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domingo, 11 de abril de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo quinto





Cuando en mitad de la noche dos hombres de su avanzadilla vinieron a buscarle para mostrarle algo Jacob de Meanley supo que había llegado por fín el momento. Sin duda debía tratarse de la señal de la que hablara el elfo. Aún así cuando llegó al lugar donde sus hombres estaban apostados no vio nada.

-¿Qué es lo que se supone que debo ver?

-No hay nada que ver, Alteza.

-¿Entonces?

-Escuchad... -susurró uno de los soldados con reverencia.

Y así lo hizo. Todos guardaron silencio de un modo casi ceremonial y Jacob pudo oir las campanadas. Lejanas, sí, pero a la vez tan claras, tan ciertas...

-Bastardo pomposo -masculló Ishaack y Meanley supo que hablaba del Qiam.

Debía reconocer que sabía administrar sus golpes de efecto. No era de extrañar que quienes desconocían el origen de las mismas hubieran forjado mitos de magia y espectros. Campanadas en la noche. Una vez cada... ¿Cien?¿Doscientos año? ¿Cuanto vivían esos engendros?

Bueno. Estas eran las últimas campanadas de los elfos. De eso se iba a encargar él.

-¿Cuánto hace que suenan?

-Dos horas, señor.

Jacob de Meanley sonrió y volvió grupas.

-Estad listos para salir al alba -dijo a sus hombres-. Ya conocéis las órdenes. Dispersáos, que no os vean. Y en cuanto veáis un elfo guardad posiciones y traedme en seguida las nuevas.

Y él e Ishaack volvieron hacia el campamento, ansiosos por poner en fin en marcha el plan. Jacob de Meanley, el segundo, el nieto, iba a culminar por fin el plan de su abuelo. Se acabó ser príncipe en una minúscula provincia. Se acabó el vasallaje servil.

Jacob I, el conquistador.

Por fin llegaba el momento de hacer Historia.



Fin de la segunda parte

domingo, 21 de marzo de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo cuarto







-¡Dios mío!

-¿Crees que es la señal?

Jaron y Miekel se miraron mientras a su alrededor los pájaros, molestos por el ruido que llegaba de lejos, empezaban a piar furiosos en sus ramas. Las campanadas habían llegado inesperadamente mientras los dos jóvenes avanzaban a tientas por el bosque.

El plan de Miekel, por llamarlo de algún modo, había funcionado de un modo absurdamente fácl. El humano insistía en que ese era el truco en realidad, no complicar las cosas. Las cosas sencillas siempre funcionaban.

-¿Has comido alguna vez una tortilla que no estuviera buena? -Había añadido a modo de ejemplo.

Jaron creía más bien que había sido suerte, pero estaba demasiado feliz de dejar por fin el campamento como para discutirlo. Además, tenían un largo camino por delante y no había que malgastar aliento.

Habían avanzado durante un par o tres de horas en la dirección que Jaron creía recordar como correcta sin mucho convencimiento y a un ritmo más bien lento debido a la falta de luz, pero de algún modo las fantasmales campanadas resonando en medio de la noche confirmaron al medioelfo que la dirección era la adecuada.

-¿La señal? -Repitió el novicio, que miraba a su alrededor tratando de averiguar de donde provenía el estruendo-. ¿Insinuas que las campanadas vienen de tierras elfas?

-¿De donde si no? No hay más pueblos en muchos kilómetros.

Miekel se santiguó inmediatamente después de soltar una exclamación muy poco decorosa.

-Nunca había imaginado algo así. Es como si todo el bosque diera la voz de alarma.

-No todo el bosque. Todo el mundo.Para los elfos no hay nada más allá de estas tierras -Jaron cerró los ojos, intentando distinguir la dirección exacta de las campanadas-. Toda la Nación llora al rey -añadió finalmente, dándose por vencido. Era imposible mientras los pájaros no callaran-. Lo leí en un libro, pero ni se me había pasado por la cabeza que fuera algo así.

-¿Así que eso crees que significa? ¿El rey de los elfos ha muerto?

-Sí. Es la señal de la que hablaba Meanley, la que Zealor le dijo que reconocería cuando le llegara. ¡Mierda! -El muchacho golpeó el árbol maś cercano, descargando su frustración-. ¡Llego tarde! ¡Debería haberme escapado hace días!

-No hay porqué desesperar. Aún podemos llegar antes que el ejército.

-¿Y? Aunque logre encontrar a mis amigos a tiempo... Mi esperanza era que Nawar pudiera avisar al Rey, pero ahora éste ha muerto y hasta que el nuevo rey no sea coronado el Kiam tiene todo el poder.

-Oh. El kiam este del que hablas es el mismo que ha pactado con Meanely para que el ejército humano ataque, ¿verdad? -Miekel esperó a que Jaron asintiera, pero el joven estaba llegando a la misma conclusión que el medioelfo-. ¿Cuanto dura la ceremonia de coronación?

-El libro no lo especificaba, pero sí decía algo de los días de luto y de que el Kiam precisamente era quien oficiaba el cambio de monarca, al igual que el monarca era quien oficiaba el cambio de Kiam.

-Así que lo lógico es deducir que espera que el luto se rompa por culpa de la guerra para ser coronado rey cuando esta termine.

-Sólo que Meanley le matará, junto con todos los demás elfos.

-Eso si gana, ¿no?

Jaron no dijo nada, pero tenía serias dudas sobre las posibilidades de los elfos una vez empezara la confrontación. Sus armas de hueso y de madera contra las armas de metal de los humanos. Eso sin contar el terror de luchar creyendo que si mueres tu alma muere contigo. No. Los elfos tenían las de perder si los humanos les pillaban desprevenidos.

-Estamos perdiendo el tiempo -opinó.

Miekel suspiró. Posiblemente creía que estaba siendo pesimista y derrotista.

-Pues continuemos. Que el tiempo es oro -y con un gesto teatral le pidió que le mostrara el camino.

El medioelfo gruñó, pero empezó a andar. El ruido le confundía aún más que la oscuridad y la noche, por lo que deseó con todas sus fuerzas estar siguiendo el camino correcto. Ahora mismo era la única esperanza de la Nación. No podía permitirse perderse.



sábado, 13 de marzo de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo tercero




La torre ostentaba el honor de ser la más alta del castillo y también la más antigua. La llamaban Torre de la Campana o Torre del Rey Muerto, pues una campana era lo único que guardaba en su interior y anunciar la muerte del rey la única función de esa campana.

Hacía más de siglo y medio desde la última vez que sonara. Casi dos siglos, de hecho. El Rey había llegado joven al poder y había vivido una vida larga y buena. Casi dos siglos desde la última vez que sonara la campana y aún así todos estaban preparados para cuando eso sucediera.

Tras las tres primeras campanadas desde la Torre del Rey Muerto otras campanas se le unieron. El sonido rompía la noche con facilidad y poco a poco más campanas fueron añadidas a su triste repicar.

El sonido viajó a lo largo de todo el reino, esparciéndose, contagiándose. Horas después de esas tres primeras campanadas todas las campanas del reino repicaban al unísono y el estruendo terrible y ominoso que anunciaba la muerte del buen monarca podía oírse, según decían, a kilómetros de distancia.

Todos los elfos del reino fueron despertados por las negras campanadas. Poco a poco, las plazas de los pueblos fueron llenándose de muestras de luto y condolencia y todo la Nación se preparó para aceptar la noticia de que su buen Rey había muerto.


Mireah tardó en reconocer qué era ese sonido que se introdujo en su sueño hasta despertarla. Como siempre desde que huyera de casa de su padre, abrió los ojos desorientada y confusa y tardó aún unos segundos en recordar que, para variar, dormía sobre una manta en medio del bosque.

Se sentó, preguntándose que hora sería y porqué se había despertado cuando reparó en el sonido. Era un tañido. No. No uno. Eran cientos de tañidos. Graves y constantes. Lejanos. Parecían provenir de todas partes y aún así…

Un extraño nudo se le agarró al estómago y pensó en despertar a Nawar, pero no hizo falta. Nerviosos por el estruendo que rompía su rutina, un grupo de pájaros alzo en vuelo entre graznidos, amplificando con sus voces la ominosa cacofonía.

El elfo, que parecía ser de los que podía dormir durante un terremoto, se despertó con un respingo, llevándose instintivamente la mano a la espada mientras miraba a su alrededor.

-¿Qué…?

El también tardó un momento en situarse y descubrir el origen de su sobresalto. Cuando lo hizo su rostro cambió. Por primera vez desde que le conociera todo atisbo de confianza desapareció de su mirada siendo substituido por un inmenso pesar.

-Oh… no…

-¿Qué pasa? –Mireah temió instintivamente lo peor-. Son las campanas, ¿verdad? ¿Qué significan?

-El Rey… Ha muerto –aspiró profundamente un par de veces como tratando de asegurarse de que era real. Luego, con su agilidad característica, se puso en pie y empezó a recoger sus cosas.

-¿Qué haces?

Mireah empezó a recoger a su vez, contagiada por su prisa.

-Debo volver con mi señor.

-¿Qué? ¡No! Tenemos que encontrar a Jaron, ¿recuerdas?

-¿Por qué? Jaron se fue porque le dio la gana. Es un niñato egoista y malcriado que no se merece vuestra preocupación ni la de su Alteza –metió de malos modos su manta sin doblar en el petate-. Mi rey ha muerto y mi lugar está junto a mi señor.

-No creo que eso sea… -trató de razonar la princesa.

-¡No gastes saliva! -la interrumpió el elfo-. No tienes ni la menor idea de los días que le esperan a Faris y si crees que voy a darle la espalda a mi señor por un Yahir...

-¡Nawar Ceorl! -Esta vez fue al princesa quien le cortó, harta de la actitud altiva y desdeñosa del elfo.- ¿Quién te crees que eres? Recibiste una orden directa de tu príncipe y señor y creo que le haces un flaco favor desobedeciéndole en el mismo momento en que deja se ser tu príncipe para convertirse en tu rey –la princesa suavizó su expresión-. ¿No crees que merece saber que puede confiar en ti sean cuales sean las circunstancias?

Nawar la miró fijamente durante unos segundos, en pie frente a ella, petate al hombro. Mireah tuvo la sensación de que el elfo iba a abandonarla en medio del bosque dijera lo que dijera, tal era la seriedad reflejada en sus ojos marrones.

El ambiente se tensó de tal modo en esos segundos que cuando el joven dejó caer el petate contra el suelo con rabia la humana no pudo contener un grito.

Nawar dio entonces una patada al fardo y se dejó caer sobre la hierba, los brazos cruzados sobre el pecho, quedando sentado frente a ella. Mireah le sostuvo la mirada pero pronto se rindió ante su obstinado silencio.

-Nawar, yo…

-¡Cállate, demonios! Tienes razón, ¿vale? Tienes razón y encima has sonado tal y como lo haría Faris si se me ocurre volver sin el mocoso –otra patada al fardo, esta más complicada al estar sentado-. ¡Mierda! Ya es suficientemente malo que tengas razón, encima no intentes endulzarlo con palabritas amables.

Aunque no era su intención meter más el dedo en la llaga, Mireah no pudo evitar la carcajada.

-¡Perdón! ¡Perdón! Pero es que… -trató sin éxito de aguantarse la risa-. ¡Tendrías que verte!

Nawar intentó a todas luces asesinarla con la mirada, nada feliz con la idea de que su justa indignación pudiera parecer graciosa, pero al ver que no funcionaba le lanzó el petate, que Mireah esquivó con facilidad.

-¡No tiene gracia!

-¡Sí la tiene! Oh, vamos… -Gateó hasta él y le puso una mano en el hombro-. ¿Sabes cuanto hacía que nada me hacía reír así?

El mohín de Nawar le indicó que sí lo sabía, o que al menos lo imaginaba. El joven relajó los hombros y el ceño y puso una mano sobre la de ella.

-Encontraremos a Jaron, Princesa.

Mireah asintió, agradecida.

-Siento lo de tu rey –le dijo.

-Fue un gran rey.

-Eso dijo Dhan.

Y se quedaron de nuevo en silencio, sentados en la oscuridad. Sólo las campanadas a lo lejos parecían tener vida aunque anunciaran muerte.

Finalmente Nawar se revolvió y, como el culo de mal asiento que era, se puso en pie de nuevo.

-Podríamos continuar –sugirió-. No serviría de nada intentar dormir con este ruido.

-¿Y caminar a oscuras servirá de algo?

-¿Por favor?

La súplica de Nawar, tal vez por lo inusual, tuvo el efecto esperado. Con un suspiro la humana se puso en pie y recogió su fardo, pasándole el suyo a Nawar.

-Anda, vamos. Siempre será mejor que tenerte refunfuñando durante horas.

-Yo no refunfuño.

-¡Claro que no! Ni tus orejas acaban en punta.



lunes, 8 de marzo de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo segundo






Alania despertó cuando alguien tiró de su brazo, obligándola a ponerse en pie y a salir de su escondite en el hueco de detrás de una estatua. El patio estaba totalmente a oscuras excepto por un par de antorchas al otro lado del mismo y adormilada como estaba le costó darse cuenta de que quien tiraba de ella era un guardia. Un guardia que la empujaba hacia un compañero, que se apresuró en sujetarla por los dos brazos.

-¡Mira qué tenemos aquí!

-¡Ei! -Alania trató de revolverse y soltarse. Se había dormido. Se había quedado dormida como una tonta y ahora iba a acabar en un calabozo lleno de delincuentes sin ninguna posibilidad de encontrar a Jaron o a su padre.

-Quieto -el guardia que la había sacado de su escondite se llevó la mano al cinto, donde reposaba su espada.

Alania obedeció de inmediato.

-No he hecho nada -protestó cuando empezaban a llevársela.

-Eso lo determinaremos nosotros, chaval. ¿Qué hacías ahí escondido? ¿No sabes que les pasa a los intrusos que no respetan el cierre de las puertas?

-¡Me he dormido! Vine a traer unas mercancías y me he dormido.

-He oído excusas mejores. ¿Qué esperabas? ¿Robar algo de las cocinas? ¿O era algo más?

-¡No! -La muchacha trató de soltarse de nuevo a pesar de las amenazas-. ¡No es eso!

-No, claro -el tipo que la sujetaba rió-. Todos los tipos que he pillado a lo largo de mi vida eran honestos, ¿verdad?

-De pies a cabeza -el elfo hosco le dio un empujón y de no ser por el guardia que la sujetaba la muchacha hubiera perdido el equilibrio.

-¡Eh!

-Déjate de quejas y camina.

Otro empujón, este por parte de su captor. No había escapatoria. Estaba perdida y lo peor era que no podía decir al verdad porque podía poner a sus amigos en peligro. Y a ella misma. El Qiam la buscaba por traición a la corona. ¿Y si alguno de los guardias había visto los grabados y la reconocía? No quería tener que volver a hablar con Zealor Yahir. La mirada del Qiam le daba aún más miedo que la idea de acabar en una celda.

Necesitaba pensar algo, algo bueno de verdad. Necesitaba...

El guardia que la sujetaba se detuvo, obligándola a pararse en seco. Junto a ellos, su compañero se cuadró. Alania levantó la mirada de sus pies para encontrarse frente a frente con un joven rubio de mirada seria que les bloqueaba el paso.

-¿Qué es este jaleo a estas horas? -Preguntó el joven, malhumorado. Tenía cara de estar muy cansado, o eso le pareció a Alania.

-Hemos pillado a un ratero, señor -el guardia la obligó a dar un paso adelante.

-No he robado nada -protestó.

-Porque te hemos pillado antes -argumentó el guardia hosco.

-Si hubiese querido robar algo no me habría dormido -¿Es que ningún adulto iba a usar la lógica?

-¡Basta! -el joven rubio se pellizcó el puesnte de la nariz con una mano mientras con la otra indicaba a los guardias que no hablaran-. ¿Donde lo habéis encontrado?

-Escondido en el patio, señor.

-¿Dormido?

El guardia gruñó.

-Sí, dormido.

-¿Qué hacías allí?

-Yo... -La pregunta directa pilló a la muchacha por sorpresa.

-¡Y bien?

-Me habái dormido.

-Hasta ahí habíamos llegado -había un deje de impaciencia en su voz.

-Vine a traer unas mercancías esta tarde y me senté a descansar. Debí quedarme dormido. No pretendía quedarme después de que cerraran las puertas.

El joven alzó una ceja escéptico. Aún así pareció decidir que no era peligrosa, pues esbozó algo parecido a una sonrisa.

-Soltadle.

-Pero...

-Si es un ratero es el peor ratero de la historia y no creo que corramos ningún peligro -esperó a que el guardia obedeciera antes de volver a hablar-. ¿Como te llamas, chico?

-Jaron, señor -volvió a mentir.

El serio ceño del joven se frunció un momento, pero Alania realmente no se dio cuenta hasta más tarde.

-¿Sabes en qué lío podías haberte metido? -Le preguntó.

“Tu eres el que no sabe en qué follón me podía haber metido”, pensó.

-Sí, señor -repondió sin embargo.

-Bien -luego se volvió hacia los guardas-. Hoy no es una noche para la sospecha y las acusaciones sin fundamento, señores. Al contrario. Hoy es una noche para el perdón y la buena voluntad, ¿no os parece?

Los dos guardias asintieron sin mucho convencimiento.

-Aún así, señor...

-Volved a vuestro deber -el joven ignoró la protesta del guardia hosco- y seguid ejecutándolo con el mismo celo y diligencia. Yo me encargaré de que esta noche Jaron duerma en un lugar más cómodo que el patio y que mañana deje el castillo con la primera luz.

-Pero, Alteza...

¿Alteza? Alania miró con renovada reverencia al elfo que ya la había agarrado del brazo con más fuerza que gentileza. ¿Alteza? ¿Ese joven era el Príncipe Faris?

-Es una orden, señores, y no la repetiré.

De mala gana, pues estaba bastante claro que no estaban de acuerdo con la decisión del príncipe, ambos hombres se cuadraron y, después de saludar, se dieron la vuelta y deshicieron el camino andado para regresar al patio. El príncipe, por su parte, le dio un pequeño tirón para reclamar su atención.

-Sígueme.

Claro que hubiera sido dificil no seguirle dado que la tenía bien agarrada del brazo y la obligaba a caminar a grandes zancadas como estaba haciendo él.

Finalmente, tras doblar un par de esquinas en la penumbra, el príncipe abrió una puerta y se introdujo en ella. Era una sala grande y espaciosa, con bancos a ambos lados y una mesa con su respectiva silla al fondo. La poca luz que había entraba por tres grandes ventanales tan altos como la pared, pero era suficiente para que Alania imaginara la magnificencia del lugar a plena luz del día. Aún así, no parecía un luga rmuy cómodo para dormir.

-¿Qué estas haciendo aquí? -preguntó de repente Faris, obligándola a tomar asiento en uno de los bancos.

-¿Qué?

-Envié a Nawar a buscarte. ¡Se suponía que habías regresado a tu casa!

-¿Conocéis a Nawar? -Alania se llevó las manos al pecho-. ¡Vos sois su contacto! Pensé que era el rey. No os ofendáis, pero mi padre no habla muy bien de vos.

-¿De qué estás hablando? ¿Tu padre... ? -El joven le quitó la gorra y, tras mirarla fijamente unos segundos, se dejó caer en un banco a su vez-. Esto es de locos. ¿Eres la hija de Hund?

-Me llamo Alania -le recordó.

-No, no, no, no -el joven se llevó las manos a la cara y se masajeó las sienes-. ¿Se puede saber qué haces aquí vestida de muchacho y usando el nombre del medioelfo?

-Bueno, cuando llegué a Fasqaid ya no había nadie y se me ocurrió que, dado que Nawar tenía contactos importantes... ¡Un momento! ¿Me habéis confundido con Jaron? Eso quiere decir que no le conocéis... ¿Qué es eso de que ha vuelto a su casa? ¿Por qué?

-¿Como quieres que lo sepa? -El joven chascó al lengua, poniéndose en pie-. En fin. Hoy ha sido un día muy largo y extraño. Vamos a buscarte dónde dormir y mañana te llevaré a un lugar donde puedas reunirte con tu...

La primera campanada interrumpió al príncipe. La segunda le hizo palidecer y la tercera dobló sus rodillas., sentándolo de nuevo en el baco del que acabab de levantarse.

-No... -masculló mientras las campanadas proseguían y crecían en intensidad-. Se suponía que tenían que avisarme... que...

Las campanadas empezaron a multiplicarse meintras más y más campanas empezaban a sonar a la vez. Alania era demasiado joven para haber sido testigo de ese fenómeno, pero le habían hablado de ello en clase. Esas campanadas sólo podían significar uan cosa.

-El rey ha muerto... -susurró con un nudo en a garganta, pues el príncipe había escondido la cabeza entre las manos y parecía a punto de echarse a llorar.

Incómoda, la muchacha trató de consolar al joven poniéndole una mano en el hombro. Faris reaccionó con un respingo y mirándola como si la viera por primera vez. Con un gesto rápido se secó los ojos.

-Lo primero es lo primero -dijo, pasando una mano por su corto cabello rubio-. Tengo que llevarte a algún lugar seguro.

-Puedo esconderme aquí -se ofreció Alania, consciente de que posiblemente ese no era el lugar donde debía estar el príncipe.

Eso arrancó una sonrisa torcida al joven.

-¿En la sala del consejo? Créeme, esta va a ser la sala más concurrida del castillo en menos de una hora.

domingo, 28 de febrero de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo primero





Alania se detuvo cuando a través de las calles pudo ver por fin el Castillo. Había llegado esa misma tarde a la Capital. No estaba allí desde que era una niña de no más de cuarenta años y la encontró más ajetrada y concurrida que entonces, más crispada, como si todo el mundo estuviese más nervioso.

El carretero que la había llevado hasta allí desde el último pueblo en que había dormido le había dicho que había rumores acerca de que la enfermedad del rey había empeorado y de que los traidores seguían sueltos, esperando poder volver a atentar contra el Qiam o incluso contra la corona. La muchacha sabía que todo eso eran una sarta de mentiras, al menos en lo que concernía a los traidores y sus intenciones, pero se había mostrado sorprendida, preocupada y dispuesta a dar a esos malditos su merecido si se los cruzara, como hubiera hecho cualquiera de los bravucones de su escuela. No era cuestión de llamar la atención, no cuando estaba tan cerca.

Sin embargo se detuvo a pocos metros de su destino cuando vislumbró la majestuosa figura del castillo al fondo de las callejuelas sin saber muy bien porqué. Ahí estaba, en lo alto de la colina. Desde sus torres se veía todo el valle, le había dicho su padre una vez, y sólo había un camino para llegar hasta el portalón de entrada. De pequeña le habían fascinado los hermosos estandartes y banderolas que ondeaban al viento, las vidrieras de colores y las hermosas figuras aladas que coronaban las más altas torretas. Ahora, aunque el castillo seguía pareciendole tan magnífico como entonces, se dio cuenta de lo insignificante que la hacía sentir. Era todo tan grande y tan inabarcable desde donde ella estaba... ¿Y pretendía entrar allí y ver al rey? ¿Cómo? ¿Con qué pretexto?

Niña tonta.

No podía arriesgarse a nombrar a Nawar y que el Qiam o alguno de sus hombres lo oyeran, ¿verdad? No, porque entonces la capturarían y la usarían en alguna trampa contra sus amigos. O peor. El Qiam querría saber porqué estaba en la capital y deduciría la conexión entre Nawar y el rey como había hecho ella.

Tonta. Tonta. Tonta.

Nawar tendría un plan. Su padre tendría un plan. Hasta el imbécil de Jaron Yahir tendría uno a estas alturas si estuviera en su lugar. Pero no ella. Su estúpido plan había consistido en ir al Castillo y hablar con el Rey.

Nerviosa, dio una vuelta a la manzana. Iba a tener que al menos sortear las puertas, eso estaba claro. Así que se situó en algún lugar desde donde pudiera observar la idas y venidas de la gente. Estaba oscureciendo y parecía que había más gente saliendo que entrando, pero algunos carros empezaban a subir la cuesta en ese momento, así como algunas personas a pie. Vio a una muchacha de aproximadamente su edad que se dirigía hacia allí cargadas con cesto de apariencia pesada y se le ocurrió algo.

Corrió hacia ella y la alcanzó cuando la chicha cambiaba el cesto de mano.

-Déjame que te ayude con eso -le dijo con voz grave y una sonrisa-. Parece pesado.

La muchacha mostró sorpresa y se sonrojó.

-Oh, no es necesario.

-Insisto -y adoptó una pose que pretendía ser chulesca y caballeresca a la vez. Había visto a algunos hombres intentar esas galanterías con su madre y siempre parecían algo tontos.

La chica pareció picar, o tal vez, como solía decir su madre, decidió que si era tan tonto como para ofrecerse merecía cargar con el peso. Fuera como fuese, asintió, aún sonrojada, y le dejó coger el cesto.

Pesaba tanto como parecía y la chica sonrió divertida al oirla quejarse.

-¿Quieres que lo llevemos entre los dos?

-No, no... No es nada -y Alania empezó a caminar con el pesado cesto para demostrarle que todo estaba controlado.

Ella rió y pareció relajarse. Tal vez le pareció adorable. O tal vez pensó que un muchacho así tenía que ser inofensivo. Fuera como fuese, empezó a caminar a su lado.

-Voy al castillo -le informó, indicando el camino con la mano.

-¡Qué bien! Yo también.

-¿Ah, sí?

-Mi padre va en ese carro de ahí adelante, pero yo me he rezagado -mintió.

-¿Y eso?

-¿Me creerías si te dijera que esperaba a que pasara alguna chica bonita a la que poder ayudar?

Alania hubiera dejado a cualquier chico que le soltara algo así hablando solo a la primera de cambio, pero ella sólo rió.

-¿Y qué ha pasado? ¿No había ninguna chica bonita y al final me has ayudado a mi? -quiso saber con un pestañeo.

Oh, vaya. Ese tipo de chica. Odiaba las chicas que forzaban a la gente a decir lo bonitas que eran con falsa modestia.

-Bueno, yo hubiera jurado que eras bonita -a pesar de ello interpretó su papel, aunque con pocas ganas. El cesto empezaba a pesar como un muerto.

Con un gruñido lo cambió de mano y esta vez ella ya no se ofreció a cargarlo entre los dos.

-¿Cómo te llamas? -Quiso saber la muchacha.

-Jaron.

-Yo me llamo Thamina.

“No te lo he preguntado”, pensó amargamente mientras se acercaban a las puertas.

Los guardias la saludaron con efusividad, lo que dio a entender a Alania que la tal Thamina era bastante popular en el castillo.

-¿Un amigo?

-Sí, y más caballeroso que vosotros -respondió ella burlona antes de explicarles que era hijo del mercader que acababa de pasar.

Alania bajó la cabeza y aceleró el paso al recibir las miradas hoscas de los guardias, que hicieron comentarios acerca de que parecía ir a desfallecer por el esfuerzo de un momento a otro, cosa que era verdad. Como tuviera que caminar con eso muchos metros más se le iba a caer todo por el suelo.

-No les hagas caso. Son unos bravucones celosos -le animó Thamina, cogiéndole el cesto de las manos-. Aunque más me valdrá correr hacia las cocinas antes de que la jefa me vea con un desconocido. A ella sí que hay que temerla -la muchacha le besó la mejilla-. Muchas gracias por todo.

-A disponer, mi señora.

-Si estás mañana a la misma hora quizás puedas volver a ayudarme -y tras acariciar su mano coquetamente se fue a toda prisa hacia una pequeña puerta tras la que Alania dedujo que se encontraban las cocinas.

Allí se volvió una última vez para despedirse y finalmente desapareció de su vista. Alania se sintió un poco mal por ella. Iba a estar muy decepcionada cuando no volviera a aparecer.

En fin...

Con las manos en los bolsillos, la muchacha se dirigió hacia la zona donde habían aparcado los carros. La mentira de que era hijo de uno de los conductores había colado una vez así que no veía porque no iba a volver a funcionar de ser necesario.

En cuanto encontrara un buen rincón se escondería y pensaría cómo continuar desde allí. Al fin y al cabo, ya estaba en el castillo y no había resultado tan difícil.

Seguro que se le ocurría algo antes de que el sol se acabar de poner.


lunes, 22 de febrero de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo





Bas'il finalmente la habia convencido para que se quedara en su casa mientras él salía a buscar a Alania.

-Llévate este pañuelo -le dijo al elfo antes de que este partiera-. Así Alania sabrá que vas de mi parte.

Y el señor de Dheireadh había partido hacia el malogrado Fasqaid, donde Laila esperaba que pudiera encontrar a su hija. Lo esperaba con todas sus fuerzas, porque si no estaba allí... ¡No! No iba a pensar en ello, pues de lo contrario se iba a volver loca encerrada en cuatro paredes, escondida incluso del servicio por miedo a que alguien la pudiera delatar.

Hacía tan solo unas horas que Bas'il había salido y la elfa sabía perfectamente que aún a caballo iba a tardar al menos un día y medio en ir a Fasqaid y volver, así que trató de encontrar con qué entretenerse entre los libros de la biblioteca. Nunca había sido muy aficionada a la lectura. Era una mujer muy activa y sentarse a leer le había parecido siempre un lujo digno de aquellos que no tienen nada mejor que hacer. Pero en aquel momento cualquier cosa era mejor que pasearse arriba y abajo de la sala mordiéndose las uñas.

Seleccionó un grueso volumen de historia de la Nación y se sentó en una de las mesas a ojearlo. No llevaba muchas páginas cuando alguien llamó a la puerta principal.

Dio un respingo, corriendo hacia la ventana para ver si podía ver quien era. Era demasiado pronto para que fuera Bas'il, pero aún así no pudo evitar que todas las peores posibilidades pasaran por su cabeza. O tal vez no era Bas'il volviendo demasiado pronto porque ya no había nada que hacer. Tal vez eran los hombres del Qiam porque el señor de Dheireadh la habia vendido en cuanto había tenido ocasión.

Desde la ventana no podía ver nada y eso sólo empeoraba sus nervios, así que se acercó a la puerta y la entreabrió para poder escuchar la conversacíón que se desarrollaba en el piso inferior.

El ángulo no era muy bueno, pero aún así pudo ver a uno de lso criados mientras abrí la puerta a dos elfos encapuchados.

-¿En qué puedo ayudarles?

-Buscamos al señor de la casa -dijo uno de ellos, el más bajito.

-Lamento comunicarles que el señor ha salido y no se encuentra en casa en este momento.

-¿Podemos esperarle dentro? -Quiso saber el otro elfo, el más alto.

El corazón de laila dio un vuelco cuando reconoció la voz.

El criado empezó a decir algo acerca de que el señor no iba a pasar la noche en casa y había dado instrucciones acerca de no recibir a nadie en su ausencia, pero ella ya no escuchaba. Ignorando toda precaución se acercó a la barandilla de la escalera, donde se agarró tan fuerte que los nudillos se le quedaron blancos.

El elfo corpulento que se estaba disculpando con una inclinación sólo podía se él.

-¿Dhan?

Su marido alzó los azulísimos ojos hacia ella y su ceño fruncido dio paso a un gesto de sorpresa.

-¿Laila? ¿Qué...?

La elfa no respondió. Se limitó a bajar las escaleras corriendo y a abrazarse a él. Había creído que nunca más iba a volver a verle y ahora le tenía allí, de carne y hueso, sano y salvo. Él la abrazó a su vez como hacía años que no la abrazaba y luego con gentileza se apartó de ella para verla mejor, la incredulidad aún pintada en el rostro.

-¿Qué estás haciendo aquí?

-Buscarte -fue todo lo que pudo responder.

La abrazó de nuevo, esta vez con más suavidad.

-Tenías que quedarte en casa -dijo con cierta tristeza-. Teníais que estar a salvo.

-Tenía que estar contigo -esta vez fue ella la que se apartó y le miró a los ojos con seriedad-. Tenía que preguntarte, que entender.

-Alania te lo contó todo -dedujo.

-Lo que sabía, sí.

El criado les había dejado entrar a regañadientes y les miraba sin saber muy bien qué hacer. Laila sabía que nadie del servicio se sentía cómodo desde que Jaron y ella habían llegado y ahora ella iba a introducir a dos desconocidos mientras el señor no estaba en casa.

No le importaba lo que pudieran pensar. Dhan estaba con ella y no iba a perderle de vista nunca más.

-Los señores subirán conmigo a la biblioteca. Sube cena para tres -dio la orden como quien tiene todo el derecho del mundo a darla, pues había aprendido hacía tiempo que fingir estar en control era bastante parecido a estarlo.

El criado asintió con gesto ofendido y se retiró mientras ella conducía a un anonadado Dhan y a su acompañante a la biblioteca. Supuso que sería el tal Nawar del que hablara Alania, pues era muy mayor para ser el muchacho medioelfo.

-Tienes que contarme muchas cosas -le dijo su marido en un susurro, rozando su mano como cuando eran prometidos.

-No creo que sea yo quien tiene más cosas que contar -le dijo y él sonrió pesaroso como respuesta.

Descubrir que no amaba a otra había supuesto un gran alivio para su alma, pero a pesar de ello Dhan iba a tener que darle respuestas muy buenas para que ella le pudiera perdonar. Por mucho que le amara no pensaba olvidarse tan facilmente de que lo habían perdido todo porque él había escogido a Jaron Yahir por encima de su propia familia.

Tenían toda la noche para hablar. Hasta que Bas'il regresara con su pequeña y pudieran pensar en el siguiente paso a dar.


domingo, 14 de febrero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo noveno




Jaron jugueteaba nervioso con la flauta entre los dedos. Hacía ya unos minutos que había llegado junto a la hoguera donde se sentaban sus compañeros habituales. Nadie le preguntó donde había estado, pero el muchacho no podía quitarse de encima la sensación de que todo el mundo sabía perfectamente lo que había estado haciendo. Así que había sacado la flauta para distraerse, pero eso no había hecho más que atraer aún más miradas sobre su persona.

Algunos de los chicos se acercaron para pedirle que tocara tal o cual canción, así que para hacerles callar se llevó la flauta a los labios y emepezó a tocar. De un modo inconsciente empezó a tocar la canción que una vez escuchara con Alania y Nawar hacía algunas semanas, aunque pareciera que hubieran pasado años. La canción era alegre y pegadiza y no le había costado esfuerzo aprender a tocarla. De hecho se había esforzado en poder aprenderla para su amiga elfa aunque luego nunca tubo oportunidad de enseñarselo.

No levantó la vista cuando alguien se sentó a su lado, pero sí dejó de tocar.

-No pares -dijo Miekel-. Es una canción muy bonita.

-Es de mi tierra -dijo, levantando por fin la vista.

El humano tenía una herida en el labio que aún sangraba y un morado en la mejilla, pero por lo demás parecía estar bien. No parecía enfadado con él o sorprendido por su respuesta. Ninguna de las dos cosas hizo que Jaron se sintiera mejor. Al contrario.

-Lo siento -le dijo.

-¿Por qué? -el joven se encogió de hombros-. ¿Que culpa tienes tú de que me haya caído?

El medioelfo pensó que le tomaba el pelo, pero pronto entendió que allí, rodeados de gente, no era el mejor sitio para discutir acerca de lo ocurrido.

-Aún así, lo siento. Déjame echarte una mano con eso. Tengo un unguento muy bueno en mis cosas.

Miekel asintió y le siguió hasta el rincón donde guardaba sus pocas pertenencias, lejos de la hoguera y los otros chicos. Rebuscó entre sus cosas y sacó un pañuelo, que ofreció al humano.

-No es verdad que tenga ningún unguento -admitió.

-Lo imaginaba -el novicio se llevó el pañuelo a la herida, haciendo presión-. Ya parará de sangrar.

-Ya- Jaron se removió, incómodo-. Lo siento.

-Ya lo has dicho.

-Pero antes hablaba de tu labio y ahora no.

-¿Y qué sientes, entonces?

-No me fiaba de ti y lo siento de veras.

-¿Ahora ya te fías? -Esperó a que Jaron asintiera-. Si llego a saber que todo lo que necesitaba era un par de puñetazos hubieramos ganado mucho tiempo.

-No es gracioso -protestó Jaron con un gruñido.

El humano puso los ojos en blanco con una sonrisa.

-Sí lo es, sólo que tú no tienes sentido del humor para apreciarlo -Cuando Miekel vio que eso no relajaba el ceño de Jaron levantó las manos en señal de rendición-. Esta bien. No es gracioso. ¿Ha servido de algo al menos?

¿Había servido de algo?

-Depende como lo mires -constestó después de pensarlo.

-¿No has descubierto nada sobre tu madre? -Preguntó con aire inocente el humano.

Jaron no sabía si era otra muestra de ese sentido del humor que él no compartía o parte de su merecido castigo. Miekel sabía perfectamente que no era eso lo que había ido a averiguar pero parecía que iba a jugar al juego de creerle mientras él no fuera sincero.

Así que Jaron fue sincero. Bueno, casi.

Le habló de las tierras elfas, de que las había encontrado, de que sabía que los elfos no eran como decía Meanley. No le habló de Zealor ni de Haze, y mucho menos de su padre. Aún no estaba preparado para hablar de eso, pero le habló del sistema de gobierno y le habló del Qiam, y de como éste llevaba siglos tramando con los príncipes de Meanley todo lo que estaba ocurriendo en las últimas semanas.

Luego le contó lo que había odío en la tienda de Jacob. Esa fue la parte fácil.

-Y ahora tengo que escapar de aquí y avisar a los elfos de lo que se les viene encima.

Miekel retiró el pañuelo de su mentón. Parecía que la herida no sangraba ya, aunque era dificil de decir. El humano parecía pensativo.

-Esto es más grave de lo que creía Rodwell -dijo finalmente-. Tendremos que escaparnos esta misma noche. No sabemos cuanto le queda al rey elfo. No podemos arriesgarnos.

-¿Escaparnos? ¿Desde cuando vienes?

-¡Oh, vamos! Pensé que ya confiabas en mí.

-No tiene nada que ver. En tierras élficas correrás peligro.

-Y tú corres peligro en tierras humanas -el humano chascó la lengua con gento de estar molesto por tener que discutir a esas alturas-. Dos personas tienen más posibilidad de éxito que una. Imagina que ocurre algo. Una caída, ¡lo que sea! Tendremos muchas más probabilidades si hacemos esto juntos.

Jaron lo pensó.

Por supuesto, lo que el humano decía tenía toda la lógica del mundo. Todos parecían tener siempre más sentido común que él. Y él nunca escuchaba. Estaba donde estaba por eso mismo. Por tener poco sentido común y no escuchar. Si quería salvar a alguien eso tenía que empezar a cambiar.

-Espero que al menos tengas un plan brillante -musitó a modo de aquiescencia.

Miekel sonrió, aunque eso sólo sirvió para reabrir su herida y provocarle un gesto de dolor.

-Esperaremos a que todo el mundo duerma y nos largaremos de aquí -dijo, llevandose el pañuelo a la boca.

-Más te vale que eso sea otro de tus chistes sin gracia -pero el muchacho no pudo evitar sonreír a su vez.

-Aparentemente no, pues te has reído -Miekel volvió a debatirse entre la risa y el dolor que esta le provocaba sin mucho éxito.

-¡Hablo en serio!

-Yo también. ¡Oh, vamos! Los planes más sencillos son los que mejor funcionan.

-¿Entonces qué? ¿Fingimos acostarnos y cuando nadie mire nos vamos? ¿Ese es tu gran plan?

-¿Qué? Es fácil de recordar.

Jaron empezaba a arrepentirse de haber confiado en el humano. Iba a ser una suerte si llegaban vivos a la linde del bosque.

domingo, 7 de febrero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo octavo





Faris llegó a los aposentos de su padre con el corazón en un puño. Los médicos se apresuraron a dejarle entrar y se apartaron de la cama para que el joven pudiera acercarse al rey y tomar su mano.

Estaba fría. Aún no había muerto y su cuerpo ya estaba frío.

El rey no abrió los ojos ni dio muestras de saber que su hijo estaba junto a su cama, ni siquiera cuando el joven besó su frente y acarició sus cabello. Respiraba a bocanadas rápidas. Cortas y angustiosas. Su cabello, tan lustroso y fuerte antaño, era ahora apenas una maraña de hebras blancas enredadas por el sudor. Su padre siempre le había parecido tan grande y poderoso y sin embargo ahora le parecía que ocupaba tan poco espacio en la cama. Y estaba tan frío...

El Qiam tenía razón. No iba a sobrevivir a esa noche.

El joven se llevó una mano al puente de la nariz, tragándose las lágrimas y obgligándose a recuperar la tranquilidad y el control. No podía permitirse otro error, ni siquiera por su padre. Así que se serenó y se volvió hacia los médicos, que esperaban pacientes a que el príncipe centrara su atención en ellos.

Había tristeza en el rostro de los tres elfos, lo cual no hizo sino empeorar su sentimiento de culpa y frustración. Su padre se le iba y él, mientras tanto, se entretenía jugando a salvar la nación.

Esa misma mañana le había dicho a Dhan Hund que no jugaba, pero en ese momento se dio cuenta de que no era verdad. Hasta ahora había jugado a ser espía y estratega. Pero en pocas horas iba a convertirse en rey, lo quisiera o no, lo buscara o no, estuviera preparado o no. Su padre se moría y él no podría llorarle porque estaría demasiado ocupado en preparar su sucesión.

Maldijo y se acercó de nuevo a los doctores, dejando que le hablaran de cómo habá evolucionado la enfermedad, de cómo ciertos pacientes dan muestras de mejoría pocos días antes de morir, de que habían hecho todo lo que habían podido...

No les escuchó realmente. Se limitó a asentir y a fingir entenderlo todo mientras pensaba en cómo ponerse en contacto con Nawar.

Con su padre agonizante no iba a poder volver a Sealgaoin'ear esa noche y si además tenía que reunirse con Zealor para preparar la sucesión no iba a tener tiempo de nada. Eso iba a ser un problema. Tenía a Haze Yahir en su residencia, a donde ya no tendría sentido retirarse una vez fuera rey. La casa, en teoría, debería quedar cerrada ahora a la espera del nuevo príncipe heredero. Aún tendría unas semanas para llevarse sus cosas de allí y trasladarse definitivamente a los aposentos reales, pero...

No podía pensar en eso ahora y sin embargo era un asunto que no podía esperar. Tendría que enviar mensajeros y confiar en que los mensajes llegaran a sus destinatarios. Confiar en sus hombres y en su discreción.

Podía pedir un rato a solas para reflexionar. Escribir las cartas y enviarlas. Si se organizaban deprisa no tenía porque cambiar nada. Todos sus hombres sabrían qué hacer.

O casi todos.

No tenía ni idea de cómo contactar con Nawar.

-Le hemos suministrado una droga muy fuerte para el dolor, Alteza -estaba diciendo uno de los médicos cuando por fin se decidió a prestarles atención-. Es muy posible que ya no despierte.

-Comprendo -respondió, porque era lo que se respondía en momentos como ese, pero era mentira. No podía comprender ni quería comprender que su padre ya no iba a despertar. Lo aceptaría cuando sucediera, porque no se podía hacer nada más. Pero de momento se iba a permitir el lujo de la negación. Tal vez se equivocaran. Tal vez despertara al fin y al cabo y él pudiera despedirse de verdad.

-Volveré en un par de horas -les dijo a los médicos-. Avisadme si hubiese cualquier cambio.

Estos prometieron hacerlo y le dejaron salir. En la puerta le esperaba uno de los hombres del Qiam.

-Mi señor me ha enviado a comunicaros que en cuanto estéis libre os dirijáis a su despacho, Alteza.

No parecían dispuestos a dejarle respirar. Aún así, ya se había puesto en evidencia uan vez perdiendo los papeles delante del Qiam. No le convenía que Zealor sospechara. Habría tiempo para escribir misivas más tarde.

Así que asintió y siguió al soldado hasta el despacho del Qiam, a preparar su coronación mientras el cuerpo de su padre aún estaba caliente.

“No tan caliente” .

Ciero, no tan caliente. De nuevo se pellizcó el puente de la nariz, conteniendo el temblor y las lágrimas. Más le valía empezar a comportarse como una persona práctica si iba a tener que pasar las siguientes horas hablando de rituales de sucesión con Zealor Yahir.



domingo, 31 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo séptimo

Uaaa, casi se me olvida que es domingo!!!




Mireah y Nawar habían caminado en silencio la mayor parte del tiempo. De hecho, la princesa sólo se había dirigido a él para lo imprescindible. Nawar no creía que se tratara de que seguía enfadada con él, pues no era precisamente el silencio obstinado y denso que le había prodigado el primer día después de su escapada por los pelos de Fasqaid. No. Era otra cosa. Sospechaba que el motivo era Haze, el modo en que se había ido en contra de su voluntad sin siquiera despedirse. Había habido un halo de definitud extraña en todo aquello que el elfo no podía explicarse bien. Tal vez era simplemente que la misión que emprendían era suicida y las posibilidades de regresar eran ínfimas, pero el modo en que había negado con la cabeza cuando Faris le había propuesto esperar a que Haze despertara…



-Es mejor así –había dicho-. No quiero irme con una discusión absurda de por medio.



Y eso había sido todo.



No se habían detenido en todo el día pues habían comido algo de fruta sobre la marcha, así que cuando el sol empezó a ponerse el elfo dio el alto para cenar y descansar. Se sentaron, Mireah sobre un tronco caído y Nawar sobre una roca, y repartieron algunas de las provisiones, empezando a comer en silencio.



Estaban en las afueras de Leahpenn y según la princesa las tierras de los humanos estaban a menos de un día y medio de distancia de allí. Tal vez menos. La humana no estaba muy segura de ello. Haze era quien había guiado entonces y Mireah recordaba que había dado un gran rodeo para evitar a alguien, muy posiblemente al Qiam.



Fuera como fuese estaban muy cerca.



No iba a confesarlo en voz alta, por supuesto, pero estaba más nervioso y asustado de lo que lo había estado nunca. Hasta hacía poco más de un mes apenas consideraba a los humanos un cuento, una historia para asustar a los niños por las noches. Ahora sabía que eran reales y que nada de lo que le habían contado sobre ellos era verdad. Y aún así, aún sabiendo que no eran peores que ellos mismos, la idea de adentrarse en esas tierras desconocidas de los mapas le cerraba el estómago como nunca ninguna emboscada o misión lo había hecho.



Para pensar en otra cosa intentó entablar una conversación.



-A pocos metros de aquí está Leahpenn –le dijo a Mireah-. Es tentador acercarse a ver cómo le va a Alania.



La humana alzó los ojos del trozo de pan que mordisqueaba sin ganas y se encogió de hombros.



-Sería ponerla en peligro de nuevo.



-Ya, por eso no vamos a hacerlo. Es sólo que… bueno, eso. Que es tentador.



Con otro encogimiento la humana volvió a su cena. El silencio se volvió de repente denso e incómodo. Nawar odiaba los silencios incómodos.



-Haze va a estar bien –dijo finalmente, creyendo saber qué carcomía a la princesa-. Cuando regresemos ya estará recuperado del todo y Faris ya le dejará jugar con nosotros –intentó bromear.



Su intento fue recompensado por una tímida sonrisa.



-Debe de estar tan enfadado…



-¿Haze? Lo dudo. Ya de niño costaba hacerle enfadar.



-Y aún así tú lo conseguiste –de nuevo sus dos ojos, tan redondos y grandes, se volvieron hacia él, inquisitivos.



-Ya. Pero yo tengo ese don. Cabreo a la gente.



-Y a pesar de que es cierto, sabes tan bien como yo que no es eso -le reprendióla princesa enarcando las cejas a modo de reporche-. Hablasteis de algo que le enfadó.



-Hablamos de Zealor –mintió tras masticar un poco-. Le dije cómo había tenido ganas de matarle en medio del bosque y lanzar su cadáver a las bestias y no le gustó.



La humana puso cara de no creerle del todo, pero al fin y al cabo era plausible, así que no supo qué objetar.



-Pensé que te habría contado algo más –le confesó la joven finalmente.



-¿Algo más? ¿De qué?



-De su encierro, de cómo fue capturado, de sus hermanos…



-¿Y por qué iba a contarme nada?



-Eres su amigo.



Había algo de súplica en el modo de la princesa de pronunciar la palabra. “Eres su amigo” parecía estar diciéndole, “cuéntame las cosas que él no cuenta”. De repente Nawar echó de menos el silencio incómodo.



-No estoy muy seguro que esa sea la definición adecuada. Y aunque lo fuera, no creo que me haya contado a mí nada que no te haya contado a ti.



La humana hizo un mohín, frunciendo los labios.



-Nada. Esa es la palabra.



Nawar sintió que estaba adentrándose en un terreno pantanoso en el que no estaba muy seguro de querer entrar.



-Bueno, mujer, hablará cuando esté preparado.



-¿Y cuando va a ser eso? –Había cierta exasperación en el ceño de la princesa mientras el elfo sintió sus pies hundirse en el metafórico fango-. Sólo sabe decir que todo está bien cuando le pregunto. Y es tan evidente que nada va bien...


-Bueno... -el joven buscó algo que replicar que pudiera calamar a la humana y cortar la conversación.


-¿Sabías tú que le dolía el hombro? -le interrumpió Mireah-. Porque yo no lo sabía. Debía de llevar días con dolor y... -terminó la frase con un gruñido mientras daba un furioso bocado al pan-. "No quería molestar". ¡Se supone que tiene que molestarme! -De repente se desinfló, hundiendo la cabeza entre sus delgados hombros-. Quiero decir... si me quiere, si nos queremos... ¡Estoy para eso! Tendrá que confiar en mí, ¿no?


Nawar hubiera preferido mil veces dejar que el silencio se comiera la conversación en ese punto, pero sabía perfectamente que no era eso lo que la humana merecía. Claro que tampoco merecía no saber lo que Haze había sentido por Sarai. Porque si había amado a Sarai no podía amar a Mireah y aún así... Aun así su afecto parecía tan real...


No entendía a qué jugaba Haze ni porqué y ahora la princesa le estaba pidiendo una opinión que no podía dar de ninguna de las maneras.


-Hay muchas maneras de querer -contestó finalmente antes de que el silencio fuera demasiado largo y se pudiera malinterpretar. Al menos eso era verdad, ¿no?


-Ya -Mireah se pasó la mano por la cara con cansancio-. Perdona. Tienes razón. Debo darle tiempo. Pero tengo tanto miedo de que no tengamos...

-¿Entonces qué más te da?

-¿Qué quieres decir?

-Si teneis poco tiempo, ¿no sería mejor disfrutar de lo que tienes ahora y no preocuparte de su pasado?
-"¿como por ejemplo, si estuvo enamorado de tu tía-abuela?" pensó, aunque calló a tiempo.

Mireah enarcó las cejas y le miró. Parecía soprependida. Y divertida.

-¿Qué?

-Al final va a resultar que tienes tu corazoncito -le dedicó una sonrisa más relajada y, acabándose su cena en dos bocados, se puso en pie-. ¿Qué? ¿Continuamos?

-¿Continuar?

-Bueno, creo que aún podemos caminar una hora o dos antes de dormir un poco -respondió la princesa-. Además, mientras caminamos no podré mantener otra conversación incómoda.

-No estaba incómodo -protestó, pero se puso en pie, recogiendo su mochila.

Ahora sí, la humana rió.

-Anda, vamos.

Y con su propio fardo a la espalda, comenzó a caminar. Nawar se apresuró a ponerse a su altura en silencio. Si había que caminar toda la noche para evitar volver a hablar de la vida amorosa de Haze, caminaría. Vaya que sí. Y todas las noches siguientes hasta encontrar al muchacho si hacía falta.


domingo, 24 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo sexto





Jaron se arrastró hasta la parte trasera de la tienda, acercando la cabeza a la lona para intentar oír. Le llegaron algunas voces en el iluminado interior, así como algunas siluetas, pero no podía distinguir ninguna de las palabras.

Maldiciendo, siguió arrastrándose por la hierba buscando algún rincón menos iluminado. La humedad comenzó a calar su ropa mientrasel muchacho empezaba a arrepentirse de su enésima pésima idea. Finalmente dio con un punto que le pareció bueno y usando una daga hizo un pequeño corte en la tienda, en forma de siete, desde donde le llegó el envidiable calor del interior. También le llegaron las voces más claras.

Había cuatro hombres en total, Jacob de meanley y otros tres. Uno de ellos, Jaron estaba seguro, era uno de los humanos que le habían golpeado en las mazmorras de Meanley. El resto no los conocía, o por lo menos no los recordaba. Parecían estar discutiendo algo, pero lo hacían en voz baja, tal vez para no ser escuchados por los guardias de la entrada.

-¿No irás a perder la paciencia precisamente ahora, Ishaack?

-No se trata de paciencia, señor. Es ese maldito engendro, sabéis que nunca me he fiado de él.

-¿Crees que yo sí? Y aún así cumplirá con su parte porque él sí se fía de nosotros.

-Yo no estaría tan seguro de eso -dijo el tipo que Jaron recordaba de su estancia en Meanley.

-¿Qué intentáis deicrme? ¿Que nos echemos atrás ahora? Ni hablar. Esperaremos la señal del elfo, como acordamos. Dijo en su último comunicado que a su rey le quedaba apenas un suspiro. Ya no tardará en morir, y cuando lo haga tendremos nuestra señal.

-¿Y cual será? -El tal Ishaack resopló con sorna-. Incluso en eso nos dejó apenas un misterio. Se aseguró de seguir llevando él las riendas. Ese tipo me da escalofrío, Jacob. Debimos haberle matado hace tiempo.

-Dijo que lo sabríamos cuando nos llegara y confío en ello. Nos necesita más él a nosotros que nosotros a él. No se arriesgaría a estas alturas.

-¿Por qué no? ¡Tiene todo el tiempo del mundo!

-No, ahí os equivocáis todos -una sonrisa cruel se dibujó en el rostro de Meanley-. Le queda exactamente el tiempo que tardemos en entrar en su ridícula Nación y aplastar a su maldito gobierno. Los elfos van a perder a su rey, su consejo y su qiam en la misma semana. El resto serán mis esclavos o morirán, lo que ellos decidan.

-Sigo sin entender de nos sirve todo eso.

-Porque eres corto de miras, Ishaack. Cuando los elfos ya no sean una amenaza el pueblo me adorará y me seguirá a donde yo vaya.

-Y vos iréis a por el Rey.

-Precisamente. Y cuando el Rey haya caído...

De repente las voces en el exterior de la tienda se alzaron, como si hubiera una discusión. El príncipe se interrumpió, molesto y suspicaz.

-Id a ver qué está ocurriendo. Y si alguno de esos pueblerinos está dando problemas...

Sus hombres asintieron y le dejaron solo en la tienda. Jaron le observó mientras en silencio se servía una copa de vino y se sentaba en una banqueta, dándole la espalda. Se dio cuenta de que realmente nadie le había visto, nadie excepto Miekel sabía que él estaba allí. Sería fácil, tan fácil, matar a Jacob de Meanley...

Excepto que tal vez no iba a ser tan fácil, y si le pillaban y moría nadie podría ir a avisar a los elfos de lo que planeaba el Príncipe.

Así que dió media vuelta y volvió por donde había venido. Por el rabillo del ojo vio a Miekel rodeado por los hombres de Meanley. Él parecía ser el objeto de la discusión. El muchacho esperaba que no haberlo metido en problemas, aunque por el modo en que el tal Ishaack lo sacaba a empeñones de allí parecía ser el caso.

Jaron se apresuró a alejarse de las tiendas de lso oficiales, poniendose en pie cuando creyó estar suficientemente lejos. Entonces caminó con tranquilidad hacia las hogueras, por que correr hubiera atraído la atención sobre su persona y eso era lo último que quería hacer. Tenía el corazón en un puño, dividido entre las ganas de echar a correr hacia la Nación y no detenerse hasta dar con alguien y la idea de correr en dirección contraria, hacia Rodwell y el Rey.

¡Maldición! Eran demasiadas cosas y él era demasiado estúpido. Demasiado lento e insignificante.

Maldición. Maldición. Maldición.

Esperaba que Miekel estuviera bien. Rodwell le había enviado un aliado y él conseguía que lo mataran a los cinco días de conocerle. Al final iba a tener razón Jaron Yahir. No traía más que problemas.


domingo, 17 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo quinto




Jaron no tardó en aprender que los ejércitos eran lentos. Agónicamente lentos. No estaban tan lejos d ela Nación, no podían estarlo. Estaba convencido que, a buen paso, en un día, tal vez día y medio, él sería capaz de llegar hasta allí. El ejército de Meanley, no obstante, apenas habái recorrido un cuarto del camino antes de que dieran el alto para cenar y descansar.

No se quejaba. Cuanto más tardasen en llegar, más tiempo tenía él para escaparse y buscar a su tío.

“Si sigue con vida”

Cierto. Si seguía con vida. Pero a eso ya se enfrentaría llegado el momento. Ahora tenía otros problemas en mente.

Cuando había aperecido Jacob de Meanley el muchacho había cambiado sus planes. Ciertamente, aún quería huir y llegar a la Nación lo antes posible, pero ahora tenía la posibilidad de averiguar qué se traía Meanley entre manos. Así que cuando cayó la noche y todo el mundo empezó a reunirse alrededor de los fuegos a cenar y descansar, Jaron se apartó disimuladamente al amparo de las sobras para deslizarse hacia la zona donde habían montado la tienda provisional de los altos mandos.

El ruido que venía de las hogueras sin duda distraería a los guardias y lo más posible era que no le oyeran acercarse y si se situaba suficientemente cerca para poder escuchar...

Jaron se arrastró por la mullida yerba.

-¿Adonde vas? -Susurró Miekel a su espalda.

¡Mierda! ¿Es que era su perro guardian? Jaron no se molestó en volverse hacia el humano, que se arrastró hasta lelgar a su altura.

-Si vas a escapar déjame ir contigo.

-No voy a escaparme -susurró el medioelfo con impaciencia.

-Entonces es que por algún motivo quieres acercarte a la tienda de Meanley y eso sería una estupidez, ¿verdad?

¿Por qué no le dejaba en paz?

-Métete en tus asuntos -masculló.

-Es que resulta que tu eres mi asunto. ¿Por qué crees que me envió Rodwell?

-No me importa. No pedí ayuda. No la necesito. Estoy bien.

-Por supuesto. Por eso usas un nombre falso y llevas una gorra para que nadie vea tus orejas, porque no hay nada de lo que preocuparse.

Jaron se volvió finalmente, molesto.

-¿Qué quieres de mí?

-¡Ayudarte! No soy imbécil, ¿vale? Hay algo que no me estás contando. U me da igual, de veras. No me lo cuentes. Pero déjame ayudarte, sea lo que sea que quieras hacer.

El medioelfo suspiró. Podía contarle sólo lo que pretendía hacer, nada más. Así se lo quitaría de encima. Miekel trataría de disuadirle y él fingiría entrar en razón, y cuando el novicio no estuviera mirando se escabulliría de nuevo.

-Quiero espiar al príncipe. -dijo finalmente-. Quiero averiguar si de veras la Sarai de la que hablaba era mi madre.

Miekel le miró con el ceño fruncido. Seguía sin creerle. No al menos la excusa que había dado.

-¿Y no crees que será más fácil acercarte si nadie te ve? -dijo de todos modos.

-¿Qué crees que estaba haciendo?

-¡Oh, vamos! Yo te he visto.

-Tu estás siempre pegado a mi cola -protestó, ofendido.

El humano puso los ojos en blanco.

-Estás alzando la voz -le recordó en un susurro-. Mira, puedo cubrirte, pero para eso tienes que confiar al menos un poco en mí.

Jaron gruñó como respuesta. No esperaba que Miekel quisiera colaborar con él. Y encima lo que le decia sonaba sensato. Odiaba cuando la gente se ponía sensata. Era dificil discutir cuando la gente se ponía sensata.

-¿Y como piensas hacerlo?

El humano sonrió.

-Tu dame cinco minutos y tendrás via libre.

Y, tras palmear su espalda, se fue por donde había venido. Jaron se qeudó donde estaba, expectante. A malas, si la cosa se complicaba, podía intentar ir hacia el bosque, largarse de una vez.

De repente vio avanzar a Miekel entre las hogueras, hacia la tienda de Meanley. Estaba demasiado lejos para ver u oir nada, pero el humano caminaba a grandes zancadas, como si llevara un asunto urgente entre manos. Se detuvo cuando los guardas cercanos a la tienda se acercaron a él, armas en mano. El novicio gesticuló y señaló la tienda grande y al poco la mayoría de los guardas estaban pendientes de lo que fuera que les estaba contando.

Fuera lo que fuera que estaba haciendo, estaba funcionando. Así que Jaron aprovechó la oportunidad para acercarse a la parte trasera dela tienda de jacob de Meanley. Sabía que dificilmente descubriría algo nuevo, pero si no lo intentaba nunca lo sabría.





jueves, 7 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo cuarto





Zealor esperaba con cierta impaciencia al príncipe Faris, al que había tenido que hacer llamar para comunicarle que su padre, el Rey, había empeorado. Había estado los últimos tres días recluido en Sealgoire’an, posiblemente lamentando la suerte que le obligaba a tomar responsabilidades de gobierno a tan corta edad.



En realidad la enfermedad del rey, que todos creían tan lamentablemente temprana en un elfo aún joven, había llegado, en opinión de Zealor, demasiado tarde. Unos años antes, con un príncipe menor de edad, todo habría sido considerablemente más fácil. Faris era un niñato malcriado que nunca había mostrado interés por el gobierno del país, pero seguía siendo el heredero legítimo al trono. Aunque con suerte el consejo se dividiría intentando conseguir la atención del mocoso, dándole más libertad.



Tamborileó con los dedos sobre la mesa.



Meanley estaba listo. Hacía dos días que el mensajero había llegado con la noticia. Sólo necesitaba una señal y Zealor estaba impaciente por dársela. Después de tantos años se acercaba el momento y apenas podía esperar para ver como todo sucedía como él lo había planeado, con o sin Haze.



La puerta se abrió, sacándolo de sus cavilaciones, y su chambelán anunció al Príncipe Faris, que entró acto seguido.



-Alteza –Zealor se puso en pie para recibirle-, sentaos, por favor. Parecéis agotado.



Tomó las manos del joven mientras lo conducía al sofá. Aturdido, el príncipe se dejó servir una copa de licor, que apuró de un solo trago antes de que el Qiam hubiese podido sentarse frente a él. Parecía que el empeoramiento de su padre le llenaba de ansiedad. O tal vez era sólo la perspectiva de verse coronado en breve.



-¿Cómo está mi padre?



-Mal, alteza. Debemos prepararnos para lo peor.



Y consiguió decirlo manteniendo el semblante serio y grave cuando en realidad el cinismo que guardaba la sentencia hubiera hecho enrojecer al más pintado. Pero él era el Qiam y nada podía perturbar su ánimo.



-¿Lo peor?



-No creo que sobreviva a esta noche.



-¿Cómo? –el ceño del príncipe se frunció con suspicacia, intrigando a Zealor de repente- Hace dos días estaba…



Calló, pues iba a decir “bien” y era evidente que el rey hacía meses que no estaba bien.



-¿Estable? –Ayudó el Qiam. Eso pareció calmar al joven, cuyo gesto se tornó de repente triste-. Lo lamento, Alteza, pero los médicos afirman que no se puede hacer más.



Faris se puso en pie como si le hubieran golpeado y pasó una mano por su corto cabello rubio. Sus ojos se desviaron hacia la puerta.



-Debo ir a verle.



-Por supuesto, Alteza –Zealor se puso en pie a su vez, pues no se permanecía sentado si la realeza no lo estaba, ni siquiera el Qiam-, pero no hay que olvidar los preparativos.



-¿De qué habláis? –El ceño del joven príncipe se ensombreció.



-Si el Rey muere hoy… Hay mucho que hacer, Alteza.



-¡Mi padre aún no ha muerto y me hablas de preparativos! –Su rostro, que había palidecido al saber el estado de salud de su padre, se tiñó de airado rojo-. Si hay algo que preparar, prepáralo tú. Ese es tu único trabajo, al fin y al cabo.



-No necesito que me recordéis cual es mi trabajo, Alteza –Zealor no mudó su expresión, pero su voz bajó unos grados-. ¿Debo recordaros yo a vos que habláis con el Qiam?



El joven le miró y sus ojos verdes eran apenas dos rendijas. El Qiam creyó ver en ellos algo que se le había escapado todos estos años. Vio determinación y voluntad. Vio de repente la posibilidad de un adversario al que no había tenido en cuenta.



Fue un momento, tal vez ni siquiera eso. Meros segundos. Pronto el príncipe suspiró y bajó la mirada, avergonzado y servil como siempre.



-Lo lamento, Qiam. No sé que me ha pasado –se disculpó.



Pero Zealor sabía lo que había visto. Pensó en provocarle, forzar de nuevo la situación, inventar tal vez alguna obligación que mantuviera al joven alejado de su padre en sus últimas horas de agonía. Pero si tenía razón y había una inteligencia oculta tras la docilidad del joven, ¿hasta que punto le interesaba que Faris sospechara?



No. Era mejor así.



-Es comprensible, Alteza. Vuestro padre os necesita y yo os entretengo con futilidades que, como bien indicáis, otros pueden hacer en vuestro lugar.



-No. No es excusa –el joven sonrió, agradecido por su comprensión-. Si es mi obligación la cumpliré, como se me ha enseñado y es mi deber, pero antes…



-Debéis ver a vuestro padre.



Asintió, y de nuevo era un muchacho acongojado. Ahora sabía que esa conjuga era verdadera, así que disculpó al príncipe para que fuera a ver a su padre con premura. No porque le importara lo más mínimo, si no porqué eso le iba a dar tiempo de pensar.



¿Significaba algo que el príncipe tuviera más voluntad de la que aparentaba? Tal vez no. Pero entonces, ¿por qué fingir? Él mismo llevaba años fingiendo ser lo que no era en pro de un plan a desarrollar. ¿Por qué fingía Faris? ¿Cuál era su plan?



Iba a tener que repasar todo lo que sabía del príncipe y revisarlo ante esta nueva e inesperada lux.



Así que dejó que fuera a ver al rey, que se despidiera de su padre como era debido. Ya habría tiempo para preparativos cuando el viejo hubiera muerto. Al fin y al cabo no había ningún tipo de prisa. Después de todo, la corona nunca iba a reposar sobre la cabeza de Faris.



domingo, 27 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo tercero





Cuando había despertado sus amigos ya se habían ido. Mireah y Nawar a buscar al chico. Dhan...

Lo lógico sería pensar qué había ido a por su familia, pero era un estupidez ir en persona y Faris no le había parecido el tipo de persona que te daba una montura y un escolta para que fueras a cometer una estupidez. No es que él lo hubiera visto, claro, pero Salman le había contado la partida de Dhan y cómo esta se había producido al menos dos horas después que la de Mireah y Nawar. No. Dhan no había ido a por su familia lo cual tal vez quería decir que había ido a por Jaron. El mayor. Su hermano. No estaba muy seguro de sentirse feliz ante la prespectiva.

Haze suspiró, doblando otra esquina.

Según Salman, Faris tampoco estaba ya en Sealgaoin'ear. Un mensajero había llegado y el príncipe había partido poco después. Así que estaba solo en la residencia oficial de los príncipes herederos, un lugar lleno de historia, la misma historia que nunca se molestó en estudiar cuando tuvo ocasión y por la que ahora le avergonzaba preguntar. Bueno, no exactamente solo, tenía a Salman y a Noaín, pero echaba de menos a su princesa. ¡Demonios! Incluso echaba de menos a Nawar. Y sobretodo echaba de menos ser de utilidad para alguien.

Se había depertado sintiendose mejor y, después de asegurarse que se acababa su comida, Salman le había dado permiso para salir de su habitación mientras él se encargaba de su tareas. Pensó en bajar a las cocinas, saludar a Noaín, pero se confundió de pasillo y cuando quiso darse cuenta estaba en el ala opuesta del palacio buscando alguna puerta que diera a alguna sala conocida.

No la halló. En su lugar encontró unas escaleras que subían y las siguió. Pronto se vio en una espaciosa terraza, en lo alto de una de las torres, desde donde se dominaba gran parte de bosque y el valle que se abría más allá del castillo. Hacía buena tarde y el sol aún iba a tardar en ponerse. El verano acababa de empezar y pronto las temperaturas empezarían a subir y las lluvias que les habían estado acompañando en los últimos días se harían más y más escasas durante un mes o dos. Pero en ese momento la temperatura era pefecta en lo alto de la torre y Haze se permitió cerrar los ojos y dejar la mente en blanco por un segundo. Se le daba bastante bien no pensar en nada, llevaba muchos años de práctica a la espalda.

De todos modos, era más fácil unos meses atras.

Pronto la brisa le produjo un escalofrío y se acordó de Zealor y de su interés por el muchacho. Recordó el hacha de metal y la insinuación de Nawar de que la muerte de sus padres no había sido accidental.

Abrió los ojos y miró al horizonte, al punto lejano donde las tierras de los humanos empezaban y deseó que encontraran a su sobrino sano y salvo, y a la vez deseó que no lo encontraran nunca, que el chico hubiera regresado a su casa, lejos de las garras de Zealor, donde ningun miembro de su estropeada familia pudiera herirle nunca más.

Se agachó y buscó alguna piedra que estuviera suelta.

“¿Sabes que día fue ayer, muchacho?” Le había preguntado Salman al traerle junto con la comida algunas galletas de las que solía hacer Noaín.

Claro que lo sabía. No con exactitud, pero sí a grosso modo. Nunca había dejado de contar realmente. Nunca se dejaba de contar. Era un hábito demasiado arraigado.

“68 años y sigo con vida.” Gravó en una esquina.

-Feliz cumpleaños, Haze -murmuró y lanzó la piedra con toda la fuerza que el dolor le permitió.

¡Mierda! ¿Por qué no le habían dejado morir? ¿Por qué habían tenido que complicarlo todo de ese modo por salvarle a él?

Formuló para sí mismo el amargo deseo de cumpleaños de que Zealor resbalara al salir de la bañera y pudieran por fin librarse de él. Hacía tiempo que sabía que ese deseo de cumpleaños no se cumplía por más que lo repitiera, pero no perdía nada intentándolo.


sábado, 19 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo primero







Estaban aún en la puerta observando como partían Nawar y la humana cuando Dhan Hund dijo:

-Alteza, tenemos que hablar.

Faris guió al pelirrojo hacia su despacho intuyendo de qué querría hablar. Era lógico y completamente comprensible. Lo mínimo que se podía esperar de Hund por como lo había descrito Nawar era que le pidiera sin rodeos que pusiera a alguno de sus hombres al cargo de la seguridad de su familia. Por eso, porque creía saber de lo que iba a hablarle el elfo, le sorprendió hacia donde se dirigió al conversación.

-¿Cuántos elfos tenéis en vuestro grupo? -preguntó tan pronto se hubieron sentado alrededor de la mesa de su despacho.

-Suficientes -al joven no le gustó lo abruto de la preguntó y optó por ponerse a la defensiva.

-¿Suficientes? -Pareció meditar la respuesta-. ¿Suficientes para qué?

-Para lo que tenga que ser.

El pelirrojó suspiró, mirandole con preocupación sincera en sus ojos azules.

-No pretendo ser irrespetuoso, Alteza, pero nosotros también jugamos en nuestro momentoa ser rebeldes al orden establecido y no salió bien.

-¿Créeis que juego? -Su desfachatez costaba de creer.

-Creó que no os dais cuenta de que lo hacéis y lo que temo es que no os daréis cuenta hasta que la cosa se ponga fea. Y Zealor Yahir no juega, no lo ha hecho nunca.

Faris se puso en pie, malhumorado.

-Sé que creéis que vuestra experiencia puede compararse a lo que estoy haciendo, maese Hund, pero no tiene nada que ver. ¿Cuantos érais en vuestro grupo? ¿Cuatro? ¿Cinco?

-Seis, contando a Sarai.

-Sólo mis redes de comunicación duplican esa cifra -dijo con altivez.

Hund sonrió.

-Y aún así... -alzó las manos, pidiendo paz-. No pretendo desanimaros. Nada más lejos de mi intención, pero si pretendemos sobrevivir esta vez más nos vale no confiarnos. Haze es una buena baza, pero tal vez no sepa tantas cosas del Qiam como creemos, o tal vez lo que sepa no pueda usarse sin pruebas. Vamos a necesitar a toda la gente que podamos reunir.

-Por eso he mandado a Nawar a por el chico.

-Necesitaremos algo más que a un muchacho testarudo que no sabe lo que quiere ni a quien, Alteza.

-Entonces, ¿estás pensando en tu familia?

Ahora sí, Dhan Hund rió.

-Oh, no. Layla me mataría si la arrastro a algo así. Mi mujer está más segura en casa y yo estoy más seguro aquí.

Faris sonrió a su pesar aunque estaba perplejo. Si no hablaba del medioelfo ni de su familia y la noche anterior había dejado claro que no podían contar con jaron Yahir, ¿entonces quien?

-Vos lo habéis dicho antes, alteza, no éramos un grupo grande, pero éramos un grupo entusiasta. Si pudiese contactar con ellos...

Faris se relajó. Así que era eso. No le parecía mal, francamente. Al fin y al cabo Hund tenían razón. Cuantos más fueran, mejor preparados estarían.

-Me parece buena idea -admitió-. Si tuviera sus nombres, por eso, podría decirte si ya forman parte de mi grupo o no -intentadoque el elfo no olvidara lo gran de que era su red de contactos.

-No, no creo. Pusimos especial cuidado en ocultar bien nuestro odio al Qiam. Además, enviaríasi a alguien ha hablar con ellos y no es recomendable. El tiempo nos convirtió a todos en paranoicos y tus hombres no serían bien recibidos.

Esta vez le tocó a Faris sonreir con sorna.

-Pues a mi no me parece sensato que vayáis vos en persona cuando todo la Nación os busca, Maese Hund.

Dhan le devolvió la sonrisa, está vez con un deje de admiración.

-¿Y cómo sabéis que iba a pronoper eso?

-Creo que empiezo a ver cómo habéis llegado a la situación actual -El joven príncipe se sentó de nuevo, dándose por vencido-. ¿Aceptaríais al menos que uno de mis hombres de confianza os acompañara?

-¿Se parecen todo vuestros hombres a Nawar?

El príncipe rió con ganas.

-Me temo que Nawar Ceorl es único.

-Entonces, Alteza, no tengo inconveniente alguno en la compañía.

Y así fue como se decidió que Dhan Hund también partiría de la seguridad de la residencia real.

domingo, 13 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo primero




Bas'il los condujo hasta una sala que se le antojó a Layla una mezcla entre una sala de recepciones y una biblioteca. Tenía el tamaño y disposición de la primera, pero sus paredes estaban cubuiertas de estanterías y libros. La elfa nunca había visto tanto conocimiento junto.

Su anfitrión les indicó que se sentaran alrededor de una de las mesas mientras él se acercaba a un mueble y sacaba unas copas y una botella de licor. Sus ojos no dejaban de observar a Yahir, como tratando de asegurarse de que no era un fantasma. O tal vez sólo intentaba acostumbrarse a su aspecto, aunque Layla sabía que eso era imposible. Ella llevaba días con él y aún le costaba mirarle directamente a los ojos.

Aprovechó la pausa para quitarse la capa, pues empezaba a tener calor.

-Layla Hund, claro -dijo su anfitrión minetras dejaba una copa delante suyo-. Debí haber imaginado que estaríais vos bajo la capucha.

-Tan lejos ha llegado la noticia de mi fuga?

-Cuando al Quiam le interesa, mi señora, las noticias vuelan.

Layla sonrió, admintiendo la verdad en ello.

-Confieso que no salgo d emi asombro -continuó el señor de Dheireadh mientras se sentaba junto a ellos-. Sabía que ocurría algo pero nunca imaginé que... ¡Por mi alma que esto es increíble de veras! ¡Tienes que contarmelo todo!

-No hay mucho que contar. Nos separamos, me escondi, Zealor me quemó vivo...

-¡Oh, vamos! Esa es la parte que todos conocemos. Todos estos años... ¿Qué has estado haciendo?

Jaron alzó la copa y bebió. Se humedeció los labios, ceñudo, y Layla creyó que iba a responder, pero se equivocaba.

-¿No se puso Dhan en contacto contigo? -Preguntó a su vez.

Bas¡il pareció sorprendido por la pregunta, tal vez porque esperaba una respuesta.

-Hace un par de semana -admitió-. Me llegó una carta. Confieso que me sorprendió. Sí que es cierto que al principio habíamos intentado mantener el contacto, pero después de que el futuro Qiam te ofreciera un funeral ofcial por todo lo alto nos desanimamos. Dhan nos convenció de que lo mejor era dejarlo, que ya no había causa y que era peligroso. Tres personas habían muerto, o al menos eso creíamos -añadió en tono más jocoso que acusador, pero definitivamente dolido-. Nos convencimos que lo mejor era guardar las distancias un tiempo. Desde entonces dejamos de reunirnos y fingimo sser solo viejos conocidos para la Sociedad. Sólo un viejo cabo saludando al que fue su cadete en sus tiempos de juventud. Ni siquiera me permití asistir a vuestra boda -le dedicó a Layla una sonrisa triste-. Ya veis, señora, cuan asustados estábamos.

-Fue lo mejor -opinó Jaron.

-No sé. Si Dhan nos hubiera dicho que seguías vivo...

-¿Qué te dijo Dhan en su carta? -Yahir volvió a cambair de tema.

-Poco. Decía que debíamos reunirnos, que estuviera preparado, que pronto me diría el día y el lugar. Estuve días espernado otra nota y de repente... Cuando me llegó el anuncio de que Dhan Hund había tricionado al Qiam rescatando a haze Yahir supe que tenía que ver con la extrña carta. Y francamente, no entiendo nada. Después de que nos traicionara Dhan ni siquiera pronunciaba el nombre de tu hermano menor. ¿Qué hacía Dhan arriesgandose de ese modo por él? ¿y donde había estado haze todo este tiempo?

-Estaba prisionero de los humanos, o al menos es lo que contó -le aclaró Layla en vista de que Jaron no parecía ir a abrir la boca.

El elfo del rostro quemado gruñó, peor no añadió nada más, ni para bien ni para mal, y se hizo un silencio incómodo. Bas'il acabó el contenido de su copa y se sirvió una segunda antes de carraspear.

-Entonces, ¿venía por la carta de Dhan? Ha llegado el momento de ponerse en marcha de nuevo.

Jaron ladró una carcajada.

-¿De nuevo? Nunca estuvimos en marcha. No realmente.

-Ya sabes a qué me refiero. Lo qe sea que estéis preparando, contad conmigo.

-No estamso preparando nada -jaron frnó el entusiasmo d esu antiguo amigo antes de que pudiera exaltarse-. Tal vez Dhan sí tenía intención de intentar algo. No lño sé. La verdad es que contactaros fue idea suya, como fue idea suya echarlo todo a perder pro rescatar a mi hermano. Ahora ya es imposible hacer nada.

-Pero, ¿entonces?

Layla entendío la frustración de Bas'il. Entonces, ¿a qué has venido? ¿Porqué has llenaod mi casa de fantasmas si no quieres nada d emi?

-Layla -fue la respuesta de Yahir-. No puede regresar a su casa y necesita un lugar donde esconderse.

-Además, es posible que Dhan se ponga en contacto contigo de nuevo.

-¿No sabéis donde está?

La elfa negó con la cabeza y bas'il entendió parte de la situación. Sólo parte, se veía en su ceño fruncido que lo que no se le estaba contando era mucho. Layla trataría de rellenar los huecos con lo que Alania le había contado cuando no estuviera Yahir. Por el momento, sólo podía esperar que el elfo le dejara quedarse.

-Entiendo -dijo finalmente-. Por supuesto que os podéis quedar, mi señora. ¿Y vuestra hija? Podíasi haberla traido con vos.

-¿Alania? no. Preferí dejarla al cargo de los vecinos. Es posibel que ahora mismo esté enfadada conmigo, pero era lo mejor.

El rostro del elfo se ensombreció. Su expresión en parte confusa y en parte preocupoada le dio a entender que algo iba mal. La elfa sintió un nudo en el estómago. ¿Qué pasaba con su niña?

-¿No escapó contigo?

-¡Claro que no! No podía condenarla a esta vida a ella también.

Bas'il se puso en pie, evidentemente nervioso. paseó por la sala antes de detenerse de nuevo frente a ellos con una expresión de sincera preocupación en el rostro.


-layla, el Qiam tambiñen la busca.

-¿Qué?

-También escapó. Pensaba que...

Le hubiera gustado creer que bromeaba, peor era evidente que no. No era una broma. Alania se había escapado. Si la conocía, ni siquiera había esperado a que ella estuviera muy lejos.

-Hemos de volver a fasqaid -Layla se puso en pie, tomando su capa y empezando a abrocharla.

-¿Fasqaid?

-Es donde habá ido. Era la única pista que teníamos.

-No podemos volver allí, sabes que no hay nada.

-Pero ella no lo sabe.

-Se razonable -Yahir trató de calmarla-. A estas alturas ya debe de haberlo descubierto.

-¿Qué me estas pidiendo? ¿Que haga como tu y le de la espalda a lso míos para salvar mi vida? Es mi hija!! Que a ti no te importe el destino de tu propio hijo no quier decir que yo vaya a abandonar a mi niña.

-¿Hijo? ¿Sarai llegó a tener el bebe?

Jaron dio un golpe a la mesa, poniendose en pie él a su vez.

-Estas hablado más de la cuenta, mujer.

-¿Porqué? ¿Acaso es un secreto que eres un cobarde?

La expresión del elfo le dio miedo en ese momento. No estaba segura de qué hubeira ocurrido si hubiesen estado a solas. Por suerte, Bas'il estaba allí y Jaron se volvió un momento hacia su antiguo instructor antes de volverse de nuevo hacia ella y hablar.

-Yo ya he cumplido mi parte -le dijo-. Si tu quieres suicidarte buscando a esa mocosa, ya no es cosa mía.

-¿Vas a irte? -Bas'il parecía querer preguntar mil cosas pero el elfo era suficientemente sabio para intuir que no era el momento.

El elocuente silencio de Jaron lo dijo por todo por ellos. Se iría. Le daba igual Alania, Dhan o cualquiera que no fuera él. le odió en ese momento, le odió profundamente por todo lo que su marido había hecho por él y lo mucho que eso le había quitado a ella. Y deseó que se fuera para no verle más, pues entendió finalmente que no era precisamente su rostro lo que el fuego había calcinado y deformado y no estaba muy segura de querer averiguar hasta que punto se había malogrado su alma.


jueves, 3 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo






Conocía el lugar hacia donde Jaron Yahir la había guiado y conocía la casa a la que se habían dirigido, pero debía reconocer que no conocía esa entrada. Era la casa de Bas'il Dheireadh, en Cóign'ear, antiguo conocido de su marido, con un pie en el ejército y otro en el consejo, al que no veía desde hacía casi cinco años, pero era la primera vez en toda su vida que utilizaba una entrada de servicio. Aún así Layla Hund se dejó conducir por el elfo de la cara quemada al que había creído muerto durante 67 años, feliz de saber que habían llegado a su destino. No sólo estaba agotada y decepcionada, si no que los dos últimos días de viaje había sido largos y tediosos. La compañía de Jaron ya no era como ella la recordaba. El elfo que ella conociera tal vez no era el más jovial de los mortales, pero era agradable al trato, simpático e ingenioso. Ahora sin embargo no sólo era hosco y taciturno, sino que además era amargo y desagradable. Había intentado conversar con él, saber qué había de verdad en todo lo que le había contado Alania, pero no había conseguido arrancarle más que gruñidos y sarcasmos.

Así que cuando llamaron a la puerta trasera de la casa de los Dheireadh se sintió terriblemente aliviada ante la prespectiva de librarse de su compañía.

La criada que abrió no esperaba la horrible visión del rostro de Jaron y palideció, pero supo mantenerse en su lugar y no salir corriendo, que era lo que cualquiera deseaba hacer la primera vez que veía a Yahir.

-¿Está tu señor? -Preguntó éste mientras bajaba su capucha como si no hubiera reparado en la reacción de la elfa.

-¿Qui-Quien pregunta por él?

-Un viejo amigo.

La mujer asintió y la puerta se cerró. Hubo algún cuchicheo tras ella antes de que se abriera y apareciera esta vez un criado. Parecían haber decidido que Yahir podía ser peligroso. No les culpaba.

-Pasen, por favor.

Layla no dejó de notar que a pesar de la cortesía no les hacían entrar más allá de la cocina. El elfo que les había franqueado el paso les observaba con recelo mientras una de las criadas les indicaba que se sentaran. Fue a cogerles las capas, y Layla iba a deshacerese de su capucha gustosa, pero un gesto de Yahir se lo impidió.

-Estamos bien, gracias. Sólo avisa a tu señor.

Layla se dejó caer en una silla junto a él.

-No hacía falta ser grosero -le susurró.

-Estoy desfigurado y muerto, nadie me va a buscar o reconocer, pero tu cara debe de estar en todos los mercados -fue su respuesta, desdeñosa y fría-. No te quites la capucha hasta que veamos a Bas'il.

-Oh -fue todo cuanto acertó a decir. Con otra persona, en otras circunstancias, se hubiera disculpado, pero algo en las maneras de Jaron le impidió hacerlo.

De modo que se quedó allí sentada con la capucha puesta en contra de todas las normas de buena educación, como si en lugar de la cocina de una casa decente fuera una taberna cualquiera, a la espera de que el señor de la casa se dignara a bajar.

Las dudas que no la habían abandonado del todo en ningún momento la asaltaron de nuevo durante la espera. ¿Y si Jaron se equivocaba y Bas'il no estaba de su parte? En lo poco que había dicho al respecto, Yahir había asegurado que el elfo había conocido a su esposa humana hacía años y que era de los suyos, pero ¿y si el tiempo le había cambiado? No veía al señor de Dheireadh desde hacía cinco años, ¡y había sido en un acto oficial! Su marido y él no habían dado grandes muestras de conocerse. Tal vez era cierto que hacía años habían formado parte del mismo grupo, pero... ¿y si Bas'il se había acomodado como les había sucedido a tantos?

No se dio cuenta de lo tensa que estaba en realidad hasta que la puerta de la cocina se abrió, provocándole un respingo.

Bas'il Dheireadh entró en la cocina, el ceño fruncido sobre sus ojos verdes. Les miró, aún sin entender nada, y se plantó ante Jaron.

-¿Quien se dice amigo mío y llama a mi puerta de servicio exigiendo mi presencia?

Jaron se puso en pie y Layla creyó ver algo parecido a una sonrisa en sus ojos violeta. La dura linea que eran sus labios se relajó al hablar.

-Sé que han pasado unos años y que tu pelo está más blanco que la última vez, pero no pensé que estuvieras tan viejo que no me reconocerías.

El elfo, que ciertamente era algo mayor que ellos y ya mostraba algunas canas en su cabello castaño, abrió los ojos con sorpresa al oir la voz y se sujetó a una de las sillas, como buscando estabilidad.

-¡Por todos los...! Creí... Creimos...

Y de repente abrazó a Jaron y esté le devolvió el abrazo. Ésto sorprendió a Layla aún más que su sonrisa.

-Cuando oí lo de tu hermano y lo de Dhan... -Bas'il se separó de él, una mueca incrédula pintada en sus labios-. Debí haberlo imaginado. Pero como iba...

Jaron perdió el gesto afable del rostro tan deprisa que la elfa creyó haberlo imaginado. Miró de soslayo a los criados, que fingían dedicarse a sus labores.

-Aquí no. Vamos a un lugar más privado.

-Por supuesto -su anfitrión les señaló la puerta aún con ese gesto de incredulidad en los ojos-. Hay tantas cosas que tienes que contarme... Sarai, ¿ella también...?

-Aquí no -insistió Yahir y Layla entendió perfectamente que quería decir: “aquí no ni en ningún otro lugar”, pero Bas'il aún no llevaba sufciente tiempo con él como para haberse dado cuenta de que el Jaron al que acababa de abrazar no era el Jaron que él recordaba.

Ya se daría cuenta. Y si empezaba a preguntarle por su esposa muerta eso iba a suceder más pronto que tarde.

sábado, 28 de noviembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo noveno





Cuando dieron la orden de recoger las tiendas y desmontar el campamento supo Jaron que debía empezar a moverse. Escabullirse mientras todos los militares del príncipe de Meanley estaban vigilándolos de sol a sol hubiera sido un suicidio, pero en cuanto tuvieran que ponerse en marcha tendrían demasiado que hacer como para controlarlos a todos ellos.

Jaron se despertó esa mañana con la determinación de aprovechar la más pequeña distracción para intentar escapar. La gente iba arrriba y abajo, desmontando tiendas, cargando carros y preparándose para la incierta marcha. Nadie le prestaba más atención de la debida. Si aprovechaba la hora del almuerzo para cuando alguien le echara de menos ya sería demasiado tarde.

Al menos esa era la idea que el muchacho había ido forjando en las primeras horas de la mañana. Y lo hubiera hecho, aunque no contar con Miekel le hiciera sentir culpable, aunque fuera peligroso, aunque no estuviera muy seguro de como iba a llegar hasta el lugar llamado Fasqaid ni como iba a ser recibido. De veras que hubiera escapado de allí y hubiera corrido durante días de ser necesario si la visita a sus tropas del príncipe de Meanley no hubiera cambiado sus planes.

Él y otros muchacho estaban acabando de doblar una lona cuando uno d elo hombres de Meanley vino a buscarles y a apremiarles para que se reunieran con el resto.

-Su Alteza va a dirigiros unas palabras -consiguió arrancarle uno de los muchachos más mayores mientras eran conducidos al lugar donde estaban conducidos el resto de los hombres.

¿Su Alteza? Jaron tardó un poco en darse cuenta de que su alteza era Jacob de Meanley, el padre de Mireah y el humano que le había reconocido como elfo tan sólo oir su nombre.

¡Maldición! Jaron se caló más el sombrero que nunca se quitaba en presencia de los demás y bajó la cabeza, fijando la vista en sus pies, esperando que les dejaran quedarse en una discreta última fila.

Por encima de la cabeza de los humanos vio la figura del príncipe, montado a caballo, grave y severo.

-¡El príncipe en persona! -Dijo Miekel llegando junto a él-. Esto se pone feo.

Jaron se guardó de decirle al novicio que no sabía bien cuan feo se podía llegar a poner, pero agradeció su presencia. El humano era más grande que él y podía usarlo de parapeto para pasar desapercibido.

A su alrededor los murmullos empezaban a decrecer a medida que los hombres del príncipe mandaban a callar a sus tropas. Cuando todo sonido hubo muerto, Jacob de Meanley empezó a hablar:

-Sé que muchos de vosotros creéis que he enloquecido y que en mi locura he arrastrado a nuestro rey. A todos esos les pido paciencia, pronto veréis que no persigo quimeras y leyendas, que los elfos son tan reales como el compañero que tenéis a vuestro lado. El resto, los que sabéis que es cierto, los que habéis percibido su presencia en medio de la noche, aquellos a los que se os ha arrebatado algún familiar en el bosque, niños, mujeres… A esos os pido fuerza, que no desfallezcáis. La tarea que nos espera es demasiado grande para fracasar. No os preocupéis, no lo haremos. Tal vez el demonio esté de su parte, pero Dios está de la nuestra.

El príncipe tiró de las riendas de su caballo, que se agitaba inquieto al alzar éste ligeramente la voz.

Jacob continuó hablando, pero Jaron hubiera preferido no escucharle. Siguió enardeciendo a sus hombres a golpe de mentiras acerca de los elfos, hilvanando atrocidades, una detrás de otra, y falsas acusaciones que el medioelfo escuchó sin poder protestar. Medio escondido detrás de Miekel, con la gorra bien calada y la cabeza gacha, era muy consciente que ahora más que nunca debía se invisible, así que ni siquiera alzó la vista para ver qué efecto tenían las palabras de Meanley en su auditorio.

-Sabéis que no hablo por hablar –continuó el humano con su voz atronadora-. La casa de Meanley no ha quedado eximida de la maldición de esas criaturas. Todos conocéis la historia de Sarai. Embrujada, apartada de los suyos, una princesa joven y hermosa que desapareció una noche y nunca se la volvió a ver.

La mención de su madre y el codazo que le propinó Miekel le hicieron alzar la cabeza por fin.

-¿No era ese el nombre de tu madre? –susurró el novicio cuando le miró interrogante y algo enfadado por el golpe.

-Puede ser casualidad –probó, aún reacio a compartir la verdad.

-Sí, claro. ¿Secuestrada por los elfos? Tal vez huía de ellos cuando llegó a la abadía –insistió.

-Chist. No me dejas escuchar.

Y se volvió hacia Jacob de Meanley, realmente interesado en lo que estaba contando. Sabía por Mireah que el nonbre de Sarai había estado casi prohibido en el principado, que su historia no se contaba, y que si se hacía se acusaba a su madre de brujería y herejía. Y sin embargo ahí estaba el príncipe, hablando de como los elfos había secuestrado a la hermosa Sarai para no devolverla jamás.

Claro que su sorpresa fue aún mayor cuando Jacob añadió a Mireah a su discurso y habló de que la historia se repetía, que había llegado el momento de hacer algo en contra de los elfos y que eran afortunados de formar parte del grupoq eu iba a cambiar la historia y devolver la gloria al principado de Meanley.

El príncipe acabó su arenga y sus hombres vitorearon. Algunos convencidos, algunos contagiados por el ambiente, otros tal vez simplemente asustados pos las conseqüencias. Pero fuera por el motivo que fuese, los brazos se alzaron y las armas repicaron contra los escudos. Meanley asintió, complacido, y dio algún tipo de orden a sus hombres, que empezaron a dispersar al grupo devolviendo cada cual a sus quehaceres.

Jaron lo observó a alejarse en compañía de sus soldados de más alto rango preguntándose qué debía de tener en mente. ¿Sabía Zealor que el príncipe de Meanley estaba a punto de enviar un ejército contra la Nación o le había traicionado el humano?

Miekel le tocó el hombro y le devolvió a la realidad.

-Hemos de volver al trabajo.

Jaron asintió, aún un poco ausente, pero el humano no lo notó. O eso pensaba Jaron, porque tan pronto se puso todo el munco en marcha el novicio le tomó del brazo y le obligó a quedarse un poc atrás.

-¿Por qué no me cuentas qué pasa para que pueda ayudarte?

-¿Qué? ¿De qué hablas?

-¿Crees que no me he dado cuenta? Prácticamente te has escondido tras de mí para que Jacob no te viera.

-Odia a los elfos. ¿Crees que quiero llamar su atención?

Miekel hizo un mohín, no le creía, pero no se le ocurría ningún argumento contra eso.

-Sabes que estoy de tu parte, ¿verdad?

-Eso dices.

-Rodwell me envió para ayudarte -el humano sonaba dolido.

Jaron se mordió el labio por dentro. Sabía que Miekel tenía razón. Mientras le ocultara cosas no podría ayudarle, pero una parte de sí no se fiaba de él aún.

No, mentira.

Una parte de sí no quería fiarse de nadie nunca más.

-Pues entonces ayúdame a doblar las tiendas. Esa lona pesa toneladas.

Y siguió andando en dirección al grupo. Esperaba que Miekel se diera por aludido y no insistiera. No quería ponerse en contra del único posible vínculo con la abadía. Al fin y al cabo, que no se fiara de él no quería decir que no fuera agradable tener con quien hablar de vez en cuando.



domingo, 22 de noviembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo octavo





Mireah se había sentado junto a él en la cama y le tomaba las manos mientras que Nawar y Dhan se quedaron un poco atrás. Haze agradeció que todos se hubiesen abstenido de abrazarle mientras les explicaba que el doctor acababa de recolocar su brazo, intentando que la anécdota sonara más divertida que dolorosa. En realidad se sentía demasiado cansado para tanto alboroto, pero no sabía muy bien como negarse a sus atenciones. Además, tener sus manos entre las de Mireah era tan agradable…

-Debiste avisarnos de que te dolía –le riñó la princesa acariciando su frente.

-No quería molestar –fue su respuesta.

Era mentira, y sus miradas de preocupación y sus sonrisas de indulgencia le hacían sentir aún más miserable, pero era preferible dejarles creer que era mejor persona de lo que en realidad era que confesar que simplemente había perdido la costumbre de quejarse, que hacía demasiados años ya había decidido que no iba a volver a llorar ni a quejarse de dolor, que no servía más que para recibir más dolor. Una costumbre de cincuenta años es difícil de perder, pero no lo hubieran entendido y hubiera generado protestas y preguntas a las que no tenía ganas de responder.

Por suerte para él la puerta se abrió en ese momento, dejando entrar al príncipe Faris. Era un muchacho serio, de eso se había dado cuenta a los pocos minutos de conocerle, pero ahora se mostraba más serio de lo habitual. Un gesto suyo y el criado, que había acabado de vendar la espalda de Haze y se encontraba recogiendo las gasas empapadas en sangre, salió de la habitación con una inclinación.

-Sentaos, por favor -ofreció a Nawar y Dhan, y ambos acercaron sendas sillas. El príncipe, sin embargo, permaneció en pie -Espero que hayáis dormido bien -dijo cuando estuvieron acomodados-. Ciertamente, se os ve más descansados.

-Hemos dormido muy bien, Alteza -respondió Dhan-. Vuestra hositalidad ha sido un honor inesperado.

-Una bendición -añadió Mireah.

-Mi hogar es vuestro hogar mientras dure este desafortunado asunto -el joven elfo se veía incómodo, o al menos eso le pareció a Haze. Posiblemente se movía bien en los eventos públicos y en el trato con sus hombres, pero ellos no eran ni lo uno ni lo otro y no sabía muy bien como actuar. Carraspeó-Supongo que Nawar os ha puesto al día de porqué estáis aquí.

-Pensáis utilizarnos para derrocar a mi hermano –Haze lo dijo casi sin pensar y se preguntó si el sueño que poco a poco se estaba apoderando de él estaba anulando sus ya de por si escasas dotes sociales.

Una ceja alzada por parte del príncipe, un pellizco en la pierna por parte de la princesa le indicaron que posiblemente así era.

-Bueno, es un resumen algo más crudo del que yo hubiera hecho -el muchacho carraspeó de nuevo, pasando una mano por su corto cabello-, pero sí, creo que podéis poseer información útil al respecto de Zealor Yahir. Me gustaría que Maese Yahir me contara todo lo que sabe de su hermano.

-Puede llevarnos un rato, Alteza

-Lo imagino -logró por fin arrancar una sonrisa del joven-, y por lo que Na’im ha dicho no va a poder ser esta mañana.

-¿Por qué no? -Quiso saber Mireah.

-Me han dado un calmante y no tardaré en quedarme dormido, me temo.

-¿Otra vez? -la humana hizo un mohín.

-El médico me ha preescrito descanso y tranqulidad -trató de bromear para aliviar la preocupada frente de la joven.

-Descanso y tranquilidad... -repitió Nawar, burlón, mientras se recostaba en su silla-. No nos va a venir mal.

-Na'im sólo lo ha recomendado para Maese Yahir -le recordó Faris.

-¿Qué? ¡No! ¡Acabamos de llegar! -Pretestó Nawar, que sin duda conocía al príncipe mejor que los demás y entendió antes que ellos a donde quería ir a parar.

-Y has podido comer y descansar.

-¡No es justo!

El príncipe ladeó la cabeza, alzando la misma ceja que alzara antes.

-Tengo una misión para ti -dijo finalmente-. Quiero que me traigas al muchacho medioelfo.

Hubo un corto silencio lleno de sorpresa. Ninguno de ellos se esperaba que el príncipe fuer aa estar interesado también en el chico.

Nawar se apresuró a romperlo.

-¿Qué traiga a Jaron? ¡Pero si puede estar en cualquier sitio!

-No me importa -Faris fue tajante-. Dejar que el chico se fuera fue una estupidez por tu parte y es responsabilidad tuya recuperarlo.

Haze no pudo evitar notar que el príncipe abandonaba las formalidades cuando hablaba con Nawar. Era más autoritario, pero también más cercano, como si con Nawar no necesitara tantos circunloquios para llegar al asunto. Por supuesto, conociendo al joven Ceorl éste no debía de haber notado más que el tono autoritario de su señor y refunfuñaría por las esquinas para cualquiera que quisiera escucharle.

-Pues ya me diréis como voy a encontrarle después de una semana… -masculló.

-Es tu problema, no el nuestro.

-Yo puedo ayudarte –se ofreció Mireah.

-¿Vos?

-¡No! –protestó Haze antes de que la princesa pudiera contestar- Ni hablar.

-Oh, vamos -Mireah apretó sus manso como si así fuera a hacerle entrar en razón-. Si hemos de entrar en tierras de humanos, Nawar estará más seguro conmigo.

-¿Tierras de humanos? No tengo ninguna intención de adentrarme en tierras de humanos.

-Entrarás donde haga falta.

-Mireah, si vas de nuevo a tierras de humanos, tu padre… -Haze decidió ignorar a Faris y a Nawar e intentó hacer entrar en razón a su princesa.

-Puedo evitar las tierras de mi padre -Mireah le interrumpió- como estoy segura que Jaron las habrá evitado también. Sé donde queda su abadía. Sabes que tengo razón. Si Nawar va solo no tiene ninguna posibilidad. Y hemos de encontrar a Jaron antes de que le pase nada.

Haze suspiró. Por supuesto que sabía que tenía razón, pero eso no quería decir que le gustara la situación, sólo que no se le ocurrían argumentos en contra. O tal vez era simplemente que le costaba mantener los ojos abiertos. No se sentía con ánimos para discutir.

-Esta bien, pero si tu vas yo también voy.

-Eso sí que no.

-No voy a perderte de vista. No otra vez.

-Tienes que descansar -insitió la humana, suplicante.

-Su Alteza tiene razón, Maese Yahir. Vos no podéis acompañarles, estáis demasiado débil.

Haze se volvió hacia el príncipe. Hubiera querido decirle que él no era uno de sus soldaditos para que le diera órdenes aquí o allá, pero en el fondo sabía que tenía razón. Mireah tenía razón. Y Na'im, el médico, también tenía razón. Si iba con ellos se convertiría de nuevo en una carga y su debilidad podía costarles la vida. Además, sabía que Mireah estaba muerta de preocupación por Jaron. Y la verdad era que él también.
En pocas semanas se había acostumbrado a tenerle cerca y a pesar de seguir creyendo que el chico estaba mejor sin él ahora no podía dejar de pensar en todo lo malo que podría ocurrirle. Pero dejar que ella se fuera sin saber qué iba a encontrar... ¿Y si tampoco regresaba? ¿Y si la perdía como lo había perdido todo?

¡Demonios! Tenía tanto sueño...

-¿Podemos discutirlo luego? -Pidió, llegvándose una mano a la cabeza. No se dió cuenta que era el brazo derecho hasta que un ligero dolor en la espalda se lo recordó-. Creo que... creo que la droga ya está haciendo efecto.

-Claro que sí, amor, lo discutiremos luego -le dijo Mireah ayudándolo a acostarse y acariciando su frente.

Oyó ruido de sillas y supo que Nawar y Dhan se habían puesto en pie. Supo sin lugar a dudas que ellos se retirarían antes que Mireah, que le darían a su princesa un poco de tiempo a solas con él. Al fin y al cabo, ella iba a irse mientras él dormía, lo había presentido en su voz.

Quiso tomar su mano bien fuerte, asegurarse que no podría irse sin él, pero tan pronto como cerró los ojos supo que no aguantaría más que unos segundos más despierto.

"No me dejes, princesa" quiso decirle, lo pensó con toda claridad, pero nunca pudo saber si las palabras habían salido de sus labios.