lunes, 5 de octubre de 2009
segunda parte, capítulo vigésimo segundo
Por suerte ya veían Sealgaire'an cuando empezó a llover.
No eran buenas noticias. La lluvia, por supuesto. Llegar por fin a la residencia privada de su señor iba a ser todo un alivio.
Tal y como Dhan había predicho, Haze había aguantado el camino, pero a duras penas. No había proferido una sola queja y se había esforzado por mantener el ritmo y no quedarse atrás, pero necesitaba con urgencia un lugar donde descansar adecuadamente y ser visitado por algún medico de verdad. Por eso la lluvia no era un buena noticia. Habían evitado coger una pulmonía por lo pelos tras el incidente en Fasqaid, pero Nawar no estaba seguro de que fueran a tener tanta suerte dos veces.
Mireah llegó junto a él, cubriéndose la cabeza con la capucha de su capa.
-¿Es allí? -Quiso saber, ansiosa, señalando el edificio que sobresalía de entre los árboles.
-Así es. Ahí se alza Sealgaire'an.
-Pues démonos prisa antes de que arrecie.
Y apretó el paso con sus largas zancadas. Nawar era tan alto como ella, pero había que conceder que le costaba seguirla cuando la joven humana aceleraba el ritmo.
-Ya la has oído -Dhan le adelantó también con un guiño.
-Déjales que corran -Haze se sitió a su altura. Él también se había calado la capucha sobre la cabeza y miraba al frente divertido-, llegaremos todos al mismo sitio.
-Creo que no se trata de cuando lleguemos, si no de cómo.
-Nos mojaremos de todos modos -Yahir se encogió de hombros-, pero si te vas a sentir mejor, apretemos el paso.
-¿Estás seguro? No tenemos porqué.
Haze resopló, poniendo los ojos en blanco.
-Dejad de tratarme como si fuera romperme -dijo con cansancio.
-Tal vez lo haríamos si no tuvieras aspecto de ir a colapsarte de un momento a otro.
El elfo rió.
-Hay una cosa llamada Tacto, ¿no te lo explicaron en la escuela?
-Creo que me salté esa clase.
-Me lo creo.
-¡Chicos! -Llamó Mireah desde casi cincuenta metros más adelante-. ¡Dáos prisa!
Los dos jóvenes se miraron y Haze le dedicó una sonrisa.
-No hagamos esperar a la dama.
Y aprentando el paso siguieron el camino hasta Sealgaire'an.
No era un palacio grande. Al contrario, apenas contaba con dos torres de tres plantas de alto y un edificio central, con una planta y un sótano donde se encontraban las cocinas, pero a Nawar siempre le había parecido un lugar hermoso, con sus sencillos arcos de media vuelta y sus ventanales policromados. El color arenoso de sus piedras resaltaba el verde del césped de su cuidado jardín, donde un solitario pozo constituía toda la decoración existente. Era la residencia particular de los príncipes herederos desde que la Nación era Nación y muy pocos cambios se habían hecho en su primera estructura. Claro que nada de todo eso podía verse en ese momento pues para cuando se acercaban ya a al verja de entrada la gruesa cortina de agua apenas dejaba intuir el aspecto de la torre oriental.
Un guardia les salió al paso tan pronto como les vio.
-¿Quien va? -Quiso saber.
-Nawar Ceorl. Su alteza Real, el Príncipe Faris, me espera.
Por fortuna, éste parecía haber dejado instrucciones al respecto, pues la verja se abrió para ellos y el guardia les apremió para que pasaran al patio interior.
-Llegáis antes de lo previsto -le informó, conduciéndolos hasta la entrada principal-. Su Alteza dijo que os esperáramos a partir de mañana.
-Ya -Nawar se guardó de opinar, pero Faris había dicho dos días y dos días eran los que habían transcurrido. ¿Acaso no confiaba en su diligencia?
-Por favor, por aquí.
Otro guardia les esperaba junto a la puerta. Saludó al primero y les dejó pasar al espacioso recibidor. Allí, a la luz de las antorchas, fueron recibidos por un grupo de criados que se apresuraron a quitarles las empapadas capas.
-El mayordomo de su alteza os mostrará el camino -dijo una de las mujeres señalando hacia una de las puertas.
Allí les esperaba un elfo anciano, alto y delgado, que sonrió al ver que por fin reparaban en él. Antes de que Nawar pudiera salir de su sorpresa Haze ya se había abrazado a él.
-¡Salman! -Yahir se separó de él sin soltar sus brazos-. ¡Pensé que nunca iba a volver a verte!
-Y yo a ti, muchacho -el anciano le miró con pesar-. Pensé que te habíamos perdido de nuevo.
-Siento haberos metido en todo esto -Haze bajó la vista-. Por mi culpa Zealor...
El anciano negó con la cabeza.
-Tu no hiciste nada malo. No podías saberlo.
-Pero debí haberlo imaginado.
Nawar carraspeó, incómodo por la situación y algo molesto. Su tío se volvió finalmente hacia él, recuperando la sonrisa. Soltó uno de los brazos de Yahir y apretó su hombro.
-Nawar, querido sobrino, ¡cuánto me alegro de verte!
El joven se dejó abrazar por su tío.
-¿Qué estás haciendo aquí? -Quiso saber.
-Estuvimos unos días en las cocinas de Palacio, pero hace dos días vinieron a decirnos que Su Alteza necesitaba personal aquí.
-¿Entonces Noaín está aquí también? -Quiso saber Haze.
-En las cocinas. Supongo que cuando estéis acomodados podréis ir a visitarla. Estará encantada de veros.
-Esto es increíble -Nawar se llevó una mano a la cara, cansado. Iba a tener que hablar muy seriamente con Faris. Pero eso sería luego, ahora había otros asuntos que atender. Así que sonrió-. Tío Salman, permíteme que te presente. Este es Dhan Hund.
-Le conozco -dijo Salman, saludando con una inclinación-. Era amigo personal de Jaron.
-Buena memoria, Señor Ceorl -Dhan le devolvió la inclinación con una sonrisa.
-Y esta es Mireah, la Princesa Mireah -y señaló a la joven, que se había quedado un poco atrás y estrujaba las manos con nerviosismo.
Salman la miró con sorpresa, pues sin duda era la primera vez que veía una humana. Sus ojos azules hicieron mil preguntas, pero el anciano conocía su trabajo y su lugar, así que en vez de formularlas se inclinó graciosamente.
-Alteza.
-¡Oh, no! -Mireah se sonrojó-. Aquí no soy...
-Claro que lo eres, princesa -Haze la tomó de la mano y la obligó a acercarse a ellos-. Este es Salman. Él y su esposa me cuidaron cuando mis padres murieron.
-Encantada -la muchacha seguía sonrojada, pero el contacto con Haze había surtido, como siempre, su efecto balsámico.
-Soy yo el que está encantado, Alteza -y sonrió en dirección a sus mano entrelazadas.
Luego les miró apreciativamente, con aire divertido, y asumió de nuevo su cargo y su papel.
-Sus señorías están empapadas. Permítanme que les muestre sus habitaciones. Allí podrán asearse y cambiarse de ropa. La cena está en camino y estoy seguro que Su Alteza Real estará encantado por la compañía.
Así que se dejaron guiar por Salman por los pasillos decorados con escenas de caza y juegos hacia una de las torres, donde cuatro habitaciones habían sido dispuestas. Allí les esperaban de nuevo los criados para ayudarles en lo que fuera menester. Dhan, Mireah y Haze desaparecieron detrás de sus respectivas puertas, pero Nawar aún se quedó un momento junto a su tío.
-¿Has visto el aspecto de Haze? -le preguntó en un susurro cuando estuvo seguro de estar a solas.
Salman asintió con tristeza. Era difícil no reparar en los surcos azulados bajo sus ojos o en la palidez de sus labios.
-¿Es por lo que le hizo Zealor?
-Sí. No ha podido curarse bien ni descansar como es debido. Temo que las heridas estén infectadas. Deberías hablar con Su Alteza para que envíe a buscar a un médico lo antes posible.
-Así lo haré -el anciano le dedicó una pesarosa sonrisa-. Y ahora ve y descansa a tu vez, que tú tampoco tienes mejor pinta.
Nawar obedeció con un gruñido y entró en la habitación, donde dos criadas parecían estar acabado de preparar un baño de agua caliente en ese momento. ¡Agua caliente! Y a pesar de no estar acostumbrado a que otros le ayudaran a desvestirse, Nawar les dejó hacer. ¡Por todos sus antepasados! ¡Un baño de agua caliente! Dejó que el calor del agua se fuera apoderando poco a poco de su aterido y dolorido cuerpo, de su cansancio y de sus preocupaciones. Ya habría tiempo para preocuparse cuando el agua se enfriara y tuviera que salir. De momento, disfrutaría de la agradable sensación. Además, algo le decía que ese era el último momento de relajación que iba a poder permitirse en mucho, mucho tiempo.
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