jueves, 4 de diciembre de 2008
Capítulo vigesimoquinto
Los sirvientes estaban recogiendo el desayuno cuando Ishaack avisó a su príncipe de la visita de los elfos. Eran dos soldados del Qiam y decían venir con un mensaje para él.
Jacob los recibió en el sótano, como siempre, lejos de las miradas inquisitivas.
El elfo de mayor rango le saludó con gesto grave antes de entregarle un pergamino en el que, supuso, venía el mensaje del Qiam.
Meanley lo leyó y luego miró a los elfos con fastidio.
-Le encontráis aquí por los pelos -les informó.
-Lo sabemos, y el Qiam envía sus más sinceras disculpas. Son causas de fuerza mayor.
-Ya... -Jacob se calló lo que opinaba acerca de las causas de fuerza mayor del Qiam-. Seguidme.
Y condujo a los elfos hacia las mazmorras, deteniéndose frente a una de las celdas.
-Ishaack, ábrela.
-Sí, señor.
Su capitán obedeció y pudieron ver al ocupante de la misma. Era un elfo anciano que, maniatado y con los ojos vendados, se hallaba sentado en una banqueta, cabizbajo y resignado. El prisionero levantó la cabeza al oírlos entrar, pero no dijo nada.
El elfo que hablara antes, el de mayor rango, se acercó a él.
-Tranquilo, señor Ceorl, va a volver usted a casa.
-¿Y Noain? -Habló por fin el anciano.
-Ella ya le está esperando.
Y con suma delicadeza el elfo ayudó a Salman Ceorl a ponerse en pie. Meanley le observó mientras salía de la celda y luego miró al otro elfo, que caminaba unos pasos por detrás.
-¿Lo sabe? -Preguntó al de más rango.
-Me temo que no, señor. Cuesta tantoencontrar voluntarios en estos tiempos...
-Ya veo.
E hizo un gesto a Ishaack quien, tan traicioneramente como sólo él sabía, golpeó al soldado elfo en la nuca. Éste cayó al suelo con un golpe sordo y no se levantó. Jacob miró el cuerpo inconsciente del joven elfo, sin duda mucho más fuerte, y por tanto más amenazador, que el anciano o incluso que el tal Jaron Yahir que tantos años pasara en esa celda.
-Comprueba que sigue vivo antes de cerrar la puerta -le dijo a Ishaack-. Un elfo muerto no nos sirve de nada.
El humano sonrió maliciosamente mientras se acuclillaba a comprobar el estado del elfo.
-Vivirá -decidió.
Y, poniéndose en pie, salió de la celda junto a su señor y el oficial elfo, que les miraba impasible.
-Yo y el señor Ceorl nos vamos ya. Y vos deberíais hacer lo mismo, Alteza. El Qiam me ha dicho que os recuerde que con vuestra hija y el muchacho a la fuga no hay mucho tiempo que perder.
Meanley gruñó, pero no dijo nada mientras seguía al elfo escaleras arriba. Necesitaba a esa serpiente que los elfos llamaban Qiam para sus propósitos y todo estaba demasiado avanzado como para estropearlo por un poco de orgullo.
Daba igual. Que se confiara. Que creyera que mandaba sobre su persona si eso le hacía feliz.
Cuando todo hubiera terminado, cuando los Meanley no le necesitaran más, él mismo se encargaría de matarlo con sus propias manos tal y como prometiera a su abuelo en su lecho de muerte tantos años atrás. Y ese día se darían cuenta los malditos elfos de quien era realmente su superior.
Jaron había hecho casi todo el camino en silencio, cabizbajo, pensando en el mejor modo de darle la noticia a Mireah. La verdad era que no se le ocurría ningún buen modo de dar una noticia como esa, y además... ¿Como reaccionaría Mireah? ¿Y si le culpaba? ¿Y si le odiaba? No se veía con valor de soportar nada de todo eso. Y tampoco tenía ganas de ver a Jaron Yahir. ¿Y si no le importaba la noticia? O peor. ¿Y si se alegraba? No sabía si iba a poder contenerse si ese era el caso y pelearse con el elfo no iba a servir de nada a Haze ni a nadie.
¿Y si dejaba que fuera Nawar quien se encargara de todo? El elfo era bueno tomando la iniciativa. Seguro que sabía manejar la situación.
No. Haze era su tío. Era su culpa. Era su responsabilidad.
¿Lo era? ¿Por qué? Todo ese asunto de Haze y el Kiam venía de lejos, ¿no? ¿Por qué tenía que verse él envuelto si ni le iba ni le venía?
“¿Te estás oyendo a ti mismo?”
Sí, se oía. Y resultaba patético y pueril. Y eso era lo que él era, ¿no?
Patético y pueril...
Tal era el estado de confusión y nervios en el que se encontraba que cuando la entrada de la Casa Secreta apareció ante ellos una arcada le obligó a detenerse y doblarse. Puesto que llevaba el estómago vacío sólo pudo vomitar bilis y saliva. La primera le quemó la garganta. La segunda no sirvió para limpiar el horrible sabor que quedó en su boca.
-Chaval, ¿estas bien? -Se interesó Nawar, llegando junto a él.
El chico asintió mientras se limpiaba la comisura de los labios con la manga. Pero era mentira, pues cuando alzo la vista y vio a Mireah avanzar decidida hacia ellos una segunda arcada le subió por la garganta.
En dos grandes zancadas la princesa se situó junto a él y, pasándole un brazo por los hombros, le ayudó a erguirse. Y Jaron supo al verla, tan grave, tan decidida, que de algún modo ella ya lo sabía. Eso no ayudó a mejorar su tensión.
-Ey, ¿ya está? ¿Mejor? -Le preguntó.
Y el medioelfo no supo que responder. ¿Sí? ¿No? ¿No lo sé? Así que se quedó callado como un bobo, esperando, como siempre, que alguien hablara por él.
-Mireah... -empezó a decir Nawar.
Pero la humana le cortó, pasándole con gesto furioso un trozo de papel.
-Si vas a contarme esto, ahórratelo.
Nawar leyó, frunciendo el ceño con preocupación.
-¿Ya? ¿Esta noche?
-¿Qué es? ¿Qué es?
Por toda respuesta, Nawar le pasó el papel sin dejar de mirar a Mireah. Un vistazo rápido fue suficiente para ver de qué se trataba. Haze Yahir, el traidor, había sido capturado, e iba a ser ejecutado públicamente esa misma noche en Suth Blaslead.
-¿De donde lo has sacado? -Quiso saber Nawar.
-Yo se lo traje -dijo Alania.
Todos se volvieron hacia ella.
La elfa podía llevar allí unos minutos, o días.... o tal vez meros segundos. No importaba. Ni Jaron ni Nawar hubieran reparado en ella si no llega a hablar.
El corazón de Jaron dio un vuelco al verla, pero no sabía si de alivio o de ansiedad.
-Lo vi y supe que debía venir corriendo -se explicó la muchacha.
-Pero... Leahpenn está muy lejos.
-No estaba en Leahpenn. Mi padre me envió con unas tías.
-Y te has escapado -no había demasiado reproche en la voz de Nawar-. De ahí tu aspecto, ¿no?
Ahora que Jaron reparaba el ello, Alania llevaba el largo cabello pelirrojo recogido en un complicado moño del cual empezaban a escaparse varios mechones e iba enfundada en un poco práctico vestido azul que hacía juego con sus ojos. El vestido, al igual que el tocado, daba evidentes señales de no haber respondido muy bien al contacto con el bosque.
La elfa simplemente se encogió de hombros.
-Mis tías se creen que aún tengo cuarenta años y soy una muñequita -dijo con fastidio-. En fin -añadió tras un suspiro-, ¿qué vamos a hacer? Porque vamos a rescatarle, ¿no?
Nawar le sonrió.
-Ése es el espíritu, ¿ves, Jaron?
El muchacho no pudo evitar sonreír a su vez, asintiendo con la cabeza.
-Lo primero, es lo primero -dijo Nawar mientras entraban en la cueva y tomaban asiento-. Y en este caso, lo primero es serenarnos y pensar con la cabeza.
-Yo estoy serena -dijo Alania.
-Y yo -secundó Mireah, tomando la mano de Jaron entre las suyas.
-Yo no -admitió el muchacho apologéticamente-. Dadme unos segundos.
Alania le dio un golpecito en el hombro y le dedicó una sonrisa.
-¿Ya? -quiso saber.
-Ya -mintió Jaron.
-Vale -la elfa dio una palmada-, serenos. ¿Y ahora?
-¿Ahora? A esperar.
-¿Esperar? ¿A qué?
-A la noche.
-¿Qué? ¿Hemos de esperar a que le maten? -Jaron se puso en pie de un salto.
Mireah y Nawar se miraron y luego le miraron a él.
-No ha leído el papel entero -dedujo Alania no sin cierta sorna en sus azulísimos ojos.
Estas palabras, unidas a la calma de sus compañeros, le llenaron de vergüenza e hicieron que se sentara de nuevo.
-¿Qué no he leído?
Nawar le mostró el papel de nuevo, señalando un párrafo.
-Esta noche será escarmentado públicamente. No será hasta mañana al mediodía que será ejecutado.
-Oh -dijo, porque no se le ocurría qué más decir-. Entonces... ¿tu plan es...?
Nawar se mordió el labio antes de hablar.
-No propongo nada fácil ni agradable -empezó-. No sé si alguno de vosotros habrá visto alguna vez este tipo de ejecuciones públicas.
-Yo sí -intervino Jaron Yahir, que había callado hasta el momento-. El escarmiento consiste en algún tipo de tortura. A veces incluso mutilación... Luego se deja al ofensor a la vista pública durante unas horas hasta el momento de su muerte, que suele ser por decapitación.
Se hizo un denso silencio en la cueva mientras el elfo, que se había acercado a medida que hablaba, tomaba asiento entre ellos. Jaron no sabía qué le había espeluznado más, si la descripción en sí o su tono indiferente.
Jaron vio a Alania bajar la vista para ocultar algunas lágrimas que colgaban de sus pestañas y quiso tomar sus manos, confortarla... pero en lugar de eso centró su propia mirada en la punta de sus botas.
-Entonces... -dijo Mireah, volviendo al tema principal, rompiendo el incómodo silencio-, es durante esas horas que deberemos actuar, ¿verdad? De noche.
-Exacto -Nawar parecía encantado de poder centrarse en cosas prácticas-. Menos curiosos y, con un poco de suerte, menos guardas.
-Pero entonces... ¿dejaremos que torturen a Haze? -Alania estrujaba la falda de su vestido sin mirar a ninguno de ellos-. Dijiste que tenías contactos -dijo de repente, alzando los ojos hacia Nawar-. ¿No pueden hacer nada?
Todas las miradas confluyeron en el rubio, quien a su vez miró a Jaron antes de hablar.
-No con esto. No van a arriesgarse tanto -el joven puso una mano sobre los crispados puños de la muchacha-. Tal vez cuando esté todo hecho pueda tratar de tirar de esos contactos para conseguir un nuevo escondite. Uno salubre. Pero mientras tanto...
-Estamos solos -concluyó Mireah por él-. Nosotros cinco... O cuatro -añadió, mirando de reojo a Yahir.
Jaron también le miró, pero el elfo sostuvo sus miradas sin dejar entrever sus intenciones al respecto.
-Cinco -repuso Alania con confianza, secándose los ojos con un gesto rápido-. Papá vendrá en cuanto lo sepa, ya veréis.
Nawar torció el gesto, palmeando el hombro de la muchacha.
-Esperemos. Porque vamos a necesitar todas las manos posibles… y puede que alguna más.
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