viernes, 27 de junio de 2008

Capítulo primero





La flecha silbó al cruzar el aire y finalmente se clavó en la manzana.

-¡Has visto eso, Rodwell! ¡Le he dado, desde más de cien pasos!

El anciano alzó su calva cabeza y asintió. Lo había visto. Miró un momento la manzana y luego se volvió hacia el elfo, que ya corría hacia él. Una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su juvenil rostro.

-¿No olvidas algo, Jaron? –Le preguntó.

-Oh, sí. Lo siento. No debo llamarte por tu nombre delante de los novicios, Padre Abad.

-Bueno, también eso –Rodwell sonrió a su hermano -. Pero me refería a tus estudios.

-A mis estudios –refunfuñó Jaron-. ¡Pero si ya sé todo lo que puedan enseñarme esos libros! Los he leído todos, o al menos todos los que me dejáis ver.

-No sé que quieres decir.

Ja! No poco. ¿Por qué no se me ha hablado nunca de los elfos?

-¿Los elfos? ¿Qué te hace suponer qué sabemos algo de ellos? Todo lo que sabemos de los elfos está ahora frente a mí –Rodwell señaló a Jaron con un amplio gesto de su mano -. Orejas puntiagudas, ojos rasgados, inusitada longevidad... Ni siquiera es seguro que tu agilidad y tu vista de halcón sean un rasgo característico de tu raza.

-Estoy seguro de que me mientes. Tú sabes más de mi gente de lo que me quieres hacer creer.

-¿Tu gente? Nosotros somos tu gente, Jaron. ¿Cuántas veces tenemos que tener esta conversación?

El elfo gruñó, evitando los ojos del monje.

-Jaron, muchacho...

-¿Muchacho? ¡Óyete a ti mismo! ¡Sólo eres dos años mayor que yo, no me trates como a un niño, Rodwell! –Jaron se colgó su arco al hombro y fue hasta la manzana para recuperar su flecha. Rodwell lo oyó suspirar -. ¿Crees que es fácil aceptar lo que soy? Mírame. ¡Tengo sesenta y siete años! ¿Y cuantos aparento? No más de dieciséis. No me basta con saber que soy un elfo para explicarlo.

El monje puso una mano en el hombro de su amigo, que seguía dándole la espalda.

-Hay un libro, en la biblioteca. No son más que leyendas, superstición unida al miedo. No puedes creer todo lo que pone en él.

-¿Leyendas? ¿Me estás diciendo que soy una leyenda? –Jaron clavó en él su glauca mirada.

-Sabes que no. Sólo que... Si lo lees, debes prometerme que no dejarás que te afecte.

Jaron no respondió. Sus rasgados ojos miraron de reojo en dirección a la biblioteca.

-Jaron, prométemelo.

-No pienso prometer algo que no sé si cumpliré.

-Entonces no te dejaré ver el libro.

Una extraña sonrisa curvó sus labios.

-Impídemelo.

Y salió corriendo. Sus largas y delgadas piernas lo alejaron del anciano monje con facilidad. Rodwell, que sabía que no iba a poder alcanzarlo, lo observó perderse al doblar una esquina. Muchacho cabezota...

Claro que él había sido así a los dieciséis años, testarudo e impulsivo. Pero eso había sucedido más de cincuenta años atrás. Jaron empezaba a crecer, por increíble que pareciera después de sesenta y siete años. En los parámetros de su raza, Jaron acababa de entrar en la adolescencia, y él no era quien para poner trabas a su crecimiento. Tarde o temprano tenía que saberlo. Mejor ahora que aún no había tenido tiempo de idealizar la parte de sí mismo que desconocía que cuando fuera demasiado tarde para retenerlo junto a ellos.


Jaron detuvo su carrera frente a la puerta de la biblioteca. Se volvió, pero Rodwell no le seguía. Hacía más de veinticinco años que Rodwell había desistido de seguirle cuando echaba a correr. Aunque era lo que pretendía en esa ocasión, no dejó de entristecerle. Su amigo, el niño junto al que se había criado, estaba envejeciendo y él no podía envejecer junto a él.

El elfo abrió la puerta y se coló en la sala. En su prisa, olvidó donde acababa de entrar y cerró con un portazo tan fuerte que resonó por la silenciosa sala, provocando más de una airada mirada en su dirección. Se disculpó con una inclinación mientras sus ojos buscaban al bibliotecario. El monje no estaba, pero sí su ayudante, un joven algo despistado del que Jaron siempre conseguía lo que quería si no estaba su jefe. Con una sonrisa se acercó hasta él.

El joven monje abrió los ojos de par en par cuando el elfo le dijo qué libro quería.

-Pe-pero... No puedo dejarte ese libro, ¿sabes?

-¿Por qué?

-Pues... po-porque...

-Porque todos os habéis puesto de acuerdo en que ese libro no debe caer nunca en mis manos, ¿no?

-Bu-bueno... no es exactamente así, pe-pero el Padre Abad dijo que...

-Pero es que tengo el permiso de Rodwell. ¿Cómo crees sino que me he enterado de su existencia?

El joven lo miró con escepticismo un momento.

-¿No me crees? Puedo esperar a que vayas a preguntárselo a Rodwell en persona. No tengo prisa, aunque parecía que el abad sí la tenía en que yo lo leyera. Si vas a preguntárselo me darás una excusa para saltarme sus órdenes e irme a jugar por ahí de nuevo.

La mirada del monje había pasado de la suspicacia a la preocupación. Finalmente, suspiró, indicándole con un gesto que esperara. No tardó en regresar con un libro antiguo entre sus manos.

-Espero que no me hayas mentido, mocoso –le dijo, olvidando que Jaron era en realidad cuarenta años mayor que él. Siempre parecía olvidarlo-, porque si es así vas a meterme en buen lío.

Jaron tomó el libro con manos temblorosas mientras con la cabeza negaba, indicando al monje que no se preocupara. Luego tomó asiento en una de las mesas y lo abrió.


Tal y como Rodwell había temido, Jaron se presentó en su despacho esa tarde con expresión confusa. El elfo dejó caer el pesado libro sobre la mesa y, tras abrir y cerrar la boca un par de veces, como arrepintiéndose en el último momento de lo que había estado a punto de decir, habló:

-¿Esa basura es lo que no queríais que supiera?

-Jaron, date tiempo para asimilarlo.

-¡Maldita sea! ¡No seas condescendiente conmigo, Rodwell! ¡Sabes que no lo soporto! –El muchacho le miró airado -. ¿Qué son esas estupideces acerca de los elfos? Sacrificios a dioses paganos, raptos de niños en mitad de la noche, pactos con demonios oscuros... Eso son sandeces.

El monje, incapaz de aplacar la confusión del elfo, se limitó a sonreírle con pesar y a desviar la mirada.

-No debes dejar que esto te afecte. Tú no eres así. Tú te criaste entre humanos, tú eres bueno.

-¿Porque me crié entre humanos? Eso me hace bueno, ¿verdad? Pensar como vosotros. ¿Quieres que te diga qué opino de ese libro? Me da asco. El mismo asco que me dais los humanos. Todo lo que es diferente es malo, sólo porque no lo entendéis.

-No seas injusto, Jaron, sabes que no es así.

-¿Y cómo es, si no? Tú mismo lo dijiste, la leyenda une la superstición al miedo, miedo a lo diferente, a lo desconocido.

-Estás confundido y no piensas lo que dices.

-Te he dicho que no me trates con condescendencia, ¡demonios! No puedes esperar que lea todas esas estupideces y me quede tan ancho. ¿Entiendes al menos eso?

-No conoces a los elfos, ¿cómo puedes estar tan seguro de que son estupideces?

-¡Dios! –Jaron resopló con impaciencia y se llevó la mano al cuello, extrayendo la medalla que de él colgaba -. Sabes que es esto, ¿verdad? Me dijeron que era de mi madre, un regalo de mi padre a mi madre, eso me dijeron. Por eso me habían puesto el nombre de Jaron, por mi padre. ¿Te lo he dejado ver alguna vez? –El elfo acercó su rostro al de Rodwell con la medalla por delante -. Lee lo que pone, vamos. ¿Crees que un ser malvado podría escribir algo así? Esta medalla destila amor. Amor, ¿me oyes? Mi padre era bueno y amaba a mi madre con locura.

-Jaron...

El brillo de furia en sus glaucos ojos calló al abad.

-¡No lo pongas en duda siquiera! ¿Pretendes insinuar que mi madre fue forzada? ¿O que ella también era malvada? No te atrevas, Rodwell, porque te partiría la cara aquí mismo –los ojos del elfo se llenaron de lágrimas, pero seguían mirando al monje con determinación.

-No pretendía decirte eso, Jaron. Lo poco que sé de tu madre es que te amaba y que su último pensamiento fue para ti.

-¿Lo ves? ¿Ves como era buena? –Murmuró con voz entrecortada.

-Debió serlo. Nunca te he hablado de ella, ¿verdad? –El muchacho negó con la cabeza -. Guardábamos esa información, al igual que la del libro, para cuando fueses suficientemente maduro para entenderlo. En realidad no creo que ahora lo seas, pero no puedo seguir ocultándotelo. Todo lo que sé me lo contó el anterior abad cuando fui suficientemente mayor para entender que mi amigo no iba a crecer a mi ritmo y que iba a ser mi tarea hacérselo saber llegado el momento.

-No des tantos rodeos, me pones de los nervios.

El anciano sonrió al impaciente elfo.

-Llegó aquí una noche de invierno, malherida. Era una mujer extraña que vestía como un guerrero. Pero no suplicó por su vida una sola vez, pues sólo pensaba en salvar al niño que llevaba dentro.

-¿Malherida? ¿Por quién?

-Nunca lo supimos. Probablemente bandidos.

-¿Y mi padre? -El monje se encogió de hombros-. Crees que la había abandonado, ¿no es eso? Pero la medalla...

-Mira, Jaron, esa medalla...

-No quiero oírlo, así que ahórratelo.

El abad meneó la cabeza con tristeza, le dolía el tono escocido del muchacho. Esa medalla podía habérsela regalado cualquiera y Jaron no era tan estúpido como para no darse cuenta.

El silencio fluyó entre ellos durante un buen rato. Rodwell no se sorprendió excesivamente, Jaron tenía demasiado en que pensar. Por eso le extrañó que finalmente fuese el elfo quién rompiese la tregua.

-¿Recuerdas cuando el anterior abad te preguntó si deseabas quedarte en el monasterio para dedicar tu vida a Dios o si bien preferías dejarnos para vivir tu propia vida? ¿Qué edad tenías? No más de dieciséis.

-¿Adónde quieres llegar?

-Esa es la edad que yo debo tener más o menos. Para ser un elfo, evidentemente. ¿Por qué a mí no se me formula esa pregunta? Creo que ha llegado mi hora de escoger qué quiero hacer con mi vida.

-Sabes que no puede ser.

-¿Por qué no? Oh, claro, no soy humano. No está bien que me pasee entre ellos.

-No digas esas cosas, no las digas ni en broma, muchacho –el abad empezaba a hartarse de su tono de víctima-. Es sólo que no sabes nada de la vida fuera del monasterio.

-¡Claro que no sé nada! ¿Cómo voy a saberlo si jamás me dejasteis bajar al pueblo?

-Te protegíamos, y seguiremos haciéndolo.

-Sólo si yo quiero.

-Jaron... No me hagas enfadar.

-Te he dicho que no me trates como a un niño. ¿Crees que puedes retenerme en contra de mi voluntad?

El anciano se hundió en su asiento, cansado y derrotado. No, no podía hacer eso. Pero el mundo no estaba preparado para que un elfo se paseara por él sin tomar precauciones.

-No, claro que no. Si eso es lo que deseas...

Rodwell comprendió que hacía tiempo que era demasiado tarde para retenerlo junto a ellos.


Jaron se dejó caer sobre su cama con un suspiro. No estaba orgulloso del modo en que había tratado a Rodwell. En el fondo sabía que había sido injusto con su amigo, pero... No podía creer que Rodwell aceptase lo que decía aquel libro, era demasiado descabellado. Claro que no era eso lo que le había hecho decidirse por dejar el monasterio.

El elfo se miró las manos un momento, le temblaban y no era de extrañar. Estaba muerto de miedo. Si se había negado a creer lo que el libro decía era porque no quería ni pensar en la posibilidad de que fuese esa sangre la que corría por sus venas. ¿Y si un día se despertaba en él la sed de sangre de la que hablaba el libro para poder conservar su juventud? ¿Y si una noche de luna llena se transformaba en un monstruo y su corazón, bombeando sangre hirviente, reclamaba una vida humana para calmarse?

Jaron se encogió sobre sí mismo con un gimoteo mientras su mano se cerraba en torno a la medalla que pendía de su cuello con tanta fuerza que el muchacho sintió los romos costados clavados en su carne. Esa pieza de metal era la única tabla a la que podía aferrarse en ese mar de dudas. Su padre había sido bueno, estaba seguro de ello.

Cerró los ojos y recordó lo duro que había sido aceptar que él no era como los demás, que sus amigos iban haciéndose mayores mientras él se quedaba atrás, solo. Dos abades habían pasado a mejor vida mientras él vivía allí, pero no quería estar presente cuando le llegase la hora a Rodwell. Habían crecido juntos. Bueno, más o menos. Él había crecido mientras Rodwell envejecía. Y era tan viejo ahora...

Sintió los ojos llenos de lágrimas de nuevo y esta vez no se contuvo. No quería dejar ese lugar, el único hogar que había tenido, pero tampoco quería poner en peligro a los que quería, ni quería verlos morir. Estuvo llorando un buen rato, hecho un ovillo, pensando en lo estúpido que había sido desobedeciendo a su amigo. Cuando logró calmarse se sentó en la cama y clavó su mirada a la nada.

Le había dicho a Rodwell que no lo tratara como a un niño, así que ya era hora que dejara de comportarse como tal. Había tomado una decisión y no solucionaba nada arrepintiéndose. Se puso en pie y empezó a preparar su fardo. No tenía demasiadas cosas, así que acabó rápido. Eso le fastidió, pensar en qué llevarse era más fácil que pensar en qué hacer una vez fuera.


No había mucha gente en el patio para despedir a Jaron cuando se fue. El muchacho parecía preferirlo así, pues había escogido una hora en la que sabía que todos iban a tener algo que hacer. Rodwell lo vio partir con el corazón en un puño mientras en su mente se repetían las últimas palabras que había cruzado con el elfo.

-¿Estás seguro de que quieres hacer esto, Jaron?

-Del todo.

-Pero es tan precipitado... No sabes nada del mundo de ahí afuera.

-Claro que sí, el hecho de no haber salido nunca no implica que sea idiota o algo así –Jaron le había mirado con un mohín mientras acababa de colocarse bien el fardo-. Os he oído hablar del exterior durante casi setenta años.

-Supongo que tienes razón. ¿Y de qué vas a vivir?

-De lo que sea. Sé tocar la flauta, y soy bueno con el arco. Ya me las apañaré.

-Ya te las apañarás... No suena muy halagüeño.

Jaron se había encogido de hombros.

-Reconoce que lo que realmente te preocupa es que la gente descubra que soy un elfo.

-Sí. Podrían matarte, y lo sabes.

-Ya he pensado en ello –Y el muchacho había soltado la cola que sujetaba su largo cabello negro azabache-. ¿Ves? Así no se me ven las orejas.

Rodwell había tenido que reconocer que así era, con lo que se le habían acabado los argumentos para retener a Jaron junto a sí. De modo que lo había dejado marchar, a sabiendas de que esa era la última vez que iban a verse.

Sólo esperaba que realmente pudiese apañárselas.

1 comentario:

Semi_Lau dijo...

Pinta muy bien el principio, espero que la continúes para ver con qué se encuentra Jaron una vez en el mundo exterior ^^ Se me hace raro ver a los elfos descritos como seres malvados, ¿qué habrá de verdad en esas leyendas?