lunes, 17 de enero de 2011

tercera parte, capítulo vigésimo noveno







Cuando llegaron al final del pasillo Nawar se sintió aliviado. No se le daba muy calcular el tiempo, pero estaba convencido de que había pasado al menos una hora recorriendo ese túnel en la más absoluta oscuridad.

El humano había intentado entablar conversación un par de veces, sin duda tan agobiado por la falta de luz como él, pero Nawar no estaba de humor para conversaciones triviales con tipos a los que apenas conocía y sus respuestas bruscas parecían haber acabado definitivamente con sus ganas de charlar. Sin embargo, a medida que pasaban los minutos después del último desaire, el que parecía haber sido el definitivo, el elfo se había arrepentido. El resto del trayecto en completo silencio fue definitivamente peor.

Pero al girar el último recodo habían notado por fin una corriente de aire y las formas de una puerta se recortaban a escasos metros, enmarcada por un fino rectángulo de luz. Por fin había llegado a los aposentos de Faris.

Se detuvo e indicó con un gesto al humano para que hiciera lo mismo. No fue hasta que este chocó con él que recordó que Miekel tampoco veía nada. Se volvió hacia el joven, molesto por su propia estupidez. Sus ojos empezaron a acostumbrarse a la penumbra y pudo insinuar su tupido ceño fruncido.

-¿No es esa puerta?

-Sí –susurró, aunque en realidad no podía estar seguro de ello hasta que no la abrieran. Y tal vez ni así. Sólo había estado en los aposentos de Faris una vez y de eso hacía bastantes años-. Pero será mejor que nos acerquemos con cautela.

El humano asintió, moviendo afirmativamente su rostro peludo en silencio, y esperó a que Nawar se acercara al rectángulo de luz. Era apenas un resquicio de luz mortecina la que se filtraba por la apertura, pero a Nawar se le antojó maravillosa. Puso la oreja contra la pared y se sorprendió al sentir madera y no piedra. Cerró los ojos, tratando de oír algún ruido que le indicara si la habitación estaba ocupada. Esperando oír la voz de su señor, de hecho, algo que confirmara que el nudo que tenía en el estómago desde que había visto los soldados del Qiam en el patio era infundado. Ningún sonido le llegó desde el otro lado.

Intentó ver algo por una de las rendijas, pero fue tan infructuoso como el intento anterior.

-Parece que no hay nadie –admitió en un susurro.

-¿Entonces es seguro entrar?

Por toda respuesta Nawar empezó a tantear la puerta en busca del resorte para abrirla. No tardó en dar con él. Supuso que no tenía mucho sentido esconder el resorte de las puertas en un pasadizo que, se suponía, sólo quienes lo conocían podían recorrer.

La puerta se abrió hacia adentro sin un chirrido. Hizo tan poco ruido que elfo y humano no hubieran sabido si de veras se había abierto si el pasillo no se hubiera visto inundado de luz. La luz pagada de un amanecer nublado, pero luz al fin y al cabo después de minutos de oscuridad y silencio.

Nawar fue el primero en sacar la cabeza. Era definitivamente la habitación de su Alteza. Reconoció los muebles y los escudos decorando las paredes, pero no le gustó comprobar que la cama no sólo estaba vacía si no que no estaba desecha. Era demasiado pronto por la mañana para que ningún criado hubiera subido a hacerla aún.

Le indicó al humano que le siguiera, convencido ahora de que la habitación estaba vacía. Miekel miró alrededor con una mueca, dándose cuenta él también de que el lugar estaba vacio.

-¿Y ahora? -el humano seguía susurrando y se agachó un poco, como para hablarle al oído.

-No sé -confesó susurrando a su vez. A pesar del vacío de la estancia se sentía como si estuviera invadiendo la intimidad de su señor, como si hablar en voz alta en aquel lugar que no les correspondía fuera una falta de respeto-. Esperaba que Su Alteza estuvierqa aquí aún.

-Tal vez Jaron y la Princesa han llegado antes.

Nawar negó con la cabeza, señalando la cama hecha y la mesa, donde reposaba la cena fría e intacta. ¡Demonios! Le dolía tanto la cabeza...

-Su Alteza no ha dormido aquí -caminó hasta el escritorio, por si encontraba alguna pista, algún indicio de donde podía haberse metido su señor-. Tal vez...

No pudo acabar la frase. Apenas había andado tres pasos cuando la puerta del armario se abrió y un muchacho saltó sobre él, derribándolo. Nawar se cubrió la cabeza con las manos, temiendo el golpe definitivo que acabaría con los pocos sesos que conservaba, pero Miekel se adelantó, agarrando al chico por la solapa y levantándolo en el aire.

El muchacho soltó un exabrupto nada decoroso al reparar en el rostro peludo del humano, apenas tres palabras cortas y mal sonantes, pero fueron suficientes para que Nawar reconociera la voz.

-¡Dejáme ir, monstruo! -Chilló el muchacho que no era un muchacho, tratando de golpear a Miekel.

Nawar se incorporó, más humillaod que magullado, y puso una mano en el brazo del humano, pidiendole que pusiera a la mocosa en el suelo y permitiendo que esta reparar en él.

-¡Nawar! -Alania corrió hacia él y le abrazó. Luego pareció reparar en lo que había hecho y se apartó de él, llevándose las manos a la boca-. ¡Oh! ¡Cuanto lo siento! Pensé que érais hombres del Qiam. No pretendía hacerte daño.

El rubio sonrió a su pesar.

-No me has hecho daño -le revolvió el pelo pelirrojo, tan corto como el de un muchacho. Vestía ropas negras de luto, ropas de varón y Nawar reparó en que tenía algunos cortes en las manos-. ¿Qué haces tú aquí?

-Estaba esperando a que Faris volviera. Quiero decir, esperando a que Su Alteza volviera. Dijo que volvería al amanecer y ha amanecido hace ya un rato.

-Vas a tener que ir un poco más atrás para que entienda algo de lo que estás diciendo.

La muchacha le explicó cómo se había escapado de casa de sus padres y como, al saber que el Qiam había quemado Fasqaid, decidió ir a buscarles al Castillo Real, convencida de que era para el Rey para quien él trabajaba.

-Pero no era el rey, era Faris... bueno, Su Alteza. Aunque la verdad es que me acerqué mucho. Eso tienes que concedermelo.

Faris la encontró, pero la muerte del Rey impidió que el príncipe pudiera irse del Castillo esa misma noche para llevarla a un lugar seguro, así que la hizo pasar por su paje, Taren. Pero esa noche el príncipe se había ido mientras ella dormía.

-Pero eso no es lo peor, ni mucho menos -prosiguió la elfa.

Miekel se había sentado en el escritorio de su señor y Nawar se había apoyado en una columna, pero entre el humano y él dieron buena cuenta de la cena fría de su señor mientras la niña hablaba. Nawar empezó a recordar porqué le irritaba tanto y se arrepintió de haberle pedido más datos, pero ya era tarde.

-¿Y qué es lo peor? -Quiso saber el humano, a quien Alania aún miraba con cierto temor.

-Los hombres del Qiam vinieron a buscar a Faris a media noche, de muy malos modos, pero él ya no estaba y no pude evitar que me llevaran con el Qiam. Me reconoció, así que ya sabe que Faris me estaba ocultando.

-¡Mierda!

-Me escapé de ellos y por eso estaba esperando a Faris, para advertirle, pero por si entraban hombres del Qiam buscándome me escondí en el armario.

-¿Y hubieras atacado a cualquiera que hubiera pasado por aquí?

La muchacha asintió con gesto orgulloso.

-¿Y si hubiera sido Su Alteza?

Esto hizo enrojecer a la elfa, cuyo rostro podría haberse confundido con su cabello.

-No seas tonto. A él le hubiera reconocido.

-¿A él sí y a mi no?

-¡A ti no te esperaba!

-Creo que hay cosa más importantes de qué preocuparse en estos momentos -dijo Miekel, cortando la absurda conversación que a Nawar ya se le estaba yendo de las manos-. ¿Por qué mandaría el Qiam a buscar a vuestro príncipe en medio de la noche?

-¿Qué estás pensando?

-Que Jaron y la Princesa llegaron antes que nosotros.

-Imposible, ¿cómo iban a saber donde buscar?

-Bueno, reconozco que Jaron es un poco tozolón, pero a poco que la Princesa tenga dos dedos de frente habrá deducido que si el rey había muerto el príncipe estaría cumpliendo con su obligación -fue su respuesta, dando un sonoro mordisco a una zanahoria para subrayar su conclusión.

Nawar reconoció que tenía razón. Además, él le había hablado a la princesa de las obligaciones del Luto. Podía muy bien habersele ocurrido ir directamente al Castillo Real. ¿Era posible que hubieran dado con el camino? ¿Por qué si no iba a verse obligado el Qiam a despertar a Faris a media noche? ¿Por qué si no iba a preparar a sus hombres para la marcha incluso antes de que los humanos atacaran?

-Pero Su Alteza no estaba -dijo finalmente, dejando las patatas que estaba comiendo. De repente ya no tenía hambre-. Sólo el Qiam.

-¿Jaron está aquí? -La muchacha miró ora a uno, ora al otro, buscando no sabía muy bien qué-. Pero se había ido a su casa, con... -su mirada se detuvo en Miekel.

-¿Con los humanos? -Finalizó el joven con una sonrisa pesarosa-. Me temo que nos encontró.

-Y el Qiam le tiene... -se llevó una mano a la boca mientras los azulísimos ojos se le llenaban de angustia y lágimas. Y eso que ella no había visto lo que el Qiam le había hecho a Haze.

-Es sólo una suposición.

-Hay que rescatarlos -se secó las lágrimas con un gesto rápido antes de que llegaran a salir-. Eso es. Les rescataremos y luego iremos a buscar a Faris, sea donde sea que se haya metido.

-Estará en Segaoiln'ear -dijo Nawar mientras deseaba tener la mitad de confianza en su éxito que tenía la muchacha. Si su señor se escondía allí estaba perdido. Era el primer lugar donde buscaría el Qiam. Tal vez incluso el primer lugar que el Qiam quemaría si descubría que Haze estaba allí también -Malditos Yahir -masculló para sí.

-Bueno, donde sea. Primero habrá que rescatar a Jaron y a Mireah.

-Primero habrá que averiguar donde están prisioneros, digo yo.

La muchacha sonrió confiada, cogiendo uan gorra que estaba arrugada en un rincón del diván. Se la caló hasta las orejas y luego se atusó un poco el pelo de la nuca.

-Éso dejaselo a Taren. ¿Sabías que las criadas le han cogido mucho cariño al nuevo escudero de Su Alteza Real?


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