sábado, 28 de noviembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo noveno





Cuando dieron la orden de recoger las tiendas y desmontar el campamento supo Jaron que debía empezar a moverse. Escabullirse mientras todos los militares del príncipe de Meanley estaban vigilándolos de sol a sol hubiera sido un suicidio, pero en cuanto tuvieran que ponerse en marcha tendrían demasiado que hacer como para controlarlos a todos ellos.

Jaron se despertó esa mañana con la determinación de aprovechar la más pequeña distracción para intentar escapar. La gente iba arrriba y abajo, desmontando tiendas, cargando carros y preparándose para la incierta marcha. Nadie le prestaba más atención de la debida. Si aprovechaba la hora del almuerzo para cuando alguien le echara de menos ya sería demasiado tarde.

Al menos esa era la idea que el muchacho había ido forjando en las primeras horas de la mañana. Y lo hubiera hecho, aunque no contar con Miekel le hiciera sentir culpable, aunque fuera peligroso, aunque no estuviera muy seguro de como iba a llegar hasta el lugar llamado Fasqaid ni como iba a ser recibido. De veras que hubiera escapado de allí y hubiera corrido durante días de ser necesario si la visita a sus tropas del príncipe de Meanley no hubiera cambiado sus planes.

Él y otros muchacho estaban acabando de doblar una lona cuando uno d elo hombres de Meanley vino a buscarles y a apremiarles para que se reunieran con el resto.

-Su Alteza va a dirigiros unas palabras -consiguió arrancarle uno de los muchachos más mayores mientras eran conducidos al lugar donde estaban conducidos el resto de los hombres.

¿Su Alteza? Jaron tardó un poco en darse cuenta de que su alteza era Jacob de Meanley, el padre de Mireah y el humano que le había reconocido como elfo tan sólo oir su nombre.

¡Maldición! Jaron se caló más el sombrero que nunca se quitaba en presencia de los demás y bajó la cabeza, fijando la vista en sus pies, esperando que les dejaran quedarse en una discreta última fila.

Por encima de la cabeza de los humanos vio la figura del príncipe, montado a caballo, grave y severo.

-¡El príncipe en persona! -Dijo Miekel llegando junto a él-. Esto se pone feo.

Jaron se guardó de decirle al novicio que no sabía bien cuan feo se podía llegar a poner, pero agradeció su presencia. El humano era más grande que él y podía usarlo de parapeto para pasar desapercibido.

A su alrededor los murmullos empezaban a decrecer a medida que los hombres del príncipe mandaban a callar a sus tropas. Cuando todo sonido hubo muerto, Jacob de Meanley empezó a hablar:

-Sé que muchos de vosotros creéis que he enloquecido y que en mi locura he arrastrado a nuestro rey. A todos esos les pido paciencia, pronto veréis que no persigo quimeras y leyendas, que los elfos son tan reales como el compañero que tenéis a vuestro lado. El resto, los que sabéis que es cierto, los que habéis percibido su presencia en medio de la noche, aquellos a los que se os ha arrebatado algún familiar en el bosque, niños, mujeres… A esos os pido fuerza, que no desfallezcáis. La tarea que nos espera es demasiado grande para fracasar. No os preocupéis, no lo haremos. Tal vez el demonio esté de su parte, pero Dios está de la nuestra.

El príncipe tiró de las riendas de su caballo, que se agitaba inquieto al alzar éste ligeramente la voz.

Jacob continuó hablando, pero Jaron hubiera preferido no escucharle. Siguió enardeciendo a sus hombres a golpe de mentiras acerca de los elfos, hilvanando atrocidades, una detrás de otra, y falsas acusaciones que el medioelfo escuchó sin poder protestar. Medio escondido detrás de Miekel, con la gorra bien calada y la cabeza gacha, era muy consciente que ahora más que nunca debía se invisible, así que ni siquiera alzó la vista para ver qué efecto tenían las palabras de Meanley en su auditorio.

-Sabéis que no hablo por hablar –continuó el humano con su voz atronadora-. La casa de Meanley no ha quedado eximida de la maldición de esas criaturas. Todos conocéis la historia de Sarai. Embrujada, apartada de los suyos, una princesa joven y hermosa que desapareció una noche y nunca se la volvió a ver.

La mención de su madre y el codazo que le propinó Miekel le hicieron alzar la cabeza por fin.

-¿No era ese el nombre de tu madre? –susurró el novicio cuando le miró interrogante y algo enfadado por el golpe.

-Puede ser casualidad –probó, aún reacio a compartir la verdad.

-Sí, claro. ¿Secuestrada por los elfos? Tal vez huía de ellos cuando llegó a la abadía –insistió.

-Chist. No me dejas escuchar.

Y se volvió hacia Jacob de Meanley, realmente interesado en lo que estaba contando. Sabía por Mireah que el nonbre de Sarai había estado casi prohibido en el principado, que su historia no se contaba, y que si se hacía se acusaba a su madre de brujería y herejía. Y sin embargo ahí estaba el príncipe, hablando de como los elfos había secuestrado a la hermosa Sarai para no devolverla jamás.

Claro que su sorpresa fue aún mayor cuando Jacob añadió a Mireah a su discurso y habló de que la historia se repetía, que había llegado el momento de hacer algo en contra de los elfos y que eran afortunados de formar parte del grupoq eu iba a cambiar la historia y devolver la gloria al principado de Meanley.

El príncipe acabó su arenga y sus hombres vitorearon. Algunos convencidos, algunos contagiados por el ambiente, otros tal vez simplemente asustados pos las conseqüencias. Pero fuera por el motivo que fuese, los brazos se alzaron y las armas repicaron contra los escudos. Meanley asintió, complacido, y dio algún tipo de orden a sus hombres, que empezaron a dispersar al grupo devolviendo cada cual a sus quehaceres.

Jaron lo observó a alejarse en compañía de sus soldados de más alto rango preguntándose qué debía de tener en mente. ¿Sabía Zealor que el príncipe de Meanley estaba a punto de enviar un ejército contra la Nación o le había traicionado el humano?

Miekel le tocó el hombro y le devolvió a la realidad.

-Hemos de volver al trabajo.

Jaron asintió, aún un poco ausente, pero el humano no lo notó. O eso pensaba Jaron, porque tan pronto se puso todo el munco en marcha el novicio le tomó del brazo y le obligó a quedarse un poc atrás.

-¿Por qué no me cuentas qué pasa para que pueda ayudarte?

-¿Qué? ¿De qué hablas?

-¿Crees que no me he dado cuenta? Prácticamente te has escondido tras de mí para que Jacob no te viera.

-Odia a los elfos. ¿Crees que quiero llamar su atención?

Miekel hizo un mohín, no le creía, pero no se le ocurría ningún argumento contra eso.

-Sabes que estoy de tu parte, ¿verdad?

-Eso dices.

-Rodwell me envió para ayudarte -el humano sonaba dolido.

Jaron se mordió el labio por dentro. Sabía que Miekel tenía razón. Mientras le ocultara cosas no podría ayudarle, pero una parte de sí no se fiaba de él aún.

No, mentira.

Una parte de sí no quería fiarse de nadie nunca más.

-Pues entonces ayúdame a doblar las tiendas. Esa lona pesa toneladas.

Y siguió andando en dirección al grupo. Esperaba que Miekel se diera por aludido y no insistiera. No quería ponerse en contra del único posible vínculo con la abadía. Al fin y al cabo, que no se fiara de él no quería decir que no fuera agradable tener con quien hablar de vez en cuando.



domingo, 22 de noviembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo octavo





Mireah se había sentado junto a él en la cama y le tomaba las manos mientras que Nawar y Dhan se quedaron un poco atrás. Haze agradeció que todos se hubiesen abstenido de abrazarle mientras les explicaba que el doctor acababa de recolocar su brazo, intentando que la anécdota sonara más divertida que dolorosa. En realidad se sentía demasiado cansado para tanto alboroto, pero no sabía muy bien como negarse a sus atenciones. Además, tener sus manos entre las de Mireah era tan agradable…

-Debiste avisarnos de que te dolía –le riñó la princesa acariciando su frente.

-No quería molestar –fue su respuesta.

Era mentira, y sus miradas de preocupación y sus sonrisas de indulgencia le hacían sentir aún más miserable, pero era preferible dejarles creer que era mejor persona de lo que en realidad era que confesar que simplemente había perdido la costumbre de quejarse, que hacía demasiados años ya había decidido que no iba a volver a llorar ni a quejarse de dolor, que no servía más que para recibir más dolor. Una costumbre de cincuenta años es difícil de perder, pero no lo hubieran entendido y hubiera generado protestas y preguntas a las que no tenía ganas de responder.

Por suerte para él la puerta se abrió en ese momento, dejando entrar al príncipe Faris. Era un muchacho serio, de eso se había dado cuenta a los pocos minutos de conocerle, pero ahora se mostraba más serio de lo habitual. Un gesto suyo y el criado, que había acabado de vendar la espalda de Haze y se encontraba recogiendo las gasas empapadas en sangre, salió de la habitación con una inclinación.

-Sentaos, por favor -ofreció a Nawar y Dhan, y ambos acercaron sendas sillas. El príncipe, sin embargo, permaneció en pie -Espero que hayáis dormido bien -dijo cuando estuvieron acomodados-. Ciertamente, se os ve más descansados.

-Hemos dormido muy bien, Alteza -respondió Dhan-. Vuestra hositalidad ha sido un honor inesperado.

-Una bendición -añadió Mireah.

-Mi hogar es vuestro hogar mientras dure este desafortunado asunto -el joven elfo se veía incómodo, o al menos eso le pareció a Haze. Posiblemente se movía bien en los eventos públicos y en el trato con sus hombres, pero ellos no eran ni lo uno ni lo otro y no sabía muy bien como actuar. Carraspeó-Supongo que Nawar os ha puesto al día de porqué estáis aquí.

-Pensáis utilizarnos para derrocar a mi hermano –Haze lo dijo casi sin pensar y se preguntó si el sueño que poco a poco se estaba apoderando de él estaba anulando sus ya de por si escasas dotes sociales.

Una ceja alzada por parte del príncipe, un pellizco en la pierna por parte de la princesa le indicaron que posiblemente así era.

-Bueno, es un resumen algo más crudo del que yo hubiera hecho -el muchacho carraspeó de nuevo, pasando una mano por su corto cabello-, pero sí, creo que podéis poseer información útil al respecto de Zealor Yahir. Me gustaría que Maese Yahir me contara todo lo que sabe de su hermano.

-Puede llevarnos un rato, Alteza

-Lo imagino -logró por fin arrancar una sonrisa del joven-, y por lo que Na’im ha dicho no va a poder ser esta mañana.

-¿Por qué no? -Quiso saber Mireah.

-Me han dado un calmante y no tardaré en quedarme dormido, me temo.

-¿Otra vez? -la humana hizo un mohín.

-El médico me ha preescrito descanso y tranqulidad -trató de bromear para aliviar la preocupada frente de la joven.

-Descanso y tranquilidad... -repitió Nawar, burlón, mientras se recostaba en su silla-. No nos va a venir mal.

-Na'im sólo lo ha recomendado para Maese Yahir -le recordó Faris.

-¿Qué? ¡No! ¡Acabamos de llegar! -Pretestó Nawar, que sin duda conocía al príncipe mejor que los demás y entendió antes que ellos a donde quería ir a parar.

-Y has podido comer y descansar.

-¡No es justo!

El príncipe ladeó la cabeza, alzando la misma ceja que alzara antes.

-Tengo una misión para ti -dijo finalmente-. Quiero que me traigas al muchacho medioelfo.

Hubo un corto silencio lleno de sorpresa. Ninguno de ellos se esperaba que el príncipe fuer aa estar interesado también en el chico.

Nawar se apresuró a romperlo.

-¿Qué traiga a Jaron? ¡Pero si puede estar en cualquier sitio!

-No me importa -Faris fue tajante-. Dejar que el chico se fuera fue una estupidez por tu parte y es responsabilidad tuya recuperarlo.

Haze no pudo evitar notar que el príncipe abandonaba las formalidades cuando hablaba con Nawar. Era más autoritario, pero también más cercano, como si con Nawar no necesitara tantos circunloquios para llegar al asunto. Por supuesto, conociendo al joven Ceorl éste no debía de haber notado más que el tono autoritario de su señor y refunfuñaría por las esquinas para cualquiera que quisiera escucharle.

-Pues ya me diréis como voy a encontrarle después de una semana… -masculló.

-Es tu problema, no el nuestro.

-Yo puedo ayudarte –se ofreció Mireah.

-¿Vos?

-¡No! –protestó Haze antes de que la princesa pudiera contestar- Ni hablar.

-Oh, vamos -Mireah apretó sus manso como si así fuera a hacerle entrar en razón-. Si hemos de entrar en tierras de humanos, Nawar estará más seguro conmigo.

-¿Tierras de humanos? No tengo ninguna intención de adentrarme en tierras de humanos.

-Entrarás donde haga falta.

-Mireah, si vas de nuevo a tierras de humanos, tu padre… -Haze decidió ignorar a Faris y a Nawar e intentó hacer entrar en razón a su princesa.

-Puedo evitar las tierras de mi padre -Mireah le interrumpió- como estoy segura que Jaron las habrá evitado también. Sé donde queda su abadía. Sabes que tengo razón. Si Nawar va solo no tiene ninguna posibilidad. Y hemos de encontrar a Jaron antes de que le pase nada.

Haze suspiró. Por supuesto que sabía que tenía razón, pero eso no quería decir que le gustara la situación, sólo que no se le ocurrían argumentos en contra. O tal vez era simplemente que le costaba mantener los ojos abiertos. No se sentía con ánimos para discutir.

-Esta bien, pero si tu vas yo también voy.

-Eso sí que no.

-No voy a perderte de vista. No otra vez.

-Tienes que descansar -insitió la humana, suplicante.

-Su Alteza tiene razón, Maese Yahir. Vos no podéis acompañarles, estáis demasiado débil.

Haze se volvió hacia el príncipe. Hubiera querido decirle que él no era uno de sus soldaditos para que le diera órdenes aquí o allá, pero en el fondo sabía que tenía razón. Mireah tenía razón. Y Na'im, el médico, también tenía razón. Si iba con ellos se convertiría de nuevo en una carga y su debilidad podía costarles la vida. Además, sabía que Mireah estaba muerta de preocupación por Jaron. Y la verdad era que él también.
En pocas semanas se había acostumbrado a tenerle cerca y a pesar de seguir creyendo que el chico estaba mejor sin él ahora no podía dejar de pensar en todo lo malo que podría ocurrirle. Pero dejar que ella se fuera sin saber qué iba a encontrar... ¿Y si tampoco regresaba? ¿Y si la perdía como lo había perdido todo?

¡Demonios! Tenía tanto sueño...

-¿Podemos discutirlo luego? -Pidió, llegvándose una mano a la cabeza. No se dió cuenta que era el brazo derecho hasta que un ligero dolor en la espalda se lo recordó-. Creo que... creo que la droga ya está haciendo efecto.

-Claro que sí, amor, lo discutiremos luego -le dijo Mireah ayudándolo a acostarse y acariciando su frente.

Oyó ruido de sillas y supo que Nawar y Dhan se habían puesto en pie. Supo sin lugar a dudas que ellos se retirarían antes que Mireah, que le darían a su princesa un poco de tiempo a solas con él. Al fin y al cabo, ella iba a irse mientras él dormía, lo había presentido en su voz.

Quiso tomar su mano bien fuerte, asegurarse que no podría irse sin él, pero tan pronto como cerró los ojos supo que no aguantaría más que unos segundos más despierto.

"No me dejes, princesa" quiso decirle, lo pensó con toda claridad, pero nunca pudo saber si las palabras habían salido de sus labios.


sábado, 14 de noviembre de 2009

INTERLUDIO 1: Y que cumplas muchos más.

Era su cumpleaños, o al menos era el día que él creía que era su cumpleaños. Estaba seguro de no estar demasiado confundido al respecto, pero siempre cabía la posibilidad de que se hubiera descontado por un día o dos. Fuera como fuese, era la semana de su cumpleaños y el muchacho la marcó en la piedra con una raya más gruesa que las demás, como hacía cada año para no olvidarlo.

El chico se separó un poco de la pared, apartando el largo flequillo de delante de sus ojos mientras observaba su obra y calculaba el espacio que le quedaba. Una de las paredes ya estaba completamente llena de rallotes y garabatos, pero aún le quedaban dos paredes y media libres. Aún tenía espacio para al menos veinte años más.

No había empezado a contar de inmediato, esa era la verdad. No había sido hasta el segundo año cuando el miedo a perder la noción del tiempo y la cabeza le impulsaron a hacer algo con sus horas, algo más que sentarse en un rincón de su celda a esperar la comida, único indicativo de que había pasado un día más. Sacando su delgado brazo por el ventanuco ese día se había hecho con una piedra y había marcado la primera semana de muchas que habrían de venir hasta contar cincuenta y dos. “2 años y sigo con vida” Escribió el día de la quincuagésimo segunda raya, y así siguió contando, y contando, y contando, hasta el año que hacía veinte.

“20 años y sigo vivo. Ya no cuento más” había grabado mientras se mordía el labio y se tragaba las lágrimas, porque hacía al menos quince años que había decidido que no iba a llorar más. Nunca más. Y ese año había decidido que lo que no iba a hacer más era contar los días, que era demasiado deprimente.

Un año después, mientras escribía con pulso irregular “21 años. Era mentira”, casi sintió ganas de reírse de su ingenuo yo de hacía un año, que creía que iba a encontrar un modo mejor de esquivar la locura que marcar las semanas en la fría piedra de la pared.

Lo había intentado, eso había que concedérselo. Había intentado llenar el vacío escribiendo y dibujando todo aquello que no quería olvidar. Su nombre, primero el verdadero, luego el falso; la forma de las estrellas, de los árboles, de las flores, de Sarai… La bella Sarai a la que ya nunca iba a volver a ver. Su cabello negro y rizado, sus grandes ojos, su sonrisa…

La había dibujado al menos diez veces ya en diez rincones diferentes y eso era una estupidez, puesto que a ella no tenía ninguna posibilidad de olvidarla. Ninguna. Sus profesores de arte hubieran estado orgullosos de él, pues su perseverancia estaba dando sus frutos y su técnica era cada vez mejor.

Y hoy, el día que cumplía 75 años y llegaba a su mayoría de edad, el muchacho elfo repasó los rizos de su último garabato preguntándose dónde estaría ahora, qué aspecto tendría su sobrino y si su hermano le odiaba aún o si por el contrario le habría perdonado. De seguir en casa estaría preparándose para su servicio militar obligatorio, preparándose para hacerse cargo de sus obligaciones. Pero no estaba en casa y cumplir 75 años significaba exactamente lo mismo que cumplir 74, 73, 72, 71… Significaba sólo que Zealor no se había cansado aún de tenerle allí.

Oyó los pasos de los guardas y, sorprendido, dejó lo que estaba haciendo y se asomó a la puerta de su celda.

Dos hombres del príncipe llevaban a un tercero a rastras seguidos de cerca por el señor de Meanley en persona. No era el padre de Sarai. Éste hacía ya unos años que había muerto. Lo sabía porque había visto los pies de la comitiva fúnebre cuando había sido enterrado con toda la pompa que correspondía a su cargo. No, él actual Príncipe era su hermano, cuyo envejecimiento no dejaba de sorprender al chico. Tan sólo había pasado 21 años desde que lo conociera y el humano ya era un hombre de mediana edad, canoso y barbudo, con un hijo a su vez. Ninguno de los dos eran mejores personas que el difunto Príncipe de Meanley y lo demostraba el trato abusivo que estaba recibiendo el prisionero que sus hombres acaban de lanzar de malos modos a la celda contigua a la suya.

Una vez había entablado conversación con uno de los otros prisioneros, pero no fue buena idea. Cuando después de tres días el hombre fue ejecutado sólo consiguió sentirse más triste y solo cuando había creído que eso no era posible. Así que ahora no se interesaba por los demás prisioneros. Dolía menos.

De modo que, satisfecha su curiosidad, el muchacho de alejó de la puerta y se dedicó a sus quehaceres diarios, como asomarse al ventanuco e intentar adivinar qué hacían los afanosos pies que veía aquí y allá.

No era, ni mucho menos, el peor modo de pasar el día allá abajo.



viernes, 6 de noviembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo séptimo





Faris observó al médico trabajar en la espalda de Haze Yahir apoyado en la puerta. Le admiraba el elfo, que apenas sí mostró alguna mueca de dolor mientras le aplicaban sus curas. Al contrario, aprovechó para devorar su almuerzo y con una sonrisa dio conversación al médico y al criado que le ayudaba.

Na'im, el médico, era otro de sus hombres, uno de los muchos que odiaban al Qiam y estaban resueltos a ayudarlo en su cruzada. Era médico de campaña y estaba acostumbrado a las urgencias. Había llegado y se había puesto manos a la obra sin rechistar. Posiblemente una vez acabado su trabajo le llenaría de preguntas y Faris esperaba tener las respuestas para cuando eso sucediera.

Por lo que Nawar le había contado, Yahir tenía apenas 120 años, pero parecía mayor. Supuso que era por las canas que surcaban ya su cabello castaño y los marcados pómulos. Además de los latigazos en su espalda, que iban sin duda a dejar marcas permanentes, podía ver que su cuerpo estaba surcado de cicatrices antiguas aquí y allá. Si lo que le había contado Nawar era cierto, y no había razón alguna para que le hubiese mentido, todo eso no era más que el fruto de sus largos años de encierro en una mazmorra humana.

Pero las demás cicatrices y señales de su cuerpo no eran nada comparadas con la que marcaba al elfo junto encima de su corazón. Era una cicatriz antigua, blanca y clara. A la luz del día se distinguía a la perfección la antigua y desusada grafía. Era una costumbre ya perdida de la que sólo se hablaba en los libros de texto y en las leyendas, hacía siglos que no se marcaba a los traidores con la esa antigua inicial, y sin embargo allí, delante de sus narices, Haze Yahir mostraba la ignominiosa marca sobre su pecho.

A pesar de que ya no se usaba cualquiera podía reconocer esa marca, por supuesto, pues algunos de los héroes de los más famosos cuentos infantiles cargaban con ella, siempre injustamente, siempre como una especie de irónica prueba de su auténtica lealtad a la Nación en contra de los intereses de los corruptos poderosos que les habían gobernado siglos atrás. Algo le decía que la marca de Yahir no era tampoco justa ni merecida, pero muy posiblemente el elfo no debía encontrarlo ni heroico ni romántico.

El médico obligando a su paciente a levantar los brazos por encima de la cabeza le trajo de vuelta a la realidad y le hizo apartar los ojos de la cicatriz.

-¿Sabes? Si no te quejas no puedo saber si duele –dijo en un tono profesional mientras ayudaba al elfo a bajar el brazo izquierdo.

-Perdona –se disculpó Yahir con una sonrisa-, es la costumbre. Prometo quejarme a partir de ahora.

-Bien, pues –el médico le tomó el brazo derecho como para levantarlo, pero Yahir le detuvo con un ademán de su mano.

-No hace falta. Duele cada vez que lo levanto por encima de la cabeza.

El médico le dedicó una mirada recriminadora por no haberlo dicho antes, pero continuó con su trabajo.

-¿Con que intensidad?

-Bueno, depende lo alto que lo levante, pero un poco más de esta altura –Yahir lo ilustró levantando el brazo apenas unos centímetros, lo justo para llevarse la comida a la boca y, tal vez, rascarse la nariz- me hace ver las estrellas.

-¿Y el izquierdo?

-Sin problemas.

El médico meditó, puso una mano en el hombro derecho de Haze y le cogió el brazo por el codo.

-Te va a doler –le avisó, moviendo el brazo.

Faris vio que Haze hacía una mueca de dolor cuando el médico echó su brazo hacia atrás, pero no dijo nada.

-Tienes que quejarte –le recordó el médico, levantando ahora el brazo hacia arriba.

-Pues ahora mismo duele como mil demonios –dijo el elfo con los dientes apretados pero sin perder el humor.

Na'im bajó el brazo y rumió, moviendo el brazo izquierdo de su paciente. Luego volvió al derecho, tanteando el hombro.

-¿Cuánto rato estuviste colgado?

-No sabría decirte –respondió Haze-. Estuve inconsciente todo el tiempo.

-Por la hora aproximada en la que fuiste rescatado –intervino Faris, hablando por primera vez desde que había entrado en la habitación-, calculo que unas tres horas.

El médico siguió toqueteando su hombro en silencio.

-Este hombro está fuera de sitio –anunció-. Tal vez deberías morder algo, porque voy a recolocarlo–añadió, metiendo la mano en su bolsa y sacando una tira de cuero que el criado se apresuró a colocar entre los dientes de Yahir.- Alteza, agradecería una mano. Sujetad el otro brazo.

Faris obedeció algo torpemente, pues no esperaba tener que participar. Entre él y el criado sujetaron a Yahir, que apenas sí gimió cuando Na'im sacó su hombro de sitio y lo volvió a colocar. Aún así el príncipe sintió como el cuerpo del elfo temblaba como una hoja una vez el doctor hubo terminado. Éste, inmutable, rebuscó en su bolsa, sacando un pequeño frasco.

-Esto te aliviará un poco el dolor.

Yahir lo tomó con manos aún temblorosas y, usando el brazo izquierdo, bebió del vial.

-Gracias.

-Dáselas a Su Alteza por despertarme a horas intempestivas -Na'im sonrió finalmente, aparentemente satisfecho de su trabajo.

-Gracias, Alteza.

Y a pesar de su cordialidad, Faris no supo interpretar su mirada. Cuando había entrado en la habitación y tanto el criado como Na'im le habían saludado, Haze Yahir le había dedicado una cortés inclinación, pero luego apenas le había prestado atención. El príncipe no sabía si era porque se sentía cohibido o si por el contrario estaría resentido por la prisa indirectamente exigida.

Incómodo, el joven carraspeó.

-¿Cómo te sientes?

-Ahora mismo, agotado. Pero bien.

-Pues espera que haga efecto la droga.

-¿Cómo lo ves, entonces? -Le preguntó Faris al médico.

-Las heridas sanarán ahora que están limpias, así como su hombro, siempre que se les conceda reposo y tranquilidad -mientras hablaba el médico iba recogiendo sus cosas, como muestra de que no iban a necesitarlas más.

-¿Reposo y tranquilidad? -Yahir rió, aparentemente divertido y el príncipe se preguntó si no estaría haciendo efecto ya el narcótico-. ¿Podríais ponerlo por escrito?

-Si de ese modo lo cumples...

-¿Puede recibir visitas? -Faris hacía rato que había oído ruido en el pasillo y eso sólo podía significar que Nawar y los demás habían acabado de desayunar.

-Si no son muy largas... No bromeaba respecto al efecto de la droga.

-Tranquilo, no lo serán.

Y el príncipe en persona abrió la puerta. Tras ella estaban Nawar y la princesa Mireah, ambos con el inocente aspecto de quien ha estado a punto de ser pillado infraganti. Dhan Hund esperaba unos pasos más atrás mientras charlaba con Salman Ceorl.

-¿Queréis pasar? –Les preguntó, dedicándole a Nawar un elocuente arqueo de sus cejas. Nunca había sido especialmente modoso, pero últimamente empezaba a pasar de castaño a oscuro.

Sus invitados se apresuraron a dedicarle una inclinación y a entrar cuando él les cedió el paso. La humana corrió a sentarse junto a Yahir, a tomarle las manos y a interesarse por su estado. El elfo le besó la frente con el mismo tranquilo ademán con el que lo hacía todo.

Faris dejó que sus compañeros hablaran con él, que se tranquilizaran acerca de su estado y que sus ánimos se relajaran mientras Na’im acababa de recoger sus aperos de médico y se despedía. Salió con él al pasillo, en parte para darle espacio a los amigos, en parte para acompañar al médico hasta la puerta y así ponerle al día, pero Na'im se le adelantó.

-¡Esa mujer no es una elfa! -dijo tan pronto la puerta se cerró tras ellos.

-Muy observador -pero Faris se maldijo por no haber preparado al médico para la sorpresa.

-¿Qué está pasando aquí? ¿Porqué alojáis en vuestro hogar a tres prófugos y a esa... criatura? -añadió finalmente con gesto de disgusto.

El príncipe le tomó del brazo y le alejó de la puerta con gesto autoritario. A pesar de ser casi cien años mayor y al menos dos veces más fuerte, Na'im entendió el gesto y obedeció.

-Esa criatura, como tú la llamas, es una princesa humana, así que habla con un poco más de respeto.

-¿Humana? Los humanos no existen, mi señor.

-Ya. Y el Qiam es infalible y vela por el bien de la Nación -Faris empezó a andar y Na'im pronto se unió a él a pesar de que en sus ojos grises podía leer lo poco que le gustaba todo ese asunto.

-Sigo sin entender dónde os estáis metiendo, Alteza, o por qué. Haze Yahir es un traidor a la Nación. No he querido decir nada delante suyo, pues al fin y al cabo es vuestro invitado, pero...

-Sin sermones -cortó Faris, que ya había tenido bastante con la reprimenda de Nawar-. Técnicamente, tú y yo también somos traidores a la Nación, querido doctor, así que un poco de solidaridad para con un colega no me parece tan fuera de lugar.

-¿Me vais a contar qué está pasando aquí?

-¿Vas a dejar de exclamarte por todo?

Cuando su médico gruñó a modo de adquiescencia, el príncipe heredero de la Nación empezó a hablar. Aprovechó bien aprovechado el tramo que aún les quedaba hasta la puerta principal, donde un criado ya estaba esperando con el caballo de Na'im ensillado y preparado para partir. para cuando el médico montaba su expresión ya no era de disgusto si no de preocupación.

-No sé si me gusta todo esto, señor.

-Nos guste o no, es lo mejor que tenemos.

Na'im frunció el ceño en desacuerdo con su señor, pero no añadió ninguna protesta más. Se limitó a ceñirse mejor la capa al cuerpo y cubrir su cabello negro con la capucha.

-Mañana vendré a ver como sigue el paciente -dijo a modo de despedida.

-Aquí seguiremos.

Una media sonrisa sin humor fue lo último que le dedicó el elfo antes de espolear a su caballo y partir.

Faris suspiró. Si había resultado tan difícil con uno de los suyos, ¿cómo iban a hablar a la Nación entera de los humanos sin que se organizase un tumulto? Iba a ser una tarea mucho más dura de lo que esa misma mañana había imaginado.