domingo, 12 de septiembre de 2010
tercera parte, capítulo vigésimo primero
A Nawar le hubiera gustado poder decir que su lentitud era debida a la presencia del humano. No era mucho más alto que Dhan, que pero era corpulento y además vestía esa especie de armadura metálica que por fuerza debía de hacer ruido al caminar y entorpecer los movimientos. Pero la verdad era que el humano se movía con sigilo y agilidad.
No era el humano quien entorpecía la marcha.
El golpe en la cabeza había sido peor de lo que había confesado y el dolor era cada vez más fuerte. Tanto, de hecho, que a ratos tenía que detenerse unos segundos para contener las nauseas. Un par de veces había estado convencido de que iba a caer desmayado, cuando en esas pausas para recobrar el aliento y el equilibrio el mundo se había vuelto blanco por un instante. Pero por suerte habían sido falsas alarmas y si buscaba la herida en la base del craneo podía confirmar que ya no perdía sangre. Aunque por la riguidez del pelo en esa zona y la costra que podía palpar ya había perdido la suficiente.
Durante gran parte del camino se acordó de Haze, de cómo había caminado tres dái sseguidos con la espalda en carne viva y una fiebre altísima sin siquiera protestar. Entonces se setía tan avergonzado que apretaba la mandícula y aceleraba el paso. Dhan tenía razón. No era más que un chiquillo malcriado que flaqueaba a la menor contrariedad. Mientras todo era fácil había sido sencillo fanfarronear y creer que todo iba a salir bien. Pero no es cuando todo es fácil que uno debe de alardear de sus cualidades y empezaba a entender en esos momentos que su verdadera prueba no había sido cuando se enfrentaron al Qiam, ni cuando escaparon de Fasqaid
-¿Quieres descansar? -Quiso saber el tal Miekel al ver que volvía a detenerse.
Nawar negó con la cabeza cerrando los ojos, esperando no volver a tener otro fogonazo de luz. No debría haberlo hecho. El movimiento le mareó de nuevo.
-Aún nos queda un trecho -dijo sin abrir lo ojos. No aún. Seguro que el mundo se estaría quieto si el cerraba los ojos un rato más.
-Yo no me sé el camino y no me servirás de nada si te desmayas -fue la respuesta del humano.
El elfo abrió los ojos al fin, encontrándose de frente con el ceñudo rostro del humano. Nawar desvió la mirada en seguida. Sabía que era un estupidez. No era el primer humano que veía, pero le costaba acostumbrarse a sus rasgos. No le había pasado lo mismo con Mireah, pero ella no tenía pelo en la cara. Con ella era fáicl ignorar las pequeñas orejas redondas y los grandes ojos de ese color tan negro como nunca antes había visto. Pero Miekel era aún más feo que la chica, que ya era decir.
-No voy a desmayarme -replicó finalmente, haciendolo a un lado.
Y siguió caminando, con el humano detrás. El cielo empezaba a clarear pero aún quedaban un par de horas antes de que la Nación empezara a despertar. A buen ritmo llegarían al castillo antes de que eso sucediera y podrían avisar a Faris antes de que los humanos atacaran Leahpenn.
-A buen ritmo -masculló para sí.
Pero él no llevaba buen ritmo.
No habían andado cien metros cuando tuvo que detenerse de nuevo y esta vez sí vomitó. No llevaba nada de comida en el cuerpo, hacía horas desde la última vez que habían masticado algo sobre la marcha, pero no fue ningún consuelo. Así sólo podía escupir bilis y saliba.
Bilis, saliba y todo su amor propio fue lo que vomitó.
El humano le sostuvo en todo momento y le obligó a sentarse sobre una roca cuando estuvo seguro que no le quedaba nada más que vomitar.
-Así no puedes seguir -le advirtió pasandole un odre.
No contenía agua sino vino, pero Nawar necesitaba quitarse el mal sabor de boca con lo que fuera.
-Lo siento, es lo único que encontré cuando nos fugamos -dijo el humano al ver su mueca.
-Debo seguir y puedo seguir -el elfo le devolvió el odre tras un par de tragos y unas gárgaras.
El joven hizo una mueca y se rascó los pelos que poblaban su mentón.
-¿Y si cargo contigo?
-¿Qué? -Nawar recordó el modo en que él había cargado con Jaron y la sólo de que el humano le levantara en volandas le escandalizó -Ni hablar.
Se puso en pie, pero lo hizo demasiado deprisa y sintió otra nausea. Afortunadamente pudo controlarla a tiempo y, tras mirar desafiante al humano, empezó a caminar de nuevo. Esta vez consiguió mantener el ritmo, aunque no admitió frente al humano que tenía razón cuando éste bromeó acerca de lo que era capaz de hacer con tal de que lo cogieran en brazos.
Cuando divisaron el castillo por fin el sol ya asomaba y la luz suave y azul de la mañana recién nacida les dio la bienvenida a la capital. Las calles de la ciudad estaban desiertas, pues aún no había empezado la actividad. E iba a tardar en hacerlo, Nawar lo sabía bien. Durante el Luto toda actividad estaba prohibida y se tenía que ser muy tonto para no aprovechar al oportunidad para no madrugar durante un par de días.
Así que avanzaron con cuidado pero sin miedo hasta encontrarse a unos cincuenta metros de la entrada del castillo.
-Pensé que habías dicho que durante el Luto no había actividad -comentó el humano.
-Y no debería haberla -fue su respuesta.
Pero la había. En el patio de armas del castillo, visible a través de la puerta abierta, se estaban congregando un grupo de soldados del Qiam y de la guardia real a caballo, armados para la guerra.
-Parece que Jaron y Mireah han llegado a tiempo al fin y al cabo.
-Parece.
Pero Nawar no las tenía todas consigo. Si el chico y la princesa había avisado a Faris, ¿cómo era que no le veía por ningún sitio? ¿Y cómo era que había más hombres de Zealor que del Rey?
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