El sol aún no había acabado de salir cuando Haze los despertó aquella mañana y los azuzó para que se dieran prisa. El elfo desoyó las protestas de su sobrino y empezó a caminar, sabiendo que sería secundado por aquel par en cuanto se diesen cuenta de que él no iba a detenerse. No tenían tiempo de andarse con tonterías como el desayuno. Ya los había dejado dormir más de lo que le hubiese gustado. Comerían más de lo que podían cuando llegasen a su destino, pero ahora había que caminar.
-¡Haze, espéranos! –Con dos de sus largos pasos la princesa se situó a su altura. Sus cabellos estaban revueltos y su vestido sucio, pero parecía darle bastante menos importancia que Jaron. Su sobrino estaba quedándose atrás por intentar recogerse el cabello-. ¿Dónde vamos?
-A ver a un viejo conocido mío.
-¿Otro elfo? –Se interesó Jaron, alcanzándolos.
-Sí, otro elfo. De hecho, allí adonde vamos estará lleno de elfos.
-¿Vamos a entrar en tierra de elfos? ¿Y no se molestarán si Myreah viene con nosotros?
-No si no descubren que es una humana.
-¿Y cómo vamos a hacer eso? –La joven agarró a Haze por la manga, frenando su paso.
-Entrando antes de que el sol haya salido y los elfos se hayan despertado.
-Lo tienes todo muy calculado.
-Tuve sesenta y siete años para pensar en qué sería lo primero que haría si algún día volvía a ser libre, ¿qué esperabas? ¿O acaso creías que os hacía correr por gusto?
-Pensé que tratabas de huir del kiam ese –confesó Jaron.
Haze sonrió con amargura. No se podía huir de algo que te paralizaba de terror. Myreah abrió la boca para añadir algo más, pero Haze la cortó poniendo un dedo sobre sus labios.
-Basta ya de hablar o vais a gastar todas vuestras energías por la boca.
-Pero... –protestó la muchacha con un mohín.
-¡De acuerdo! –Haze suspiró, deteniéndose-. Pero es la última pregunta que respondo.
La joven sonrió un momento, lo justo para que sus ojos brillaran trayendo hasta Haze el recuerdo de otros ojos negros. El elfo se vio perdido en aquella mirada, pues se dio cuenta de que la princesa tenía los mismos ojos que Sarai.
-¿Crees de veras que es prudente que vaya con vosotros? –Preguntó, sacando a Haze de su embobamiento.
-Bueno, princesa, tu otra opción es regresar a tu casa, ¿no?
La joven abrió los ojos de par en par casi con horror y apretó la mandíbula, temblorosa. Luego, sin decir nada más, empezó a caminar a grandes zancadas.
Jaron se acercó a su tío y le miró con el ceño muy fruncido.
-Eso ha sido un golpe bajo. Si te molesta que hagamos preguntas, sólo tienes que decirlo.
Y acto seguido arrancó a caminar, siguiendo a Myreah. Haze los miró un momento, confundido. ¿Qué había hecho ahora? Tal vez no había sido muy delicado, pero ¿qué era eso de un golpe bajo? Bueno, al menos había conseguido que caminasen y callasen. Con un poco de suerte llegarían antes de que el poblado entero estuviese en pie.
Haze no volvió a abrir la boca y Jaron lo agradeció. Ese tipo estaba cayéndole gordo por momentos. Si no quería explicarles nada, pues que no lo hiciera. No iba a ser él quien se desviviera por charlar con él. Un viejo conocido suyo... Al menos habían podido sacarle que también era un elfo. Y ni siquiera la mención de ese kiam al que le tenía tanto miedo le desataba la lengua. Pues a él toda esa historia le sonaba a cuento para asustar a los niños. Un ser malvado sin matices, el corazón más oscuro y corrompido... ¿Qué tipo de persona hablaba así?
Al cabo de unos minutos de caminar, Haze, que se había colocado en cabeza para guiarles, les hizo una señal para que se acercaran hasta dónde él estaba.
-Ahí está, Leahpenn –dijo, señalando entre los árboles, al claro que se abría a tan sólo diez pasos. Jaron fijó la vista. Entre la neblina matinal se adivinaban unas casas: un poblado elfo-. A partir de aquí os moveréis por dónde yo me mueva y pisareis dónde yo pise, ¿de acuerdo?
Jaron gruñó, pero no protestó. Sabía que era por el bien de la princesa. Así que caminaron con el mismo sigilo que el elfo, pegándose a las mismas paredes que él, procurando pisar dónde él pisaba. Hasta que, cuando casi habían recorrido todo el poblado entero, Haze se detuvo frente a una casa. Jaron observó la maciza puerta, el escudo gravado en ella, con sus lobos y su roble, y se preguntó qué clase de conocidos tenía su tío. Entonces miró a Haze y vio que dudaba, los nudillos a escasos milímetros de la madera.
-¿No vas a llamar?
Por toda respuesta, el elfo suspiró y golpeó la puerta, con suavidad primero. A medida que los segundos pasaban sin obtener respuesta alguna, los golpes de Haze se hicieron más insistentes. Finalmente la puerta se abrió. Desde el umbral los observaba una muchachita elfa de largos cabellos pelirrojos y nariz redondeada y pecosa. Su desaliñado aspecto hizo suponer a Jaron que la habían despertado con sus golpes y casi se sintió tentado a disculparse.
Su tío se le adelantó.
-Perdona, preciosa, ¿está Dhan en casa?
-¿Papá? –La muchacha se frotó los azules ojos con aspecto soñoliento-. Sí, ¿quién quiere verle a estas horas?
-Díle a tu padre que Haze Yahir quiere verle, que tiene una sorpresa para él.
La muchacha asintió y les indicó con un gesto que pasaran mientras ella iba a despertar a su padre. En cuanto se quedaron solos, la curiosidad de Jaron pudo más que su determinación de no dirigirle la palabra a su tío.
-¿Quién es ese Dhan?
-Dhan Hund era el mejor amigo de Jaron la última vez que supe de él. Si alguien sabe algo de mi hermano, ése tiene que ser él.
El muchacho hubiese querido hacer más preguntas a su tío, pero entonces sonaron en el piso superior unos apresurados pasos que no tardaron en sonar en la escalera. La figura de un elfo muy grande, de espaldas anchas, mandíbula apretada y rojos y despeinados cabellos, apareció frente a ellos. No parecía tener más de cuarenta años humanos y sus ojos, tan azules como los de la muchacha, despedían ascuas de fuego cuando se posaron en Haze. Y antes de que cualquiera de ellos hubiese podido siquiera abrir la boca, el puño de Dhan Hund golpeó a Haze en plena cara, tumbándolo.
-¿Cómo te atreves a aparecer por aquí? –Tronó la voz del elfo.
Jaron apenas pudo reaccionar. Myreah, por el contrario, se apresuró a arrodillarse junto a Haze y a ayudarlo a incorporarse. Su tío sangraba por la nariz y se frotaba la mandíbula, pero esbozó algo parecido a una sonrisa. Era un tipo muy raro.
-¿Y tú, qué clase de bruto eres, que golpeas antes de preguntar? –La princesa encaró al furioso elfo-. ¿Por qué has tenido que hacer una cosa así?
-¿Por qué? ¿De veras no lo sabes? Porque este traidor vendió a su hermano y a su cuñada a los hombres de un príncipe humano.
Myreah se volvió hacia Haze, al igual que lo hizo Jaron. El muchacho buscó en los ojos de su tío algo que le indicara que aquel tipo mentía, que se equivocaba, pero el elfo se limitó a apartar la vista y a apretar los labios. Quien calla, otorga, o eso solia decir Rodwell, y Jaron no había oído un silencio más elocuente en toda su vida.
-¿Traicionaste a mis padres?
Los ojos violeta de Haze le miraron de soslayo un momento para, acto seguido, clavarse en Dhan. El pelirrojo elfo miraba a Jaron como si se acabara de dar cuenta de que también estaba allí.
-¿Sus padres? ¿De qué habla, Yahir?
-Éste, Dhan, es Jaron, el hijo que Sarai tuvo hace sesenta y siete años, antes de morir. Él es el motivo de mi visita. Él y la valiente jovencita humana de mi derecha. Necesitan un lugar dónde ocultarse, un lugar dónde ni el Qiam los buscaría –Haze inició el gesto de ponerse en pie, ayudado por Myreah-. Sé que apreciabas a Sarai, así que sé que cuidarás de ellos. Es todo cuanto te pido. Cuando me des tu palabra de que lo harás me iré y no volverás a verme nunca más.
-¿El hijo de Sarai? Es clavado a...
-Lo sé. Por eso debe mantenerse bien oculto, de momento. Al menos hasta que sepa si todo aquello que sospecho es cierto.
-¿Y te largarás por dónde has venido?
-Sí.
El corpulento elfo puso cara de ir a pensárselo. ¿Qué tenía que pensar? Jaron no necesitaba pensar para saber que no quería volver a ver a su tío en toda su vida. Ahora entendía sus silencios y sus rodeos a la hora de contestar.
El muchacho se sintió terriblemente aliviado al oír a Dhan Hund decir:
-De acuerdo, pueden quedarse aquí. Y ahora, largo.
Dhan Hund escuchó el relato del muchacho elfo y de la humana mientras su hija, Alania, preparaba algo para desayunar. La muchacha, para no perder la costumbre, protestó, pero todo aquello de la traición le resultaba tan nuevo como a sus invitados. Por no hablar de la novedad de tener a una humana de verdad bajo su mismo techo. Además, ese Jaron le parecía un chico de lo más guapo y no sabía cuanto tiempo iba a poder disfrutar de su compañía. Así que les convenció de que hablar en la cocina, junto al hogar, era más agradable que hacerlo en cualquiera de las demás salas, muy frías a esas horas de la mañana.
Le sorprendió descubrir que el muchacho llamado Jaron era hijo de una humana y un elfo. ¿Era posible eso? Entonces, lo que su padre siempre decía, que lo que enseñaban en la escuela sobre los humanos era mentira, no se lo inventaba él. Cuando el muchacho terminó, su padre empezó a hablar, a petición de Jaron. Alania, que ya había servido la leche y las rebanadas de pan con queso, se sentó también a escuchar. Quería saber de qué iba todo eso. No todos los días veía una cómo su padre casi le rompía la cara a otro tipo por una cosa ocurrida sesenta y siete años atrás.
-No sé muy bien cómo ocurrió, pero por lo visto Sarai y Jaron se conocieron gracias a Haze. Tu tío era muy amigo de tu madre, tanto que Jaron le tenía un poco de celos, pues casi pasaba él más tiempo con su esposa que el mismo Jaron. Pero Jaron siempre confió en su esposa. Además, tu tío tenía sólo cincuenta y tres años, más joven incluso que la zagala esta –y señaló a Alania. Eso, que la dejara como una cría delante de Jaron-. La cuestión es que tu padre le confió dónde se ocultaban él y tu madre, pero en un descuido de tu tío, un día, la vida de Sarai fue puesta en peligro. Tu tío lo ocultó durante muchos meses, pero Jaron lo supo al fin y le prohibió volver a visitar a Sarai. Y esa misma noche, probablemente en venganza por el despecho, los delató al actual Qiam para que supiera dónde encontrarlos.
-Pero... no puede ser... –la humana habló sin mirar al elfo a los ojos-. Cuando encontré a Haze era prisionero de mi padre. Dijo que lo habían hecho prisionero cuando se había hecho pasar por Jaron Yahir para darle tiempo a huir.
-¿Eso dijo? Probablemente lo inventara. ¿Qué iba a decir? ¿Que lo habían encerrado después de que traicionara a su propio hermano? El muy estúpido tal vez creyó que si denunciaba a Jaron no iba a pasarle nada.
Su padre fijó la vista en su tazón, fruncido su tupido ceño. Alania se preguntó por qué, si tanto le había afectado aquello, nunca antes lo había oído hablar de la familia Yahir. Aunque el apellido ese le era familiar. No era la primera vez que lo oía, pero no podía recordar dónde lo había escuchado antes.
-¿Y qué fue de mi padre? ¿Por qué mi madre murió sola?
Dhan miró al medioelfo con tristeza.
-Tus padres decidieron separarse. Tu padre creía que si él hacía de cebo tu madre y tú podrías sobrevivir. Nunca supimos nada más de Sarai. Hasta hoy.
-¿Y Jaron Yahir? –Alania, incapaz de contenerse, se metió en la conversación.
Su padre la miró ceñudo, pero contestó a su pregunta. Alania no dejó de notar que su padre se lo pensaba dos veces antes de hablar.
-Murió el día que el Qiam incendió el lugar en el que se ocultaba.
La muchacha se volvió hacia Jaron. El medioelfo había hundido la cabeza entre los hombros. Se vio tentada a rodearlo con un brazo, pero la larguirucha humana se le adelantó. Ella también parecía triste, pero no por lo mismo que Jaron. La humana volvió al tema que realmente parecía preocuparle.
-Pero, aunque lo que expliques sea cierto –y el uso de esa expresión indicó a Alania que la joven se resistía a creerlo-, ¿era necesario que tratases así a Haze? Tú mismo has dicho que no era más que un niño.
Alania vio la cara de su padre adoptar esa tonalidad rojiza que adoptaba cuando se enfadaba y supo que la pregunta de la humana no era oportuna. Pero no fue su padre quien la reprendió, sino Jaron. El muchacho levantó su glauca mirada hacia la humana y, tras retirar la mano que la joven tenía en su hombro, dijo:
-Si tanto te gustaba, haberte largado con él. ¿Quién te necesita?
La humana iba a replicar, pero se mordió el labio, conteniéndose. Era demasiado buena. Alania nunca hubiese permitido que nadie le hablara así, por mucho que comprendiera su dolor.
De hecho, no pensaba permitir que nadie tratara a nadie así en su presencia.
-¿Y tú quien te crees que eres, medioelfo? Tal vez ese Haze sí traicionó a tus padres, pero hoy se ha arriesgado por ti trayéndote hasta aquí. ¿Crees que Haze no sabía que mi padre iba a darle un puñetazo?
-¡Alania!
-No me hagas callar, papá, porque no voy a hacerlo. Estoy de acuerdo con la humana. ¿Era necesario que recibieras así a ese tipo, sin preguntarle primero qué quería?
Su padre clavó en ella una furibunda mirada y luego se puso en pie. Si no hubiese sido porque nunca lo hacía, Alania hubiese temido que su padre la abofeteara ahí mismo, delante de sus invitados. Pero en lugar de eso, la ignoró.
-Bueno, muchacho, pareces cansado. Te mostraré dónde puedes descansar.
Y su padre ayudó a Jaron a ponerse en pie. El medioelfo la miró despectivamente antes de salir de la cocina con sus hermosos ojos pálidos. Fue entonces cuando Alania sintió haber abierto la boca. Seguro que Jaron iba a odiarla a partir de entonces.
Cuando se quedó a solas con la humana la muchacha suspiró.
-Siento que te hayas peleado con tu padre por mi culpa –dijo la humana tímidamente.
-¿Por tu culpa? ¡No, que va! Mi padre y yo siempre estamos igual.
La humana sonrió y Alania se dio cuenta de cuán bonita estaba cuando lo hacía.
-Gracias igualmente, aunque Jaron tenga razón. En realidad no estoy siendo objetiva.
-Bueno, él tampoco, ¿no crees? La única que puede opinar con objetividad aquí soy yo y yo creo que tienes razón tú. Si de veras tenía sólo cincuenta y tres años cuando todo ocurrió, no se le puede recriminar nada.
-Ojalá se hubiese quedado a explicarnos su versión –la humana se llevó las manos a la cara con cansancio-. Estoy segura de que todo tiene una explicación.
Alania no supo qué decirle. Estaba más que convencida de que ni todas las versiones del mundo hubiesen podido convencer a su padre.
Un par de horas después de haber dejado a Jaron y a Myreah en las impulsivas y seguras manos de Hund, Haze Yahir llegó a Suth Blaslaed, su pueblo natal. Lo primero que hizo fue cubrirse el rostro con la capucha. Estaba seguro de que habían pasado demasiados años como para que nadie pudiese reconocerle si no se fijaban demasiado, pero no quería correr riesgos. Cuanta menos gente pudiese recordar su paso por el pueblo, mejor.
Y allí estaba, la casa de los Yahir, la familia más importante del pueblo. ¿Qué hubieran dicho sus antepasados de saberla vacía y deshonrada? Haze se quedó mirando la casa, hipnotizado, por mucho más tiempo del que en realidad quería. Era un lugar tan hermoso y acogedor, le traía tantos recuerdos...
Con un suspiro, el elfo se alejó. Tal vez podría regresar a ella algún día, pero aún no. Era demasiado pronto.
Finalmente, Haze se detuvo junto a la casa que realmente quería visitar. También seguía allí, a sólo unos veinte metros del hogar de los Yahir. Y mientras sus nudillos golpeaban la puerta se preguntó si la señora Ceorl aún haría galletas de aquellas que tanto le habían gustado de pequeño.
Cuando la puerta se abrió, Haze no pudo evitar sentirse un poco como en casa. El viejo Salman Ceorl seguía igual que siempre; con algo menos de pelo, con la espalda algo más curvada, pero seguía ahí, cuidando de la casa de los Yahir.
-¿Sí? –Preguntó, escrutando el rostro del joven.
El elfo esbozó una sonrisa bajando su capucha.
-¿Tan mal están tus ojos que no reconoces al pillastre que se comía tus pasteles?
El anciano abrió los ojos de par en par y tocó el rostro de Haze con mano temblorosa.
-Haze, el pequeño Haze... –Luego se volvió hacia el interior y, con pasos más rápidos de los que se le puede presuponer a un anciano, corrió en busca de su esposa-. ¡Noain¡ ¡Noain! Haze, es Haze.
El elfo siguió al anciano por el interior de la casa, que no había cambiado en absoluto en los últimos sesenta y siete años. El olor de la deliciosa comida de la señora Ceorl llegó hasta él al salir la mujer de la cocina. Ella también estaba algo más vieja de lo que el joven la recordaba, pero tardó menos en reconocerlo que su marido.
-¡Oh, Haze! –La anciana se abrazó al elfo con efusividad-. ¡Gracias a los dioses, mi pequeño Haze ha vuelto!
Haze se dejó envolver por los brazos de la anciana elfa como lo había hecho cuando no era más que un chiquillo. Noain Ceorl había sido para él algo más que la esposa del mayordomo de los Yahir, al igual que Haze había sido siempre algo más que el pequeño de los señores.
-Oh, mi pequeño, ¿dónde has estado todo este tiempo? Estuvimos tan preocupados cuando desapareciste, creíamos que habías muerto. ¿Cómo pudiste hacernos eso?
-Lo siento, Noain, de veras. Si hubiese podido regresar antes, por los dioses que lo hubiese hecho.
La mujer se separó de él enjugándose las lágrimas.
-Ya verás cuando Zealor sepa que has vuelto sano y salvo. Si hubieses visto cuanto le dolía tu pérdida...
-¡No! ¡Zealor no debe saberlo! ¡Por favor!
La mujer abrió mucho los ojos y miró al joven con extrañeza. Salman, tal vez más intuitivo que su esposa, le puso una mano en el hombro.
-Entonces es que no has regresado para siempre.
-No. Sólo he venido a pediros un favor, si es que queréis ayudarme.
-Ya sabes que haríamos cualquier cosa por nuestro pequeño Haze.
Haze suspiró. Ojalá no hubiese sido así, tal vez entonces no se hubiese visto excusado para meterlos en problemas.
-Aún tienes las llaves de mi casa, ¿verdad?
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