lunes, 10 de enero de 2011
tercera parte, capítulo vigésimo octavo
Aunque el cielo estaba encapotado y gris, Faris sabía que el sol hacía rato que había salido. Los humanos habrían entrado en Leahpenn. Ya habrían entrado en la Nación. En su Nación, la que como Rey se suponía que tenía que proteger.
¡Maldito Zealor! ¿Cómo podía vender al pueblo que había jurado servir a los humanos? Siempre había tenido la certeza de que había algo oscuro en el alma del Qiam, pero... ¿una guerra con los humanos? Siempre creyó que su intentción seria manipularle, reinar en lugar del rey. Estaba preparado para afrontar eso. Sin embargo, si el medioelfo y la humana no mentían, las intenciones de Zealor iban mucho más allá. Superaba con creces sus peores temores.
Cabalgó intentando pensar en qué haría cuando llegara a Leahpenn y por fin viera al ejército humano, qué podría hacer para impedir que su pueblo fuera masacrado bajo las temibles armas de metal. ¿Era cierto que eran de metal? Debió de haberlo preguntado a la princesa. Tal vez sólo era una leyenda. ¿Y si no lo era? Si no lo era todas las almas se perderían, para siempre. Su propia alma se perdería para siempre si moría.
¿Habrían matado a Nawar los humanos con un arma de metal? ¿Le había enviado a morir así?
Apartó de sí esos funestos pensamientos que no ayudaban en nada. Debía pensar un plan. Debería haber ido a avisar a sus hombres. Ir a Leahpenn era un estupidez.
“Una soberana estúpidez”, pensó con una sonrisa torcida, lamentando que el que posiblemente fuera a ser su último chiste se perdiera sin que nadie pudiera oirlo.
Pero si no se presentaba en Leahpenn y sí lo hacía el Qiam iba a perder credibilidad delante de su pueblo y eso era precisamente el tipo de victoria que no iba a ofrecerle a Zealor Yahir.
A pocos Kilometros del pueblo vio a la lejos un grupo a caballo y azuzó su montura. Reconoció los uniformes de los hombres del Qiam, así como al jinete que iba a la cabeza. Era uno de los oficiales de mayor rango de Zealor y uno de sus hombres de confianza. No vio ningún miembro de la guardia real con ellos y eso le escamó.
-¡Alto en nombre del Rey! -les gritó, esperando que se detuvieran.
El capitán volvió la cabeza hacia él y alzó una mano, deteniendo a su tropa. Al menos parecía que le había reconocido.
-El Rey ha muerto -dijo sin embargo cuando el joven estuvo suficientemente cerca para escucharle.
-Lo sé perfectamente, Capitán -A Faris no le gustó la desfachatez del soldado ni su mirada condescendiente-. Y si no me equivoco eso me convierte en rey a mí.
-No hasta que el Qiam os haya coronado, “Alteza” -el Capitán fingió una inclinación mientras casi escupía el título-. De todos modos, estáis muy lejos de Palacio. Os vais a perder el Funeral Real.
El funeral real... Casi lo había olvidado. Pero Faris sospechaba que el funeral por su padre no iba a celebrarse nunca y ese soldado lo sabía. Sabía de los planes de su señor y por eso había dejado de fingir respetarle.
Faris decidió no dejarse amedrentar. Aparecer en Leahpenn con los soldados del Qiam podría reafirmar su figura frente a la de su Excelencia.
-¿Os dirigís a Leahpenn? -Preguntó, ignorando la provocación. El soldado frunció el ceño -¿Bien? Os he hecho una pregunta, Capitán. Tal vez no sea rey, pero soy vuestro Príncipe Heredero y más os vale responderla. ¿Os dirigís a Leahpenn?
-Así es, Alteza. Alguien dio la voz de alarma en la población y Su Excelencia nos ha enviado a investigar que hay de cierto.
Por supuesto.
-Os acompaño.
Faris esperaba una negativa, así que se sorprendió cuando, tras un silencio, el Capitan simplemente asintió.
-Como deseéis, Alteza. Pero cabalgaréis entre mis hombres. Estaréis más seguro.
Dos elfos se colocaron en cada uno de sus flancos. El capitán se situó en la vanguardia y el resto cerraron la retaguardia. De repente el príncipe se sintió poco cómodo con aquella situación, pero por el momento no podía hacer otra cosa que aceptar. Np había mucho tiempo que perder y no quería levantar más sospechas de las que ya habría despertado en una sola noche.
Así que cuando el Capitán se dio por satisfecho hizo un gesto con su mano y partieron al galope, cubriendo la poca distancia que los separaba de su objetivo.
Vieron las columnas de humo mucho antes de ver el pueblo. También oyeron los gritos y los cascos de caballo. Leahpenn ardía entre risotadas y bravuconadas humanas.
El Capitán dio la orden de detenerse para evaluar la situación y el príncipe se situó junto a él, olvidado el resquemor ante el horror que se abría frente a ellos. Era cierto que había recibido entrenamiento militar, pero nunca le interesó demasiado. Ellos eran apenas una docena y parecía haber al menos medio centenar de humanos cablagando por los restos de Leahpenn. Sus armas de metal refulgían a la luz de las llamas.
-Son demasiados.
-Eso parece -fue la calmada respuesta del militar.
-Deberíamos enviar a por refuerzos. Si nos enfrentamos a ellos será una masacre.
-No creo que nadie tenga que morir hoy.
Faris apartó la vista de las llamas y se volvió hacia el Capitán de la Guardia del Qiam. Hubiera querido preguntarle a qué se refería, pero de repente sintió un dolor lacerante en el costado y para cuando su mente le avisó, el puñal que le habían clavado ya había salido.
-Bueno, nadie excepto vos.
Y el elfo golpeó con la parte plana de su espada los cuartos traseros de la montura del Príncipe.
-¡Larga vida al rey! -gritó mientras el caballo, encabritado, empezaba a correr.
Faris apenas tuvo tiempo de agarrar las riendas mientras sentía como la sangre empapaba su jubón y su montura, agotada y enloquecida por el golpe y el fuego que se abría ante ellos, se negaba a obedecer.
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2 comentarios:
No vas a matar al príncipe.
¿VERDAD?
agh >o<
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