domingo, 11 de abril de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo quinto





Cuando en mitad de la noche dos hombres de su avanzadilla vinieron a buscarle para mostrarle algo Jacob de Meanley supo que había llegado por fín el momento. Sin duda debía tratarse de la señal de la que hablara el elfo. Aún así cuando llegó al lugar donde sus hombres estaban apostados no vio nada.

-¿Qué es lo que se supone que debo ver?

-No hay nada que ver, Alteza.

-¿Entonces?

-Escuchad... -susurró uno de los soldados con reverencia.

Y así lo hizo. Todos guardaron silencio de un modo casi ceremonial y Jacob pudo oir las campanadas. Lejanas, sí, pero a la vez tan claras, tan ciertas...

-Bastardo pomposo -masculló Ishaack y Meanley supo que hablaba del Qiam.

Debía reconocer que sabía administrar sus golpes de efecto. No era de extrañar que quienes desconocían el origen de las mismas hubieran forjado mitos de magia y espectros. Campanadas en la noche. Una vez cada... ¿Cien?¿Doscientos año? ¿Cuanto vivían esos engendros?

Bueno. Estas eran las últimas campanadas de los elfos. De eso se iba a encargar él.

-¿Cuánto hace que suenan?

-Dos horas, señor.

Jacob de Meanley sonrió y volvió grupas.

-Estad listos para salir al alba -dijo a sus hombres-. Ya conocéis las órdenes. Dispersáos, que no os vean. Y en cuanto veáis un elfo guardad posiciones y traedme en seguida las nuevas.

Y él e Ishaack volvieron hacia el campamento, ansiosos por poner en fin en marcha el plan. Jacob de Meanley, el segundo, el nieto, iba a culminar por fin el plan de su abuelo. Se acabó ser príncipe en una minúscula provincia. Se acabó el vasallaje servil.

Jacob I, el conquistador.

Por fin llegaba el momento de hacer Historia.



Fin de la segunda parte