miércoles, 23 de julio de 2008

Capítulo quinto



Jaron recuperó la consciencia débilmente al principio.

Lo primero que recordó fue la paliza. Bueno, las palizas. Hubo un momento en que llegó a creer que realmente esperaban hasta que empezaba a recuperarse de los efectos de la anterior para volver a golpearle. Luego recordó a Myreah. La recordó entre nieblas, su rostro preocupado recortándose contra un cielo lleno de estrellas. ¿Había sido un sueño? Hubiese podido serlo, sin duda, pero el hecho de que notara algo parecido a un colchón bajo su cuerpo le indicaba que probablemente la princesa sí había intercedido por él.

Finalmente, para salir de dudas, abrió los ojos lo cual le costó más de lo que había esperado.

Allí estaba ella. La joven dormía recostada en una tosca pared de piedra, manchado su vestido de barro y polvo. ¿Habría estado velándole hasta caer rendida? ¿Y porqué estaban en lo que parecía ser una cabaña y no en el castillo? Jaron intentó incorporarse, pero sólo consiguió que le doliera todo.

Su quejido despertó a Myreah, que se apresuró a llegar junto a él.

-Cuidado, no debes moverte tan bruscamente –dijo ayudándolo a sentarse.

-Siento haberte despertado –fue todo cuanto acertó a decir.

-Tonterías, lo que te ha ocurrido es en cierto modo culpa mía –la joven rechazó sus disculpas con un ademán y arregló las mantas de modo que el muchacho pudiese encontrarse más cómodo.

-¿Dónde estamos?

-En el bosque, ocultándonos de mi padre.

Jaron hubiese querido hacer algún comentario acerca del príncipe, pero el tono de Myreah le previno de hacerlo. Parecía tan triste...

-¿Cómo salimos del castillo? –Preguntó, cambiando de tema.

Myreah abrió la boca para contestar, pero otra voz se le adelantó.

-¿Cómo, muchacho? Con la ayuda de la más valiente de todas las mujeres que he conocido.

Jaron se volvió hacia la puerta de la cabaña, desde dónde le sonreía un hombre delgado que cubría su cabeza con una capucha.

-¿Quién...?

-Sólo soy otro prisionero que tuvo la suerte de cruzarse en el camino de nuestra querida princesita, ¿verdad? –Jaron se volvió hacia Myreah, que asintió con la cabeza-. Además de ser lo mismo que tú.

-¿A qué te refieres?

Por toda respuesta, el hombre bajó su capucha, mostrándole un par de puntiagudas orejas, exactamente iguales a las suyas. El muchacho se quedó tan sorprendido que no pudo articular ninguna palabra por más que lo intentó.

-No hace falta que digas nada, no al menos por ahora.

Jaron asintió, anonadado aún.

Entonces era cierto que había más como él. Y por lo visto nada de lo que se decía sobre ellos era cierto. ¿O tal vez ese tipo fingía ser amable para atacarlos a traición más tarde?

Myreah carraspeó, rompiendo el silencio.

-Aún no os he presentado. Jaron, este es...

-Haze Yahir, a tu disposición –el elfo de ojos violeta le tendió la mano.

Jaron iba a responder a su saludo –más por costumbre que por confianza- cuando Myreah se le adelantó, tomando al tal Haze de la mano, reclamando su atención.

-¿Haze? Pero si dijiste que tu nombre era...

-Lo sé, princesa. Es una larga historia.

-Bueno, ¿quién tiene prisa? –La joven se cruzó de brazos.

-Nosotros –fue la respuesta del elfo-. ¿Cuánto crees que tardará tu padre en buscar por aquí? Además, quiero llegar cuanto antes hasta el río.

-¿El río?

-Princesa, llevo sesenta y siete años sin recibir más agua que la que se me permitía beber. Necesito un baño.


Haze Yahir caminaba un par de pasos por delante del muchacho elfo y la princesa. Le parecía tan increíble volver a tener el sol sobre su cabeza y la hierba bajo sus pies... Había sido un encierro tan largo... Pero ahora era libre y podría saber qué había sido de aquellos a los que había conocido en su infancia.

Si los encontraba.

Pero iba a hacerlo. Sesenta y siete años eran muchos años, cierto, pero no en el lugar al que iban. No para los elfos.

-Haze –llamó la princesa. El elfo se detuvo a esperarla. Cuando llegó junto a él continuó-. Jaron y yo queremos saber algo.

-¿Y bien?

-Bueno, sobre Sarai... ¿La conociste?

Sarai...


La primera vez que Haze vio a Sarai él tenía unos cincuenta años. Se había escapado de la escuela, harto de recibir lecciones de aritmética y música. Nunca le habían gustado los números, y la música perdía toda su belleza cuando ya no tenía secretos. Así que hacía novillos cuando podía y se alejaba lo más posible del pueblo, lejos de sus hermanos mayores.

Ese día oyó un llanto y corrió hacia allí. La primera reacción al ver a una humana en el bosque fue de incredulidad. La segunda, de miedo. Luego se calmó. Un ser tan delicado como aquel, con aquella larga melena de negros rizos, no podía suponer ningún peligro para él. Así que se acercó.

-Hola –saludó, incapaz de encontrar una coletilla de entrada mejor.

La humana se volvió asustada. Sus hermosos ojos se abrieron de par en par. Era la criatura más bella que había visto en toda su vida.

-¿Estás bien? –Preguntó tímidamente.

La muchacha humana pestañeó –con pestañas largas y sugerentes- sorprendida.

-Yo... –se secó las lágrimas mientras esbozaba una sonrisa de alivio-. Sí, gracias. Es sólo que me he peleado con mis padres.

-Oh, son un agobio, ¿eh? Los padres, quiero decir. Bueno, en realidad no tengo padres, pero mis dos hermanos mayores se aseguran de que no los eche en falta. Se creen que porque tienen treinta y dos y treinta y ocho años más que yo debo hacer lo que ellos quieran.

La muchacha sonrió, comprensiva.

-¿Eres un elfo?

-Sí.

-No lo pareces. No tienes aspecto fiero ni de ser sediento de sangre.

-¡Hala! Esos son los humanos.

La muchacha rió.

-¿En serio? ¿Te parezco un monstruo sediento de sangre?

Haze sintió que se sonrojaba cuando la muchacha acercó su rostro.

-N-no –logró articular, perdido en sus ojos negros.

Ella rió de nuevo y le tendió la mano.

-Mi nombre es Sarai.


Sarai...

-Sí, la conocí.

-¿De veras? –El muchacho llamado Jaron se acercó hasta él-. ¿Y crees posible que ella...? En fin, que el príncipe lo insinuó, que yo podía ser su hijo.

-¿Su hijo? Por supuesto, ¿qué otra humana iba a tener un hijo elfo? –Haze se dio entonces cuenta de algo-. ¿No conociste a tu madre?

-No, los monjes que me criaron me dijeron que murió incluso antes de darme a luz.

-Murió... –Haze había perdido la esperanza de volverla a ver viva con el paso de los años, los humanos no vivían tanto, pero nunca hubiese imaginado que Sarai hubiese muerto tan joven-. ¿Cómo? ¿Por el parto?

-No, asesinada, creo. Por bandidos o algo así. Los monjes no lo supieron nunca.

¿Asesinada? ¡Dioses! Sarai asesinada. Bandidos... ¡ja! A no ser que ahora los bandidos tuviesen altos cargos en la jerarquía élfica.

-Otra pregunta, Haze. Si conociste a mi madre, debes saber quién era el Jaron del medallón.

Haze miró al muchacho mientras éste le mostraba una pequeña placa dorada que colgaba de su cuello.


Desde el día en que había conocido a Sarai se veían cada semana, unas horitas, las suficientes para que su amistad fuese creciendo sin que sus mayores los echaran de menos. Haze la amaba cada día más y más, pues cada día que pasaba se hacía más hermosa. Sarai era un cúmulo de sueños hecho realidad y su sonrisa valía más que todo el oro del mundo.

Un día, llegó furiosa. Su padre pensaba casarla con un hombre al que no amaba sin su consentimiento. La noticia golpeó al elfo como un puñetazo en el estómago. ¿Sarai casada? No, no podía permitirlo.

-¡Huye de casa! Puedes venir a vivir a la mía, si quieres. Pero no te cases.

La humana sonrió y Haze se dio cuenta de que su amiga era ya mayor que él. Besó su mejilla con dulzura y dijo:

-Gracias, pero hay cosas de las que no se puede huir.

Y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Tal vez si hubiese ocurrido antes, mientras Sarai era aún una niña como él, todo hubiese sido distinto. O tal vez no. Posiblemente el destino hubiese seguido su curso de todos modos.

Una voz sonó a sus espaldas, una voz que hizo que Haze supiera que le iba a caer una buena bronca.

Haze Yahir! ¿Se puede saber qué haces aquí?

El elfo se volvió hacia su hermano mayor, Jaron. También lo hizo Sarai, y Haze se dio cuenta en el modo en que lo miraba de que la había perdido para siempre. Tampoco su hermano parecía ajeno a la belleza de la humana, a la que tomó la mano para besarla.

-¿No vas a presentarme a tu amiga?

Haze no se llevó ninguna bronca, pero tuvo que ver como su hermano y la chica a la que amaba se enamoraban a primera vista sin poder hacer nada para evitarlo.


-¿Jaron? Claro. Ese Jaron es Jaron Yahir, mi hermano mayor.

El muchacho abrió los ojos de par en par.

-¿Tu hermano mayor?

-Sí. Él y tu madre eran marido y mujer –continuó Haze-. A escondidas, por supuesto, porque Jaron temía que la intolerancia acabara con su matrimonio.

-¿Por qué?

-Bueno, muchacho, piensa un poco. ¿Un matrimonio entre un elfo y una humana.? No había mucha gente dispuesta a aceptarlo. Había demasiado miedo y demasiado odio, y continúa habiéndolo supongo.

O tal vez ahora era incluso peor, pensó con acritud.

-Oh. Pero, entonces... si Jaron era tu hermano... ¡Tú eres mi tío!

Haze se volvió hacia el muchacho con una sonrisa, al menos sabía sumar dos y dos.

-Eso parece.

Jaron puso cara de anonadamiento. No le extrañaba, no todos los días recibe uno respuesta a tantas preguntas a la vez.

-Jaron Yahir... Ése es el nombre que hiciste servir cuando te conocí –Myreah se situó junto a él-. ¿Por qué?

-Porque es quién tu padre creía que yo era.

-¿Qué quieres decir?

-Hace sesenta y siete años me hice pasar por mi hermano para que él y Sarai tuviesen tiempo de huir.

-¿Y nunca los sacaste de su error?

-¿Hubiese servido de algo?

La falta de repuesta de la joven fue aprovechada por Haze para volver a adelantarse. Estaban hablando más de la cuenta sobre un tema que aún dolía demasiado.

El elfo no pudo evitar sonreírse ante las ironías del destino. Salvado de su encierro por una descendiente de la familia de Sarai y por su sobrino, la existencia del cuál ya ni recordaba. Y seguro que iba a salir de la sartén para meterse de lleno en las brasas, lo contrarío era impensable en la vida de Haze Yahir.

Claro que un poco de felicidad para variar tampoco le hubiese molestado.


A media mañana aún no se habían detenido a descansar. Comprendía el miedo de Haze de volver a ser hecho prisionero, pero Jaron aún estaba débil y, sino se detenía él, ella y el muchacho sí iban a hacerlo. Así que Myreah se dejó caer sentada en la hierba, cruzada de brazos.

Haze Yahir se volvió hacia ella.

-¿Qué haces?

-Descansar.

-Oh, vamos, princesa, no seas así. El río ya no queda lejos.

Myreah resopló.

-El río... Pues si tantas ganas tienes de llegar al río, ve tú solo.

Esta vez fue el elfo quien bufó.

-No puedo dejaros atrás. Si os pasase algo sería mi culpa.

-¿Qué va a pasarnos? Ten en cuenta que llevábamos horas fuera cuando mi padre debe de haber regresado. Y aún así tenía que darse cuenta de que no estábamos y mandar a sus hombres a buscarnos. No van a dar con nosotros.

-¿Tu padre salió anoche?

-Sí.

-¡Mierda! ¿Y por qué no me lo dijiste antes? –Haze la tomó del brazo y la puso en pie. No parecía enfadado, más bien terriblemente asustado.

-¿Qué importancia tiene?

-¡Toda! ¡Oh, Dioses! Tendremos que olvidarnos del río y darnos prisa.

Y, sin dejarla ir, empezó a caminar a grandes zancadas. Myreah hubiese protestado, pero el miedo que reflejaban sus ojos lilas la hizo callar. ¿Qué sabía que no les hubiese dicho? ¿Y por qué ese miedo repentino?

-¿Qué ocurre, Haze? –Quiso saber Jaron- ¿De qué huimos?

-No de qué, de quién.

-Pues, ¿de quién?

Yahir se detuvo un momento y clavó su mirada en el muchacho.

-De la única persona a la que he temido en toda mi vida. Y, creedme, haréis bien en temerle vosotros también.

Fue todo cuanto pudieron sacar de él en mucho, mucho rato.

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