de las tierras elfas, de que las había encontrado, de que sabía que los elfos no eran como decía Meanley. No le habló de Zealor ni de Haze, y mucho menos de su padre. Aún no estaba preparado para hablar de eso, pero le habló del sistema de gobierno y le habló del Qiam, y de como éste llevaba siglos tramando con los príncipes de Meanley todo lo que estaba ocurriendo en las últimas semanas.

Luego le contó lo que había odío en la tienda de Jacob. Esa fue la parte fácil.

-Y ahora tengo que escapar de aquí y avisar a los elfos de lo que se les viene encima.

Miekel retiró el pañuelo de su mentón. Parecía que la herida no sangraba ya, aunque era dificil de decir. El humano parecía pensativo.

-Esto es más grave de lo que creía Rodwell -dijo finalmente-. Tendremos que escaparnos esta misma noche. No sabemos cuanto le queda al rey elfo. No podemos arriesgarnos.

-¿Escaparnos? ¿Desde cuando vienes?

-¡Oh, vamos! Pensé que ya confiabas en mí.

-No tiene nada que ver. En tierras élficas correrás peligro.

-Y tú corres peligro en tierras humanas -el humano chascó la lengua con gento de estar molesto por tener que discutir a esas alturas-. Dos personas tienen más posibilidad de éxito que una. Imagina que ocurre algo. Una caída, ¡lo que sea! Tendremos muchas más probabilidades si hacemos esto juntos.

Jaron lo pensó.

Por supuesto, lo que el humano decía tenía toda la lógica del mundo. Todos parecían tener siempre más sentido común que él. Y él nunca escuchaba. Estaba donde estaba por eso mismo. Por tener poco sentido común y no escuchar. Si quería salvar a alguien eso tenía que empezar a cambiar.

-Espero que al menos tengas un plan brillante -musitó a modo de aquiescencia.

Miekel sonrió, aunque eso sólo sirvió para reabrir su herida y provocarle un gesto de dolor.

-Esperaremos a que todo el mundo duerma y nos largaremos de aquí -dijo, llevandose el pañuelo a la boca.

-Más te vale que eso sea otro de tus chistes sin gracia -pero el muchacho no pudo evitar sonreír a su vez.

-Aparentemente no, pues te has reído -Miekel volvió a debatirse entre la risa y el dolor que esta le provocaba sin mucho éxito.

-¡Hablo en serio!

-Yo también. ¡Oh, vamos! Los planes más sencillos son los que mejor funcionan.

-¿Entonces qué? ¿Fingimos acostarnos y cuando nadie mire nos vamos? ¿Ese es tu gran plan?

-¿Qué? Es fácil de recordar.

Jaron empezaba a arrepentirse de haber confiado en el humano. Iba a ser una suerte si llegaban vivos a la linde del bosque.

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